Salvador Efraín Salazar Arrué, Salarrué


SALARRUÉ: Seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué, nació en Sonsonate, El Salvador, el 22 de Octubre de 1899 y murió en San Salvador el 27 de Noviembre de 1975.
Poeta, pintor y escritor, ha sido considerado el máximo exponente de la narrativa cuzcatleca, entre quienes se cuentan
 Arturo Ambrogi y José María Peralta Lagos

Salarrué fue uno de los fundadores de la nueva corriente narrativa latinoamericana. En sus "Cuentos de Barro" y "Cuentos de Cipotes", él logra una plena identificación con el mundo campesino, nunca antes advertidas en los autores salvadoreños.

SALARRUÉ: Seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué


Índice

El negro.
La botija.
La petaca.
El padre.
El circo.
De pesca.
El contagio.


EL NEGRO.

El negro Nayo había llegado a la costa dende muy lejos. Sus veinte años morados y murushos, reiban siempre con jacha fresca de jícama pelada. Tenía un no sé qué que agradaba, un don de dar lástima; se sentía uno como dueño de él. A ratos su piel tenía tornasombras azules, de aun azulón empavonado de revólver. Blanco y sorprendido el ojo; desteñidas las palmas de las manos; gachero el hombro izquierdo, en gesto bonachón, el sombrero de palma dorada le servía para humillarse en saludos, más que para el sol, que no le jincaba el diente. Se reiba cascabelero, echándose la cabeza a la espalda, como alforja de regocijo, descupiendose toduel y con gárgaras de oes enjotadas.
El negro Nayo era de porái.....: de un porái dudoso, mescla de Honduras y Berlice, Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte. De indio tenía el pie achatado, caitudo, raizoso y sin uñas -pie de jenjibre-; y un poco la color bronceada de la piel, que no alcanzaba a velar su estructura grosera, amasada con brea y no con barro. Le habían tomado en la hacienda como tercer corralero. No podía negársele trabajo a este muchacho, de voz enternecida por su propio destino. Nada podía negársele al negro Nayo: así pidiera un tuco e dulce, como un puro o un guacal de chicha. Pero, al mismo tiempo era -pese a su negrura- blanco de todas las burlas y jugarretas del blanquío; y más de alguna vez lo dejaron sollozante sobre las mangas, curtidas con el barro del cántaro y la grasa de los baldes. Su resentimiento era pasajero, porque la bondad le chorreaba del corazón, como el suero que escurre la bolsa de la matequilla. Se enojaba con un "no miablés".....y terminaba al día siguiente el enojo, con una palmada en la paletiya y su consiguiente: "¡veyan qué chero éste!".... y la tajada de sonrisa, blanca y temblorosa como la cuajada.
        
Chabelo "boteya", el primer corralero, era muy hábil. Tenía partido entre las cipotas del caserío, por arriscado y finito de cara; por miguelero y regalón; pero, sobre todo, porque acompañaba las guitarras con una su flauta de bambú que se había hecho, y que sonaba dulce y tristosa, al gusto del sentir campesino. Nadie sabía cuál era el secreto de aquel carrizo llorón. Bía de tener una telita de araña por dentro, o una rendija falsa, o un chflán carculado...... La Fama del pitero Chabelo, se había cundido de jlores como un campaniyal. Lo llamaban los domingos y ya cobraba la vesita, juera de juerga o de velorio, de bautizo o de simple pasar. Un día el negro Nayo se arrimó tantito a Chabelo "boteya", cuando éste ensayaba su flauta, sentado en el cerco de piedras del corral. Le sonrió amoroso y le estuvo escuchando, como perro que mueve el rabo.

- ¡Oyí negró, querés que tenseñe a tocar?....Por la cara pelotera del negrito, pasó un relámpago de felicidad.

- Mire, chero, y yo le vuá a pagar el sábado, pero no me vaya a tirar...
  
Después de las primeras lecciones. Chabelo el pitero, le arquiló la flauta al negro para unos días. El negro se desvelaba, domando el carrizo; y lo domó a tal punto, que los vecinos más vecinos que estaban a las tres cuadras, paraban la oreja y decían:

- ¡Oiga, puero ese Chabelo! es meramente un zinzonte el infeliz.....
- Mesmamente; diayer paroy, le arranca el alma al cristiano como nunca.

Callaban.....y embarcaban sus silencio en el cayuco bogante de aquella flauta apasionada, que los hundía en la dulzura de un recordar sin recuerdos, de un retornar sin retorno. En poco tiempo, el negro Nayo sobrepasó la fama de Chabelo. Llegaban gente de lejos para oírlo; y su sencillez y humildad de siempre se coloreaban de austeridad y poderío, mientras su labio cárdeno soplaba el agujero milagroso. El propio Chabelo, que creyó, todos los secretos del carrizo, se quedaba pasmado, escuchando -con un sí es, no es, de despecho- el fluir maravilloso de un sentimiento espeso que se cogái con las manos.

Una tarde dioro en que el negro estaba curando una ternera trincada, con una pluma de pollo untada de creolina, Chabelo se decidió por fin; y un tanto encogido, se acercó y le dijo:

- Mirá, negro, te pago dos bambas si me decis el secreto de la flauta. Vos le bís hallado algo que le pone esa malicia....seya chero y me lo dice.....

El negro se enderezó, desgreñado, blanca la boca de dientes amigos y franca la mirada de niño. Tenía abiertos los brazos como alas rotas, sosteniendo en una mano la pluma y en la otra el bote.......miró luego al suelo empedrado y meditó muy duro. Luego. como satisfecho de pensada, dijo al pitero:

- No me creya egóishto, compañero, la flauta no tiene nada: soy yo mismo, mi tristura...., la color....
   

LA BOTIJA


Quim Torra, botija, botijo, cantrella, pichella, barrala
la tecnología del botijo supera a Juaquinico Torra el catanazi, ex presidente de la Generalidad de Cataluña, títere de Carlos Puigdemont Casamajor, y este de Jordi Pujol.

José Pashaca era un cuerpo tirado enun cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:

 -¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de qué los tenes se me olvidó!.... José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.

-¿Qué quiere mamá?.

-¡Qués necesario que te oficiés en algo, ya tás indio entero!

-¡Agüen!....Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.

Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.

-¡Qué feyo este baboso!- llegó diciendo. Se carcajeaba, meramente el tuerto Cande!....Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena. Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:

- Estas cositas son obras donantes, de los agüelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.....

José Pashacase dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.

-¿Cómo es eso, ño Bashuto?..-. Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.

-Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, de repente pegas en la huaca´, y yastuvo; tihacés de plata.
INTENTÁN IMITÁ A JUAN VALERA
-¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?

-¡Comolóis!.

Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el bía prisenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras. Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que a las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco. Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen "¡plocosh" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.


Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuerpo y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados. Pashaca se peleaba las lomas.

El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazón, para que este cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho por siacaso. Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. "Es el hombre de Jierro", decían; "ende que le entró a saber qué, se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca...."

Pero José Pashaca no se daba cuenta de qué, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza la incontraría tarde o temprano. Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachadas y projundos, que daban gusto.
       

-¡Onde te metés babosada. Pensaba el indio sin darse por vencido.

-Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.

San Pere, baturro, Zirigoza, rana       
Y así fue; no del encuentro, sino lo de la tronchada. Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dió cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calenturas; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallazgos negros, contra el cielo claro, voltiando a ver el indio embruecado y resollando el viento oscuro. José Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. "Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho".

Una noche, haciendo juerzas de tripa, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con bríos su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó, bien tapado, borró todo rastro de tierra removida y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó liadas en un suspiro estas palabras:
       

-"¡Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!"........


LA PETACA

Era pálida como la hoja mariposa; bonita y triste como la virgen de palo que hace con las manos el bendito; sus ojos eran como dos grandes lágrimas congeladas; su boca, cómo no se había hecho para el beso, no tenía labios, era una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en punta: La llamaban la peche María.
En el rancho eran cuatro: Tules, el tata, La Chon su mamá, y el robusto hermano Lencho. siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rir...

- ¡Quitá diay, si no querés que te raje la petaca!

- ¡Peche, vos quizá sos hija del cerro!
sácate la retacía y el chapurriau
Tules decía:

- Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, diún corvazo!

Ella lo miraba y pasaba de uno a otro rincón, doblaba de lado la cabecita, meciendo su cuerpecito endeble, como si se arrastrara. Se arrimaba al baúl, y con un dedito se estaba allí sobando manchitas, o sentada en la cuca, se estaba ispiando por un hoyo de la paré a los que pasaban por el camino.
       

Tenían en el rancho un espejito ñublado del tamaño de un colón y ella no se pudo ver nunca la joroba, pero sentía que algo le pesaba en las espaldas, un cuenterete que le hacía poner cabeza de tortuga y que le encaramaba los brazos: La Petaca.

Tules la llevó un día onde el sobador.

- Léi traido para ver si uste le quita la puya, pueda ser que una sobada....
  
- Hay que hacer perimentos difíciles, vos, pero si me la dejás unos ocho días, te la sano todo lo posible.

Tules le dijo que se quedara.

Ella se jaló de las mangas del tata; no se quería quedar en la casa del sobador y es que era la primera vez que salía lejos, y que estaba con un extraño.

- ¡Papa, paíto, ayéveme, no me deje!

- Ai tate, te digo; vuá venir venir por vos el Lunes.El sobador la amarró con sus manos huesudas.

- Anadate ligero, te la vuá tener!

El tata se fue a la carrera. El sobador se estuvo acorralándola por los rincones, para que no se saliera. Llegaba la noche y cantaban gallos desconocidos. Moqueó toda la noche. El sobador vido quera chula.
 
 - Yo se la sobo; ¡ajú!pensaba, y se reiba en silencio.

Serían las doce, cuando el sobador se le arrimó y le dijo que se desnudara, que le iba a dar la primera sobada. Ella no quiso y lloró más duro. Entonces el indio la trinco a la juerza, tapándole la boca con la mano y la dobló sobre la cama.

- ¡Papa, papita!.....

Contestaban las ruedas de la carretera noctámbulos, en los baches del lejano camino.

El lunes llegó Tules. La María se le presentó gimiendo...el sobador no estaba.

- ¿Tizo la peración, vos?

- Sí papa...

- Te dolió vos?

- Sí, papa...

- Pero yo no veo que se te rebaje...

- Dice que se me vir bajando poco a poco....

Cuando el sobador llegó, Tules le preguntó cómo iba la cosa.

- Pues, va bien -le dijo-, sólo quiay que esperarse unos meses.
Tiene quirsele bajando poco a poco.

El sobador viendo que Tules se la llevaba, le dijo que porqué no se la dejaba otro tiempito, para más seguridá; pero Tules no quiso, porque la peche le hacía falta en el rancho.

Mientras el papa esperaba en la tranquera del camino, el sobador le dió la última sobada a la niña. Seis meses después, una cosa rara se fue manifestando en la peche María. La joroba se le estaba bajando a la barriga. Le fue creciendo día a día de un modo escandaloso, pero parecía como si la de la espalda no bajara gran cosa.


- ¡Hombre! -dijo un día Tules-, ¡esta babosa tá embarazada!

- ¡Gran poder de Dios! -dijo la nana.

- ¿Cómo jué la peración que te hizo el sobador, vos?....ella explicó gráficamente.

- ¡Ayjuesesentamil! - rugió Tules- ¡mianimo ir a volarle la cabeza!

Pero pasaba el tiempo de ley y la peche no se desocupaba. La partera, que había llegado para el caso, uservó que la niña se ponía más amarilla, tan amariya, que se taba poniendo verde. Entonces diagnosticó de nuevo.

- Esta lo que tiene es fiebre pútrida, manchada con aigre de corredor.

- ¡Eee?......

- Mesmamente, hay que darle una güena fregada, con tusas empapadas en aceiteloroco, y untadas con kakevaca.

Así lo hicieron. Todo un día pasó apagándose; gemía. Tenían que estarla volteando de un lado a otro. No podía estar boca arriba, por la petaca; ni boca abajo por la barriga.

En la noche se murió.

Amaneció tendida de lado, en la cama que habían jalado al centro del rancho. Estaba entre cuatro candelas. Las comadres decían:


- Pobre, tan güena quera; ¡ni se sentía la indizuela de mansita!

- ¡Una santa! ¡Si hasta, mirá, es meramente una cruz!

Más que cruz, hacía una equis, con la línea de su cuerpo y la de las petacas. Le pusieron una coronita de siemprevivas. Estaba cómo en un sueño profundo; y es que ella siempre stuvo un grado abajo de los suyos, cuando todos estaban riendo, ella sonreía; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos estaban serios, ella lloraba; y ahora, que ellos estaban llorando, ella no tuvo más remedio que estar muerta....

EL PADRE.

La iglesia del pueblo era pesada, musgosa y muda como una tumba. detrás estaba el convento, encerrado entre tapiales, con su gran arboleda sombría; con su corredor de ladrillo colorado; de tejado bajero sostenido por un pilar, otro pilar, otro pilar...; pilares sin esquinas embasados en piedra tallada y pintados de un antiguo color.

El patio era de un barro blanco y barrido, propicio a las hojas secas. Las sombras y las luces de las hojas ponían agüita en el suelo; en aquel suelo pelón lleno de paz, por el cual pasaban, gritonas, las gallinas guineas.

Largo era el corredor: la mesa, el kinké, una silla, un sofá, un barril, una destiladera, un viejo camarín, unos postes durmiendo; otra silla, la hamaca, el cuadro bíblico; un cajón; un burrro con una montura; un freno colgado de un clavo y al final, ya para salir las gradas, unos manojos de pasto verde, el picadero y la cutacha. Después empezaba la alfombra de sol hasta la cocina; y allá contra la tapia, como una casita de juguete, con su chimenea de lata azul, el excusado.

El padre se paseaba en la tarde. Era la hora en que la paz le traía el cielo; el cielo de agradables matices, que llegaban a sentarse en la montaña lejana, pensativo como un hombre; pensativo hasta quedarse dormido, soñando en las estrellas, cada vez más profundamente.

El sacristán tocaba el ángelus para que todo se callara. Y todo se callaba.

La Coronada llegaba entonces penosamente, con su riuma y sus platos, a ponerle la mesa. Se sentaba el padre, siempre mirando al cielo, con su cara igual de triste. Con un pespuntar de máquina de cocer, sus labios hilvanaban un larga oración de gratitud. Humillaba los párpados y se persignaba. Luego, cogía calmosamente la cuchara y empezaba a probar la sopa. Estaba caliente. La Coro, encendía el kinké. Las gallinas empezaban a volar de rama en rama, con torpes aleteos. A lo lejos se oía pasar el tren por el puente de hierro, como una amenaza de tormenta.

La Chana era una cipota chulísima. había crecido de diadentro, al servicio del cura. hacía mandados, lavaba los trastes, les daba de comer a las gallinas y se comía lazúcar. Cuando el padre estaba bravo, como no tenía en quien descargar, regañaba a la Chana. La Chana no se quedaba chiquita y le contestaba cuatro carambas.

- ¡Agüen, usté! ¡Asaber que lián confesado las biatas y descarga en yo!...

El padre, en vez de enojarse, la estrechaba contra su pecho y le daba un beso en la frente. Se estaba viendo en ella, como decía la Coro.

En un dos por tres se había hecho mujer. De la mañana a ña tarde echó rollo, se cantonió y le brillaron los ojos. Ya se trataba una flor en el delantal, con un gancho, muy alto, muy alto, para podérsela oler poniendo cara interesante. Seguido se cachaba logas; por el tacón muy encumbrado, por unos papeles colorados para untarse los labios, por andar suspirando muy dentro. El cura la miraba de lejos. La miraba pasar, disimuladamente, y alejándose. Se cogía el mentón azul y su cara de cuarentero se ponía grave. Temblaba por ella. Hubiera querido podarla un poco. Se paseaba, se paseaba por el largo corredor, campaneando la lustrosa sotana vieja, como si en ella se hamaqueara su inquietud. Apretaba, sin querer, el crucifijo de plata que llevaba siempre colgado al cuelo. Si hubiera sido de cera, lo habría convertido pronto en una hostia. Allá a lo lejos, la risa de la Chana sonaba como una campanilla mundana. Cuando pasaba a su lado, apagaba los olores del incienso con un fuerte aroma de jabón diolor. Por el corredor silencioso, sus tacones pasaban, clavando la tranquilidad.

La niña Queta y la niña Menches, la una fea de tan vieja, y la otra vieja de tan fea, entraron apuradas en busca del padre para un asunto urgente. La puerta estaba entreabierta y empujaron. Y fue como si hubieran empujado su alma en un abismo. El padre estaba todo él sentado en un sillón y la Chana estaba toda ella sentada en el padre. Su cachete rosado se posaba dulcemente en el cachete azul del cura, como una madrugada sutil se posa sobre áspera montaña.

-¡Virgen pura!..

Dos lágrimas corrían por las mejillas marchitas del padre. Repitió su excusa:
   
- Un afán, un vago deseo de ser padre. Es como mi hija...

Su voz era oscura.

- Los niños despertaron siempre en mi alma una dulce inquietud...

-¡Hm!

Apretó el obispo sus labios temibles y lanzó al cura su más irónica mirada. Pero él se irguió austero, nobilísimo y puro, el rostro del acusado, encendido en radiante sinceridad; irresistible en su sencillez; tal si el mismo Dios mirara por sus ojos húmedos, abatiendo al instante la austeridad, la insolencia y el rango.

SALARRUÉ.

CUENTOS DE BARRO.

EL CIRCO.

Se azuló la noche. En medio del solar oscuro, e1 circo era como una luna desinflada. Parecía la chiche de la noche, onde mama luz el cielo, un chilguete manchaba de norte a sur el espacio y las gotitas zarpiaban el horizonte hasta la oriya del mundo.
        
Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco, cómo aquel siñor que le decían Irineyo Molina, se bía hecho payaso un dos por tres. Taba sentado en un cajón jumándose un puro, y con cara enojosa de hombre. el hoyito se véiya bien que le daba la luz de un carburo en la cara chelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba el cuello prieto de su propio cuero. Más allá, el negro Jackson sembraba una estaca, con una almágana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hundía un jeme. Recostado en unos lazos, templados como cuerdas de violón, estaba un volatín.

-Apartáte, baboso.

-Peráte, quiero ver.

-Te vuá zampar una ganchada, Chajazo.

-¡AchísI, sólo vos querés mirar.

-A yo no mián dejado...

-¡Baboso, baboso, ayí entró una piernuda vestidedorado.

Sestá componiendo la atadera.

La cipotada ondeó, como un tumbo de carne; reventó en empujones y se vació sobre la carpa, derrumbando al lado diadentro un rimero de sillas. Se oyeron voces de hombre, furibundas, y pasos amenazadores. La cipotada se dispersó a la carrera, haciendo sonar con sus talones la panza de tambor del descampado, Se confundió entre el güevaso e gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, con unos grandes gatos que parecían de madera; salió encachimbado por debajo de la lona, con un acial en la mano. Llegó hasta el andén, mirando de riojo; escupió un salivazo con tabaco, y se metió otragüelta por debajo. Dos o tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de pupuseras ponía llanto en los ojos de aquella alegría. La manteca, ricién echada en las sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como cuando meya el tren. Las garrafas, en los mostradores de los chinamos, parecían jícamas de vidrio, que se bieran convertido en cocos. El guaro clarito temblaba adentro y dejaba descurrir su tufito embolón.

Las gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban la cortinenca de añididos, onde había unas letras que naide entendía, porque naide leyiya en el pueblo.

Una bandita descosida empezó a sonarse, allí dentro, debajo diaquel gran pañuelo. La buyanga sizo mayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.

Por tercera vez sonó la campanilla; aquella campanilla que daba güeltegatos de plata en la aljombra de la ansiedad. Un silencio profundo se agachaba, cargado de corazones, como una rama de mango. De una patada se abrió el telón de los secretos; una pelota de colores vino rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burlón, el payaso se irguió amelcochado, bonete en mano, con algo de piñata y algo de barrilete. De golpe se descolgó, en el redondel, la cortina de tablitas del aplauso.

Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrón, avanzaron marciales, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con sonrisa postiza. Detrás, en dos caballencos ahumados como los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la frente, venían las masonas, vestidas de espumesapo y sentadas, con una nalga, en el mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con un chiliyo bien largo; y un viejo bigotudo, jalándole las narices a un pobre oso medio bolo. Más detrás iban los guachis, con cotones de colores llenos de chacaleles. La música sonaba, toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.

En aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bian quedado ajuera. Ispiaban por onde podían, subiéndose algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el bailoteo de uno quiotro trapo de color, o el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.

Los niños ajuera, los grandes adentro. . . El circo era como la felicidá, que se la cogen aquellos que menos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por un hoyito, entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos, se bían retirado dionde bían miradores, porque les taban rompiendo toda la camisa. Sin embargo, cada granizada de aplausos los empujaba de nuevo a la carpa. De chiripa se hallaron un juraquito bajero, que los otros no bían incontrado. Con el dedito inano lo jueron haciendo más grande, y miraban por turnos.
Cuando más extasiados estaban, mirando, mitá y mitá que la piernuda caminaba sobre el alambre como sobre el viento, un guachi, con una tablita, los cogió de culumbron, soñadores e indefensos. Les dio con todas sus juerzas, el bandido jalacolchones; y ellos, dando alaridos, salieron corriendo y sobándose la nalga, ardida como con plancha caliente. Fueron a contarle a la mama; y la mama, cogiéndolos debajo de sus alas desplumadas, maldijo al miserable:

Disgraciado, quiá de pagarlas un diya en los injiernos!
Lencho rumió, en su corazón de niño perdonero, aquella frase; y, tras un rato de silencio, preguntó:

-Mama, ¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo que andan haciendo en el cielo? ...

DE PESCA.

Eran allá como las tres de la madrugada. La luna, de llena, lambía las sombras prietas en los montarrascales y en los manglares dormilones. El estero, lagunoso en su calma, era como un pedazo de espejo del día; del día ya roto. La playa lechosa, de cascajo crema, se dejaba espulgar por las suaves ondas espumíferas, que la brisa devanaba sin prisa. La isla, al otro lado del agua, se alargaba como una nube negra que flotara en aquel cielo diáfano, mitad cielo, mitad estero. Las estrellas pintaban en ambos cielos. El mar, a lo lejos, roncaba adormilado por la frescura del aire y la claridad del mundo. Un cordón de aves blancas pasó, silencioso y ondulante como una culebra de luna.

De la mediagua oscura, salió a la playa un indio. Llevaba desnudo el torso, los calzones arremangados sobre las rodillas; se desperezaba, como queriendo echar al suelo el fardo del sueño. La arena, al ser hollada por los anchos pies descalzos, mascaba el silencio. Miró las estrellas con los ojos fruncidos. Se espantó los mosquitos, miró el agua platera y regresó al rancho.

-Son ya mero las tres, vos ¿Nos vamos?
Una especie de aullido de pereza le contestó. Luego, la voz atecomatada del compañero respondió

-A¡ veya, mano...

-Amonóos...
Los indios, hurgando en la sombra del caedizo, escogieron los utensilios y fueron trasladándose al bote. El bote dormía, encallado, mitad en el agua, mitad en la arena. Un chucho prieto iba y venía husmeando el viaje. Por efecto del silencio del agua, de la luz, del cielo bajero, el mundo todo parecía palpitar, cabecear como un barco en marcha. Los pocuyos, despenicados en la inmensidad, arrullaban la cuna de la noche con su triste "oíeo, oíeo, oíeo", que sonaba intermitente, como la paletada blanda del remo que va, va, va... sin prisa y sin ruido.

-Ya va ser parada diagua, vos.

-Ya paro, mano.

-¡Aligere, pué!...
Despegaron el bote a empujones y pujidos. El bote coleó, libre, descantillándose tantito y revolviendo la plata de la luna en desparpajos. Hundidos hasta las piernas, aún empujaron. Luego se metieron dentro y se dejaron llevar por el tranquil del agua parada. Era el cambio de marea; las corrientes que entraban al estero, fatigadas de ir buscando mundo, descansaban un momento, antes de regresar al mar abierto. Entonces el peje abismado venía arriba, flordeaguando, y buscaba la calma de las ramazones y de los bancos. Ligeros colazos de zafiro indicaban ya el punto del agua. Las sombras rojizas de los parvos pasaban, esquivando el peligro, avisados por el lánguido paleteo del canalete.
En fraterno silencio los indios cruzaban el agua, como si volaran entre dos cielos. En la proa, ávida de espacio, el uno empujaba con la pértiga negra y larga que subía y bajaba rítmicamente, sincronizando con el manosear del canalete, que el otro indio manejaba en la popa, acurrucado y friolento. En el centro del bote el chucho, sentado, miraba tímidamente los cacharros del cebo,

-¡Qué friyo, vos!.

-¡Ajú!...

-¿Vamos al ramazal de la bocana?

-Como quiera, mano.
Los ramazales emergían del agua purísima como inmensas arañas negras. Dos, tres, cuatro..., quedaban atrás. Al pasar rondando un tronco, el raizal projundo barzonió el bote, afligiéndolo. Con hábil punteo, salieron del paso.
-¡No se arrime mucho, mano¡


Torcieron hacia el sur; a poca distancia del ramazal, echaron el fondo y quedaron inmóviles. Poco tiempo después arrojaban los anzuelos. Con rápido ademán los lanzaban al aire, La pita hacía una larga parábola, y el plomo se hundía allá, con un ligero: "chukuz". Luego el cordel se quedaba. ondulando encima y poco a poco se abismaba. Quedaban a la expectativa. Habían encendido los puros y jumaban, acurrucados.

-¿Pican, mano?

-No quieren picar.

-Ya me punteyan, vos.

-¿Eh ... ?

-Es bagre, de juro. Estos chingados sian de ber llevado la chimbera.
La chimbera era el cebo. El indio sacó el anzuelo, de jalón en jalón. Por fin sobreaguó el plomo negruzco. Se habían llevado el bocado.

-¿Lo vido? Son esos babosos bagres, vos.

-Si quiere nos hacemos al lado de la isla..
Iba a sacar su cordel, cuando un fuerte tirón, que ladeó el bote, les advirtió de una presa mayor.

-Jale, mano; debe ser "mero"!
El indio tiró con todas sus fuerzas.

-¡Ya mero revienta este jodido!
Llegó el otro a ayudarle. Tiraron penosamente. El bote cimbraba, voltión. En la cola de un espumarajo surgió de pronto una sombra enorme, que arrollaba la linfa con ímpetus de marejada. La luz nerviosa le mordía en redor.

-¡A la ronca, mano, es tiburón!

-¡Y del fiero, vos!

-¿Lo encaramamos?

_¡Déjelo dir, chero, nos puede joder al chucho!

-¿Guá perder mi anzuelo?...

-¿Qué siarremedia?
Un coletazo formidable hizo crujir el bote. El chucho buscaba fijo, abriendo las cuatro patas y hundiendo la cola. Soltaron. Se apercoyaron a las bordas y trataron de nivelar. Un segundo coletazo ladeó el bote. Dos sombras eseantes atacaban con furia.

-¡Levante el fondo ligero!

-¡Aguárdese!
Un tercer coletazo echó de bruces al indio que tiraba del fondo. La caída hizo volcarse al bote; hubo un griterío salvaje; las colas golpeaban en la cáscara del bote como en un tambor. Grandes rosas de espuma se fugaban en círculos, empurpurando la plata mansa.
Después, todo quedó quieto.
Agrupados en la orilla, los moradores del valle escrutaban la noche. Los gritos habían levantado a las gentes. La ña Gerónima, gorda y grasienta, con su delantal de cuadros azules, comentaba temblorosa.

-¡Avemaríapurísima!...
Los viejos de quijada de plomo cabeceaban, como diciendo:

-Pa que veyan...
Los cipotes abrían sus bocas y se acurrucaban, para descansar las barrigas enormes.

-Esos han sido los Garciya.

-O los Munto.

-Hilario y Cosme, quizá ...

-A saber si Jué Mincho de la señá Fabiana.

-Sí, pué...
El día venía abriendo rápido, con ambas manos los azules del Azul. La luna, marchita ya, se arrinconaba en la montaña. Las ondas de la vaciante tráiban orito en la punta. El manglar se había separado del paisaje, tomando su cuerpo. La isla verdegueaba, y la fragancia de la mañana venía mera cargada.
De pronto, se vio una estela que flechaba hacia la orilla. Todos quedaron en suspenso. Un perro negro llegaba jadeante, aclarando el misterio de la tragedia. Salió de un último pechazo a la orilla; meneó el rabo; se sacudió bruscamente la gloria del sol, y no dijo nada.

EL CONTAGIO.

riu de les basses, toll de Rabosa, racó del toscá, riada 2






















Después del aguacero de la noche, había clareado gris, mojado, encharcado, invernicio... Venía la mañana en ondas frescas, anegando la oscuridad. Todavía no daban sombra las cosas; las sombras eran diluyentes, borrosas como luz golpeada, como humedad de sal. Se venía el olor jelado del cielo, con algo de amoníaco y algo de ropa limpia. Silbaba., único, un pajarito invisible en un árbol frondoso; silbaba con dulzura de agüita plateada. Las hojas nadaban en los remansos de brisa, como pececitos oscuros. Iba clareando... Y el alma, como los matorrales, estaba empapada de felicidad.
En la casa de la finca, el patio cuadrado dormía aún. Por el lodito habían pasado los chuchos. Una teja salediza se había quedado contando gotas azules, sobre un charquito que, abajo, bailaba trompos diagua. Salía el humo de la galera, como una parra celestial. Don Nayo, enrollada en la nuca una toalla barbona, venía por el corredor. Con el bastón abría un hoyito, y sembraba una tos; abría un hoyito, y sembraba una tos. Los murciégalos se iban enchutando en las rendijas oscuras del tabanco, como pedradas de noche.
A lo lejos, lejos; los gallos abrían puertas chillonas. El día se tambaleaba indeciso, bajo la nubazón sucia, como carpa de circo pobre.
Don Nayo llegó al portón. No podía enderezar la cabeza, porque su nuca estaba paralizada; lo cual le daba un vago aspecto de tortuga mareña. Miró al cielo de reojo; aspiró el olor de los limones; se puso el palo bajo el brazo y llamó aplaudiendo.

-¡Cande!...
La Cande gritó desde la cocina:

-¡Mandé!...

-Date priesa...
La Cande atravesó el patio dejando su priesa pintada en el suelo. Era quinzona, rubita, gordita, nalgona, chapuda y sonreiba constantemente. Daba la impresión de bañada, dentro del traje pushco y jediondo.

-¿Qué quiere, tata?
El viejo le alcanzó la oreja al tanteyo.

-¡Babosa, no téi dicho que cuando vengás a trer lagua, cerrés bien la palanquera!


La campaneó tantito y, arreándola, con el palo enarbolado, la siguió hasta el platanar.

-¡No cierre, animala, espere que salgan las yeguas!: ¿no ve que están allá?...
Tres yeguas secas estaban olisqueando en la huerta. Sobre las eras de nardos se veían los hoyos de los cascos. Se fueron aculando despacio contra la cerca; y, cuando la Cande les cortó el paso, salíendo del breñal con un chirrión en alto, las tres bestias dieron un respingo nervioso y huyeron por la puerta hacia el potrero. A lo lejos, seguía oyéndose el galope con su patacán, palacán, patacán...

Había amanecido. El viento madruguero había ido cogiendo cada estrella con dos dedos, soplándolas como mota de ángel, hasta desaparecerlas. Por un descascarado de nubes, se miraba la paré del cielo, ricién untada de azul. Los volcanes bostezaban, en camisón de dormir. Pringaba.

- Traiga el canasto, Cande. vamos a pepenar los nances y los limones.
        
La Cande fue por el canasto. Bajo el limonero, el suelo doraba. Olía a mañana. Daba lástima desarreglar el paisaje enfrutado. Don Nayo y la Cande fueron pepenando, uno a uno, los limones. Más abajo, al haz de un granado, estaba el nance. El suelo aparecía cundido. La ladera había llevado rodando los nances hasta ben lejos. Parecía como si a la planta se le hubiera roto el hilo de un inmenso collar.

-Témpapádo el monte, tata.

-Cuidá de no empuercar el vestido...

-Afijese que anoche soñé el Contagio...

-Era un endizuelo así, sapito, con buche y con una cosa feya aquí.

-¿Onde?

-Aquí ...
Seguían cayendo limones, que quedaban medio hundidos en el lodo negro. A orillas de la acequia se oía una fiesta de sanates. Bajo los charrales empezaron a rascar las gallinas, haciendo sonar las hojas marchitas. Los grillos se habían ido consumiendo en el claror.

-Mero horrible, el indizuelo; y me chunguiaba..

-¿Te qué?...

-Me guasiaba y me chunguiaba, en un cuento como cuarto oscuro... ¡Uy!... Es que comí chacalines...

-De juro que eso jué...

-Echeme una mano, tata.


Don Nayo le ayudó, como pudo, a ponerse el canasto en la cabeza. La Cande lo sostenía con ambas manos; las mechas le caiban por la cara; con un respingo se afirmó, equilibró el espinazo; sacó la puntita roja de la lengua y se alejó hacia la casa, con rítmico andar.
    
Don Nayo miraba alejarse a su hija. Pensó: "Es guapa, es güena, la chelona"; se sonrió, con sonrisa de arruga. Los gallos abrían a lo lejos fantásticas puertas; por ellas entró bruscamente un chorro de sol.

Don Nayo paró a su mujer en la mitad del dormitorio.

-Mirá, Lupe -le dijo-, andá con cuidado con la Cande: ya maliseya...


-¿Eh?...


-No me gustan tantito, sus caidas diojos, sus pandiadas al pararse. Méi fijado que deja a ratos de moler y se come las uñas; además, le ondeya el pecho como a las palomas. Andá con cuidado, te digo...


-Dice bien, Nayo; yo también la héi oservado. Se chiqueya, sin querer; se mira nél espejo, cada vez quentra aquí; y, a ratos, da brincos de calofriyo. También no me gustan las cosas que me cuenta. Dice quel otro día, cuando Nicho la tentó jugando, sintió un burbujeyo extraño. Además se le van los ojos, coge juergo a cada rato, le pica la palmelamano.


-Pa que veyás. Andále con tiento, no se nos descantiye con algún malvado.


-Decíle al Nicho que no liaga tanta fiesta.


-Se lo vuá poner en conocimiento a ese infeliz.


Zarceaba el viento en la Palazón de los conacastes, como en tina guitarra destemplada; el sol entraba ya en la hindidura dialcancía del horizonte. En el cielo, las nubes mostraban choyones desangrados. Las golondrinas inspeccionaban el velamen recién izado de la tarde; en el callar, la tierra daba bordazos de sombra.
Por el camino venía Don Nayo, lento y tosigoso. La Lupe lo esperaba en la palanquera.

-¿Qué lihubo, Nayó? ...

-Los casaron. Los juí a dejar al terreno. Tán Contentos.

-¿Le arvertiste a Nicho de lo que te dije?...

-Más valiera no me bieras dicho jota, miás azorrado con el yerno.

-¿Eh? ... ¿Por qué?...

-Cuando lo llamé aparte y le recomendé que la tratara con primor, no fuera ser que se asustara, se echó a rír y me dijo: "No siaflíja por babosadas, esa yés cosa antigua: asigún colijo, la tengo ya empreñada dende hace un mes".

-¡La Virgen del Martirio!

-Y parecía que no quebraba un plato ...

-Güeno, después de todo, arrecuérdese, Nayo, de nosotros, cómo hicimos ...

-Decís bien, es el Contagio.
La tarde se había perdido a lo lejos, deíando como estela un espuniarajo de estrellas; sobre la arena del mundo, los árboles negros se movían como cangrejos.


//

Per a tots estos pelacañes de la normalissassió lingüística


An este texto literari trobaréu moltes paraules que no están a la RAE, com chapurriau, que no hi está, está chapurrear, y ya sabém que no es lo mateix que chapurriau: una mescla de varios idiomes, italiá, portugués, español, provensal (ara dialecte del ocsitá). Es curiós que al dicsionari de Frédéric Mistral (Félibrige 
Lou Tresaur dau Felibritge, 1854), de abans de Pompeyo Fabra y Francisco Franco Bahamonde, no fico ni catalá, ni valensiá, mallorquí o aragonés, cuan tením léxic de estes cuatre llengües, y de atres, com lo árabe, gallego, asturiano, leonés, vasco, navarro, riojano, latín, griego y alguna mes. 



champouirau, champoiral, chapurriau

La gen parle de una manera y este autó escriu de forma que se veigue cóm parlen, aixina u fach yo en lo chapurriau cuan escric o traduíxco. Y datres tamé u fan aixina, com Luis Arrufat al seu blog agüelo sebeta.


Si una NORMA fixare una llengua, los swahili potsé aniríen tot lo día en un dicsionari daball del bras esquerro, que no los cauríe en cuan aventaren una llansa en lo bras dret per a cassá. Y en cas de fé aná una escopeta, hauríen de dixá an terra la gramática y ortografía del swahili per a que no caiguere y se faiguere malbé, embrutanse de pols y de sang.


Si una NORMA fixare una llengua, los swahili potsé aniríen tot lo día en un dicsionari daball del bras esquerro
       

https://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Salazar_Arru%C3%A9


https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/6460/Salvador%20Salazar%20Arrue%20-%20Salarrue


http://literatura.wikia.com/wiki/Salvador_Salazar_Arru%C3%A9


http://museo.com.sv/2013/09/salvador-salazar-arrue-salarrue/


https://www.elsalvadormipais.com/salvador-salazar-arrue-biografia















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La magia de mi nombre

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ASESINATO EN LA PLAZA DE LA FAROLA (inspector Monfort)

Primer caso del inspector Monfort (Novela negra

ASESINATO EN LA PLAZA DE LA FAROLA


Castellón de la Plana. Un vagabundo aparece brutalmente asesinado en el cajero de una oficina bancaria de la céntrica Plaza de la Independencia, conocida popularmente como la Plaza de la Farola. El inspector Bartolomé Monfort se traslada desde Barcelona para trabajar en el caso, a petición del jefe de la Policía de la capital de La Plana. Monfort, de padres castellonenses y con un pasado tan triste como turbio, investiga este extraño caso en el que se mezclan la codicia, las drogas, la envidia, la venganza y otras miserias poco aireadas de una pequeña ciudad acomodada de provincias en la que aparentemente nunca pasa nada. El inspector Monfort echará mano de su poco apego a la vida, para desenmascarar uno de los más extraños casos de asesinato ocurridos en esta apacible ciudad.





Alumbrado público, farola, balcón, soluciones arquitectónicas

El nombre del viento , Patrick Rothfuss

El nombre del viento , Patrick Rothfuss


Críticas 

Por primera vez Kvothe se dispone a relatar la verdad sobre sí mismo. Y para hacerlo bien, deberá empezar por el principio: su infancia en una troupe de artistas itinerantes.

Reseña del editor:

Atípica, profunda y sincera, El nombre del viento es una novela de aventuras, de historias dentro de otras historias, de misterio, de amistad, de amor, de magia y de superación. La novela que ha consagrado a Patrick Rothfuss como fenómeno editorial de los últimos años. En una posada en tierra de nadie, un hombre se dispone a relatar, por primera vez, la auténtica historia de su vida. Una historia que únicamente él conoce y que ha quedado diluida tras los rumores, las conjeturas y los cuentos de taberna que le han convertido en un personaje legendario a quien todos daban ya por muerto: Kvothe... músico, mendigo, ladrón, estudiante, mago, héroe y asesino. Ahora va a revelar la verdad sobre sí mismo. Y para ello debe empezar por el principio: su infancia en una troupe de artistas itinerantes, los años malviviendo como un ladronzuelo en las calles de una gran ciudad y su llegada a una universidad donde esperaba encontrar todas las respuestas que había estado buscando. «Viajé, amé, perdí, confié y me traicionaron.» «He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. »
Me llamo Kvothe. Quizá hayas oído hablar de mí.» 


La crítica ha dicho... «Una estupenda y fuera de lo común novela de aventuras fantásticasJusto Navarro, El País «Sin duda El nombre del viento se convertirá en un clásico.» The Times «Un libro para quien conoce el mágico poder de las palabras.» Ricard Ruiz Garzón, El Periódico de Catalunya «Una aventura insólita y preciosa. Puntuación: Sobresaliente.» Manu González, Qué Leer «No sucede a menudo, pero El nombre del viento de Patrick Rothfuss sí es tan bueno como dicen las reseñas.» Locus «Llena de música, magia, amor y pérdida, el absorbente y vivo debut de Patrick Rothfuss nos ha deslumbrado.» Amazon.com «A veces, con suerte y unas cuantas recomendaciones de buenos amigos, se vuelve a descubrir otro paraíso en el que quedarse, un par de semanas, unos cuantos días. Y eso es justo lo que me ha pasado con El nombre del viento.» Toni Rodero, La Voz de Avilés 

Detalles del producto Tapa blanda: 880 páginas Editor: Debolsillo; Edición: 001 (3 de enero de 2011) Colección: BEST SELLER Idioma: Español 
ISBN-10: 8499082475
ISBN-13: 978-8499082479

Odio cuando voy al gimnasio y viene una ráfaga de viento que me mete en el bar

Odio cuando voy al gimnasio y viene una ráfaga de viento que me mete en el bar

Efectos secundarios

Efectos secundarios.
Los diez medicamentos más vendidos se convierten en personajes reales; diez vidas que avanzan individualmente mientras se van entrelazando, poco a poco, hacia un final común. Adiro, Orfidal, Nolotil, Voltarén, Sintrom, Augmentine o Lexatín, entre otros, cobran vida en esta novela inteligente llena de ironía y de suspense. El amor, las relaciones, el sexo, los sueños no cumplidos, el olvido o la vejez son las otras circunstancias que conviven con el interior de los prospectos. Estos prospectos han inspirado la nueva novela de Almudena Solana, quien, con su fresco y personal estilo narrativo, cuida al máximo cada frase sin dejar ninguna palabra al azar. Una auténtica radiografía de la vida actual a través de los medicamentos más consumidos.
 
 
Qué medicamentos nunca tiran a la basura los chinos?
 
Qué medicamentos nunca tiran a la basura los chinos . NOLOTILES
 

Sentimental


Cuando le cuentas tu vida sentimental a tu gato



Dicen que del amor al odio solo hay un paso; del amor al dolor, la distancia es todavía más corta, a veces inexistente. Alfonso Casas hace de tripas corazón y transita por ese abismo en el que todos hemos caído alguna vez, y desde el que afloran la tristeza, la rabia y la nostalgiaTiernas a la par que algo canallas, con una sensibilidad muy particular y también grandes dosis de ironía, las ilustraciones y los textos de Se(nti)mental nos hablan de corazones hechos añicos que ahora sufren pero que a buen seguro, quizá tras la última página de este libro, se recompondrán.

impacto

el impacto de un libro. Lo impacte de un llibre


Impacto (Impact en inglés) es una novela literaria de ciencia ficción escrita por Douglas Preston en 2010 y publicada por la editorial Forge Books el 5 de enero del mismo año. La novela es el tercer trabajo de la serie "Wyman Ford" después de The Codex, Tyrannosaur Canyon y Blasphemy.

En un día de abril se produce un extraño suceso en tres lugares del mundo: un meteorito cae frente a las costas de la bahía de Muscongus, Maine sin producir movimientos sismológicos, en Camboya han descubierto una mina de minerales de origen extraterrestre mientras en California, un investigador muere asesinado tras descubrir extrañas anomalías sobre la superficie de Marte. Wymand Ford, un agente del servicio científico del Gobierno estadounidense debe investigar uno de los sucesos: el de Camboya, donde sospechan que se está traficando con piedras conocidas como "mieles" y que pueden provocar cáncer. Aparentemente los hilos argumentales no tienen ninguna conexión entre sí, sin embargo las tres tramas terminan coincidiendo cuando en su investigación recurre a la ayuda de Abbey Straw, una camarera de Maine aficionada a la astronomía y que estuvo buscando el meteorito tras llegar a la conclusión de que no cayó al océano como todos los residentes pensaban. No obstante, su misión se complica cuando caen involucrados en una trama respecto a un programa sustraído por parte de un científico asesinado de la agencia NPF que había descubierto una anómala actividad de rayos gamma en la superficie de Marte.

 http://www.goodreads.com/book/show/6735215-impact


Glosario de voces aljamiado-moriscas

El Glosario de voces aljamiado-moriscas recoge el abigarrado léxico de los textos manuscritos aljamiados (romance en caracteres árabes, junto a otros en caracteres latinos), singular producción literaria de los mudéjares y moriscos hispanohablantes de Aragón, y en menor medida de Castilla, desde el siglo XIV hasta su expulsión de la Península a principios del siglo xvii. 

Constituye este glosario un amplio repertorio lexicográfico realizado a partir de una treintena de ediciones de obras y textos misceláneos, en buena parte ya publicadas, así como de otras, inéditas, procedentes de diversas tesis doctorales y memorias de licenciatura realizadas, en su mayoría, en la Universidad de Oviedo. Tras un prólogo explicativo de los objetivos y el método empleado en la elaboración del glosario, y de las fuentes documentales, referencias bibliográficas e indicaciones para su manejo, la parte lexicográfica propiamente dicha comprende tres secciones: 


1) «Voces comunes», tanto árabes como romances, con más de doce mil entradas, que conforma el grueso del volumen; 


2) «Nombres propios»: antropónimos, topónimos y teónimos, principalmente árabo-islámicos, y 


3) «Frases y expresiones árabes», rituales y coránicas, tan usuales y características de estos textos. 


Agotado hace tiempo, el Glosario de voces aljamiado-moriscas, que ahora se reimprime, es obra de consulta imprescindible para aljamiadistas y moriscólogos, a la vez que ofrece notable interés para los estudiosos del léxico iberorrománico, particularmente del dominio aragonés


Arabistas y romanistas, por su parte, encontrarán en el vocabulario aquí recogido abundantes testimonios de la impronta árabe en el romance escrito por mudéjares y moriscos, cuya peculiar variante «islamo-española» se nos revela como una de las parcelas más sugerentes de los fronterizos campos de la Filología Árabo-Románica.  

Biografía del autor: 


Álvaro Galmés de Fuentes (1926-2003) fue catedrático de Filología Románica de las universidades de La Laguna, Oviedo y Complutense de Madrid. Renombrado especialista en estudios árabo-románicos, publicó relevantes trabajos sobre el arabismo sintáctico y estilístico en la prosa medieval castellana, los dialectos mozárabes y las influencias de la literatura árabe en las literaturas románicas. Renovador de los estudios aljamiados en la segunda mitad del pasado siglo XX, a él se deben varias ediciones de relevantes textos (Historia de los amores de París y Viana [1970], El libro de las Batallas [1975], Dichos de los siete sabios de Grecia [1991], Tratado de los dos caminos [2005]), así como numerosos artículos reunidos en el volumen póstumo Estudios sobre literatura española aljamiado-morisca (2004).

Escritores de Zaragoza

Entre los autores de obras literarias vinculados de algún modo con Zaragoza figura en época romana Prudencio, que publicó odas de alabanza a los mártires de Zaragoza. En la época visigoda una obra destacada fue la Chronica Caesaraugustana, atribuida al obispo Máximo y sobresalió también el obispo Braulio, autor de obras litúrgicas. 

En la Taifa de Zaragoza escribieron filósofos de la talla de Avempace Avicebrón. En 1475 se estableció la primera imprenta en Zaragoza y en esos años iniciales sobresalieron las imprentas dirigidas por Pablo Hurus y Jorge Coci. En el renacimiento, Antonio Agustín Juan Verzosa fueron dos humanistas que escribieron en latín la mayor parte de sus obras, y como historiador brilló Jerónimo Zurita. En el Siglo de Oro, Zaragoza fue uno de los lugares donde Baltasar Gracián redactó su obra cumbre: El Criticón, mientras en poesía destacaron los hermanos Bartolomé Leonardo de Argensola y Lupercio Leonardo de Argensola. A fines del siglo XVIII, Félix Latassa recogió en tres volúmenes una historia literaria de Aragón que comprendía 2866 escritores aragoneses. Entre el siglo XVIII y XIX escribió el científico, filólogo, jurista y economista Jordán de Asso y, en la misma época, el poeta, novelista y comediógrafo José Mor de Fuentes. La Aljafería fue el escenario del drama romántico del siglo XIX El trovador, de Antonio García Gutiérrez, basado en acontecimientos históricos del siglo XV. En 1844 se imprimió en Zaragoza la Vida de Pedro Saputo de Braulio Foz. Por otra parte, los sitios sufridos por Zaragoza generaron numerosas obras literarias, entre ellas Zaragoza, uno de los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. Dos novelistas zaragozanos que nacieron en el siglo XIX fueron María del Pilar Sinués —cuyas obras de temática femenina fueron muy populares en su tiempo— y José María Matheu. El cantautor José Antonio Labordeta Como periodista sobresalió Mariano de Cavia. Ya dentro del modernismo figuran autores como Mariano Miguel de Val y Eduardo de Ory y entre los escritores del siglo XX posteriores merecen destacarse autores como Ildefonso Manuel Gil, de la generación de 1936; Miguel Labordeta, poeta de la generación de la posguerra y el vanguardista Tomás Seral. Entre los años 1930 y 1960 aparecieron las revistas literarias Cierzo, Noreste, Doncel, Proa, Pilar, Ansí, Orejudín, Papageno y Despacho Literario, algunas de las cuales tuvieron una efímera existencia. 



Durante los años cuarenta, publica novelas la autora Rosa María Aranda. En la actualidad, destacan narradores como Ignacio Martínez de Pisón, Soledad Puértolas, Mariano Gistaín, José María Conget, José Luis Melero, Antón Castro, Miguel Mena, Cristina Grande, Ismael Grasa, Daniel Gascón, Rodolfo Notivol, José Antonio Labordeta, Ángela Labordeta, Vital Citores, Ignacio García-Valiño, José Giménez Corbatón, Javier Delgado, Santiago Gascón, Adolfo Ayuso, Ana Alcolea, Javier Barreiro, Ramón Acín Fanlo, Ángeles de Irisarri, Magdalena Lasala, Félix Romeo, Julio José Ordovás...
Poetas como Fernando Ferreró, Fernando Sanmartín, Manuel Peláez González, Manuel Vilas, Fernando Andú, Ángel Guinda, Emilio Gastón, Joaquín Sánchez Vallés, Ana María Navales, David Mayor, Ignacio Escuín, Fernando Mombiela, Paco Rubio Sesé... Autores de teatro, como Alfonso Plou, Mariano Anós y Rafael Campos. Autores de literatura infantil como Daniel Nesquens, Fernando Lalana, Francis Meléndez...


El pobrecico está achicharrau de tantisma calor que hace.

- Jaimito, en esta frase, dónde está el sujeto?
- En Zaragoza ?

El pobrecico está achicharrau de tantisma calor que hace 
Zaragoza es una ciudad y un municipio de España, capital de la comarca de Zaragoza, de la provincia homónima y de la comunidad autónoma de Aragón. Con una población de 664 938 habitantes (INE, 2017)12​—697 895 según los datos del padrón municipal de 2018—​ es la quinta ciudad más poblada de España, tras Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla. Zaragoza es la cuarta ciudad de España según su Índice de Actividad Económica, tras Madrid, Barcelona y Valencia.​ Está situada a orillas de los ríos EbroHuerva Gállego y del Canal Imperial de Aragón, en el centro de un amplio valle. Su privilegiada situación geográfica la convierte en un importante nudo logístico y de comunicaciones; se encuentra a unos 300 km de Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao y Toulouse. Parte de su término municipal está ocupado por la Reserva natural dirigida de los Sotos Galachos del Ebro. Su nombre actual procede del antiguo topónimo romano, Caesaraugusta, que recibió en honor al emperador César Augusto en el 14 a. C. 

El origen de la ciudad se remonta a Salduie, que fue el nombre de la ciudad ibérica sedetana situada en el solar de la actual Zaragoza desde la segunda mitad del siglo III a. C. Está documentado en monedas ibéricas y con el nombre de «Salduvia» en un texto de Plinio el Viejo. Con la fundación de Caesar Augusta, la ciudad-estado íbera pasó a convertirse en colonia inmune de ciudadanos romanos. Su denominación romana fue evolucionando a través del árabe Saraqusta. 


La ciudad ostenta los títulos de Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Muy Benéfica, Siempre Heroica e Inmortal, otorgados en su mayoría tras su resistencia frente al ejército napoleónico en los Sitios de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia. Todos estos títulos quedan reflejados en su escudo, mediante las iniciales de cada uno de ellos. Celebra su fiesta mayor en honor a la Virgen del Pilar el 12 de octubre. El patrón de la ciudad es San Valero (29 de enero). Entre el 14 de junio y el 14 de septiembre de 2008, año del bicentenario de los Sitios de Zaragoza y centenario de la exposición Hispano-Francesa de 1908, Zaragoza acogió la exposición internacional Expo Zaragoza 2008 dedicada al agua y el desarrollo sostenible. En 2010, Zaragoza fue la quinta ciudad española con más turismo. Además, la ciudad de Zaragoza fue sede del Secretariado de Naciones Unidas para la Década del Agua 2005-2015.


De acuerdo con el Reglamento de Órganos Territoriales y Participación Ciudadana, de 28 de julio de 2005, Zaragoza se divide en 15 distritos; el número quince, el Distrito Rural, comprende catorce barrios rurales:  


Distrito 1: Centro. Distrito 2: Casco Histórico: El Gancho/San Pablo, La Magdalena, San Miguel, Tenerías, San Agustín. Distrito 3: Delicias: La Bombarda, La Bozada, Delicias, Monsalud, Parque Roma, Ciudad Jardín. Distrito 4: Universidad: Romareda, Distrito 5: San José: Miraflores y San José Distrito 6: Las Fuentes. Distrito 7: La Almozara. Distrito 8: Oliver-Valdefierro: Valdefierro y Oliver. Distrito 9: Torrero: Torrero, La Paz, Venecia, San Antonio. Distrito 10: Actur-Rey Fernando: ACTUR, Parque Goya Distrito 11: El Rabal: Arrabal, Cogullada, Jesús, La Jota, Picarral, Vadorrey y Zalfonada. Distrito 12: Casablanca: Casablanca, Rosales del Canal, Montecanal, Valdespartera y Arcosur. Distrito 13: Santa Isabel. Distrito 14: Miralbueno. Distrito 15: Distrito Rural: Alfocea, Casetas, Garrapinillos, Juslibol, La Cartuja Baja, Montañana, Monzalbarba, Movera, Peñaflor, San Gregorio, San Juan de Mozarrifar, Torrecilla de Valmadrid, Venta del Olivar, y Villarrapa.



Zaragoza es la cuarta ciudad de España según su Índice de Actividad Económica. Los sectores estratégicos de la economía maña son la industria del automóvil, la logística y los transportes, las energías renovables, los servicios a empresas, la agroindustria y el turismo. En la economía de la ciudad ocupa un lugar destacado la fábrica de Opel (General Motors) en Figueruelas, una localidad del área metropolitana, alrededor de la cual se ha desarrollado un entramado de industrias auxiliares del motor. En el terreno industrial también sobresalen:
  • Electrodomésticos: BSH (Bosch, Siemens, Balay)
  • Comida/bebida: Supermercados Sabeco, Chocolates Lacasa, Rivasam Intercontinental S.A, La Zaragozana
  • AutomóvilesOpel España S.A
  • Productos textilesAdidas España S.A
  • Papel y cartón: Industrias Celulosa Aragonesa S.A y Torraspapel S.A
  • ColchonesPikolin
  • Remolques: LeciTrailer y Schmitz Cargobull
  • Maquinaria de elevaciónSchindler
Destaca el transporte de mercancías del aeropuerto de Zaragoza, que en 2017 cargó 117.000.000 kg, lo hace colocarse el tercer mejor aeropuerto español (en cuanto a mercancías) tan solo por detrás de Madrid y disputándose el segundo puesto con Barcelona. 
Proyectos como la Plataforma Logística de Zaragoza (PLAZA), que con 12 500 000 m² es la mayor del sur de Europa, han impulsado el sector logístico en estos últimos años. Además, la apertura de Puerto Venecia, el mayor centro comercial de Europa, ha creado cerca de 4000 puestos de trabajo, siendo un importante centro de atención turística nacional e internacional.
A esta clase de grandes iniciativas comerciales van unidas otras que estimulan la implantación de oficinas en la ciudad, como por ejemplo, el edificio World Trade Center Zaragoza o el espacio de la Exposición Internacional de 2008, convertido en un complejo empresarial y la Ciudad de la Justicia.
Hospital Universitario Miguel Servet Público 1345 Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa Público 808 Hospital Neuropsiquiátrico Nuestra Señora del Carmen Público 287 Hospital Royo Villanova Público 260 Centro de Rehabilitación Psicosocial Nuestra Señora del Pilar Público 172 Hospital General de la Defensa en Zaragoza Público 200 Hospital San Juan de Dios Público 188 Hospital Provincial Nuestra Señora de Gracia Público 151 Hospital MAZ Privado 119 Clínica Quirón Privado 104 Clínica Montpellier Privado 92 Clínica Montecanal Privado 56 Proyecto Rehabilitación Integral de la Salud Mental en Aragón Privado 50 Unidad Rehabilitadora de Media Estancia Profesor Rey Ardid Privado 39 Clínica Nuestra Señora del Pilar 

Historia de los victoriosissimos antiguos Condes de Barcelona

Historia de los victoriosissimos antiguos Condes de Barcelona.
Dividida en tres libros. En la qual allende de lo mucho que de todos ellos y de su descendencia (decendecia)

DIAGO, Francisco.

Historia de los victoriosissimos antiguos Condes de Barcelona. Dividida en  tres libros. En la qual allende de lo mucho que de todos ellos y de su  descendencia.


Obra dividida en tres libros, en la que además de relatarse la decencia, hazañas y conquistas de los Condes de Barcelona, se trata también de la fundación de la ciudad condal, Barchinona, Barcino, Barcinona, Barcelona, y de muchos sucesos y guerras suyas. Además se habla también de los Obispos y Santos, y de los Condes de Urgel, Urgell, Cerdeña (Cerdaña) y Besalú, aparte de otros sucesos relacionados con Cataluña.

Nº de páginas: 672
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: MAXTOR
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788497618946