DEL ORIGEN Y FORMACIÓN DE LA LENGUA CASTELLANA

LIBRO PRIMERO (de la biblioteca histórica filología castellana )

DEL ORIGEN Y FORMACIÓN DE LA LENGUA CASTELLANA

1540.

1. Diálogo de la lengua por Juan de Valdés. Dos códices se conocen de esta preciosa obra. Uno se halla en la Biblioteca Nacional de Madrid: lleva la signatura X-236; consta de 96 hojas útiles; es copia de otras copias, y además le faltan dos hojas, la 79 y la 83. El otro lo guarda el Museo Británico de Londres, y es la copia que mandó sacar Mayans para publicarla en los Orígenes de la lengua española.

Se han hecho las impresiones siguientes:

I. Diálogo de las lenguas Marcio, Valdés, Coriolano, Torres.

Publicado por D. Gregorio Mayans y Siscar en el tomo II de sus Orígenes de la lengua española: Madrid. 1737, en 12:, págs. 1-178 del tomo II.

Mayans en el tomo I de dicha obra, páginas 179 y 180, escribe lo siguiente:

La Copia de este Diálogo que me ha servido de original, en su impresión, es la misma que tuvo el más diligente i más curioso de quantos Historiadores ha tenido España hasta el día de hoi, Gerónimo Zurita; de la qual copia hizo mención el Dotor Juan Francisco Andrés de Ustarroz en los Progresos de la Historia del Reino de Aragón, que añadió i publicó el Dotor Diego Josef Dormer, Arcediano de Sobrarve, en el cap. IV, donde se trata de Los Vestigios de la Librería Manuscrita de Gerónimo Zurita, núm. 27, cuyas palabras son estas:
Diálogo de las Lenguas. Es obra mui curiosa y digna de la estampa por ofrecerse en ella muchas Reglas para hablar con perfección la Lengua Española. Escriviose en tiempo del Emperador Carlos V, i guarda este Manuscrito el Conde de San Clemente.
Después fué a parar en la Librería de un Librero de Zaragoza con otros Libros manuscritos mui preciosos, los quales compró el Bibliothecario Mayor del Rei nuestro Señor en el mes de Marzo de este presente Año 1736. En este manuscrito faltaba una hoja, que con ninguna diligencia he podido suplir; porque aunque de paso vi en la Real Librería de San Lorenzo una copia deste Diálogo, provablemente es un traslado de ésta, como lo indica el carácter de la letra mucho más moderno i el faltarle lo mismo, y además de esso la primera hoja. Acudí a los Índices, i en ellos no pude rastrear indicio alguno del nombre del Autor.

Según se ve, d. Gregorio se valió del ms. de la Biblioteca Nacional, al que no le faltaba entonces más que la hoja 83.

2. Diálogo de la lengua (tenido
ázia el A. 1533) i publicado por primera vez el año de 1737. Ahora reimpreso conforme al MS. de la Biblioteca Nazional, único que el Editor conoze. Por Apéndice va una carta de A. Valdés. ... Madrid: Año de 1860. Imprenta de J. Martín Alegría. Paseo del Obelisco, número 2 (Chamberí). 8.°, LIII, 205, 71 págs.

Forma parte de la Colección de reformistas españoles de D. Luis Usoz y Río, quien ilustró el Diálogo con una introducción y 1.084 notas sobre variantes relativas a la edición de Mayans principalmente.
Esta edición de Usoz es correctísima. Cuando la hizo, ya le faltaba al ms. de la Biblioteca Nacional, además de la hoja 83, la 79.

Pone como interlocutores a Martio, Valdes, Coriolano, Pacheco, Torres, aunque considera a estos dos últimos como uno mismo.

3. Diálogo de la lengua escrito por Juan de Valdés hacia el año 1533 en Nápoles (reimpreso, Madrid 1860) Marcio, Valdés, Coriolano, Pacheco.

Es una reimpresión de las 16 primeras páginas de la edición de Usoz. La hizo el año 1865
en Halle (Druck der Waisenhaus-Buchdruckerei) el profesor de lenguas romances de la Universidad de Estrasburgo, Eduardo Boehmer, para enseñar a leer el castellano a sus discípulos. Consta de 8 páginas a dos columnas; cuatro de aquéllas contienen observaciones gramaticales.

4. Diálogo de las lenguas.

En la edición de los Orígenes de Mayans hecha por la Sociedad La Amistad Librera,
con un prólogo escrito por D. Juan Eugenio Hartzenbusch y notas por D. Eduardo de Mier
(Imprenta de Rivadeneyra), año 1873, se pone el Diálogo de Valdés al comienzo (págs. 1-148), sin mencionar para nada la correcta edición de Usoz.

El Diálogo de la lengua, como se colige de las indicaciones bibliográficas que preceden, permaneció desconocido e inédito por espacio de dos siglos, y el nombre de su verdadero autor no ha sonado hasta el presente, Al generoso valentino, D. Gregorio Mayans, corresponde la honra de haberlo publicado, si bien como anónimo, según el único manuscrito conocido que, procedente de la librería del cronista Zurita, existía en la Biblioteca Real, donde todavía está, según queda dicho, en el fondo de manuscritos; y al erudito D. Diego Clemencín el haber afirmado, en su Comentario al Quijote, que la obra era de Juan de Valdés, pues si bien D. Casiano Pellicer dijo que la escribió un Valdés, asienta que es Alonso, en su Tratado histórico sobre el origen y progresos de la
come ii y del histrionismo en España, impreso el año 1804. Hoy no cabe vacilación de ninguna especie sobre cuál es el verdadero autor de esta obra, después de los eruditísimos trabajos de los Sres. Don Pedro José Pidal, D. Luis Usoz y Río, Benjamín B. Wiffen, Edward Boehmer, D. Fermín Caballero y D. Marcelino Menéndez y Pelayo, quienes con documentos y citas históricas o con razones filológicas han dilucidado este punto de una manera incontestable.

Pero Mayans, si mereció bien de las letras por la publicación que llevó a cabo, mereció al par censura por la edición incorrecta y mendaz que hizo de él, autorizándola con su nombre aquél que había dado feliz y brillante término a empresas que exigían mayor empeño.

I. Artículo del Sr. Pidal, intitulado De Juan de Valdés, y de si es el autor del Diálogo de las lenguas, en la Revista hispano-americana, periódico quincenal, publicado bajo la dirección de D. J. J. de Mora y de D. P. de Madrazo, Tomo I, Madrid, imprenta a cargo de M. Rivadeneyra, 1848. Págs, 18-30.

Usoz, en el prólogo de su edición del Diálogo de la lengua y en los de los tomos IV, IX, X, XI, XV, XVI y XVII de sus Reformistas antiguos españoles.


Life and writings of Juan de Valdés, otherwise Valdesio, Spanish Reformer in the sixteenth century ... London. Bernard Quaritch, 1865.

Cenni biographici sui fratelli Giovanni e Alfonso di Valdesso. 1861 (por Boehmer).

Biblioteca Wiffeniana. Spanish Reformers of two centuries from 1520... By Edward Boehmer... First vol... 1874. Printed in Francke´s Orphanhouse, Halle o/s (págs. 64-130). El segundo vol. fué impreso el año 1883 en la misma ciudad y oficina. Ambos en 4.°

Conquenses ilustres por D. Fermín Caballero. Tomo IV. Alonso y Juan de Valdés. Madrid. Oficina tipográfica del Hospicio, 1875. Págs. 245-263.

Historia de los heterodoxos españoles, por el Doctor D. Marcelino Menéndez y Pelayo... Tomo II. (Colofón:) Acabóse de imprimir en Madrid por F.Maroto e hijos, X Diciembre de MDCCCLXXX. 4.° cap. IV, págs. 149-207.

Ya el título de Diálogo de las lenguas que puso es inconveniente,
supuesto que en él no se trata más que de la castellana; y las frecuentes alteraciones que se ven, y las palabras mal leídas, equivocadas o modernizadas a su antojo, como hablista en vez de hablistan o hablador, ausencia por absencia, principalmente en ésta por especialmente á ésta, empañan la veracidad del original. Por lo cual no es explicable cómo recientemente, en el año de 1873, una persona de reconocida ilustración, el Sr. D. Eduardo de Mier, y un escritor ilustre, así en el arte de Lope y Calderón, como en todo género de estudios filológicos y literarios, el Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch, hayan autorizado con sus firmas una reimpresión a la letra del Diálogo publicado por Mayans, desde el título inclusive, sin que en el prólogo del segundo de dichos señores, ni en las notas del primero, se haga mención alguna del manuscrito de Zurita, de la copia que sacó d. Gregorio, y que está hoy con muchos de sus papeles, en el Museo Británico, ni de la correctísima edición hecha el año de 1860 por Usoz, quien prestó a las letras castellanas, aunque sus designios fueron de propaganda herética, un señalado servicio con tan preciosa, correcta e ilustrada edición del Diálogo de la lengua, que es en ella su título acertadísimo.

Erró, no obstante, Usoz al decir que esta obra fué compuesta hacia el año 1533; yerro que repitieron Wiffen y Boehmer, pues dado que en ella se habla de los cuatro libros del Cortesano, compuesto en italiano por el Conde Baltasar de Castellón, y agora nuevamente traducido en lengua castellana, y se hace referencia de Garcilaso como de persona viva al decirse: Huélgome que os satisfaga; pero más quisiera satisfacer a Garcilaso de la Vega, con otros dos caballeros de la Corte del Emperador, que yo conozco; ni pudo ser escrito el Diálogo hasta el Abril de 1534, en que se publicó la traducción de Boscán, ni después de Octubre de 1536, en que murió en Niza aquel gran poeta, por la herida que recibió en el heroico asalto de la fortaleza de Frejus. Los atinados razonamientos de D. Fermín Caballero y de los Sres. Fabié y Menéndez Pelayo (I) apoyan y autorizan esta afirmación. Pero no debemos callar aquí que el Rdo. P. Miguel Mir, en su Discurso de recepción en la Academia Española, dice que el Diálogo de la Lengua fué escrito por los años de 1540, fecha que se funda, al decir de tan insigne maestro (aunque no lo consigna en dicho Discurso), en ciertas referencias que se hacen sobre los sucesos políticos de aquel tiempo, tan menudamente conocidos por el sabio jesuita, merced al estudio y publicación que, juntamente con otros religiosos de la Compañía, ha llevado a cabo de las Cartas de San Ignacio. Podrá objetarse la fecha de la muerte de Garcilaso; pero ¿no podría ser por ventura esa referencia ficción del diálogo o deseo de consagrar el autor un recuerdo a su ilustre amigo?


I: Caballero y Menéndez Pelayo, en los libros citados, y D. Antonio María Fabié en el prólogo de su edición de Los cuatro libros del Cortesano, compuestos en italiano por el Conde Baltasar Castellón, y traducidos en su lengua por Boscán: Madrid. M. Rivadeneyra, 1873. Es el tercer volumen de los Libros de antaño: 8.°, LXIX-581 págs.
2: Menéndez y Pelayo, Hist. de los heterod. t. II, pág. 173.

Nació el Diálogo de la lengua de reales y verdaderas conversaciones tenidas por Valdés con amigos suyos, españoles e italianos, en su quinta de la ribera de Chiaja, en donde todos los domingos reuníanse durante la mañana a leer la Biblia o a discurrir sobre puntos de religión, consagrando la tarde, después de comer, a departir sobre asuntos literarios o de amena erudición. Allí se tuvo, pues, el coloquio que en esta preciosa obra castellana se contiene; y sólo así, a la vista de aquel golfo en donde descuellan por un lado Capri y Bayas, y por otro Ischia y Prócida, como blancas gaviotas meciéndose sobre la azulada superficie de aquel poético mar; en donde los mil aromas del campo,
siempre florido, embriagan los sentidos, y en donde aquel cielo con su incomparable hermosura y sus vivísimos tonos sonríe al alma, puede concebirse que se compusiera un libro que, teniendo por asunto el árido estudio de la Gramática y de otras cuestiones filológicas, resultase tan ameno, tan interesante y tan simpático, aun para aquéllos que no sientan inclinaciones a tales enseñanzas.
Bien es verdad que era el autor, como dice muy bien un ilustre académico (2), un hombre de mundo y de corte, y no un filólogo paciente, pues entonces no había otra filología que la que nace del buen gusto individual y del estudio y comparación de las lenguas clásicas, las cuales poseía a maravilla
nuestro autor.

Cuatro son los interlocutores del Diálogo: Marcio, que no es Marco Antonio Flaminio, ilustre poeta de ímola; ni Marcio Martirano, editor de las obras póstumas del Obispo Coriolano, sino Marco Antonio Magno, apoderado de la Duquesa de Trajetto, a quien dedicó la versión italiana que
cuatro años más tarde hizo del Alfabeto Cristiano de Valdés; Coriolano, compatriota del anterior, no debe ser confundido con el Obispo de San Marcos de Calabria, ilustre grecizante: tal interlocutor es, a no dudarlo, Coriolano Martirano, Secretario del Virrey D. Pedro de Toledo; un soldado español,
que primeramente se llama Pacheco y luego Torres por corrección del autor, no puede ser en modo alguno Bartolomé de Torres Naharro, como llegó a suponer D. Adolfo de Castro, por haberse publicado en Nápoles, año 1517, su Propaladia, supuesto que el dramático extremeño ni era militar ni poco latino, como aparece en el Diálogo, en donde, para mayor prueba de lo que decimos, se
habla del estilo que usó Torres Naharro en la citada obra. Completa, por último, el número de los interlocutores el mismo Juan de Valdés, de quien los demás solicitan su opinión y consejo.

Reunidos después que hubieron comido los cuatro amigos en la poética quinta del último, dice Marcio, siendo a la vez intérprete de los demás, a Valdés: Pues los mozos son idos a comer, i nos han dejado solos; antes que venga alguno que nos estorbe, tornemos a hablar en lo que comencé a deciros esta mañana... Bien os debéis acordar como al tiempo, que, agora dos años, partistes desta tierra para Roma, nos prometistes a todos tres, que conservariades y entreterniades nuestra amistad. como habéis hecho con vuestras cartas. Agora sabed que después de vos ido, nosotros nos concertamos desta manera: que cualquiera de nosotros que recibiera carta vuestra, la comunicase con los otros; y esto habemos hecho siempre así: y habemos tomado en ello mucho pasatiempo; porque con la lición refrescábamos en nuestros ánimos la memoria del amigo ausente, y con los chistes y donaires de que continuamente vuestras cartas venían adornadas, teníamos de reír y con que holgar, y notando con atención los primores y delicadeza que guardábades y usábades en vuestro escribir castellano, teníamos sobre que hablar y contender, porque el Sr. Pacheco como hombre nacido y criado en España, presumiendo saber la lengua tan bien como otro, y yo como curioso della, deseando saberla así bien escribir como la sé hablar, y el Sr. Coriolano, como buen cortesano, queriendo del todo entenderla (porque, como veis, ya en Italia asi entre damas como entre caballeros, se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano), siempre hallábamos algo que notar en vuestras cartas, así en lo que pertenecía a la ortografía, como a los vocablos, como al estilo: y acontecía que como llegábamos a topar algunas cosas, que no habíamos visto usar a otros,
a los cuales teníamos por tan bien hablados, y bien entendidos en la lengua castellana, cuanto a vos muchas veces, veníamos a contender reciamente: cuando sobre unas cosas, y cuando sobre otras, porque cada uno de nosotros, o quería ser maestro, o no quería ser discípulo. Agora que os tenemos
aquí, a donde nos podéis dar razón de lo que pues así habemos notado en vuestra manera de escribir, espedimos por merced. nos satisfagáis buenamente en lo que os demandaremos...

Trata de excusarse Valdés con gentiles y amables palabras, diciendo que por haber aprendido la lengua castellana, no en libros, sino por el uso común de hablar, juzga fuera de propósito que le quieran demandar cuenta de lo que está fuera de toda cuenta, y que además es perder el tiempo hablar en una cosa tan baja e plebeya como es punticos y primorcicos de lengua vulgar y en otras niñerías de la lengua.

Un donairoso discreteo sigue manteniendo la conversación en sus comienzos, en los que también se hace resaltar la excelencia de la lengua castellana, hasta que, vencido el ánimo de Valdés, promete éste contestar a cuanto le pregunten sus amigos. Pónense éstos de acuerdo y convienen en preguntarle:
En la primera parte, lo que sabe del origen o principio que han tenido, así la lengua castellana como las otras lenguas que hoy se hablan en España. En la segunda, lo que pertenece a la Gramática. En la tercera, lo que le habemos notado en el escribir unas letras más que otras. En la cuarta, la causa que lo mueve a poner o quitar, en algunos vocablos, una sílaba. En la quinta, le pediremos nos diga por qué no usa de muchos vocablos que usan otros. En la sexta, le rogaremos nos avise de los primores que guarda cuanto al estilo. En la séptima, le demandaremos su parecer acerca de los libros que están escritos en castellano. Al último, haremos que nos diga su opinión sobre cuál lengua tiene por más uniforme a la latina, la castellana o la toscana. De manera que lo
primero será del origen de la lengua. Lo segundo de la Gramática. Lo tercero de las letras a donde entra la ortografía. Lo cuarto de las sílabas. Lo quinto de los vocablos. Lo sexto del estilo. Lo séptimo de los libros. Lo último de la conformidad de las lenguas.

No es de nuestro propósito exponer y juzgar aquí cada una de estas partes del Diálogo de la lengua. De algunas hablaremos en el correspondiente lugar de esta obra. De otras, y de los principios que en ellas se mantienen, hablaríamos de buen grado; pero sólo mencionaremos aquel pasaje en que se recomienda la sencillez y claridad del estilo, cuando con las menos palabras se dice lo que se piensa y de tal suerte que no se puede quitar ninguna sin ofender a la sentencia o al encarecimiento o a la elegancia, sustentando así una admirable teoría, condensada en un solo pensamiento; y aquel otro en que, con singular donosura y aguda crítica, presenta Valdés las autoridades de la lengua, o sean los libros en que debe ejercitarse el que quiera aprenderla, entre cuyos autores descuellan los poetas del Cancionero, Garci Sánchez de Badajoz, el Bachiller La Torre, Guevara, el Marqués de Astorga y, sobre todos, Jorge Manrique, Juan de Mena, Juan del Encina con su
Farsa de Plácida y de Vitoriano, que compuso en Roma; los traductores Fr. Alberto de Aguayo y el Arcediano del Alcor, Alfonso Fernández; Diego de San Pedro y los textos de los romances viejos y de la Celestina, que es el libro castellano donde la lengua está más natural, propia y elegante.

La lengua primitiva de España, según este autor, más que la vizcaína, era así griega en su mayor y principal parte, como después fué latina, lo cual apoya Valdés en dos razones: una, en que los historiadores dicen que los que más platicaron en España fueron los griegos, así con armas como con contrataciones; otra, en que los vocablos castellanos que no son latinos ni arábigos, son griegos. Ejemplos:
apeldar, por huir; cadira, por silla (cátedra); fantasía, por presunción; gazafatón, por cosa mal dicha; malatia, por enfermedad; zillero, por el lugar donde ponen la harina; y las voces de uso corriente: azomar, artesa, abrasar, barrio, brasa, cañada, cara, carátula, chimenea, glotón, masa, mes, mozo, tragar, tragón, tramar, truhán, pinjiado. zelemín, zisne.

La lengua latina (escribe el ilustre conquense), desterró en España a la griega, y fué la que se habló con los residuos que de ésta quedaron, hasta la venida de los Godos, los cuales no hicieron desaparecer el latín, sino que le corrompieron más con nuevas exóticas palabras.
Esta lengua latina, así mezclada y corrompida, duró por toda España, según el autor, hasta el año 719 (sic), en que vinieron los moros, cuyo idioma empezó a hablarse, excepto en Asturias, Vizcaya, Lepuzca y algunos lugares fuertes de Aragón y Cataluña que no pudieron ser sojuzgados.

Hasta la conquista de Granada, dice Valdés, no pudieron tanto conservar los españoles la pureza de su lengua, que no se mezclase con ella mucho de la arábiga; y de los vocablos que dejaron, añade, el uso hacía tener por mejores que los latinos algunos de ellos, diciéndose
alhombra, mejor que tapete; alcreuite (alcrebite), que piedra zufre; azeite, que olio.

Muchas voces nuestras que empiezan por un al, que los moros tienen por artículo, afirma Valdés que rotundamente pueden considerarse como árabes, de la misma manera que las que principian por az, col, cha, chi, cho, chu, gua, ha, xa, za, y hasta por en, h, x o y; y cita las siguientes:

Almaizar, Almirés, Almohada, Alhombra, Almohaza, Alhareme, Azaguán, Azair, Azagaya, colcha, colgajo, cohecho, chapín, chinela, choza, chueca, haxa, haragán, harón, Guadalherza, Guadalquivir, guadamecil, Guadarrama, xaquima, xerga, zaherir, zaquizamí, zafio, enhelgado, enhaziado, endechas.

Pero con todos estos embarazos, i con todas estas mezclas, todavía la lengua latina es el principal fundamento de la castellana, de tal manera que si se afirmara que el origen de la lengua castellana es la latina, se diría la verdad, y todo lo que dicho queda sería excusado.

Alguna voz ha añadido el hebreo a nuestro idioma, dice Valdés, como
Abad, (N. E. Ver Abun de Bashmayo en arameode donde viene Abadesa, Abadía y Abadengo; saco por costal o talega, que también lo ha tomado el castellano de la lengua santa, como casi todas las otras lenguas que han sucedido a ésta.

Los vocablos que tienen f en latín llevan h en castellano: fava, haba.

En muchas partes de Castilla la s latina se convierte ea x: sastre, xastre; y la c latina en y: faciunt, hazen. (facen en castellano anterior)

Si Antonio de Nebrija, dice bien un escritor ilustre, no hubiera escrito antes su Gramática, Ortografía y Vocabulario, habría de concederse a Juan de Valdés el título de fundador de la filología castellana; pues él fué el primero que se ocupó en los orígenes de nuestra habla; el primero que la escribió con tanto amor y aliño como una lengua clásica; el que intentó fijar los cánones de la etimología y del uso, poner reparo a la anarquía ortográfica, aquilatar los primores de construcción y buscarlos en la lengua viva del pueblo, sin desdeñar los refranes que dicen las viejas tras el fuego y que había recogido el Marqués de Santillana (I).

I: Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, tomo II, pág. 169.

Continúa editado en la biblioteca histórica

BIBLIOTECA HISTÓRICA DE LA FILOLOGÍA CASTELLANA

BIBLIOTECA HISTÓRICA 
DE LA
FILOLOGÍA CASTELLANA

POR
EL CONDE DE LA VIÑAZA


CONDE DE LA VIÑAZA (Cipriano Muñoz y Manzano)


OBRA PREMIADA POR VOTO UNÁNIME
EN PÚBLICO CERTAMEN DE LA
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Y PUBLICADA A SUS EXPENSAS

MADRID
IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE MANUEL TELLO
IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
DON EVARISTO, 8
1893  



LIBRO PRIMERO

ÍNDICE GENERAL DE MATERIAS.

Advertencia (se omiten las páginas originales porque no coinciden con la paginación de este libro)

Introducción. - De la opinión que tuvieron acerca de la excelencia de la lengua
castellana algunos escritores españoles.

Abreviaturas importantes.

Libro primero. -Del origen y formación de la lengua castellana.

Libro segundo. -De la gramática.

Primeva parte. -Analogía y sintaxis.

Segunda parte. -Ortología, prosodia y métrica.

Tercera parte. -Ortografía.

Libro tercero. -Del diccionario.

Primera parte. -Diccionarios generales.

Segunda parte. -Etimologías.

Tercera parte. -Sinónimos.

Cuarta parte. -Arcaísmos. 

Quinta parte. -Neologismos. 

Sexta parte. - Provincialismos. 

Séptima parte. -Tecnicismos. 

Octava parte. -Refranes. 

Novena parte. -Estudios varios lexicográficos y curiosidades filológicas.

Adiciones 

Adición a la Introducción 

Adiciones al Libro primero

Adiciones a la Primera parte del Libro segundo 

Adiciones a la Segunda parte del Libro segundo 

Adiciones a la Tercera parte del Libro segundo

Adiciones a la Primera parte del Libro tercero 

Adiciones a la Segunda parte del Libro tercero 

Adiciones a la Quinta parte del Libro tercero 

Adición a la Sexta parte del Libro tercero


ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS DE PERSONAS.

Con el fin de facilitar el manejo de este índice alfabético, advertimos: 1: Que los nombres de los autores de cuyas obras se da noticia en esta Biblioteca van en carácter
cursivo, y los de los demás, mencionados en el texto (excepción hecha de los de los impresores y libreros que no se citan en este índice), en redondo.
2: Que los números romanos corresponden a las páginas de la advertencia preliminar y a las de la introducción.
3: Que los números arábigos impresos en carácter cursivo se refieren a la serie de artículos de esta Biblioteca, y los en redondo a las columnas.
(Se omite paginación).

Abad de Contreras (Licenciado Alonso).
Abancens (D. Ramón
Abarca de Bolea y Castro (Don Luis), Marqués de Torres. - Véase Torres.
Abaurrea (Martín de).
Abenamar (Pseudónimo de D. Santos López Pelegrín). -Véase López Pelegrín.
Abril (Mtro. Pedro Simón)
Academia Española (Real)
Acebedo (D. Balthasar de)
Acosta, médico
Acursio
Adeline (J.)
Adrián Nevado (Vicente)
Afán de Ribera (D. Per), Marqués de Tarifa
Afonsequa (Bartolomeu d´)
Agreda (Licenciado)
Aguayo (Fr. Alberto de)
Aginar (Ldo. Diego de)
Águila, Aguila (Conde de)
Aguilar Lara (Dr. D. J.)
Aguilar y Manuel (General D. Luis de), Señor de la Villa de Badillo
Aguirre (Cardenal)
-(Eduardo)
-(Pedro de)
Agustín (D. Antonio)
Aicart (D. Agustín) -Véase Tracia.
Alambert (M. d´)
Alarcón (Dr. D. Francisco de)
-(D. Jerónimo)
-(Dr. D. Francisco Antonio)
Albanel (D. Galcerán)
Albiniano de Rajas (P. Paulo)
Alburquerque (Duque de)
Alcalá, Alcala (Fr. Pedro de)
Alcalá Galiano (D. Antonio)
-(D. Pelayo)
Alcázar (Baltasar del)
Alcáçar (P. José)
Alcedo (D. Antonio de)
Alciato.
Alcouce y Caniba (Jacinto)
Aldrete, Alderete (Dr. Bernardo)
Alea (D. José Miguel)
Alejandro VI. -Véase Borja (d. Rodrigo de).
Alemán (Mateo)
Alemany (D. Lorenzo de)
Alfaro (D. Agustín)
Alfonso II de Aragón, el Magnánimo
Alfonso III de Portugal
Alfonso X, el Sabio
Aliaga (Fr. Luys de)
Alix (D. Enrique)
Almazán (D. Miguel de)
Almirante (D. José)
Alonso (D. Christóval)
Alonso (D. Juan Bautista)
Alonso de Beraça o Beraza (D. J. M.)
Alonso y de los Ruyces o Ruyçes de Fontecha (Dr. Juan)
Altamirano Portocarrero (Don Gregorio)
Alvarado (D. Félix Antonio)
Alvarado (Francisco de)
Alvarez, Álvarez (Alfonso)
-(Francisco)
Alvareç (D. Enrique)
Alvarez (P.)
Alvareç Bugallal (D. Saturnino)
Alvareç de Cienfuegos (Don Nicasio)
Alvareç Gutierreç (Pbro.)
Alvarez de Illescas (Alfonso)
Alvareç Jiménez (D. Emilio)
Alvareç del Mármol (Juan)
Alvareç Moreda (D. J. M.)
Alvareç de Pedrosa (Antonio)
Alvareç Sereix (D. Rafael)
Alvareç de Toledo (D. Gabriel)
Alvear (D. A.)
Allende Salaçar (D. Ángel)
Amabile (I. G.)
Amada (Diego Lorenzo de)
-(D. Joseph Félix de)
-(Manuel de) -1309.
Amador de los Ríos (D. José)
Améçaga (D. Braulio)
Ammonio Gallo
Ammonio Graeco
Amo (Dr. D. Mariano del)
Ampère (Mr. J.)
Amunátegui (D. Miguel Luis
Anacreonte
Ana Oller (Anagrama de Don Francisco J. Orellana). -Véase Orellana.
Andrada (Francisco de)
Andrade (P. Diego de)
Andrés y Rodríguez, (Don Emeterio)
Andrés de Ustarroz (Dr. Don Juan Francisco)
Angrivario (Juan Lorenzo) -
Anguiç, Anguiz (D. Antonio)
Angulo (Estevan de)
-(D. Francisco Antonio de)
Anónimos
Amphiareo (Fr. Vespasiano)
Anríquez (Li
ao)
Antolín y Sáez o Sáeç (D. Francisco)
Antonio (Nicolás)
Aparicio (Juan de)
Apiano
Apráez (Ldo. D. Francisco de)
Apráiç o Apráiz:; (D. Julián)
Apuleyo
Aquario Lodoan
Aquaviva (Julio) -Véase Pío V.
Aragón, Aragon (Fr. Andrés)
-(D. Carlos de), primer Duque de Terranova
-(D. Enrique de) - Véase Villena.
-(Francisco de)
Aranda (D. Juan Antonio de)
Araño (D. Miguel )
Araujo (Dr. Dionisio H.)
Aravaca (P. Juan de)
Arce de Benavente (Fernando)
Arenzano (Dr. D. Martín de)
Arellano (D. Marcos de)
Ares Bugallo (Rafael)
Aretio (Mario)
Arévalo (P. F.), S. J.
Arévalo y Gener (D. Luis de)
Argensola (Bartolomé Leonardo de). -Véase Leonardo.
Argenta (D. Vicente Martín de)
Argote de Molina (D. Gonçalo, Gonzalo)
Arguijo (D. Juan de)
Arias de Miranda (D. José)
Arias Montano (Benedicto)
Arias de Neira Portocarrero (D. Rodrigo)
Arias de Villalobos (Ldo.) -
Aribau (D. Carlos de Buenaventura)
Ariosto (Ludovico)
Arístides el retórico
Aristizabal (D. Gabriel de)
Aristófanes
Aristóteles
Armona (D. Pedro Alcántara de)
Arnaldo Márquez (D. T.)
Arnao (D. Antonio)
Arnedo (D. Cipriano de)
Arnhem (Gerardo)
Arnobio
Arona (Juan de) (Pseudónimo de D. Pedro Paz Soldán y Unanue). -Véase Paz Soldán.
Arosemena (Leopoldo J.)
Arquiloco
Arrazola (D. Antonio María de)
Arriagada (D. Félix)
Arroyo (P. Fr. Esteban de)
Arroyo (D. Santiago)
Artabe y Anguita (D. Gabriel)
Arués (Ldo. Pedro de)
Arzac y Echeveste (Ldo. Don Juan Domingo de)
Ascoli (G. J.)
Asensio (D. José María)
Asquerino (D. E.)
Astarloa (D. Pablo Pedro)
Astorga (Marqués de)
Athencaeo
Atón (Bernardo), Vizconde de Carcasona
Atrián y Salas (D. Miguel)
Aufrech
Aulo Gellio
Aurioles (D. Pedro Nolasco)
Avalos, Ávalos (D. Andrés de), Príncipe de Montesarcho
Avelló Valdés (Ldo. Don Juan)
Avendaño y Gamboa (D. Diego de)
Avendaño (D. Joaquín de)
Aversó (Luis de)
Avicena
Avila, Ávila (Juan de) (Maestro de niños)
( Mtro. Juan de )
(D. Nicolás de)
Avilés (Fr. Francisco de)
Avilés y Salinas (Dr. D. José María)
Azara (D. Eustaquio de), Obispo de Barcelona
-( D. José Nicolás de) -
Azebedo (D. Fernando de)
Aznar de Polanco (D. Juan Claudio)
Azpilcueta Navarro (D. Martín)
Ayala (Gonzalo de)
(Lorenzo)
Ayamonte (Marqués de)
Ayegui (D. Juan Pedro)
Aytona (Marqués de)
Ayuso (Juan de)

B

Bacallar y Sanna (D. Vicente), Marqués de San Felipe
Bachiller y Rosillo (C.)
Baena (Eugenio)
Baeza (Juan de)
Bails (D. Benito)
Baist (G.)
Balaguer (Jacinto)
Balaguer (D. Víctor)
Balari y Jovany (Dr. Don José)
Balbuena y Fére, (D. Josef)
Baldarze (Diego de)
Balinas de Figueroa (Francisco)
Balmes (Jaime)
Balschan (M.)
Balzac (Honorato)
Ballesta
Ballester de Belmonte (Don Tomás)
Ballesteros y Saavedra (Don Fernando de)
Ballot (D. Josef Pablo)
Baquerizo (Francisco)
Barahona (D. Lope Alonso)
Barahona de Soto (Luis)
Baraibar de Haro (D. Felipe)
Barajas (Conde de)
Baralt (D. Rafael María)
Barba (D. Jesús)
Barbieri (D. Francisco A.)
Barca (D. Francisco)
Barcia (Roque)
Baretti (Joseph)
Bargas (Francisco de)
Bargas Machuca (D. Antonio)
Barnuevo (R. P. M. Fr. Joseph de)
Baró (D. Teodoro)
Baró y Guillelmi (D. Pedro)
Baronio (César)
Barra (D. Eduardo de la)
Barrantes (D. Vicente)
Barrera (D. Juan José)
Barrett (S.)
Barreto (Francisco)
Barreto Feio (J. V.)
Barroeta (D Alejandro)
Bartsch
Bassoco (D. José María de)
Bastero (Dr. D. Antonio)
Bastero (d. Baltasar), Obispo de Gerona
Bastones (Alonso)
-(Antonio)
Basso (Josef Joaquín)
Bassols (Narciso)
Bastus (Dr. D. Y. Joaquín)
Batler (P. Tomás)
Batres Jáuregui (Antonio)
Baylio
Beaufort (Doña Francisca de), Duquesa viuda de Osuna
Beaumont (D. Luis de), Condestable de Navarra, Conde de Lerín
-(D. Juan de)
Beaumont de Navarra (Fr. Vicente)
Beaurepaire-Rohan (Vizconde de)
Beauzée
Becano Goropio (Juan)
Becerril (D. Juan de)
Belmonte (Fernando)
Belver (D. José)
Belvitges (D. Joseph)
Bellarmino (Cardenal Roberto)
Bello (D. Andrés)
Bellon (Petro)
Bembo (Cardenal Pietro)
Benavides (D. Luis de)
Benbibre (Pao de)
Benedeti (D. Antonio)
Benfey
Benot (D. Eduardo)
Bensley (E. R.)
Berganza, (Fr. Francisco de)
Bergier (Abate)
Bergier (Nicolás)
Berguedá (Guillén de)
Berguizas (D. Francisco)
Bermúdez de Pedraza (Ldo. Francisco)
Beroso
Beruaga (Antonio de)
Berrugo Cansino (D. Juan)
Bescherelle
Bestard ( Pedro J. )
Beuter (Dr. Pedro Antonio)
Bigotte (Sr.)
Billela (D. Juan)
Billet(Mtro. d. Pablo)
Blair (Hugo)
Blancard (L.)
Blanco (Dr. D. Jerónimo E.)
Blanco (D. Juan Pablo)
Blasco (P-)
Blasi (Joseph)
Blasius (M.)
Blumentritt (Dr. Ferdinand)
Bobadilla (Francisco de)
Bocacio (Johan) (
Giovanni Bocaccio, Juan) lo-decameron.blogspot.com
Bochart (Samuel)
Boehmer (Edward)
Bogan
Böhl de Faber (Doña Cecilia) (Fernán Caballero) -Véase Caballero.
Bohn (Henry George)
Boigenio (Cornelio Teodori)
Boil y Valero Ramírez (Ldo. D. Gregorio)
Boileau
Boix (D. Ignacio)
Bona (D. Félix de)
Boned (D. Leandro)
Bonsoba i Moreno (D. Mariano)
Bopp (F.)
Borao (D. Jerónimo)
Borbón (Príncipe D. Luis), Conde de Soesón
Bordazar de Artazu (Antonio)
Borges (Sim
ao)
Borgoño (Ldo. Francisco)
Borja y Velasco (D. Gaspar de)
Borja (D. Rodrigo de, o sea el Papa Alejandro VI)
Borr
as (J.)
Borrás (D. José )
Boscán (Juan)
Bosch (D. Miguel)
Bouche (Onorato)
Bowles (Dr.)
Bravo (Félix)
Brachet (Auguste)
Bradford (Carlos F.)
Bradford Frazze
Braga
Bravo (P. Bartholomé) S. J.
Bravo Graxera (Ldo. Gonzalo)
Bravo de Robles (Joseph)
Bréal (M.)
Bretón de los Herreros (Don Manuel)
Briceño (Juan)
Briz Martínez (Abad Fr. Juan)
Breymann (Hermann)
Brezé (Marqués de). Urbano de Maillé
Broch (Pbro. Joseph)
Brunet
Bruno (José C.)
Brunot (Ferdinand)
Budeo
Bueno (Juan J.)
Burgos (D. Augusto de)
Burgos (Juan de)
Burnouf
Burriel (P. Andrés Marcos)
Bustamente (Mtro.)
-(Bartolomé de)
-(D. Juan de D.)
Bustillo y Azcona (D. Fernando)
Busto (Dr. Bernabé)
Butler (Henry)
Butrago (D. Alonso de)
Burette
Bujault (Jaime)

C

Caballero (D. Fermín)
Caballero, Fernán - Véase Böhl de Faber, Cecilia.
Caballero (D. José)
Caballero Rubio (Ramón)
Cabeças, Cabezas (Alonso)
-(Andrés)
Cabello (Mathías)
Cabral (A.)
-(Dr. Jorge), S. J.
Cabrera (D. Marcos de)
Cabrera (D. Ramón)
Cabrera y Soto (D. Rodrigo Lorenço de)
Cadreita (Marqués de)
Cahier (P. Ch.), S.J.
Caix (Dr. Napoleón)
Calandrelli (M .)
Calatajeras (Fr. Ventura de)
Caldeira (V.)
Calcaño (D. Julio)
Calcaño (D. Juan Antonio)
Calcaño y Tañida (D. Juan Bautista)
Calderón (D. Juan)
Calderón de la Barca (D. Pedro)
Calepino
Calmberg
Calleja (D. Carlos M.)
Calleja (D. Juan Manuel)
Callimaco
Cámara (D. Eugenio de la)
Cámara o del Padrón (Juan Rodriguez de la)
Camejo (D. José Ramón)
Camilli (Camilo)
Camöens
Campano (Lorenzo)
Campillo (D. Narciso)
Campo y Hiermo (Agustín del)
Campomanes (Conde de)
Camps Armet (C.)
Campuzano (D. Ramón)
Canalejas (D. Francisco de)
Cancini (Marco Antonio)
Canello (Ugo Angello)
Canga Arguelles (D. José)
Caninio (Angelo)
Cano (Melchor)
Cano (Tomé)
Cánovas del Castillo (D. Antonio)
Canto e Castro Mascarenhas Valdés Hidalgo (Manuel do)
Cantú (César)
Cañes (Fr. Francisco)
Cañete (D. Manuel)
Capella (Marciano)
Capellán (Dimas)
Capmany y de Montpalau (D. Antonio de)
Caramillo (Mtro. Crispín) - (Pseudónimo de D. Cándido María Trigueros)
Caramuel (Juan)
Caravallo (Francisco)
Carbajal (José M.)
Cardaveraz (P. Agustín de) S.J.
Cárdenas (D. Raphael de)
Careaga (Antonio)
Carey
Carlos V de Alemania y I de España
Carmona (Juan de)
Carnicer (D. León)
Caro (Ldo. Rodrigo)
Caro (D. Miguel Antonio)
Caro y Cejudo (Ldo. Jerónimo Martín)
Carpena y Trigueros (Don Antonio)
Carreras Sanchís (Dr. Don M.)
Carricarte (Matheo)
Carrillo (D. Alonso), Arzobispo de Toledo
-(Pbro. D. Crescencio)
-(Dr. D. Martín)
Carrillo de Mendoza (D. Diego)
Carrión (Pbro. D. Joaquín)
Carrocio (Agustín)
-(Joseph)
Carsio (Paulo)
Cartario (Vincencio)
Carteret (Lord John)
Carvadillo (Ldo.)
Carvajal (Diego de)
Carvajal (D. Francisco)
Carvajal (Dr. Lorenzo de)
Carvajal y Vargas (D. Fermín de), Conde del Castillejo y del Puerto
Carvallo (Luys Alfonso de)
Cary Becker (Sarah)
Casani (R. P. Joseph)
Casanova (Mtro. Joseph de)
Casanovas y Ferrán (D. Joaquín)
Casanueva (D. Valeriano)
Casas (Christóval de las)
Casas (D. José de)
Casas y Mendoza (D. Nicolás)
Cascales (Ldo. Francisco)
Casero (D. Antonio)
Casiri (D. Miguel)
Casquicio (Ferrant)
Castaldo
Castelar (D. Emilio)
Castelbranco (D. Francisco de), Conde de Sabugal
Castellar (Conde de)
-(D. Joseph del)
Castellón (Conde Baltasar de)
Castilla (D. Francisco)
Castillo (Ldo. Alonso del)
-(Diego de)-1499.
Castillo (D. Pedro)
Castillo (Ldo. Pedro)
Castillo (Dr. Rafael Julián)
Castillo (D. Sebastián del)
Castro (D. Adolfo de)
Castro (Alonso de)
-(Baltasar de)
-(D. Francisco de), Conde de Castro, Duque de Taurisano, Virrey de Sicilia
-(P. Francisco de), S. J.
Castro (Br. Julio)
Castro ( Mtro. León de )
-(D. Manuel de)
-(D. Miguel de)
-(Pedro Antonio de)
-(Cardenal D. Rodrigo)
-(D. Rodrigo de), Arzobispo de Zamora
-(Rodrigo Francisco de)
Castro y Orozco (D. José)
Castro y Quiñones (D. Pedro de), Arzobispo de Sevilla
Catalá Bayer (D. Fr. Joaquín)
Catalina del Amo (D. Severo)
Catalina de Rusia
Catón, Caton
Catullo
Caveda (D. José)
Ceán Bermúdez (D. Juan Agustín)
Ceballos (D. Pedro Fermín)
Cedillo (Mtro. Alonso)
Celedón (Pbro. D. Rafael)
Celso (Cornelio)
Cerda (Doña Ana de la), Condesa de Melito
-(D. Diego de la)
- (D. Johan de la)
-(P. Juan Luis de la), S. J.
Cerda y Mendoza (Juan de la)
Cerda y Rico (D. Francisco)
Cerdaña (Francisco Thomás de)
Cereço, Cerezo (Diego)
Cervantes (Miguel de)
Cervantes de Saladar (Francisco)
Céspedes (Mtro. Baltasar de)
-(D. Gabriel)
César (Julio)
Cetina (Gutierre de)
Cicerón (Marco Tulio)
Cienfuegos. -Véase Alvarez de Cienfuegos.
Cifuentes (Fr. Francisco)
Cisneros (Ldo. Diego de) - Véase Encarnación.
Cisneros (Doña Mencía de)
Clairac y Sáenz (D. Pelayo)
Clavijo y Fajardo (D. José)
Clemencín (D. Diego)
Clemente (David)
Clemente VIII (Pontífice)
Climent (D Josef), Obispo de Barcelona
Clusio
Coadros (Manoel de)
Cobo de la Torre (D. José Manuel)
Cobos (P. Christóval de los)
Cobos (César Francisco de los)
Codru Dragusiánulu (Sr. Juan Germán)
Coelho (F. Adolpho)
Coello (Pedro)
Coenen (Ger.)
Cohen (Jacob S )
Colebrooke
Colin Thovoyon (Juan)
Colmeiro (Dr. D. Miguel)
Colona (D. Jaime), Obispo de Lumbierri
Columela
Coll y Vehí (D. José)
Collado Peralta (Pedro)
Collantes (D. Vicente)
Comellas (D Bartolomé)
Comeno (J. A.)
Commelerán (D. Francisco A.)
Concepción (Fr. Jerónimo de la)
Conde (Bernardo)
-(D. J. A.)
Condestable de Portugal (Don Pedro)
Condillac
Connelly (Fr. Tomás), O. P.
Connink (D. Adrián)
Contreras (Mtro. Fr. Diego de)
-(D. Pedro Manuel de)
Copinete (Mtre. Johan)
Copons (Doña Magdalena Justa de)
Corbera (Adrián de)
Córdoba (D. Francisco de)
Córdova (Ldo. D. Antonio de)
Córdova (Fr. Juan de)
Connón (Francisco)
Cornet (Fr. Ramón)
Corneille
Cornellas (D. Clemente)
Cornu (Jules)
Correa de Montenegro (Manuel)
Correas o Korreas (Maestro Gonzalo)
Corssen
Cortés (D. Antonio)
Cortés (D. Manuel)
Cortés (D. Juan Lucas)
Cortés y Morales (D. Balbino)
Cortés Moreno (D. Antonio)
Cortés de Tolosa (Juan)
Cortina y de Castro (Conde de la) -Véase Gómez de la Cortina.
Cosgaya (Eusebio de)
Costa (D. Joaquín)
Cota (Rodrigo)
Covarrubias (D. Antonio de)
Covarrubias (D. Joseph de)
Covarrubias Orozco (D. Sebastián de)
Crates
Crawford
Crespo (Alonso)
Creus (D. Juan)
Creutziger
Croce (P. Adrián Antonio de) S. J.
Crukio Messenio
Cruz (Sor Juana de la)
-(Thomás)
-(D. Juan Francisco de la)
Cruz Vasco (Ldo. Luis de la)
Cubí i Soler (D. Mariano)
Cuebas (Juan de)
Cuéllar (D. J. de)
Cuervo (Lucas del)
Cuervo (D. Rufino José)
Cuesta (Juan de la)
Cuet (D. Domingo)
Cueto (D. Luis de)
Cueto (D. Leopoldo Augusto de), Marqués de Valmar -
Cueva (Juan de la)
Cueva (Ldo. Luis de la)
Curiel (Dr. D. Pedro)
Cutanda (Dr. D. Vicente)
Cuterillo (Martín de)

CH

Chacón (D. Ricardo)
Chalumeau de Verneuil (M.)
Chao (Eduardo)
Charrotier (Mtre. Alen)
Chazareto (Luis)
Chrisippo
Christóbal y Xaramillo (Don Guillermo Antonio de)
Chirchmayr (Matías)

D

D. y Pedraz (Donaciano)
Dale Campio
Damas- Hinard
Dambu (Daniel)
Daniel (Amoldo)
Dante
Darmesteter (Arshte)
David (Mtro. Martín)
Dávila (Fr. Agustín), O. P.
-(Gaspar)
-(Ldo. D. Nicolás)
Davitcho (H. S. David. Benjamín y Jacob)
Décurtins
Deecke (W.)
Defrémery (M.)
Delátré (M. L.)
Delgado (Dr. Juan)
Delgado de Jesús y María (P. Santiago), escolapio
Demetrio Phalareo
Demócrito
Demóstenes
Dendo y Avila (Manuel)
Denis (Ferdinand)
Despanterio Ninivita (J.)
Díaz (Epiphanio)
Díaz (Luis María)
Díaz de Alcaraz (D. Sebastián)
Díaz de Bustamante (D. Manuel Francisco)
Díaz Cardoso (Antonio)
Díaz Guerra (Juan)
Díaz de Herrera (Pedro)
Díaz de León (Dr. Jesús)
Díaz Martín (D. Manuel)
Díaz Morante (Mtro. Pedro)
Díaz Morante, el anciano (Pedro)
Díaz Y Pérez (Nicolás)
Díaz de Quiñones (Juan)
Díaz Rengifo (Juan)
Díaz Rubio y Carmena (Don Manuel)
Diefenbach (Lorenzo)
Díez (Friedrich)
Dieze (Juan Andrés)
Dini (Giovanni)
Diógenes Laertio
Diógenes Philósopho
Dioscórides
Dives (D. Luys)
Doce (D. José María)
Doergank (Henrique)
Domingo (Fr. Pedro)
Domínguez (Ángel M.)
Domínguez (Pbro. Juan Andrés)
Domínguez (D. Marcos)
Domínguez (D. Ramón Joaquín)
Donney (Mgr.), Obispo de Montauban
Dorado (Claudio)
Dormer (Dr. Diego Josef)
Dozy (R.)
Droap (M.) - Anagrama de D. Mariano
Pardo de Figueroa. -Véase Pardo de Figueroa.
Drouin (C. A.)
Duarte (Iuan)
Duarte (Ldo. D. Luis G.)
Du Cange (Carolo Dufresne Domingo)
Dueñas (Joaquín Andrés dé)
Duesio (Nathanaele)
Duplessis (Mr.)
Duque de Estrada y Guzmán (D. J.)
Durango (Dr.)
Dwight (Benjamín H.)

E

Eça (D. Manoel de)
Echave (Balthasar de)
Echegaray (D. Eduardo de)
Echegaray (D. José de)
Echevarría (D. Eduardo de)
Eder (D. Ernesto Joseph) -
Egaña (D. Rafael)
Egger (M.)
Eguílaz (D. Eugenio)
Eguílaz y Yanguas (D. Leopoldo de)
Eguiluz (Dr. D. Francisco de)
Eichhoff
Eleuterio (M.)
Emparán (D. Ignacio)
Encarnación (Fr. Diego de), carmelita; en el siglo, Cisneros
Encina (Juan del)
Encio Anastasio, heliopolitano (Pseudónimo del Marqués de San Felipe). -Véase Bacallar.
Enciso (D. Juan Antonio)
Engelmann (Dr. W. H.)
Ennio
Enrique IV de Francia
Enríquez (Doña Juana), Marquesa de Berlanga
-(D. Francisco)
Entrambasaguas (D. Luis de)
Enzina (Theodosio)
Erasmo
Erasso (D. Francisco)
Eratóstenes
Ercilla (D. Alonso)
Erithreo
Erro y Azpíroz (D. Juan Bautista)
Escalada (Miguel de) (Pseudónimo de D. Antonio de Valbuena). -Véase Valbuena.
Escalígero (Josepho)
-(Julio César)
Escamilla (D. Melitón)
Escario (D. Joaquín)
Esciopio (Gaspar)
Esclapes (Pascual)
Escobar (Cristóbal)
-(Juan de)
-(P. Fr. Luis de)
-(V. Doña María de)
Escoti (D. Pedro)
Escribano (Juan)
Escriche (D. Joaquín)
Escriche y Mieg (D. Tomás)
Escuder (D. Francisco)
Escudero (D. Antonio)
Escudero de la Peña (José M.)
Eslava (D. Hilarión)
Espoz y Mina (D. Francisco)
Esquer (Salvador)
Esquilache (Príncipe de)
Esteban Collantes (D. Agustín)
Esteve (D. Joaquín)
Estrabón
Estrada (Pedro de)
Estúñiga (D. Juan de)
Euler
Eutropio
Eximeno (Antonio)

F

Fabié (D. Antonio María)
Fabra (N. M.)
Faci (Fr. Roque Alberto)
Fagoaga (D. Joaquín de)
Faidit (Ugón)
Fandiño y Pérez (D. Juan Antonio)
Fargas y Soler (D. Antonio)
Faria (Canónigo Francisco)
-(Manuel de)
Farre y Carrió (D. Ignacio)
Fastenrath (D. Juan)
Fauriel
Favre (Leopold)
Febrer (Mossén)
Febres (P. Andrés)
Felipe IV (El Rey D.)
Felipe V de España
Feltrio dalla Rovere (Sig. Gridobaldo), Duca d´Urbuis
Félix (Fr. Josef)
Fenelon
Fernández (Alfonso), Arcediano del Alcor
Fernández (Juan) (Pseudónimo de D. Manuel Silvela). -Véase Silvela.
Fernández (Lucas)
-(Thomás)
Fernández de Caso (Francisco)
Fernández de Córdova (Don Francisco)
Fernández de Córdoba y Figueroa (D. Alonso), Marqués de Priego y de Montalbán
Fernández Cuesta (D. Nemesio)
Fernández Duro (D. Antonio)
Fernández Duro (D. Cesáreo)
Fernández de Gamboa (Capitán Sebastián)
Fernández de Gerona (Garci)
Fernández y González (Don Francisco)
Fernández-Guerra (D. José)
Fernández-Guerra y Orbe (D. Aureliano)
Fernández-Guerra y Orbe (D. Luis)
Fernández de Herrera (Juan)
Fernández Mancheño (Don José)
Fernández Monje (D. Isidoro)
Fernández de Navarrete (Don Martín)
Fernández de Oviedo (Gonzalo)
Fernández Pacheco (D. Juan, Marqués de Villena, Duque de Escalona)
Fernández de Palencia (Alfonso)
Fernández Patino y Prado (D. Gabriel)
Fernández y Ramírez (D. Rafael)
Ferrer del Río (D. Antonio)
Fernández de Rivadeneyra (Ldo. D. Francisco)
Fernández y Ronderos (D. Ignacio)
Fernández de San Pedro (Herm. Antonio), S. J.
Fernández de Sotomayor y Picón (Dr. D. Juan)
Fernández de Velasco (Gregorio)
Fernando I, Infante de Castilla
Ferreira (Fr. Bartolomé)
-(Ignacio)
Ferreira de Vera (Alvaro)
Ferreira (D. Martín)
Ferrer (Ldo. Bartholomé)
-(D. Francisco)
-(P. Paulo)
Ferrer y de Cardona (D. Luis)
Ferreras (D. Juan de)
Ferrus (Le Sieur)
Fesquet (P.)
Festo
Feyjóo y Montenegro (Fray Benito Jerónimo)
Figueroa (D. Diego y D. José de)
- (Francisco de)
- (Doña Inés de)
- (J. de)
Figuerola (Dr. D. Laureano)
Figueroa (P. Rodrigo), S. J.
Filelfo
Filerio (Antonio)
Filgueira (D. Patricio)
Filostrato
Firenza (Angelo da)
Flaminio (Marco Antonio)
Flecelles (Iean de)
Flégétante (Capitán)
Fleury
Flores (D. Antonio María)
Flores (P. Francisco), S. J.
Flores (D. José Segundo)
Flores (P. Pedro), S. J.
Flores de Ordas y Busto (Ldo. Juan)
Flórez (Fr. Andrés), O. P.
Floriato (Mucio)
Floridablanca (Conde de)
Folch de Cardona (D. Lorenzo)
Fombona Palacios (D. Manuel)
Fomperosa (Mtro. P. Pedro de), S. J.
Foerster (P.)
Foerster (W.)
Fonoll (Odón)
Fonseca (Abraham de)
Fonseca (D. Alonso de)
Fonseca (Mtro. Cristóbal de)
Fonseca y Acevedo (D. Alfonso de), Arzobispo de Sevilla
Fontán (D. Domingo)
Foquel (Guillelmo)
Forero de Torres (Ldo. Don Francisco)
Fornaciari
Fornari (Doña Luisa)
Forner (D. Juan Pablo) -Véase Ipnocausto.
Forteza (Dr. D. Francisco)
Foth (Karl)
Foulché-Delbosc (R.)
Foxa (Jofre de)
Foyas (Fr. Bartolomé)
Foz (D. Braulio), de Fórnoles, comarca del Matarraña, Teruel, Aragón. Autor de Pedro Saputo.
Franciosini (Lorenzo)
Fragoso (D. Fernando)
Francés de Urritigoili (Martín)
Franco (Ldo. Juan Alonso)
Freixa (Eusebio)
Frellsen (G.)
Freyre (R.)
Frías (D. Heriberto)
Frías (Dr. D. Pedro de)
Fuente (D. José de la)
Fuente (D. Vicente de la)
Fuentes y Martín (D. Aquilino)
Fuentidueñas (Pedro)
Fustero (Lope)
Gabaldón y López (D. Luis)
Gabriel y Ruiz de Apodaca (D. Fernando)
Gadey (Br. D. Fortunato)
Gaitán (D. José B.)
Galarza (Fr. Bartholomé de)
-(P. Francisco de), S. J.
Galeno
Galindo y de Vera (D. León)
Galván (A.)
Galván Ribera (D. Mariano)
Gálvez de la Vega (Jacinto)
Gálvez de la Vega (Juan Antonio)
Galmace (D. Antonio)
Gallardo (D. Bartolomé José)
Gallardo y Palma (D. José)
Gallardo y Saavedra (Don Luis María)
Gallego (D. Juan Nicasio)
Gallego y Vázquez (D. Juan Antonio)
Galli (C.)
Gallinero (Fr. Manuel), O. P.
Gamero (D. Antonio Martín)
Gándara (D. Miguel Antonio de la)
Garay (Blasco de)
Garay (Marcelo Francisco de)
García (Fr. Alonso)
-(Jerónimo)
-(Joseph)
-(Juan Manuel)
-(D. Pedro de Alcántara)
-(D. Santiago Vicente)
-(Sebastián)
García (Simón)
García Alessón (Ldo. D. Manuel)
García Ayuso (D. Francisco)
García Barzanallana (Don Manuel)
García Blanco (A. M.)
García de Cortázar (D. Agustín)
García Cortázar (Carlos)
García Cortázar (Joseph)
García Escalona (D. Silvestre)
García Gutiérrez (D. Antonio)
García de Leaniz (D. Leonardo)
García de Loaisa (Mtro.)
García Luna (D. Tomás)
García Modino y Camarero (Dr. D. José)
García de Moya (Joseph)
García de Moya (Doña María)
García Ordóñez de Loris (Vicente)
García de Palacios (Dr. Diego)
García de Paredes (Dr. Diego)
García del Pozo (D. Gregorio)
García Rengifo (P. Diego) S. J. -Véase Díaz Rengifo.
García del Río (D. Juan)
García de Santa María (Alvar)
García de Sierra y Omaña (Ldo. Diego)
García Thomás (Pedro)
Garcilaso de la Vega, Garci Lasso.
Garcés (D. Gregorio)
Gargollo (Joseph), Gargallo en otras fuentes.
Garibay y çamalloa (Esteban de)
Garriga (D. José)
Gartner (Th.)
Gasca (Dr. Diego)
Gasca (D. Jesús)
Gasca (D. Pedro), Obispo de Sigüenza
Gaster (M.)
Gattell (C. M.)
Gavale (P. Andrés de), S. J.
Gayangos (D. Pascual de)
Gayoso (Johan de)
Gayoso de Moranna (Alfonso)
Gaza (Theodoro)
Gedler (D. Luis Benito)
Genebrardo
Georgie Viz (Bartholomé)
Gessner (Dr.)
Gil (D. Pablo)
Gil de Bargas (Juan)
Gil y Lemos (D. Francisco)
Gil Polo (Gaspar)
Gil Sanz (D. Alvaro)
Gil Vicente
Giral del Pino (Joseph)
Giro
Gisbert (D. Lope)
Gleig
Gobeyos (Ldo. D. Antonio) - (Pseudónimo de D.
Benito Martínez mez Gayoso)
Godoy Alcántara (D. José)
Go
ethe
Goldschmidt (Moritz)
Golmayo (D. Julián de)
Gómez (D. Nicolás)
Gómez (D. Raphael)
Gómez (Ricardo)
Gómez (D . Ruperto S.)
Gómez (Ldo. Tomás)
Gómez (D. Tomás V.)
Gómez Canseco (D. Casimiro)
Gómez de Cibdareal (Br. Fernán)
Gómez de la Cortina (D. José), Conde de la Cortina
Gómez Fuentenebro (D. A.)
Gómez Hermosilla (D. Josef)
Gómez Manrique
Gómez de Montalvo (Licenciado)
Gómez de Saladar (D. Fernando)
Gómez Sarmiento de la Cerda (D. Diego)
Gómez dé Toledo (Alvar)
Góngora (Bartolomé de)
-(D. Luis de)
Gonzaga (Cardenal Valenti)
González (Bartholomé)
González (D. Isaac)
González (D. José Silverio)
González (Dr, José Tomás)
González (D. Juan Gualberto)
González (D. Juan Vicente)
González (Dr. Luis)
González (Dr. D. Pedro)
González (Sebastián)
González (D. Ulpiano)
González de Alcántara (Alvar)
González Andrés (D. Raimundo)
González Arnao (D. Vicente)
González de Barcia (D. Andrés)
González Carado (Dr. Antonio)
González de Castejón (Marqués de)
González de Castro (Alfonso)
González de Dios (Br. Don Juan)
González Holguín (P. D.)
González Llanos (D. Rafael)
González Manrique (D. Venancio)
González de Mendoza (D. Nicolás)
González de Mendoza (D. Pedro)
González de Miranda (Alonso)
González Ollero (Dr. D. Manuel)
González de la Portilla (Don Bruno)
González Rodil (Dr. Jorge)
González de Sanabria (Fernant)
González de Santa Cruz (Licenciado Fernando)
González Serrano (D. José)
González de Valdés (D. Juan Antonio)
Goñi (D. Facundo)
Gordon (P.)-21 35.
Gordonio
Gorgues y Lema (Juan)
Gosche (M.)
Gousset (Mgr), Arzobispo de Reims
Gouvea (Francisco de)
Goya (Joseph de)
Goyeneche (P. Antonio de)
Gracián (P. Balthasar)
-(Diego)
Granada (D. Daniel)
Granada (Fr. Luis de)
Grandson (Micer Otho)
Grimm (Jacobo, Jacob, Jakob)
Groeber (Dr. Gustavo,
Gustav Gröber)
Gründwald (Dr. M.) (
bosque verde en alemán)
Grutero (Juan)
Guadx (Fr. Diego de)
Guajardo Fajardo (Alonso)
Guardiola (Dr. Miguel Jerónymo)
Guarnido (Juan Baplista)
Guerrero (Ldo. Damián)
Guerrero Vidal (D. Félix)
Guerrero (María Manuela)
Guevara (D. Antonio de)
Guichard (Cf)
Guijarro (P. Fr. Francisco)
Guillén (Manuel)
Guillen de Segovia (Pero)
Guillou (Miguel F.)
Guimerá (Conde de) /
Mismo primer apellido que el editor de este libro, Ramón Guimerá Lorente /
Guizabal (P. Fr. Juan)
Gutiérrez (Blas)
Gutiérrez (Pbro. D. Francisco Antonio)
Gutiérrez (Luys, Luis).
Gutiérrez (D. Rafael)
Gutiérrez del Cerro (Juan Antonio)
Gutiérrez de Valdivia (D. Miguel)
Gutiérrez del Valle (Doña Catalina)
Gutiérrez de Terán y Torices (D. Juan Antonio)
Guzmán (Alonso de)
-(D. Antonio de), Marqués de Ayamonte
Guzmán (César C.)
Guzmán (Diego de)
Guzmán (Juan de)
Guzmán (Manuel)
Guzmán (D. Pedro de)
Guzmán (D. R. de)

H

Hadriano Junio
Haller (Joseph)
Halicarnaso (Dionisio de)
Hammer-Purgstall (Doctor Freiherrn)
Háñez de Herrera (Dr. Francisco)
Haro (D. Felipe de)
Hartmann (K. A. Martín)
Hartzenbusch (D. Juan Eugenio)
Havet (L.)
Heinecio
Henríquez (P. Balthasar)
Henschel (G. A. L )
Heras (Agustín de las)
Heras (D. Máximo de las)
Heredia (Dr.)
Heredia (D. Antonio de)
Heredia, el mozo (Antonio de)
Heredia (Juan de)
Heredia (Antonio Martín de)
Hermolao Barbaro
Hernández (D. Francisco)
Hernández (Garci)
Hernández (Pedro José)
Herodoto
Herráinz (D. Gregorio)
Herran, y Quirós (D. Diego Narciso)
Herrera (D. Antonio de)
Herrera (Fernando de)
Herrera (Francisco de)
Herrera (Gabriel Alonso de)
Herrera (Ldo. Ioan Antonio de)
Herrera Dávila (D. J.)
Herrera y de Velasco (Don Iñigo de)
Hervás y Panduro (D. Lorenzo)
Hesichio
Hesiodo
Hidalgo (Juan)
Hidalgo Tablada (D. José)
Hiernio (Doña Agustina de)
Higgins (Fr. Tomás)
Hiponacte
Hippocrates
Horacio
Horozco (Ldo. Sebastián de)
Hoyermann (F.)
Hoyo (Fr. Francisco de)
Howell (James)
Huarte (Juan)
Huarte (D. Plácido)
Huerta (Ldo. Jerónimo de)
Huarte (D. Francisco Manuel de)
Huertas (D. Víctor)
Hugot (A.)
Humboldt (Wilhelm von)
Hurtado (D. Diego)
Hurtado (Francisco María)
Hurtado (Dr. Juan)
Hurtado (D. Tomás)
Hurtado (P. Tomás)
Hurtado de Mendoza (D. Lope)
Huygens (Constantino)
I
Ibáñez de Aóiz (Dr. Vicente Antonio)
Ibarra (Dr. D. Antonio de)
Ibarra (D. Emigdio O.)
Iciar (Juan de)
Idalgo (Dr. D. Juan Francisco)
Idiáquez (D. Francisco)
-(D. Juan de), Conde de Salazar
Igual (Martín)
Illas y Vidal (Dr. Juan)
Imaro (Jacobo)
Imperial (Micer Francisco)
Infante (Br. José Antonio)
Infiesta (D. Alejandro) /
Hiniesta, Iniesta /
Interián de Ayala (R. P. M. Fr. Juan)
Ipnocausto (Pablo) (Pseudónimo de D. Juan Pablo Forner) - Véase Forner.
Ipólito Baliente (D. José)
Iranço
Iriarte (D. Bernardo)
Iriarte (D. Juan de)
Iriarte (D. Tomás de)
Irisáriz (D. Abel M.)
Irisarri (D. Antonio José de)
Isaza (D. Emiliano)
Isla (P. Joseph Francisco de)
Iturricha i Retes (Ldo. Don Diego Felipe)
Iturrizarra (Ldo. Lorenzo de)
Iznardi (D. Ángel)
Izquierdo (Micer Juan)
Izquierdo de Berbegal (Don Francisco)
J
Jacobsthal
Jacomet (Claudio Antonio)
Jahn (Otto)
Janer (D. Florencio)
Janischek
Janunçello,
Januncello, Janunzello (Guydo, Guido)
Jaramillo (D. Enrique) (
Xaramillo)
Jardani (A.)
Jarnik (Dr. G. U.)
Jáuregui (D. Juan de)
-(Juanes de)
Jiménez (D. Antonio)
Jiménez (D. José Tomás)
Jiménez Aquino (Miguel)
Jiménez y Jiménez (D. Juan Leandro)
Jiménez Lomas (D. Francisco)
Jimeno Cabanas (Dr. Don Amalio)
Jonama (D. Santiago)
Jones
Joret (Charles)
Jordi (Mossén)
Jorge Manrique
Jovellanos, Jove-Llanos (D. Gaspar Melchor de)
Jover (D. A )
Jovio (Paulo)
Juan (Honorato)
Juan II (Rey D.)
Juan Manuel (El Infante Don)
Juan (P. Ignacio) S.J.
Juarraes Bombasán (Dionisio) (Pseudónimo de D. José M. Sbarbi) -Véase Sbarbi.
Judaicis (Josepho de)
Jugla y Font (D. Antonio)
Julio César
Justino
Juvenal

K

Kasimirski
Kayserling (Dr. M.)
Keller (A.)
Keveiler de Aichelberg (Conde Jhoanes), Conde de Frankemberg
Kilianvs (Cornelivs), Kilianus, Cornelius
Klaproth
Klein (Joseph)
Kluge (F.)
Knapp (William I.)
Knust (Herman)
Koeler (Dr. Friedrich),
Köler
Kordgien (G. C.)
Körting (Gustav)

L
Labardén (D. Manuel José de)
Labernia (D. Pedro)
Labresio de la Puente (Bartolomé)
Labrit (Enrique de), Rey de Navarra, Príncipe de Bearn, Bearne, Conde de Foix
Lactancio Firmano
Laguna (Dr. Andrés de)
Láinez (Pedro)
Lama (D. Juan de)
Lama Cubero (D Juan de)
Lamberto (P. Estevan), S. J.
Lambino
Lampridio
Landa (D. Juan)
Landrín (H.)
Lang Henry (R.)
Larousse (P.)
Larra (D. Mariano José de)
Laredo (María)
Larramendi (P. Manuel de)
Larredonda (Damián de la) -Véase Redonda.
Larumbe (Dr. Joseph)
Lasala (D. Manuel)
Lasalde (P. Carlos), escolapio
Laso de la Vega (Gabriel)
Lassen
Lassarte
Lastanosa (D. Vincencio Juan de)
-(d. Pero Juan de)
Latino (Juan)
Latorre (Bachiller)
Latouche (M. l´Abbé)
Latour
Lavalle (D. Simón de)
Latassa (D. Félix de)
Lazcano (Maestro)
Leal (Rafael María)
Lechuga (Dr. Pedro)
Ledesma y Mansilla (Fr. Jacinto de)
Lemos (Conde de)
Lens (P. de)
León (Fr. Luis de)
León Pinelo (Antonio de)
León (Ioseph de)
Leonardo de Argensola (Doctor Bartolomé)
Le Page (Gio.)
Lerín (D. Simón Santos)
Letamendi (Dr. D. José)
Le Roux de Lincy
Lhernault (F .)
Lhomond (M .)
Liaño (Roque de)
Liaño o Ledel (Jaques de)
Licardo de Rivera (Ldo. Don Manuel)
Lipsio (Justo)
Lista y Aragón (D. Alberto)
Littré (E.)
Lobón de Saladar (Licenciado Francisco) (Pseudónimo del P. Joseph Francisco de Isla) -Véase Isla.
Lobo (P. Juan Nepomuceno), S. J.
Locke
Lonchamps ( Alessandro)
Lonuma (P.) (Anagrama de D. Pedro Felipe
Monlau) - Véase Monlau.
Lop (Dr. D. Salvador Martín)
Lope de Vega (Fr. Félix)
López (P. Luis), S. J.
-(Mtro. Blas)
-(Francisco)
-(Juan Baptista)
-(Juan Lorenzo)
Lópe, (J. M.)
Lópe, (J. F.)
López (Mtro. Juan)
López (S.)
López (Dr. D. Vicente F.)
López y Anguita (D. Simón)
López Alvarado (Francisco)
López de Arenas (Diego)
López Arias (Antonio)
López de Ayala (Pero)
López del Castillo (Matheo)
López Chález (Fr. Pedro)
López de Gasvastea y Merlo (Ldo. Nicolás)
Lópe, de Hoyos (Mtro. J.)
López de la Huerta (D. Joseph)
López y León (D. Juan José)
López Madera (Dr. Gregorio)
López Martínez
López Maurel
López de Mendoza (D. Iñigo), Marqués de Santillana
López de Onaz (Gil), señor de la casa de Larrea
López Pelegrín (D. Santos)
López Pinciano (Dr. Alonso)
López de Salcedo (Francisco)
López Tamarid (D. Francisco)
López Toral (D. Fernando)
López de Vega (Antonio)
López de Velasco (Juan)
López Yerro de Castro (Don Sebastián), Marqués de Castelfuerte
López de Zúñiga (D. Francisco Diego), Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcázar y Bañares
Lorente (D. Francisco)
Lorenzo (D. José de)
Lorris (Mtro. Johan)
Louhayssin de la Marque
Loya (Dr. D. Francisco de)
Lucano
Luciano Lucillio
Lucas (Francisco)
- (D. Laurencio)
-(Paulo)
Luciano Samosateno
Lucrecio
Luis (Phelipe Manuel)
Lujan y Silva (D. Fernando), Marqués de Almodóbar,
Almodóvar.
Lunas (Miguel de)
Luna (Iuan de)
Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea (D. Ignacio de)
Luquín (Dr. D. Miguel Ignacio de)
Luzero (Fernando)
Luzán (Canónigo D. Juan Ignacio)
Lynch Arribálzaga (D. Enrique)

Ll

Llaguno (D. Eugenio de)
Llamas (Gaspar de)
-(Juan de)
Llanes Campomanes (Dr. Don Antonio)
Llansó (D. Jaime)
Llera (D. Juan Pío)
Llió (Marqués de)

M

Macgregor Logan (Walter)
Mac Henry (L. J. A.)
Mackel (E.)
Macpherson (D. Guillermo)
Macrobio
Madariaga (Pedro dé)
Mado, (D. Pascual)
Madrazo (D. Federico de)
-(D. Pedro de)
Madre de Dios (Fr. Gabriel de la)
Maella (D. Vicente de)
Maestro de niños (El) (Pseudónimo de D. Luis de Salazar y Castro) -Véase Salazar.
Maffei (E.)
Magariños Cervantes (Doctor D. Alejandro)
Magno (Marco Antonio)
Mahn (M.)
Maillé (Urbano de). -Véase Brezé.
Maldonado de Salazar (Gaspar)
Mal-Lara (Juan de)
Malon de Chaide (Fr. Pedro)
Mallea (Fr. Joan de)
Mallefille (L.)
Mandevil (E.)
Manero (Fr. Pedro)
Manetta Fil)
Manilio
Manrique (D. Venancio G.)
Mantella (Luis Felipe)
Manucio (P.)
Manuel (D. Pedro)
Manuel Rodríguez (D. Miguel de)
Mañer (D. Salvador Joseph)
Marcelino (Amiano)
Marcet Carbonell (D. Miguel)
Marcial
Marciano Capella
Marco Varrón
March (Mossén Ausias)
March (Jaime)
March, el viejo (Mossén Pedro)
March y Fúster,
Fuster (D. Miguel)
March y Labores (D. José)
Mardones (D. Fr. Diego), Obispo de Córdoba
Mareca (J. M. B.)
Mariátegui (D. Eduardo de)
Mariana (P. Juan de), S. J.
Marineo Siculo -17. 62.
Marino y Arroyo (D. Victoriano)
Mario Allesandre d´Urbino (M. G.)
Mármol (Joseph del)
Márquez (Dr. Joseph Miguel)
Márquez de Medina (D. Marcos)
Marradas (Conde y General)
Marroquín (D. José Manuel)
Marrasx (Mr.)
Martí (D. Gregorio)
Martí (D. Juan Bautista)
Martigny (Abate)
Martín (Eugenio)
Martínez (Estevan)
Martínez (Dr. D. Francisco)
Martínez, el anciano (Juan)
Martínez, el joven (Juan)
Martínez (Juan Manuel)
-(Joseph)
-(Maestro)
-(Nicolás)
Martines; (D. Rafael)
Martínez (Vicente Salvador)
Martínez Fortvn de la Viuda y Estrada (D. Juan)
Martínez y García (D. Ramón)
Martínez Gómez Gayoso (D. Benito)
Martínez de Huerta (Juan)
Martínez López (D. Pedro)
Martínez Marina (D. Francisco)
Martínez de Mateo (Licenciado D. Mariano)
Martínez de Miota (Ldo. Antonio)
Martínez de Morentín (Manuel)
Martínez de Orgambide (Don Raimundo)
Martínez de la Puente (D. Joseph)
Martínez de la Roca (Pedro)
Martínez de la Rosa (Don Francisco)
Martínez de Rueda (Dr. Francisco)
Martínez de Salafranca (Don Juan)
Martínez de Trillanes (D. Gaspar Ioseph)
Martínez de Uriarte (D. Juan)
Martínez Villergas (D. Juan)
Martini (P.)
Martirano (Coriolano)
-(Marcio)
Marty Caballero (D. Luis)
Mas (D. Sinibaldo)
Masdeu (D. Juan Francisco de)
Massiá (D. Pedro)
Mata (D. Pedro)
Mata y Araujo (D. Juan de)
Mathiolo Meriín
Matienzo (P. Fr. Juan Luis de)
Matrinas (Anagrama de Don Miguel Atrián y Salas) - Véase Atrián.
Matute y Gaviria (D. Justino)
Maurel (F.)
Maury (Juan María)
Mayans y Siscar (D. Gregorio) -Véase Veranio.
Mayoli (D. Alejandro)
Mazana (Joseph)
Medina (Mtro. Francisco de)
Medina (D. José María)
Medina (D. Pedro de)
Medina y Godoy (D. Juan de)
Medina-Veitia (D. Francisco)
Medrano (José Domingo)
Meerman (Gerardo)
Megisero (Hierónimo)
Mekerco (Adolpho)
Melcior (D. Carlos José)
Meléndez Valdés (D. Juan)
Melgarejo (Felipe de)
Mélida (D. José Ramón)
Melo (Juan de)
Mello (Donis de)
Mena (Duque de)
-(Juan de)
Menage o Menagio (Gil)
Mencken (Otto)
Méndez (Juan)
-(Sebastián)
Méndez de Haro Sotomayor y Guzmán (D. Luis), Marqués del Carpio
Mendiburu (Sebastián de)
Mendieta (Dr. Juan de)
Mendigurem (Martín de)
Mendoza (Eufemio)
Mendoza (Fr. Jacinto de)
Mendoza (D. Juan de), señor de Pradilla
-(D. Luis de)
-(Simón)
Mendoza y Luna (D. Juan de) - Marqués de Montesclaros
Mendoza y Navarrete (Maestro Jerónimo)
Meneses (Dr.)
-(Bartholomé de)
Meneses (Olegario)
Menéndez y Pelayo (Don Marcelino)
Meneu (D. Pascual)
Mercader (Ldo. Cristóbal)
Mercado (Gomiel de)
Merino Ballesteros (D. Francisco)
Merladet y Lasgoitea (P. M. de)
Merrier (Gabriel)
Mesa (Ldo. Christóual de)
Mesa (P. Diego de), S. J.
Meschia (Ángel Antonio)
Meseguer y Arrufat (Don Francisco)
Meseguer Gonell (D. Manuel)
Mesía (D. Antonio)
Mesía de la Cerda (D. Alonso)
Mesía y Leiua,
Leiva (D. Alonso)
Mesía de Tovar y Paz (Don Pedro), Vizconde de Tovar, Conde de Molina
Meunier (Louis Francis)
Meurier o Múrier (Gabriel)
Mexía (Ginés)
-(Pedro)
Mexía y Escalante (Juan)
Mey (Felipe)
Meyer (Leo)
Meyer (Paul)
Meyer (W.)
Meyer-Lübke (Wilhelm)
Micha
elis de Vasconcelhos (Carolina) (Vasconcellos en otras fuentes)
Mier (D. Eduardo de)
Miguel (D. Raimundo de)
Milá y Fontanals (D. Manuel)
Milá de la Roca y Valenzuela (D. Bartolomé)
Minguella de la Merced (Fr. Toribio)
Minguez de San Fernando (P. Luis), escolapio
Mínguez e Irol (D. Pablo)
Minoe (Claudio)
Minsheu (John)
Miñano (D. Sebastián de)
Miño (Simón)
Miguel Polo (D. Mariano)
Mir (D. Miguel)
Mirabel (Marqués de)
Miraflores (Marqués de)
Miralles y Sbert (D. José)
Miranda (Francisco de)
-(D. Joseph de)
Miranda (Juan de)
Miranda y Argáiz (D. Ignacio)
Mycillo (Jacobo)
Moguel (D. Juan Antonio)
Moire (John)
Moletio
Molina (D. Andomaro)
Molina (Ldo. Pedro de)
Molino (Constantino)
-(Francisco del)
Monaci (Ernesto)
Monardes
Moncada (D. Francisco de) - Conde de Osona
Mondéjar (Marqués de)
Mondragón (Jerónimo de)
Moner (Dr. D. Joaquín Manuel de)
Monescillo (Cardenal Doctor D. Antolin)
Monlau y Roca (P. J.)
Monlau (D. José)
Monlau (Dr. D. Pedro Felipe) -Véase
Lonuma (anagrama de Monlau).
Monmany (D. Fernando)
Monreal (D. Julio)
Monroy (Dr. D. Juan de)
Monroy (D. Rafael)
Montalvo (Juan Francisco)
Montavilla (Fabián de)
Monteiro (J. C.)
Montes (P. Francisco), S. J. (
Mismo nombre que Paco de la Marisol de Beceite, Teruel, F.M Meseguer)
Montes (Dr. Ramón Isidro)
Montes y Corral (D. Thomás de)
Montesinos (Br. Egidio A.)
Montesinos (Br. Pedro J.)
Montiano (D. Agustín)
Montoto y Rautenstrauch (D. Luis)
Montoy (D. Joaquín)
Montuenga (El Cura de), Pseudónimo de D. J. A. Conde) -Véase Conde.
Mora (Federico)
Mora (D. José Joaquín)
Mora (D. José María)
Morales (Mtro. Ambrosio de)
Morales (Christóual Baptista de)
Morales (Iuan Bautista de) -
Morales Ballesteros (Ldo. Don Alonso)
Morales de los Ríos (A.)
Morante (Marqués de)
Moratori (Antonio)
Morel Fatio (Alfred)
Moreno (Francisco)
Moreno (D. Mathías)
-(D. Miguel José)
Moreno de Vilches (Ldo. Antonio)
Moreto (D. Agustín)
Moretti y Gascone (D. Federico)
Moscoso (Capitán D. Alonso de)
Mosquera de Figueroa (Cristóbal)
Moya (Christóval de)
-(P. Martín de) S. J.
Moya de Contreras (D. Acisclo), Obispo de Vich
Muiños Sáenz (Fr. Conrado)
Mújica (Pedro de)
Mulerio (Carlos)
Müller (Max)
Munárriz (D. José Luis)
Munguía (D. Clemente de Jesús)
Munthe (Axel.)
Muñoz (P. Diego), S. J.
-(D. Fernando)
Muñoz (Ricardo)
Muñoz (Ldo. Hierónimo Andrés)
Muñoz (P. Mtro. José de Jesús)
Muñoz Camero (Benjamín)
Muñoz de Magaña (Dr. D. Pedro)
Muñoz del Monte (D. Francisco)
Muñoz y Romero (D. Tomás)
Muñoz Tébar (Dr. Jesús)
Murcia de la Llana (Ldo.)
Murcia de la Llana (Ldo. Don Carlos)
Murcia de la Llana (Licenciado Francisco)
Murga (D. Gonzalo de)
Musso y Fontes (D. José)
Musso y Valiente (D. José)

N

Naie (Juan de la)
Nasarre (D. Blas Antonio)
Navarro (Dr. Fr. Miguel)
-(Dr. Thomás)
Navarro (D. Felipe Benicio)
Navarro (D. Juan José)
Navarro de Arroytia (Licenciado D. Baltasar Sebastián)
Navarra o Labrit (D. Pedro), Obispo de Comenge
Navarro y Rodrigo (D. Carlos)
Navas (D. Lorenzo de)
Naxara (Joseph de) (
Najara, Nájara)
Nebrija (D. Sancho de)
Nebrija (Mtro. Elio Antonio de)
Nebrija o Lebrixa (Marcelo de)
Nebrija o Lebrija Cano (Juan de)
Nercasseau Moran (D. E.)
Nervo (Barón de)
Newman
Nicandro
Nicod (M.)
Nieremberg (P.), S. J.
Nigidio Figulo
Niño de Guevara (Cardenal D. Fernando), Arzobispo de Sevilla
Niz Godínez (Filipe)
Noboa (D. A. M. de)
Nocedal (D. Cándido)
Nonell (P. Jaime). S. J.
Nonio
Nostradama (Cesare di)
Notley (E. A.)
Nougues Secall (D. Mariano)
Noydens (P. Benito Remigio)
Nunes (Philippe)
Núñez (Fr. Francisco)
Núñez (Comendador Hernán)
Núñez (Dr. P. I.)
Núñez de Arce (D. Gaspar)
Núñez de Cepeda (P. Francisco)
Núñez de León (Jerónimo)
Núñez de Li
ao (Duarte)
Núñez de Prado (D. Joaquín)
Núñez de Taboada

O
Obligado (Rafael)
Ocampo (Florián de)
Ochoa (D. Eugenio de)
Ojea (Fr. Hernando)
Ojeda (Luys de)
Olcina (P. Josef)
Oliván (D. Alejandro)
Olivares (Conde-Duque de)
-(D. Juan)
Olivares y Balcázar (Ldo. Don Simón Joseph de)
Olive (D. Pedro María de)
Oliver (D. E. de)
Olmo (Agustín del)
-(D. Antonio del)
Olod (Fr. Luis de)
Olózaga (D. Salustiano de)
Omaña (D. Lope de)
Ondarza Zavala (Miguel de)
Onís (D. Ambrosio de)
Orbaneja (Leonor de)
Orellana (d. Emilio J.)
Orellana (D. Francisco J.)
Orío y Rubio (D. Millán)
Oriol Ronquillo (D. José)
Orodea (Ldo. D. Plácido María)
Orozco (Antonio)
Orozco (D. Juan)
-(Ldo. D. Marcos de) -
Orsino (D. Francisco), Abad de Farfa
Orta (Bto. F. Salvadore d´)
Ortega (Dr. D. Casimiro)
Ortega y Espinos (D. José)
Ortelio (Abraham)
Ortigosa (Fr. Diego de)
Ortiz (Alonso)
Ortiz (D. Francisco)
Ortiz (P. Lorenzo), S. J.
-(Pedro)
Ortiz (Dr. José Joaquín)
Ortiz del Rosal (Alonso)
Ortuzar (Camilo)
Osorio
Ospina (D. Mariano)
Osuna (Br. Francisco de) (Pseudónimo de D. Francisco Rodríguez y Marín). - Véase Rodriguez y Marín.
Otálora (Juan de)
Otín y Duaso (D. Francisco)
Oudín (Antonio)
Oudín (César)
Ovalle (Estevan)
Ovidio
Ovidio (F. d´)
Ovidio Limardo (Dr. D. Ricardo)
Oviedo (D. Aurelio M.)
Oviedo (Paulino M.)
P
Pacheco (D. Pedro)
Pacheco y Tobar (D. Antonio)
Pacheco (Francisco)
Pacheco y Girón (D. Juan, D. Antonio, D. Pedro Vicente y D. Melchor)
Pachecho (A. M.)
Padilla (Juan de)
Páez de Castro (Dr. Juan)
Page (D. Eugenio Ramón)
Pahisa y Ribas (Lorenzo)
Palacios (D. Eustaquio)
Palacios (D. José María)
Palacios (D. Marcelino)
Palacios y de la Encina (Don Agustín)
Palafox (D. Guillen)
-(d. Henrique de)
Palafox y Mendoza (Don Juan de)
Palet (Dr. Ioan)
Palma (Bachiller)
Palmyreno (Lorenzo),
Palmireno.
Palomino de Castro y Velasco (D. Antonio)
Palladio
Pancirolo (Guido)
Pardiñas de Soto (D. José)
Pardiñas Villalobos (D. José)
Pardo (D. Luis)
Pardo de Figueroa (D. Josef)
Pardo de Figueroa (D. Mariano)
Parent (L.)
Paris (Gastón)
Parladorio
Parral y Cristóbal (D. Luis)
Pascual (D. Agustín)
Pasier (Mme.)
Pastorelo (Dominico), Arzobispo de Caller
Pastrana (Luis de)
Patino (D. Josef)
Patino y Castro (D. Ramón Fernando), Conde de Belbeder
Paulino, médico
Paulucci (Marqués Fabricio)
Pausanias
Payne Knight
Paz (Thomás Manuel de)
-(Victoriano Manuel de)
Paz y Melia (D. Antonio)
Paz Soldán y Unanue (Don Pedro)
Pedon Coraniano
Pedraza (Mosén Rubín Marcelino de)
Pelegrín (D. Lamberto)
Pelegromio
Pellicer (D. Casimiro)
Pellicer de Ossau y Tovar (D. Joseph)
Pellicer y Saforcada (D. Juan Antonio)
Pellicer de Salas y Tovar (Diego)
Peña (Francisco)
Peñalver (D. Juan)
Peña (D. Rafael Ángel de la)
Peoli (Gonzalo)
Peralta (D. Antonio), Marqués de Falces
-(D. Bernaldino de)
Peralta (D. Mariano)
Percival (Richard)
Perea (D. Miguel de)
Pereda (D. José M. de)
Peredo (D. Manuel)
Pereira (C.)
-(G.)
Pereyra (Dr. D. Benedicto)
Pérez (Antonio)
-(Francisco)
-(D. Ignacio)
Pérez (D. Juan Diego)
Pérez (D. Juan Manuel)
Pérez (D. Santiago)
Pérez (D. Sebastián)
Pérez Bayer (D. Francisco)
Pérez Calvo (D. Juan)
Pérez de Camoes (Basco)
Pérez Campos (J. M.)
Pérez Caro (D. Juan)
Pérez Castiel y Artiguez (Licenciado Juan)
Pérez de Guzmán (Fernán)
Pérez de Guzmán el Bueno (D. Manuel Alonso), Duque de Medinasidonia
Pérez de Moya (Juan)
Pérez de Náxera (P. Francisco), S. J. (
Nájera)
Pérez de Oliva (Mtro. Hernán)
Pérez de la Sala (D. Pedro)
Pérez de Valencia (D. Diego)
Pérez Villamil (D. Juan)
Perier (D. Carlos María
Perles y Campos (R. F. Josef Faustino)
Perocheguy (D. Iuan de)
Perotó (Nicolás)
Persio
Person (M.)
Petrarca
Petronio Árbitro
Philon
Picatoste y Rodriguez (Don Felipe)
Pico (Fr. Domingo del)
Pico de la Mirándola
Pichardo (D. Esteban)
Pidal (D. Pedro José)
Pierce
Pierio Valeriano
Pimentel y de Herrera (D. Antonio Alfonso), Conde de Benavente
Pimentel de Quiñones (Don Henrique)
Pinar (A. del)
Píndaro
Pineda (Francisco)
-(Fr. Juan de)
Pineda (Pedro)
Pinedo (Thomás de)
Pinto (P. Manuel)
Piñeres (Eduardo G. de)
Pío V (El Pontífice Julio Aquaviva y Aragón)
Pírez da Veiga (Ruy)
Pitágoras
Pitisco (Samuel)
Pizá Roselló (D. Jaime)
Pizzeta (J.)
Platón
Plauto
Plaza (Juan de la)
Plinio
Pluche (Abate)
Plutarco
Poggio (Cardenal)
Poitiers (Hilario de)
Polancos (Juan)
Policiano (Angelo)
Polo y Borrás (D. José)
Polux (Julio)
Pombo (Dr. Juan N.)
Pombo (D. Manuel de)
Pomponio Mela (
no confundir con Pomponio Flato del libro de Eduardo Mendoza)
Ponce de León (D. Gabriel)
Ponce de León (P. Fr. Juan)
Ponce de León (D. Rodrigo), Duque de Arcos
Pons y Argentó (D. Francisco)
Pons (P. J.)
Ponz
Porte (A. de la)
Porter y Casanate (D. Pedro)
Portillo (Dr. Jesús María)
Portocarrero (D. Pedro)
Porro y Reynado (D. Francisco), Obispo de Tarazona
Posada Herrera (D. José de)
Possevino (Antonio)
Potier (René), Seigneur de Tresmes
-(Bernard), Seigneur de Blenrencourt
Pott
Poumyer (Mons. de)
Poza (Ldo. Andrés de)
Poza (P. Juan Bautista), S. J.
Prada y Andrada (P. Tomás) S. J.
Pradas (Melchior de)
Prado (Sebastián de)
Prado y Bedoya (D. Ramón del)
Preciso (D.) (Pseudónimo de D. Juan Antonio Zamácola)
Prieto (D. Manuel)
Prieto y Prieto
Prudencio
Ptolomeo
Puche (Francisco)
Puebla (Francisco Antonio de la)
Puente (Ldo. D. Francisco)
Puente (Mtro. Fr. Juan de la)
Puente y Apezechea (D. Fermín de la)
Puente Hurtado (P. Diego de la)
Puig (D. Leopoldo Jerónimo)
Puig (D. Salvador)
Puigblanch (Dr. D. Antonio)
Pulgar (Hernando del)
Q
Querejazu (Br. Cristóval de)
Queri (D. Nicolás)
Quevedo y Villegas (D. Francisco de)
Quintana (D. Manuel Josef)
Quintiliano
Quintilius (Pseudónimo de D. Francisco A. Commelerán), -Véase Commelerán.
Quiñones de Benavente (Luis)
Quiroga (Atanasio)
-(Francisco)
-(D. Gaspar de), Arzobispo de Toledo
Quirós (Antonio de)
R
Rabano
Rabiet (Eugene)
Rameau
Ramírez (D. Julián)
Ramírez y Blanco (Alejandro) -Véase Zidra.
Ramírez de Carrión (Manuel)
Ramírez y las Casas Deza (Don Luis María)
Ramírez de Contreras (Don Juan)
Ramírez de Prado (D. Lorenzo)
Ramón (L. P. de)
Ramos ( Manuel Antonio )
Ramos Vallina (D. Juan)
Raynouard (Mr.)
Rebufo
Redonda (Damián de la)
Redonda (Joseph de la)
Regnaud
Reguera (R. P. Carlos de la)
Reina (D. Cristóbal)
Reinach (Salomón)
Rejón de Silva (D. Diego Antonio)
Rementería (D. Mariano de)
Remírez (Dr. Pedro Calixto)
Renán (M. Ernest)
Renier (León)
Rentero (A.)
Requejo (P. Valeriano), S. J.
Resende (Andrés de)
Rexach (Rev. Baudilio)
Rey (D. Josef del)
Reyes (Francisco de P.)
Reyes (D. José Olegario)
Reynoso (D. Félix José)
Ribadeneyra (P. Pedro de) S. J.
Ribera (Diego de)
Ribera (D. Julián)
Ricardi (D. Cosme), Marqués de Quiani
-(Gabriel), Marqués de Chianni
Ricio (Bartolomé)
Riera (D. Luis de)
Río Cao de Cordido (Ldo. Don Benito de)
Riofrío (Miguel)
Rioja (Francisco de)
Ríos (Hierónimo de los)
-(Lázaro de los)
-(D. Vicente de los)
Ríos y Ríos (D. Ángel de)
Ríos y Villegas (Fr. Ángel de los)
Rivaroles (Dr.)
Riveras (D. Diego)
Rivodó (D. Baldomero)
Risco (Mtro.)
Rístori (Antonio)
Risueño
Roa (P. Martín de)
Roa y del Rey (D. Francisco de Paula)
Robertson
Robles (Fr. Francisco de)
Robles (Ldo. Iuan de)
Robles (Iuan de)
Roboredo (Amaro de)
Rocca (Angelo)
Rodenas (Dr. Thomás)
Rodrigo (Domingo)
Rodríguez (Carlos)
Rodríguez (Juan Baptista)
-(Luis)
-(Nicolás)
Rodríguez (Zorobabel)
Rodríguez de Aumente (Don Domingo Antonio)
Rodríguez y Cos (José María)
Rodríguez de Laiglesia (Don Francisco)
Rodríguez Machicao (Pablo)
Rodríguez Marín (D. Francisco)
Rodríguez y Martín (Sebastián)
Rodríguez Portocarrero (Fernando)
Rodríguez Rubí (D. Tomás)
Rodríguez Serrano (Francisco Antonio)
Rodríguez Suárez (Benito)
Rodríguez Vaamonde (Don Florencio)
Rodríguez del Valle (Ldo. Simón)
Roisin (M. de)
Rojas (D. Arístides)
Román (Fr. Jerónimo)
Romana (Marqués de la)
Romanillos (D. Antonio)
Romera (Elías)
Romero (Alonso)
Romero (Pbro. D. Joaquín)
Romero (Valerio Francisco)
Romo (Ldo. d. M.)
Romo (Emmo. Sr. D. Judas)
Rönsch (Hermann)
Ropavejero (D. Felipe)
Roque (Alonso)
Ros (Carlos)
Rosal (Dr. Francisco del)
Rosen
Rosseuw Saint- Hilaire (E.)
Rosterre (Fbro. D. Estevan) (Anagrama del P. Estevan de
Terreros). -Véase Terreros.
Roth
Rotondo (D. Antonio)
Rousseau (Juan Jacobo) (
Jean Jacques)
Rovelo (Ldo. Cecilio)
Royoz (Jorge de la)
Rubín de Coelis (D. Manuel Santos)
Rubio (D. Juan)
-(Simón)
Rubio y Mero (D. Francisco)
Rueda Rico (Dr. Andrés de)
Rughi (Ed.)
Ruiz (Benito)
Ruiz (Miguel Esteban)
Ruiz Aguilera (D. Ventura)
Ruiz Bustamante (Juan)
Ruiz León (D. José)
Ruiz Morote (D. Francisco)
Ruiz de la Peña (Fr.)
Ruiz del Rosal (Alonso)
Ruiz del Rosal (Miguel)
Ruscello (Jerónimo)
S
Saavedra (D. Eduardo)
Saavedra (D. José Ramón)
Saavedra Fajardo (D. Diego)
Saceda (Conde de)
Sáenz y Criado (D. José)
Sáenz de Texada (D. Joan Joseph)
Saes de la Gándara (Juan)
Sáez de Prado (D. José)
Saint - Barthélemy (
San Bartolomé)
Saint - Hilaire Blanc
Sáiz Castellanos (D. Pedro)
Sáiz Milanés (D. Julián)
Sajonia (Duque de)
Sala (D. Juan)
Salanova (Pedro)
Salas (P. Pedro de), S. J.
Salas Barbadillo (Alonso de)
Salazar (Ambrosio de)
Salazar (Eugenio de)
Salazar (D. Esteban de)
Salazar (Dr. Eugenio de)
Salazar (Vicente de)
Salazar y Morales (Doctor D. Juan Antonio)
Salazar y Castro (D. Luis)
Salas Lavaqui (Manuel)
Salinas (Fr. Miguel)
Salinas (Mtro. Francisco)
Salmath (Enrique)
Salmás (Mtro. Francisco de)
Salmerón (P. Alonso de)
Salustio
Salvá (D. Vicente)
Salvini (Abate Antonio María)
Salieras (D. Matías)
Sampedro (D. Guillermo)
Sánchez (Ldo. Alonso)
-(P. Antonio), S. J.
-(Pbro. Antonio)
-(Dr. Bartolomé)
-(Dr. Francisco)
-(P. Gaspar), S. J.
Sánchez (Hipólito)
Sánchez (D. José Hilario)
Sánchez (Juan)
Sánchez (Lorenzo)
-(Mtro.)
Sánchez (D. Mariano)
Sánchez (Matheo)
Sánchez (D. Tomás Antonio)
Sánchez de Arbustante (Fray Manuel)
Sánchez de Badajoz (Diego)
Sánchez de Badajoz (Garci)
Sánchez de la Ballesta (Licenciado Alonso)
Sánchez Barbero
Sánchez de las Brozas (Maestro Francisco)
Sánchez del Castellar (Don Francisco)
Sánchez Guerra (Manuel)
Sánchez de Lima (Miguel)
Sánchez Molina y Herrera (Diego)
Sánchez Montero (D. Francisco)
Sánchez Morate (D. Juan Francisco)
Sánchez de Moynos (Juan)
Sánchez Muñoz (Juan)
Sánchez Somoano (José)
Sánchez Talavera (Fernant)
Sánchez de Villaverde (D. J.)
Sancho y Gil (D. Faustino)
Sancho Rayón (D. José)
Sander (W.)
Sandoval (Mtro. Fr. Prudencio de)
Sansón (D. José Plácido)
San Agustín (Fr. Jerónimo de)
San Felipe (Marqués de) - Véase Bacallar.
San José (Fr. Bernardo de)
San José (D. Francisco de)
San José (Fr. Jerónimo de)
San Juan (Gregorio de)
San Luis (D. Francisco de)
San Pedro (D. Benito de), escolapio
Sant Jordi (Mossén Jordi de)
Santa Bárbara (P. Feliciano de), escolapio
Santa Cruz (Carlos de)
Santaella (Rhoderico Ferdinando de)
Santiago (Mtro. Fr. Hernando de)
Santiago P alomares (Don Francisco Xavier de)
Santillana (Marqués de) - Véase López de Mendoza.
Santo Antonio (Fr. José de)
Sanz de Herrera (Joseph)
Sáñez Reguart (D. Antonio)
Saqueniza (D. Jacobo)
Sarmiento (Domingo F.)
Sarmiento (Ldo. D. Domingo)
Sarmiento (Fr. Martín)
Sasbout (Mathías)
Saura (Miguel de)
Saura (D. Santiago Ángel)
Sayce (A. H.)
Sbarbi (D. José María)
Schaeffer (P. J.)
Scheffer - Boichorst
Scheler (August)
Schemeller (J. A.)
Schilling(J.)
Schlegel (Guillermo)
Schuchardt (Dr. Hugo)
Schultz
Schum
Scoto (P. Andrés)
Sebastián (Pbro. Miguel)
Sedeño
Segovia (D. Antonio María)
Seguín (Fr. Pedro)
Seijas Lozano (D. Francisco de Paula)
Sejournant
Séneca
Seoane (Dr. D. Mateo)
Serra (D. Pedro Alcántara)
Serrano (D. Nicolás María)
Serrano (D. Pedro)
-(D. Apolinar María), Obispo de la Habana
Serrano de San Juan (Dr. Don Juan)
Servio
Settesgast (F.)
Seybold (Chr.)
Sicilia (D. Mariano José)
Sierra y Rosso
Siesso de Bolea (D. José)
Silio Italico
Silva (D. Fernando de), Duque de Alba
-(Lovrenço da)
Silveira (Dr. Miguel de)
Silvela (D. Manuel)
Silvio (Jacobo)
Simonet (D. Francisco Javier)
Sivori (Antonio)
Smith (J.)
Smith (R. C.)
Sobremonte (Juan de)
Sobrino (Francisco)
Sócrates
Sola (Ioseph de)
Solar (Fidelis P. del)
Solís
Sopetrán
Sorapán de Rieros (Dr. Ivan)
Soria (Fr. Francisco de)
Soto (Francisco de)
-(Isidro de)
-(Juan de)
-(Rodrigo de)
Soto Alvarado (Ldo. D. Francisco de)
Sotomayor (Baltasar de)
Sors (Pablo Vicente)
Sors de Peramato (D. Xosef)
Sotuel (D. Tomás)
Souza (Fr. Antonio de)
Souza (Fr. Jo
ao de)
Spartano (Elio)
Spinosa (Ioan de)
Squarzafigo (D. Vincencio)
Stacio
Stengel
Stephano (Henrico)
Stepney (W.)
Stevens (Capitán D. Juan)
Stewart, Duque de Lenox, Conde de Richmond (Don Luis)
Stirling (William)
Stobaeo
Strogero (Gaspar)
Strocio
Suárez (José Bernardo)
Suárez (D. Marco Fidel)
Suárez de Figueroa (D. Diego)
Suárez Inclán (D. Estanislao)
Suchier
Suetonio
Sullivan (Roben)
Summarán (Juan Ángel de)
Suydas
T
Tácito (Cornelio)
Talavera (Fr. Hernando de), primer Arzobispo de Granada
Tamayo y Baus (D. Manuel)
Tamayo de Vargas (Don Thomás)
Tarafa
Tardieu (Ambrosio)
Tartini
Tasso
Tauffers & Castelruth (Juan)
Taylor (Miss Susette M.)
Teixeira (Marcos)
Tejera (D. Felipe)
Tell Villegas (Dr. D. Guillermo)
Téllez de Acebedo (D. Manuel)
Tello (P. Diego), S. J.
Temiño (Juan de)
Tempi (Marqués D. Luis)
Tempo (Antonio de)
Tenuño (Juan de)
Teócrito
Terencio
Teresa de Jesús (Santa)
Terrades (D. Juan)
Terradillos (D. Ángel María)
Terreros y Pando (P. Esteban de) - Véase
Rosterre (anagrama de Terreros).
Texada (D. Ioseph)
Thailan (M . Jules)
Thales Milesio
Thámara (Br. Francisco de)
Thebussen (Dr.) (Pseudónimo de D. Mariano Pardo de Figueroa). - Véase Pardo de Figueroa.
Theofrasto
Thereto
Thucydides
Tibullo
Ticknor (George)
Tikctin (A.)
Tinajero Martínez (D. Vicente)
Tito Livio
Tobler (A.)
Todd (Henry Alfred)
Toíiño de San Miguel (D. Vicente)
Toledo (Virrey D. Pedro de)
Tooke (Horne)
Torio de la Riva y Herrero (D. Torcuato)
Tornel Mexía (Diego)
Toro y Gómez (D. Miguel de)
Torquemada (Antonio de)
Torraca
Torre (Br. Francisco de la)
Torrecilla (Pedro María)
Torrero y Marzo (D. Joseph)
Torres (D. Alfonso)
Torres (P. Enrique), escolapio
Torres (Marqués de)
-(D. Pablo)
Torres Amat (D. Félix)
Torres Mena (D. José)
Torres Naharro (Bartolomé de)
Torres y Oliverio (D. Iñigo de)
Torres Villarroel (Doctor D. Diego)
Torrijos (D. Manuel)
Torrijos Espinosa (D. Custodio Antonio)
Tosca (Fr. Thomás Vicente)
Touar (D. Iuan de), Marqués de Berlanga (
Tovar)
Tours (Gregorio de)
Tovar (Jorge de)
Tracia (A.) (Pseudónimo de D. Agustín
Aicart, anagrama) -Véase Aicart.
Trajetto (Duquesa de)
Trastamara (Conde de) (
Trastámara)
Trejo Lebrija (Francisco de)
Trenado de Ayllón (Francisco)
Treviño (Alonso)
Triana (D. José María)
Trigueros (D. Cándido María)
Trigny (Sr. de)
Trincares (Rosa)
Tris (P. Juan José), S. J.
Trocio (Alberto)
Trogney (César)
Troya (Berenguer de)
Turnebo
U
Ubeda y Gallardo (D. Luis);
Úbeda - escolapio
Ulate (Antonio de)
Ulibarri (Fr. Francisco de)
Ulrich (J.)
Ulloa (D. Augusto)
Uña (D. Juan)
Urbán (Juan)
Urbina (D. Juan)
Urcullu (D. José de)
Urdaneta (D. Amenodoro)
Ureña y Loaisa (Dr. Alfonso)
Uricoechea (D. Ezequiel)
Urosa (Fr. Carlos)
Urrea (Diego de)
Urrecharte (Domingo de)
Utirrucha (Ldo. D. Diego Felipe de)
Usoz y Río (D. Luis)
Ustáriz (D. Juan Miguel de)
V
Vaca de Santiago (Dr. Alonso)
Vadillo (Ivan de)
Valbuena (D. Antonio de)
Valbuena (D. Manuel de)
Valcárcel y Cordero (D. Antonio)
Valdés (Alonso de)
Valdés (D. Antonio)
Valdés (Juan de)
Valdivia (P. Luis de), S. J.
Valdivielso (Mtro. Josef de)
Valencia (Pedro de)
Valenzuela (Juan Manuel de)
Valerio Máximo
Valera (D. Juan)
Valens (Gabriel Florentín)
Valmar (Marqués de) - Véase Cueto.
Valverde (Ldo. Bartholomé)
Valla (Laurencio)
Valladares de Sotomayor (D. Antonio)
Valle (Eusebio María del)
Valledor Argançoa (Fr. Gregorio)
Vallejo (D. José Mariano)
Vallés (Mosén Pedro)
Vallespinosa (D. Adolfo)
Vanegas o Venegas (Alexo)
Varchi (Benedetto)
Várez de Castro (Ldo.)
Vargas (Antonio de)
-(D. Manuel Rafael de)
Vargas Fontecilla (D. Francisco)
Vargas Ponce (D. José de)
Vasconzelos (Antonio)
Vasco (Juan)
Varrón (Marco)
Vázquez (Antonio)
-(Juan)
-(P. Luis)
-(Mutheo)
Vázquez (Pedro)
Vázquez de Ayora (Juan)
Vázquez de Guzmán (P. Hernando), S. J.
Vázquez Jurado (Dr. D. Juan)
Vázquez del Mármol (Juan)
Vázquez Venegas
Vedel de Mallorca (Guillermo)
Vedia (D. Enrique de)
Vega (D. Bernardino de la)
-(Gonzalo de la)
-(Juan de)
Vega (Fr. Pedro de la)
Vega (D. Ventura de la)
Veitelle (J. de)
Vejarano (Fr. Bartholomé de)
Vela Manzano (D. Manuel)
Velasco (D. Fernando José de)
-(Juan Iñigo)
Velasco y Acevedo (D. Juan de)
Velasco y Aragón (Doña Inés), Condesa de Monterrey
Velasco y Aragón (Doña Juana de), Duquesa de Gandía
Velasco Fernández de la Cuesta (D. Lino)
Velasco y Guzmán (Doña Isabel de), Duquesa de Maqueda
Velasco o Touar (D. Iñigo), Condestable de Castilla y Duque de Frías
Velázquez (D. Luis Joseph)
Velázquez de la Cadena (Don Mariano)
Vélez de Aragón
Vélez de Guevara (D. Pero)
Velutello (Alexandro)
Venegas (Alejo) oVanegas.
Venegas de Figueroa (Dr. Don Luis)
Venero (Fr. Alonso)
Veranio (D. Plácido) (Pseudónimo de D. Gregorio Mayans) -Véase Mayans
Veraja (D. César de)
Verduño (Mayordomo Nuño)
Verbel (Dr. Mauricio)
Vergado (Mtro. Francisco),
Vergara (Ldo. Agustín de)
-(Francisco de)
Viana (Dr.)
Vibanco (D. Thomás de)
Vicens (Joseph)
Viciana (Martín de)
Víctor o Vittori (Hierónimo)
Victoria (Marqués de la) - Véase Navarro.
Victorio (Petro)
Vicuña (Juan de)
Vidal de Besalú (Ramón)
Viegas (D. Damián)
Vieira (Fr. Domingo)
Vig* hoja defectusa (D. Vicente)
Vila (D. Luis Quintín)
Vilar y Pascual (D. Luis)
Vilnor (Dr.)
Villacorta (Francisco de)
Villademoros (D. Juan de)
Villafañe (P. Juan de), S. J.
Villagómez (Ldo.)
Villalobos (Dr. Francisco de)
Villalón (Licenciado)
Villamediana (Conde de)
Villamil (Francisco Rodrigo de)
Villanueva (Rafael)
Villanueva (D. Joaquín Lorenzo)
Villar (P. Ivan), S. J.
Villar (D. Zoilo)
Villarroel (Mtro. Gonzalo de)
Villayzán (Juan de)
Villegas (P. Joseph) S.J.
- (Esteban Manuel de)
Villegas y Piñateli (D. Manuel)
Villegas y Quevedo (Dr. Don Diego)
Villena (Marqués de) - D. Enrique de Aragón
Viñaza (Conde de la)
/ Título del autor de esta obra y de sus antepasados /
Virgilio
Visconti y Monllor (D. Nicolás)
Vise (Carlos)
Vitrubio
Vives (Luis)
Vizcaya (D. Daniel)
Volmöller (Carlos,
Karl, Carl)
Votaire
W
Wagener (Juan Daniel)
Waldo Evonig (S. G.)
Walker
Weber
Webster
Welker
Wiens (E.)
Wiffen (Benjamín B.)
Wilkins
Wilson
Windisch
Wincop (Henrique de)
Worcester
Wullen (I. de)
X
Xenofonte (
Jenofonte)
Xerez (Juan de) (
Jerez)
Xerez y Varona (D. Francisco)
Ximénez (Leandro)
Ximénez Arias (Fr Diego) O.P.
Ximénez de la Espada (Marcos)
Ximénez Patón (Mtro. Bartholomé)
Ximénez Samaniego (Fr. Joseph)
Ximénez de Urrea (D. Francisco)
Xoárez de Pavía (Johan)
Xuárez Mosquera (Gil)
Y
Yanguas y Miranda (Don José)
Yáñez Parladoro (Juan)
Yarza (D. Joseph Antonio de)
Yepes (Fr. Rodrigo)
Yeves (D. Carlos)
Yori (Rdo. P. Fr. R.)
Z
Zabala (D. Valentín)
Zamácola (D. Juan Antonio). -Véase Preciso (Don).
Zamora (Alonso de)
Zapata (D. Francisco Antonio)
-(D. Diego)
Zaracho (D. Juan)
Zaragoza (José)
Zaragoza (D. Justo)
Zarco del Valle (D. Manuel R.)
Zarraga (Juan de), Zárraga
Zarza (Juan Lorenzo de la)
Zavala (Phelipe de)
-(Thomás de)
Zazo (D. Francisco)
Zeballos (Pedro de)
Zeballos (Mtro. Blas Antonio de)
Zebico (Juan de)
Zegers (Ldo. D. Fernando)
Zenaro (Damiano)
Zenodoto
Zerolo (D. Elías)
Zidra (Ramón Alexo de) (Pseudónimo de D. Alejandro Ramírez y Blanco)
Zorita de Jesús María (Mtro. Fr. Miguel)
Zuasti (Diego)
Zuazúa (D. Pío de)
Zuloaga (y). Santiago Agustín de)
Zúñiga (D. Baltasar de)
-(D. Gaspar)
-(Jerónimo Lorenzo de)
Zúñiga y Azeuedo (D. Gaspar), Conde de Monterrey
Zurita (Jerónimo) (
Surita, çurita en otras fuentes, Hyeronimo, Hieronimo, etc, cronista de Aragón)



Grammatice, tenuis a fonte, pleno jam satis alveo
fluit, cum praeter rationem recte loquendi, non parum
alioqui copiosam, prope omnium maximarum artium
scientiam amplexa sit.

(Quintilianus Institutiones oratoriae: 2, 1.)



ADVERTENCIA.

La conveniencia de fomentar los estudios filológicos ha sido claramente manifestada por la Real Academia Española al promover un certamen en el cual se expusiese el desenvolvimiento de estos estudios en nuestra patria. Del acierto de la Academia en proponer este tema no puede caber la menor duda. La ciencia, aunque basada en principios, no puede prescindir de la tradición. El lenguaje es un fenómeno social, que procede, como de sus causas y principios, de otros fenómenos análogos anteriores, y las formas y accidentes del hablar presente suponen otras formas y accidentes usados en tiempos que ya pasaron. Por consiguiente, el estudio y el conocimiento del lenguaje actual debe presuponer más o menos clara y directamente el estudio y el conocimiento que hicieron sobre su propio lenguaje las generaciones que nos precedieron. Para lograr este intento, ha convocado la Real Academia Española a los aficionados a semejantes investigaciones, estimulándolos a hacer el recuento del caudal literario que nos legaron nuestros antepasados y fomentando de esta manera, a la vez que el progreso de la ciencia en general, el adelantamiento de los estudios de filología castellana.

Ansiosos de realizar el pensamiento propuesto por la primera de nuestras Corporaciones literarias, aunque persuadidos de las dificultades que habíamos de encontrar en el camino, nos decidimos a acometer una empresa a la cual nos incitaba la afición que hace años tenemos a los estudios filológicos. Para llevarla a cabo, confesamos no haber sido pequeñas la fatiga y la diligencia que nos hemos impuesto, ya que los libros sobre que había de fundarse nuestro trabajo son en su mayor número de tan excesiva rareza que, a pesar de haber logrado reunir en nuestra biblioteca f porción considerable de ellos, nos ha sido necesario, para dar con otros, revolver las librerías públicas y privadas, así de España como del extranjero, solicitar las luces o noticias de personas entendidas, y acudir a medios o auxilios que, estando lejos de nuestro alcance, no han podido utilizarse sino a costa de grandes molestias y dificultades. Así lo tenía reconocido sin duda la Academia, a juzgar por lo que decían acerca de esta empresa algunos individuos de la dicha Corporación. Entre otros, ya en 1871 escribía el Sr. D. Manuel Cañete: Si ha de escribirse algún día, como cumple al buen nombre y al interés del país, la historia de la lengua castellana, se hace necesario no desperdiciar ocasión ninguna de ir allegando materiales que, utilizados y clasificados en sazón oportuna, faciliten labor tan lenta y penosa, porque sólo así podrá realizarse alguna vez obra de tanta importancia, que requiere larga copia de trabajos preliminares arduos y dificultosos de suyo (I).

Ha sido muy escaso, por otra parte, el tiempo de que hemos podido disponer para llevar a feliz término tan difícil tarea: por esto fiamos en la benevolencia de los lectores, que apreciando los inconvenientes que ofrecía un trabajo hasta ahora no acometido, suplirán las deficiencias del nuestro, mirándolo más como ensayo que como obra perfecta y consumada.

Interpretando lo prescrito por la Academia en el programa del certamen, hemos tenido a la vista dos fines en el desempeño del asunto que hemos tomado entre manos, es a saber: indicar los estudios que, refiriéndose a la lengua castellana, pueden conducir al perfeccionamiento y mayor riqueza de su Gramática y de su Diccionario, y desenvolver la historia de la filología castellana, mostrando y explicando sus progresos desde el siglo XV hasta hoy. Estos dos estudios se ayudan y dan la mano el uno al otro, ya que las investigaciones gramaticales y lexicográficas de los pasados siglos no pueden llevarse a cumplido efecto sin derramar vivísima claridad sobre las cuestiones que se refieren así al Diccionario como a la Gramática de nuestra lengua, y sin consignar al propio tiempo, ya en las reglas positivas que proclaman aquellos libros, ya en las opiniones más o menos fundadas de sus autores, ya en los mismos accidentes extrínsecos de sus obras, las etapas del desenvolvimiento de los estudios a que ha estado sometido el idioma castellano en los diversos períodos de su historia.
Para alcanzar estos dos fines, hemos dividido nuestro trabajo en tres libros. Coleccionamos en el primero lo que se ha escrito sobre el origen y formación de nuestra lengua. Enumeramos y describimos en el segundo las gramáticas y cartillas de alguna importancia o que por algún concepto ofrezcan interés, entre las innumerables que existen publicadas sobre el castellano, dividiéndolo en tres partes, que respectivamente tratan de la Analogía y Sintaxis, de la Ortología, Prosodia y Métrica y de la Ortografía, a pesar de que, por la estrecha relación que guardan entre sí algunas materias, como la pronunciación y la escritura, se trata a la vez de ambas juntas en muchos artículos que indistintamente están en la segunda o en la tercera parte. Por igual razón hállanse en la primera parte muchos libros citados en la segunda y en la tercera, por contener en su texto el estudio de los cuatro tratados de que consta la Gramática. En la tercera parte de este segundo libro se contienen asimismo muchas noticias de interés para la historia del magisterio español de primera enseñanza, y se sacan del olvido no pocos nombres de maestros de escuela de los pasados siglos, cuya carrera, aunque modesta e injustamente olvidada, se enlaza tan directamente con el estudio de la Gramática castellana.
(I) Págs. 418 y 419 del tomo de La Ilustración Española y Americana, correspondiente al año de 1871, en donde el Sr. Cañete publicó por primera vez una interesante carta del poeta Francisco de Figueroa con notas del Maestro Ambrosio de Morales: ambos escritos se refieren a la pronunciación de algunas letras castellanas.


Reunimos en el tercer libro las noticias referentes al Diccionario, coleccionando los diccionarios generales primero (I), después los estudios especiales acerca de las etimologías (2), los sinónimos, los arcaísmos, los neologismos, los provincialismos, los tecnicismos, los refranes (3), y, por último, los demás trabajos lexicográficos de carácter vario y general publicados acerca de nuestra habla. A estos tres libros precederá una noticia o disertación en que se consignen las ideas que han tenido acerca de la excelencia de la lengua castellana muchos de los ilustres españoles que de ella han escrito, y de las cuales ha procedido así la composición de las obras gramaticales que se estudian en esta obra como la de las otras más admirables, en las cuales campea esta lengua en toda su nobleza y hermosura.

(I) En esta parte de diccionarios generales incluimos también aquéllos que se han escrito para enseñar nuestra lengua a los extranjeros, como los hispano-franceses, hispano-ingleses, hispano-alemanes, etc. etc. y otros que contienen las palabras castellanas primero y luego su traducción o explicación en otras lenguas clásicas o modernas de Europa. Pero debemos advertir que no damos cabida a los diccionarios en español y en lenguas indígenas de América, Asia y Oceanía. Sin embargo, no dejarán de ser muy útiles al lexicógrafo muchos de estos diccionarios, como, por ejemplo, el castellano-chileno del P. Febres y el castellano-quichua del P. González Holguín, que contiene muchas palabras que no se hallan en el Tesoro de Covarrubias, a pesar de haberse compuesto y publicado este último Diccionario en fecha posterior. Véanse nuestros libros: Bibliografía española de lenguas indígenas de América. Obra premiada en público certamen por la Biblioteca Nacional: Madrid, imprenta de los Sucesores de Rivadeneyra, 1892. (Fol. -XXVIII-435 págs.), y Escritos de los portugueses y castellanos referentes a las lenguas de China y el Japón. Memoria presentada en el Congreso internacional de orientalistas de Lisboa, 1892: Lisboa, M. Gomes, rúa do Garret, 70 (Chiado) (4.° -140 págs.) También hay bastantes vocabularios en castellano y en lenguas indígenas de Filipinas, cuyo examen ofrece especial interés para el filólogo.

(2) Esta parte y la que contiene los trabajos relativos a arcaísmos, son complementarias
del Libro primero de esta Biblioteca.

(3) Nosotros no citamos más que las colecciones o estudios que se refieren a refranes populares. Pero acerca de esta materia véase la excelente Monografía sobre los refranes, adagios y proverbios castellanos y las obras o fragmentos que expresamente tratan de ellos en nuestra lengua. Obra escrita por D. José María Sbarbi, presbítero. Premiada por la Biblioteca Nacional en el concurso público de 1871;, e impresa a expensas del Estado. Madrid, imprenta y litografía de los Huérfanos, calle de Juan Bravo, núm. 5: MDCCCXCI. -Fol. -414 págs.

El Sr. Sbarbi, a quien tanto deben la filología y las letras castellanas, debe ser considerado en España como la primera autoridad en materia
paremiológica.

Habiendo sido nuestro principal empeño contribuir, en lo que cabe a nuestras fuerzas, a la formación de una gramática histórica del castellano, era natural que fijáramos preferentemente nuestra atención en las obras que han contribuido más al desarrollo y perfección de estos estudios. Por esto hemos sido más minuciosos o prolijos en unas obras que en otras, deteniéndonos especialmente en la obra capital de Federico Díez, la Gramática de las lenguas romances, de la cual, atendida su primordial importancia, hemos hecho un largo extracto, en cuanto se refiere a nuestro idioma.

Como nuestro deseo es que este libro sea de inmediato aprovechamiento para la generalidad de los lectores, y como para esto ningún método podía convenir más que el bibliográfico, hemos inventariado por riguroso orden cronológico, en cada, una de las partes respectivas, los trabajos filológicos que se han escrito acerca del idioma castellano.

Quizá podremos ser tachados de prolijos en detalles bibliográficos; pero creemos será perdonada nuestra falta, si tal es, en razón de la ya indicada rareza de los más de los libros que se registran en este estudio. En cambio sólo apuntaremos los títulos de los trabajos impresos en el presente siglo, o de los que por ser epítomes, compendios o resúmenes más o menos felices de otras obras importantes, o por razón de su escaso valor histórico o científico, no exigen ser extractados ni analizados.

Como, a pesar de nuestra diligencia, no siempre hemos podido haber a las manos las obras que buscábamos, estos libros, de nosotros no conocidos directamente, están registrados conforme los citan algunos repertorios bibliográficos (I).

Fáltanos advertir que, como conclusión y remate de nuestra obra, ponemos un índice general de materias y otro alfabético de los autores y nombres propios de personas citados en el texto, que esperamos serán de utilidad para los que quieran aprovecharse de las noticias en ella contenidas.

(I) El único libro que puede considerarse como ensayo de bibliografía gramatical, por
ser las obras de esta naturaleza las que en él más abundan, es el Specimen bibliothecae hispano-majansianae sive idea novi catalogi critici opervm scripiorvm hispanorvm, qvae habet
in sva bibliotheca Gregorivs Majansivs generosvs valentinvs. Ex mvseo Davidis Clementis. Hannoverae, Impensis Jo. Gvil. Schmidii. MDCCLIII. -4.°-3 hs. de pról. + 171 págs. + 16 no numeradas de Indice.

En la
Bibliotheca nova de Nicolás Antonio y en las Bibliografías de Gallardo, Hidalgo y
Salvá, hállanse también registrados y descritos muchos libros de filología castellana.

Pocos años hace, en 1879, el bogotano D. Antonio María de Arrazola publicó una breve bibliografía de gramática española en la cual incluyó principalmente los libros de esta clase publicados en América.



Por último, D. Marcelino Menéndez y Pelayo, en su tercera edición de la Ciencia Española, año de 1889, tomo III de la obra y 64 de la Colección de Escritores castellanos, ha inventariado los trabajos más importantes escritos acerca de nuestra lengua (págs. 273-279).


INTRODUCCIÓN.

DE LA OPINIÓN QUE TUVIERON
ACERCA DE LA EXCELENCIA DE LA LENGUA CASTELLANA
ALGUNOS ESCRITORES ESPAÑOLES.

El estudio de la lengua castellana y el arte de escribirla con perfección datan propiamente de aquel glorioso período de nuestra historia que solemos apellidar con el nombre de siglo de oro. Antes del reinado de los Reyes Católicos se escribió mucho en nuestra lengua. Sin remontarnos a tiempos muy antiguos, el Rey D. Alfonso el Sabio, el Infante D. Juan Manuel, los autores de las crónicas nacionales y muchos de los poetas que florecieron antes de aquella edad venturosa, dejaron en sus escritos no pocas muestras de buen lenguaje y estilo; pero en la mayor parte, si no en todos, se ve más la naturaleza que el arte, más el instinto que la reflexión, y más la ruda espontaneidad en el uso del habla dada al hombre para la declaración de sus pensamientos, que no el estudio y esmerado
cultivo de esta facultad maravillosa, don sublime de la Providencia Divina. Mas en el reinado glorioso de los Reyes Católicos resalta claro y decidido el empeño de los escritores españoles en, usar correcta y artísticamente de su hablar hermosísimo, como fruto del aprecio en que lo tenían y del deseo de hacer gallarda muestra de sus riquezas. Es notorio que el primero en promover el estudio de nuestra lengua y en abrir a los ingenios españoles la gloriosa senda que después de él habían tantos de recorrer, fué aquel ingenio insigne que en los albores del renacimiento de los estudios clásicos en España resplandeció con tan viva luz y con tan maravillosa y extraordinaria grandeza, que aun hoy, después de cuatro siglos, no se puede poner en él la vista sin una especie de asombro. El Maestro Antonio de Nebrija, como se le llamó en su tiempo y ha continuado en llamársele, fué, no sólo el más decidido promovedor de los estudios de la antigüedad clásica en España, sino el primero y más celoso cultivador que tuvo en su tiempo la lengua castellana. A él
se debe el primer arte de Gramática que se escribió de esta lengua, y a él debe ésta el afán con que fué desde entonces estudiada, como también la estima y aprecio en que en adelante la tuvieron los españoles. Así bien pudo decir aquel Maestro insigne en la dedicatoria de su Gramática: Yo
quise echar la primera piedra, e hacer en nuestra lengua lo que Zenodoto en la griega e Crates en la latina, los cuales, aunque fueron vencidos de los que después dellos escribieron, a lo menos fué aquélla su gloria, e será nuestra que fuimos los primeros inventores de obra tan necesaria.

Con estas palabras, no menos arrogantes que aquellas otras que dirigió a D. Juan de Stúñiga en el principio de su Diccionario (I), abría Nebrija anchos horizontes a los profesores españoles para que, siguiendo los derroteros que se iban a la sazón marcando en la cultura europea, aplicaran a la enseñanza de las lenguas clásicas procedimientos más sencillos y racionales, y dedicaran especial esmero al estudio del patrio idioma. Y tal hubo de acontecer, en efecto, ya que, a ejemplo de lo que sucedía en Francia y en Italia, muchos de nuestros humanistas estudiaron con empeño la lengua castellana, y escribieron libros para su enseñanza, y proclamaron sus grandezas y excelencias. Así vemos antes de mediar el siglo XVI, a Juan de Valdés escribir su Diálogo de la lengua, a fin de con-tribuir con él al mayor lustre y perfección del castellano, que es lengua (según él mismo dice) tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla perder por negligencia debería avergonzar a los que con tan inmerecido desdén la tratan. Y de aquí es también que no se limita Valdés en su citado preciosísimo libro a consignar preceptos gramaticales lexicográficos ni a amontonar noticias históricas, sino que, inflamado su pecho por la dignidad y gentileza del romance, sube su elegancia al punto mismo en que halla la lengua toscana, ya cultivada por Pedro Bembo y su escuela ilustre de humanistas, y que había sido ya enaltecida en las doradas plumas de Bocaccio y de Petrarca. Y pues en éstos muéstrase la pureza y propiedad de su lengua por haberla estudiado y escrito con cuidado, fía nuestro escritor insigne en que la castellana se verá excedida en alabanza a las demás lenguas vivas el día en que se llegue a tratarla con miramiento, arrancándola de las manos que pueden deslustrarla con el uso de corrompidas palabras y de giros vulgares o empleándola para vestir vilísimas materias. Amante de su propio idioma, no menos que conocedor de todas sus bellezas, entonces descubiertas a muy pocos, afirma Valdés que todos los hombres somos obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en los pechos de nuestras madres, y dando ejemplo de su consejo do quiera que se ofrece ocasión en su Diálogo, lo esmalta de expresiones felices, donde asi se ensalzan las propiedades intrínsecas del castellano y sus ventajas para decir altos conceptos, como se pide o anhela que la cuiden y se esmeren todos en escribir bien en ella, ya que todo el mundo ansiaba hablar castellano y teníase a gala y honor el ejercitarlo.

(I) Véase el núm. 721 de esta Biblioteca.

Siguió a Valdés, pasados muy pocos años, Ambrosio de Morales, que en el prólogo a las obras de su tío el Maestro Hernán Pérez de Oliva, intitulado Discurso sobre la lengua castellana, expuso las conveniencias del hablar con propiedad y elegancia, y de estimar y ennoblecer la lengua nativa escribiendo las cosas excelentes que con peregrina alteza puedan en ella declararse (t). Duélese de que siendo esta lengua en abundancia, propiedad. variedad y lindeza igual a las primeras, la olviden y tengan en poco los más obligados a honrarla y enriquecerla; defiéndela de la postración a que quieren condenarla los que nada hallan digno del entendimiento, si está declarado en romance; ensalza el primor de que puede verse revestida con la ayuda del arte, y advierte, por último, que
las cualidades y dignidad propias de la lengua se verán tanto más levantadas cuanto más se atienda a escoger los vocablos, a apropiarlos y repartirlos, a mezclarlos suavemente y con diversidad. de lo cual, dice Morales, provendrá toda la composición extremada, natural, llena, copiosa, bien dispuesta y situada.

(I) Discurso sobre la lengua castellana, por Ambrosio de Morales. Se publicó por primera
vez en el libro intitulado: Obras que Francisco Ceruantes de Salazar ha hecho, glosado, y
traduzido... En Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar, año de 1546. 4.°, 230
hojas, letra gótica.

Entre los preliminares léese uno intitulado: Ambrosio de Morales, sobrino del Maestro
Oliva, al lector, que lleva por cabeza de página este letrero: Ambrosio de Morales, Discurso sobre la lengua castellana.

Lo imprimió su autor por segunda vez en las Obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, natural de Cordoua... con otras cosas que van añadidas... Cordoua. Gabriel Ramos Bejarano, 1556.

En una advertencia al lector, dice Morales que en esta segunda impresión de su Discurso
había mudado y añadido muchas cosas que le parecieron necesarias.


El benemérito D. Francisco Cerda y Rico hizo tercera impresión de este Discurso al publicar las Obras de Francisco Cervantes de Salazar... En Madrid por D. Antonio de Sancha, MDCCLXXII. Lo reprodujo según el primer texto publicado en la edición antigua de las obras de Cervantes de Salazar, pero intercalando, entre comillas, los párrafos que añadió el autor a su Discurso al publicarlo segunda vez con las obras de Oliva, En cuanto a las variantes, fueron consignadas al pie de página por el Sr. Cerda, el cual puso también muchas eruditas notas de su propia cuenta.
Las palabras del famoso cronista en el principio de su escrito, tal vez pecan de exageradas, supuesto que ya se habían publicado las obras de Boscán y Garcilaso; Hernando del Pulgar había escrito donairosas epístolas; Pedro Mejía y Florián de Ocampo habían compuesto sus libros sobre historia y antigüedades en limpio y ataviado lenguaje, y Fr. Luis de Granada había hablado de las cosas celestiales con tanta lindeza, gravedad y fuerza en el decir que parece no quedó nada en esto para
mayor acertamiento; y por esto quizá reconoció más adelante que la lengua castellana comenzaba a levantarse y a lucir todas sus bellezas en las plumas de esos escritores. Pero lo más estimable del discurso de Morales es, sin duda, su empeño en destruir la preocupación de muchos de nuestros humanistas en creer que todo lo que era elocuencia y estudio y cuidado de bien decir, había de ser para la lengua latina o griega, sin que tuviera que ver con la nuestra, donde era superfino todo su esmero, toda su doctrina y trabajo. Alzando pendón en pro de los fueros de nuestro idioma, pudo envanecerse este ingenio de haber franqueado el camino que conduce a la verdadera elocuencia, estudiando y empleando bien los tesoros de nuestra lengua, sin desdeñar por esto las clásicas de la antigüedad, antes aprendiéndolas, para con ellas tener las llaves con que poder abrir sus tesoros y enriquecer la vulgar de Castilla con sus despojos admirables.

La queja de Morales, expresada con tanta elocuencia, contribuyó sin duda a fomentar en nuestros ingenios el cultivo simultáneo de las clásicas y de la patria lengua, según que lo justifica el gran número de varones ilustres que formulaban los preceptos del latín o del griego al par que los del castellano, que declaraban en este idioma los conceptos más altos de la ciencia de Dios y de la filosofía, hasta entonces no proclamados más que en la lengua de Marco Talio y Quintiliano, y que celosos de enriquecer a nuestra patria con los tesoros del saber antiguo derramaban en la propia lengua cuantas riquezas de pensamiento hallaban en la griega y latina, infundiendo de este modo vida generosa al castellano y poniendo de relieve toda su magnificencia y esplendor. En virtud del entusiasmo que despertaba el amor a la lengua castellana veíanse aparecer en España para enriquecimiento de su lengua las obras de Aristóteles y de Cicerón, de Tito Livio, de Planto y de Terencio, de Luciano Samosateno, de Plutarco y de Jenofonte, de César y Salustio, de Horacio y de
Ovidio, de Lucano y de Virgilio, vertidas a nuestro idioma con tanta excelencia algunas de ellas, que no faltaron críticos que afirmaran que se hablaba mejor en castellano que en latín. Así también el Marqués de Villena, Nebrija, Simón Abril y otros, al par que popularizaban el cultivo de las humanidades y publicaban el código de sus preceptos, hacían alarde de solicitud con su propia lengua, estudiando su contextura gramatical y sus palabras, escribiendo las reglas de su enseñanza y ensalzando sus admirables perfecciones. Así, en fin, varones sapientísimos como el Maestro Ávila, y todos nuestros místicos, y principalmente aquel Fr. Luis de Granada con razón tenido, al decir de Garcés (I), por juez supremo de la lengua castellana, daban a entender que era tan grande el amor que sentían por el romance, que pudiendo haber escrito aventajadamente en latín, cuyos secretos de dicción conocían a maravilla, prefirieron hacerlo en castellano, empleándolo, como dice Morales, en cosas muy graves con propósito de enriquecerlo con lo más excelente que en todo género de doctrina se halla. ¡Tan alta era la idea que tenían de la excelencia de nuestro idioma y de su abundancia incomparable!

Lo dicho por Morales estaba latente en el cerebro de los varones doctos que, en la patria del Brocense y de Vives, personificaban la tendencia del Renacimiento, sin sensualidades ni exclusivismos, antes con espíritu de tolerancia y de harmonía que vino a redundar en beneficio de
nuestra nativa lengua, cuyas innumerables bellezas, acrecentadas con las que Cicerón y Demóstenes le rindieron, fueron más tarde abundantemente aplicadas a todo género de asuntos científicos, literarios y poéticos. Por esto, el cronista D. Tomás Tamayo de Vargas, en el prólogo de la carta que dirigió a los aficionados de la lengua española al principio del tomo segundo de la Historia natural de Cayo Plínio Segundo, traducida por el Licenciado Jerónimo de Huerta, médico de S. M, el
Rey D. Felipe II (Madrid. 1629), aunque yerra grandemente al tratar de la antigüedad de la lengua castellana, justifica con verdad y elocuencia los encarecimientos que hace de ella, al citar copia abundantísima de traductores que supieron trasladar y ennoblecer en el patrio idioma los libros de los poetas, filósofos, oradores e historiadores de la antigüedad y de las Sagradas Escrituras y Santos Padres.


Así, a pesar del tenaz empeño con que sostuvieron algunos doctos varones el ya citado principio de que sólo en latín podrían escribirse las cosas importantes, los primeros ingenios españoles siguieron empedernidos adoradores de la belleza de nuestra lengua. Defendió su uso y excelencias, mejor que otro alguno, el preclarísimo Fray Luis de León, a quien persiguió la envidia para descubrirle sus quilates y hacerle salir con el mayor triunfo y honra que jamás se ha visto en la revuelta confusión de las pasiones humanas (2), no sirviendo la censura que sus émulos pusieron a los dos primeros libros de los Nombres de Cristo, por haber sido escritos en romance, sino para que en la cabeza del tercero de dichos libros escribiese Fr. Luis de León la más bella apología de nuestra lengua y del cuidado y artificio con que es fuerza se aprovechen sus excelencias para declarar nuestros pensamientos.

(1) Pág. XVI del tomo 11 del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana.

(2) Libro de descripción de verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables varones,


Allí dejó escrito el famoso agustiniano su pensamiento acerca del arte literario, juntamente con la
defensa y alabanza que hizo del romance; allí contestó a los que le achacaron a defecto el haber escrito de materia teológica en el habla vulgar, diciéndoles que no pensasen, porque veían romance, que era de poca estima lo que se decía; mas al revés, viendo lo que se decía, juzgasen que podía ser de mucha estima lo que se escribía en romance y no despreciasen por la lengua las cosas, sino por ellas estimasen la lengua; que una cosa era la forma del decir, y otra la lengua en que lo que se escribía se decía; que las palabras no eran graves por ser latinas, sino por ser dichas como a la gravedad le convenía, o sean españolas o sean francesas; que si porque a nuestra lengua la llamamos vulgar se imaginaban que no podíamos escribir en ella, sino vulgar y bajamente era
grandísimo error. Allí advirtió que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice, como en la manera como se dice, y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido dellas y aun cuenta a veces las letras y
las pesa y las mide y las compone, para que no solamente elijan con claridad lo que se pretende decir, sino también con harmonía y dulzura.
Allí, finalmente, dijo el autor: Yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que escriben en esta lengua, poner en ella número, levantándola del decaimiento ordinario; el cual camino quise yo abrir, no por la presunción que tengo de mí, que sé bien la pequeñez de mis fuerzas, sino para que los que las tienen se animen a tratar de aquí en adelante su lengua, como los sabios y elocuentes pasados, cuyas obras por tantos siglos viven, trataron las suyas, y para que la igualen en la parte
que le falta con las lenguas mejores, a las cuales, según mi juicio, vence ella en otras muchas virtudes.

De este modo entendía el divino León que debíamos de amar la lengua castellana y el respeto que habíamos de rendirla; así juzgaba que habían de realizarse las naturales disposiciones de nuestro lenguaje; de tal manera concebía las excelencias del idioma de Castilla y del arte literario en que aquél servía de vestidura a los conceptos del ingenio.

por Francisco Pacheco. En Sevilla, 1599. -Reproducción del original que posee D. José
María Asensio, ilustre erudito de Sevilla, publicada e ilustrada en un tomo adjunto por
este mismo señor, año de 1886.

Admirablemente secundaron a Fr. Luis otros varones insignes, y más especialmente algunos pertenecientes al agustiniano instituto del cual era gloria el Maestro León.

Entre ellos merece citarse el P. Fr. Malon de Chaide, quien respondía a los que le censuraban por escribir en lenguaje vulgar y en estilo llano y sencillo, de esta manera: Habiendo yo comenzado esta niñería (refiérese a la Conversión de la Magdalena: Alcalá, 1596) en nuestro lenguaje
vulgar, he tenido tanta contradicción y resistencia para que no pasase adelante, como si el hacerlo fuera sacrilegio o por ello se destruyeran todas las buenas letras, y de ahí resultara algún grave daño y perdición de la república de España: unos me dicen que es bajeza escribir en nuestra lengua cosas graves; otros, que es leyenda para hilanderuelas y mujercitas; otros, que las doctrinas graves y de importancia no han de andar en manos del vulgo liviano, despreciador de los misterios sagrados... No se puede sufrir que digan (continúa) que en nuestro castellano no se deben escribir cosas graves. Pues cómo (exclama), ¿tan vil y grosera es nuestra habla que no puede servir sino de materia de burla? Este agravio es de toda la nación y gente de España, pues no hay lenguaje ni le ha habido que al nuestro haya hecho ventaja en abundancia de términos, en dulzura de estilo y en ser blando, suave, regalado y tierno, y muy acomodado para decir lo que queremos, ni en frases ni rodeos galanos, ni que esté más sembrado de luces y ornatos floridos y colores retóricos, si los que le tratan quieren mostrar un poco de curiosidad en ello. Esta no puede alcanzarse si todos la dejamos caer por nuestra parte, entregándola al vulgo grosero y poco curioso. Y por salirme yo de esto, digo que espero en la diligencia y buen cuidado de los celosos de la honra de España y en su buena industria, que con el favor de Dios habemos de ver muy presto todas las obras curiosas y graves escritas en nuestro vulgar, y la lengua española subida en su perfección, sin que tenga envidia a alguna de las del mundo y tan extendida cuanto lo están las banderas de España que llegan del uno al otro polo; de donde se seguirá que la gloria que nos han ganado las otras naciones en esto, se la quitemos como lo habemos hecho en lo de las armas. Y hasta que llegue ese venturoso tiempo, que ya
se va acercando, habremos de tener paciencia con los murmuradores, los que somos de los primeros en el dar la mano a nuestro lenguaje postrado.

De igual manera razonaba el elocuente Fr. Pedro de la Vega, en el prólogo a su Declaración de los siete Psalmos penitenciales (I): Bien me imagino yo (decía) que no faltarán algunos que nos acusen el escribirse este libro en romance, pareciéndoles que en latín granjeara más autoridad a su autor, y las cosas que trata no se hicieran comunes a todos, sino solamente a gente de letras y predicadores. Esta queja puede tener color en la boca solamente de aquéllos que encontraran en este libro estudios y cosas suyas, y de los tales yo soy contento de ser reprehendido; porque en alguna manera recibirán agravio, haciéndose común y vulgar lo que ellos tienen por fruto particular de sus trabajos, y firmándose otro por dueño del tesoro que ellos carecen. Pero los demás acuérdense que antemano en su Evangelio el Padre de familias soberano condenó por injusta la murmuración de los que se quejan porque se da a otros lo que a ellos no se debe; luego los que no hallaren hacienda suya en mis manos, no deben querer atármelas para que yo no pueda comunicar a todos lo que no quito de su casa. A nadie obligó jamás ninguna república que de sus bienes gananciales fundase mayorazgo o hiciese vínculo que usar en unos y no otros. Y cuanto a lo que toca a mi crédito, bien se sabe que sin agravio de nadie puede cada uno renunciar a su derecho...

(I) Edición de Zaragoza, por Carlos Lavayén, año 1606.

Con no menor brío y elocuencia salía por los fueros de nuestra lengua el Maestro Cristóbal de Fonseca, gloria también del orden agustiniano.
Últimamente (decía en el prólogo de la Vida de Cristo), quiero responder a los que murmuran de la elegancia y del arte del bien decir; no porque yo me escriba en la matrícula de los que alcanzaron eso, que antes, huyendo la hinchazón y soberbia en las palabras, he procurado seguir una llaneza no bárbara, sino porque hay hombres que con un celo aparente, aunque no santo, como el que quiere cazar fieras se viste de sus pellejos, asi el que quiere cazar necios groseros se viste de su grosería y necedad y condena la elegancia. Pero yerra, porque los santos, que son los espejos en que nos hemos de mirar y las reglas con que hemos de nivelar nuestras acciones, escribieron con tanta gala, que los Tulios y los Demóstenes no les hicieron ventaja; y en San Cipriano y en San Jerónimo
y en otros santos se hallarán cláusulas que, juzgadas por las leyes de la Retórica, por la demasía de la elocuencia, casi parecen viciosas. Y yendo directamente a la raíz del error que quiere combatir, concluye con gracia y donaire: Pinta un mal pintor un caballo, y como no lo parece, pone un rétulo que dice caballo; pinta una columna y como parece leño, pone columna. Este no pinta para los avisados, sino para los necios. Mas un famoso pintor pinta una yegua que hace relinchar al caballo natural cuando la mira; pinta unas uvas que se abaten los pájaros a picarlas: ¿a cuál de los dos daréis el voto? A la fe, lo que importa es pintar bien: que tema el cordero del león pintado de nuestra mano y que huya la liebre del galgo como si estuviera vivo, que si está mal pintado yo os aseguro
que no huya por más rétulos que tenga (I).

A tan elocuentes y patrióticas palabras deben unirse las que puso en el prólogo de sus Evangelios de Cuaresma el Maestro Fr. Hernando de Santiago, honra de la elocuencia española en el siglo XVI, cuyos discursos, al decir de sus contemporáneos, deleitaban, movían y enseñaban con arte concedido a muy pocos por la Divina Providencia. El cual Maestro no tanto escribió el castellano (según él mismo manifiesta) por el imperio de que gozaba entonces en el mundo, no habiendo en él quien no lo entendiese, cuanto porque halló que nuestro idioma era particularmente apto para manifest¿ir con lisura, facilidad. propiedad y elegancia la tuerza secreta que late en las Sagradas Escrituras, cuyas sentencias aparecen en la lengua de la Iglesia ininteligibles y destrabadas a la
mayor parte de sus indoctos lectores. No podía, ciertamente, el Maestro Santiago hacer mayor alabanza del castellano, al consignar estos principios, los cuales coronó con las palabras de un antiguo: hase de vivir con las costumbres pasadas y hablar con las palabras presentes.

Pero más que nadie realzó la gloria de la lengua española aquel ornamento insigne de la escuela sevillana, el Maestro Francisco de Medina, de cuyos labios brotaban las palabras elocuentes con igual abundancia, belleza y lozanía que en el almendro las flores de primavera. Igualó a los príncipes de la elocuencia Cicerón y Demóstenes, dice uno de sus contemporáneos, no sólo en la pureza y propiedad de la lengua y espíritu y fuerza oratoria, sino en la grandeza de su ingenio y en su erudición y doctrina; tuvo destreza admirable en razonar y explicarse, usando de las mejores y más propias voces que conoció nuestra lengua, aventajándose a los más cultos de su tiempo, así cuando hablaba de pensado, como en lo que la ocasión ofrecía, dando siempre en lo mejor con términos tan del arte que trataba, que parece precedía a cada palabra meditación atenta; y poniendo al servicio de su propia lengua sus insignes facultades, supo, por modo peregrino, tratar del idioma castellano y pregonar en arrogantes cláusulas las grandezas que le estaban reservadas en las plumas valentísimas de nuestros clásicos.


(I) El P. M, Fr. Cristóbal de Fonseca, en el prólogo a la Vida de Christo Nuestro Señor: Madrid. 1605.

(2) Prólogo a los lectores (págs. 1-12), escrito por el Maestro Medina, a las obras de Garcilaso de la Vega, anotadas por Fernando de Herrera. Véase el núm. 411 de esta Biblioteca.


El Discurso sobre la lengua castellana que sirve de prólogo a las poesías de Garcilaso, comentadas por Herrera (2), por lo generoso de las ideas y la pompa y harmonía de la dicción, es, a no dudarlo, el trabajo crítico más bello y de importancia más transcendental que se escribió en España en su tiempo, y cuya elocuencia es tan eficaz, que su lectura deja en nuestros ánimos admiración y deseo insaciable de entregarnos nuevamente a la contemplación de aquel conjunto de generosas ideas, escogidas y juntadas con acendrado amor por la lengua patria y declaradas en cláusulas inimitables.

Tal vez el Maestro Medina, deslumbrado por el fuego de su entusiasmo, concede a muy pocos escritos españoles la honra de la perfecta elocuencia; considera con exageración el estado de abatimiento en que supone a nuestra lengua, y, al recordar ciertas glorias de la literatura castellana, supone sin razón que son muchos los descuidos y vicios que deslustran la propiedad y gran abundancia que los hacen merecedores de aplauso. Pero nada son estas sombras al lado de la luz vivísima que destella la dignidad de aquellas ideas, dirigidas a la defensa y alabanza del idioma castellano. El cual espera el Maestro sevillano que se ensalzará y acendrará con la lumbre del arte, que es guía más cierto que la naturaleza; esto es, mediante el estudio de la lengua en la gramática y en el vocabulario, en el de la pronunciación y en el de las letras con que las voces se figuran. De la ignorancia de estas disciplinas (dice) nacieron tantos vicios así en lo uno como en lo otro; y se han endurecido tanto con los años, que apenas se pueden arrancar del uso, y si alguno lo intenta es aborrecido y vituperado como hombre arrogante, que dexando el camino real que hallaron nuestros pasados, sigue nuevas sendas llenas de aspereza y peligros, como si la conformidad de la muchedumbre guiada por su antojo, sin ley ni razón,
deviese ser regla inviolable de nuestros consejos.
No menos que a esta causa atribuye Medina a la preferencia dada a la lengua latina sobre la común, por suponer los autores que sus escritos perdían estimación en allanarse a la inteligencia del pueblo, la falta de ilustración en que se tenía el habla castellana. Pero, con todo, su pluma no se entrega a las tristezas del pesimismo. El recuerdo de Garcilaso de la Vega, de Hernando de Herrera y de los libros de los más loados escritores, levanta su espíritu de tal manera, que rendido el insigne Maestro a la beldad del habla castellana, espera que llegará día en que se comenzará a descubrir más clara su gran belleza y esplendor, y todos encendidos en sus amores (dice) la sacaremos del poder de los bárbaros; encogeráse (prosigue) de hoy más la arrogancia y presunción de los vulgares que, engañados con falsa persuasión de su aviso, osaban recuestar atrevidamente esta matrona honestísima;
incitaránse luego los buenos ingenios a esta competencia de gloria, y veremos extendida la majestad del lenguaje español, adornada de nueva y admirable pompa, hasta las provincias donde victoriosamente penetraron las banderas de nuestro ejército.

Rara vez ha habido escritor que igualara la elocuencia de estos períodos admirables, este entusiasmo por la grandeza del idioma castellano.

En el mismo año y en el mismo libro en que aparecía el gallardísimo discurso de Medina, otro esclarecido sevillano, gloria y honra la más alta de la escuela poética hispalense, pindárico por su fuerza e inspiración, bíblico por su majestad y arrogancia, platónico por el sublime idealismo que le mueve y acompaña siempre, el divino Herrera, en fin, poeta, retórico, filólogo y crítico insigne, desata los raudales de su entusiasmo para ensalzar en sus Comentarios a Garcilaso de la Vega la dignidad de nuestra lengua, a propósito de los versos de este ilustre soldado, y escribir a la vez un curso completo de teoría literaria. Las inmensas riquezas del lenguaje español, de las que él llegó a ofrecer a las gentes parte muy preciosa, ya en prosa, ya poéticamente, avívanle su entusiasmo; y al par que encarece por la movilidad y crecimiento del hablar común la necesidad de pulir y aquilatar las frases y modos de decir, y de atender en materia de lenguaje hasta aquello que más nimio se antoja a los indoctos, para así verlo más lleno y abundante de todos los ornamentos que puedan hacerlo más ilustre y estimado, prorrumpe en magníficos loores de la lengua española; la cual hallo (escribe) tan grande, y llena y capaz de todo ornamento, que compelido de su majestad y espíritu, vengo a afirmar que ninguna de las vulgares la
ecede y muy pocas pueden pedille igualdad; es la nuestra (continúa) grave, religiosa, honesta, alta, manífica, suave, tierna, afectuosísima y llena de sentimientos, y tan copiosa y abundante, que ninguna otra puede gloriarse desta riqueza y fertilidad más justamente; no sufre ni permite vocablos extraños i baxos, ni regalos lascivos; es más recatada y osservante que ninguna; tiene autoridad para osar innovar alguna cosa con libertad; porque ni corta ni añade sílabas a las alciones, ni trueca, ni altera forma; antes toda entera i perpetua muestra su castidad i cultura i admirable grandeza i espíritu con que ecede sin proporción a todas las vulgares i en la facilidad y dulzura de su pronunciación (I).

La bizarría de estas palabras, y el espíritu que alienta todo el valentísimo comentario de Herrera, debieron de contribuir, no poco, a levantar el cultivo de la lengua castellana, y a encender en sus amores a toda aquella corte literaria que se congregaba en la casa de Francisco Pacheco y en las de los Alecenas de Sevilla. Nunca, en verdad. se ha visto mejor proclamada la grandeza del castellano; nunca con más eficacia defendida su dignidad y excelencia. La escuela poética sevillana cooperó
admirablemente al movimiento iniciado por Herrera; y Cetina, y Medrano, y Alcázar, y Arguijo, y Quirós, y Salinas, fueron una viva protesta contra los que intentaban desdeñar la lengua que varones tan insignes enaltecieron e ilustraron.

(I) Páginas 74 y 75:


Voces parecidas a las que habían salido de la esclarecida escuela sevillana resonaron años adelante a orillas del Ebro en la boca del ilustre autor del Genio de la Historia, Fr. Jerónimo de San José (I), el cual, después de encomiar en varias ocasiones el lustre de nuestra lengua, afirma resueltamente que el brío español no sólo quiso mostrar su imperio en conquistar y avasallar reinos extraños, sino también ostentar su dominio en servirse de los lenguajes de todo el mundo; tomando libremente de cada provincia, como en tributo de su vasallaje, lo que más le agradaba y de que tenía necesidad para engalanar y enriquecer su lengua, con tal destreza que al vocablo que de nuevo introducía, dábale cierta gracia, aliño y gala que no tenía en su propia patria y nación, mejorando así lo que tomaba para hacerlo con excelencia propia.

Estas ideas, expuestas por aquellos ingenios esclarecidos, recibieron al comenzar el siglo XVII particular confirmación en las obras de Aldrete, quien, después de haber iluminado con luz vivísima la historia de nuestra habla, cerró como con llave de oro su libro del Origen de la lengua castellana con el capítulo que trata de las grandes cualidades dignas de mucha estima que tiene el idioma de Castilla. En dicho capítulo, breve, según que de propósito lo quiso escribir el autor, no se dejan de notar y aplaudir las particularidades que avaloran el romance, ni de emitirse ideas muy notables, como la de la fijación de las diferencias que hay entre el hablar común del vulgo y el hablar discreto y reportado; entre aquél en que las palabras corren libremente y aquél otro en que todo está pensado, limado y prevenido. No pasaron tampoco por alto a Aldrete las particulares bellezas que puede encerrar la dicción castellana; ni la suavidad y dulzura varoniles que la enjoyan; ni la gravedad y arrogancia; ni la candidez y pureza; ni las agudas sales; ni el donaire y la gracia; ni la grande abundancia; ni, en fin, los modos de decir, en los que ninguna lengua hace ventaja a la nuestra, por ser éstos tan proporcionados y ajustados, que sin afectación declaran lo que quieren y contienen gran énfasis y significación. Así es instrumento felicísimo de todas las ciencias que se valen de ella para declarar sus conceptos de manera no inferior a la que ofrece la lengua latina, a despecho de los que vieron mal que Fr. Luis de León escribiera en castellano sus Nombres de Cristo, y, años adelante, Bartolomé Leonardo de Argensola su Historia de la conquista de las islas Malucas.

(I) Págs. 115 y 116, cap. III, 2a parte del Genio de la Historia, por el P. Fr. Gerónimo de San Iosef, Carmelita descalço. Pvblicalo el Marqves de Torres... En çaragoça: En la Imprenta de Diego Dormer, 1651. -4.°
A estas excelencias añade el desconocido Dr. Viana, en el siglo XVII, las ventajas que la lengua castellana tiene para expresar los más sutiles y profundos conceptos con suma y clarísima brevedad (I). Cuanto más deja que inquirir y entender a los oyentes el que habla, hace su oficio más galanamente, dice este autor: preciosa máxima, ya declarada por el Brocense (2), seguidor de la doctrina de Horacio (3), pero que el Doctor Viana afirma ser comprobada, mejor que en ninguna de las lenguas, en la castellana, no tanto por la facilidad con que sirve de ajustado marco a las ideas de la mente, como por la exactitud con que en pocas palabras sabe comprehender tantas diferencias de donaires, tan sabrosos motes, tantas delicias, tantas flores, tan agradables demandas y respuestas, tan sabias locuras, tan locas veras, que son para dar alegría al más triste hombre del mundo, según muy bien dijo D. Alonso de Fonseca (4).

El Dr. Viana hace asimismo resaltar la facilidad con que nuestra lengua, mejor que otra alguna, sirve para apropiarse y vestir los conceptos expresados en las extranjeras, con tal perfección y vida, que las traducciones hechas por muchos de nuestros ingenios poseen las cualidades de obras originales. Ventaja, por cierto, tan preciosa como verdadera; porque en tanto que a otras lenguas les es negada, viéndose reducidas a un arte de imitación más o menos perfecto, la castellana sabe traspasar a sus propios lares las ideas extrañas, dándoles en ellos la misma forma que originariamente tenían y guardándoles toda su primitiva fuerza y valor. Nuestros buenos traductores, así de las literaturas clásicas como de las modernas, han demostrado, en efecto, que su nativa lengua ha sido dócil instrumento con cuya riqueza y variedad han trasladado felizmente a ella cuanto de las extranjeras se habían propuesto (I).

(I) Equívocos morales: Ms. original en 4.°, de 240 págs. dobs. existente en la Biblioteca
de la Real Academia de la Historia. -Contiene 206 coplas, y el prólogo con que comienza
es un verdadero Discurso sobre la excelencia del castellano. La prosa del Dr. Viana es tersa,
nutrida y elegante, y muy superior a sus versos. -En un pasaje de esta obra, el autor se
dice serlo también de un Poema de la excelencia del hombre, de cuyo prólogo copia algunos
versos.

(2) Lib. IV de la Minerva, fol. 164 al fin.

(3) Est brevitate opus, ut currat sententia, ne se impediat verbis lassos onerantibus autores.

(4) Carta del Arzobispo de Santiago al Dr. Villalobos.





Persuade el Dr. Viana con su pluma de la verdad de estas excelencias, no olvidando que esas mismas cualidades que tan idóneo hacen a nuestro romance para el ejercicio del traducir, le hacen al par imposible para ser traducido; pues no pueden de ninguna manera (dice el autor) guardarse en otra lengua las gracias, sabrosísimas por mil maneras, de la nuestra, en las cuales, por ser todas breves y agudísimas, cifradas en la mudanza de una letra, o del acento, o en una alusión o equivocación, casi excede a la griega y latina.

¡Lástima fué que este elocuente autor, que con tanto acierto trató de la superioridad y ventaja de nuestra lengua y de nuestra literatura sobre la toscana, así en prosa como en verso, afeara su precioso discurso con desatinadas especies sobre los orígenes del romance castellano!

Más acertado que el Dr. Viana en sus opiniones sobre la historia de nuestra lengua, estuvo el Licenciado Juan de Robles, y no menos elocuente en las alabanzas que le tributó en su libro de El culto sevillano. El florecimiento de nuestras letras en aquellos tiempos le anima y entusiasma; la
lección de los libros escritos por las plumas de nuestros clásicos, subyuga su entendimiento; el cuidado que al escribir pusieron éstos en el escogimiento de las palabras, según sus formaciones y terminaciones, y la tersura de sus frases y la clarísima elocuencia con que se expresaron, muévele a grande admiración; y ante el numeroso conjunto de escritores castellanos que acreditaron y pusieron su lengua en el más alto punto de perfección y de cultura a que jamás había subido, no vacila en proclamarla tan perfecta y magnífica como la latina en tiempo de Cicerón. No perdonó el Licenciado Juan de Robles ocasión para ensalzarla, ahora con la autoridad del Maestro Medina y de Aldrete, ahora con frases de su propio ingenio.

Sería muy largo recordar aquí todas las autoridades que por accidente trataron en los siglos XVI y XVII de la dignidad de la lengua castellana. Conocedores y amantes de ella, pocos hubo que no se mostraran agradecidos al modo con que les servía para vestir sus pensamientos. No hay autor de gramática, por humilde que sea, que espontáneamente no haya dejado escrita alguna frase alabadora de la lengua de Cervantes y de Granada.


(I) Yo me incliné (a traducir) sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo lo que se le encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera y abundante para los que la saben tratar. Carta de Fr. Luis de León a D. Pedro Portocarrero, publicada por D. Gregorio Mayans en la Vida del insigne agustiniano, con sus Poesías (Valencia, año de 1761).


Antes que resonaran los acentos dogmáticos de Nebrija, ya desde que Alfonso X el Sabio mandó que se escribieran las leyes en romance para el mejor gobierno y administración de su reino, dedicáronse a cultivarla con esmero y entusiasmo, desde el rey abajo, los más valientes ingenios, justos estimadores y ensalzadores de su propia lengua. No obstante esto, porción de libros aparecieron años después escritos en latín, en los cuales sus autores prefirieron este idioma al de Castilla; pero la corriente a que se oponían hubo bien pronto de arrastrarlos; ¿y qué mucho que el castellano sobrepujara al fin a un idioma muerto, si entre los usados entonces tenía singular preferencia, no solamente por las cualidades que le adornaban, sino por la necesidad que había de aprenderlo? (I), ¿y qué extraño que las cualidades de nuestra habla fueran reconocidas por todos, si el mejor libro escrito sobre sus excelencias está en la misma historia que nos dice que entonces era el idioma universal?
In omnem terram exivit sonus corum et in fines orbis terrae verba corum puede decirse, con el Rey Profeta (Psalmo 18), de los españoles y de su idioma durante los siglos XVI y XVII.


Españoles fueron, en efecto, los que cruzaron por primera vez el tenebroso mar y clavaron el glorioso pendón de Castilla en el virgen continente americano; españoles los que predicaron la fe de Cristo en las Indias occidentales y orientales y en cuantas tierras circunscriben los mares Océano y Pacífico; españoles los que gobernaban los inmensos Estados de la monarquía; españoles los que enseñaban en las más famosas Universidades extranjeras; españoles, en fin, los que en la política, en la ciencia y en las letras eran los indisputables dominadores. Todas estas grandezas habían además de redundar en beneficio de nuestro lenguaje, que se adornó en aquella edad con cuantas galas creyó conveniente tomar de los idiomas extranjeros. ¡Admirable estado el suyo y el de nuestras letras en aquellos dos siglos! En Italia, dice Juan de Valdés, así entre damas como entre caballeros, se tenía por gentileza y galanura saber hablar castellano; la nobleza romana procuraba, según el testimonio de ximénez Patón, dar a sus hijos ayos españoles que los educasen, y en la nación francesa, nos dice el mismo, entre otros libros para las escuelas, se autorizaron los de la enseñanza para la lengua española (2); el Rey Enrique IV de Francia era apasionadísimo del castellano y tuvo por maestro de él al célebre Antonio Pérez, según refiere éste en una de sus cartas a aquel Monarca;


(I) a causa da lingoa Castelhana se estender per
alguas prouincias, & hauer nellas
muitos que as
saibao entender. & faliar, nāo he por a bondade da lingoa (que nos nāo lhe
negamos) mas por a necessidade que della tem aquellas gentes, que della
usao. Origem
da lingoa portuguesa, per Dvarte Nvnez de Liao: Lisboa, 1606, cap. XXIII, pág. 135.

(2) Prólogo al lector de su Elocuencia española en arte.

las damas francesas se complacían en la lectura de los libros de Cervantes, al decir de César Oudin en el prólogo de su traducción de
Galatea, y el propio autor de El Ingenioso Hidalgo, escribe Capmany. fué convidado con muy ventajosos partidos para ir a París a enseñar la lengua española, proponiendo sus propios escritos por modelos de lenguaje; príncipes y señores la aprendían en Francia e Inglaterra, Flandes e Italia; y cuando el Emperador Carlos V, que se preciaba de español, venció en el río Albis al Duque de Sajonia, dice el Licenciado Villalón, que al presentársele, para obedecerle y demandarle perdón, todas las Señorías y Principados de Alemania, habláronle por aplacerle en castellano (I).

Muchas obras dramáticas eran representadas por cómicos españoles en Francia, Italia, Cerdeña y Flandes; y tanto gustaba el público de ellas, que el famoso comediante Sebastián de Prado representó en París cuando la Infanta María Teresa, hija de Felipe II, pasó a casarse con Luis XIV (2); María Laredo hizo damas en las compañías que andaban por Italia y nunca vino a España (3); permitióse en tiempos de Gregorio XV por este Pontífice la pública representación de nuestras comedias a presencia de insignes purpurados, según refiere un testigo de vista, el P. Tomás Hurtado, clérigo menor (4), y a fines del siglo XVII todavía se representaban con extraordinario aplauso, por judíos portugueses y españoles, en Amsterdam y en otras ciudades de los Países Bajos (5).
En fin, tan grande era la estima en que era tenida en general la lengua castellana, y tal el amor con que la trataban sus cultivadores, que el Monarca Felipe IV, al dar el parabién al Papa Alejandro VII por su exaltación al Sumo Pontificado, quiso escribírselo en castellano, terminando su carta con estas gloriosas expresiones: La hubiera escrito en lengua latina, si en medio de ser la española su hija, no excediese aun a la misma madre en la gravedad de su carácter, posesión de sus lacónicas frases, majestad de sus palabras, y en lo peregrino de sus exquisitos y vivaces conceptos.

(I) Y añade el Ldo. Villalón en el
Proemio de su Gramática, impresa en 1558, que compuso su obra por ver el común de todas las gentes inclinadas a la dichosa lengua castellana, que les aplace mucho y se precian de hablar en ella: el flamenco, el italiano, el inglés, el francés y aún el alemán se huelgan de la hablar, y que la lengua castellana lo merece todo por su elegancia, eloquencia y copiosidad: que cierto es muy acomodada a buen decir.

(2) Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, por D. Juan Antonio Pellicer y Saforcada: Madrid. por D. Antonio de Sancha, 1778.

(3) Tratado histórico sobre el origen y progresos del histrionismo en España, por D. Casimiro Pellicer: Madrid. 1804, parte segunda, págs. 197 y 198.

(4) Tractatus varii Ressolutionum Moralium. pars posterior. pág. 127.

(5) Conferencia dada el año de 1891 por el Sr. D. Juan Fastenrath, sobre las letras españolas en Holanda, en el Ateneo de El Haya.


Fue tan grande la influencia que el castellano ejerció en todas partes durante el siglo XVII, que Francia, adoradora de Italia durante el siglo XVI, tomó por modelo en el siguiente nuestras costumbres y nuestra habla, que habían extendido las guerras de la Liga y la permanencia de nuestros ejércitos en la nación vecina.. Esta influencia de nuestra lengua en la francesa llegó a tal punto, que los eruditos de allende el Pirineo, inclinados casi siempre a negar, en lo tocante a España, hasta aquello mismo que es de suyo evidente, según lo testifica el ejemplo de que Salomón Reinach se atreva a anteponer el
Glossaire comparatif des langues de l´univers (en número de 280), publicado en 1787 por orden de Catalina de Rusia, al Catálogo de las lenguas (en número de 300) publicado en 1784 por Hervás, indiscutible fundador de la filología comparada (I), los eruditos franceses, repetimos, no han podido negar que la corte de Enrique IV estaba españolizada, que los cortesanos se admiraban y exclamaban, por moda, en frases castellanas, y que la lengua francesa tomó entonces de la nuestra innumerables vocablos como algarade, caramel, capitán, camarade, cassolette, creole, castagnette, embargo, duegne, galón, guitare, hagnanée, habler, mantille, negre, sarabande, sieste y otras muchas (2).
Y aunque alguno de ellos haya negado el valor de ciertas palabras de Balzac (3) y la indudable imitación del teatro de Calderón de la Barca en la pluma del gran Corneille, les ha sido imposible desconocer a todos la gran influencia de nuestra literatura y de nuestra lengua en la lengua y en la literatura francesas durante el reinado de Luis XIII (4), en que se estudiaron y tradujeron las obras de Cervantes, Antonio Pérez, Mateo Alemán, Juan Ruarte y otras de nuestros más famosos escritores, por las cuales la nobleza y el énfasis de la frase castellana influyeron considerablemente en la lengua francesa.

Imprimiéronse entonces libros españoles en las más famosas oficinas de Milán y Roma, Ñapóles y Venecia, Lyon y París, y las muy célebres de Amberes y de Bruselas apenas publicaban libro que no fuese escrito por plumas castellanas;

(I) Manuel de Philologie classique, tomo I, lib. II, § III. Histoire de la grammaire comparée.
(2) Grammaire historique de la langue française, par Auguste Brachet. Introduction.
(3) Les courtisans, sils eussent eté nés à Madrid ou à Toledo, ne pouvaient étre meilleurs Espagnols: tout le monde couroit en foule et les yeux fermés a la servitude.
(4) Précis de Grammaire historique de la langue française, avec una introduction sur les origines et le développement de cette langue, par Ferdinand Brunot, lib. I.



traducíanse no sólo al francés, como se ha dicho, nuestras obras clásicas, sino al italiano, al alemán, al inglés, al holandés y a otras lenguas europeas, agotándose en poco tiempo muchas ediciones; preciábanse las naciones extranjeras de saberla y estudiarla por arte y a costa de trabajo y cuidado, como dice un antiguo (I); y a estos fines dedicábanse a componer el diccionario y la gramática del castellano el Sr. de Trigny, el capitán Flégétante, César Oudin, Enrique Doergangk, Carlos Mulerio, Mad. Pasier, Juan de la Naie, el Sr. Loubayssin de la Marque y otros extranjeros que se hubieran podido gloriar con justicia de haber compuesto el diccionario castellano antes de que apareciese ninguno de nuestra propia lengua en España. De esta manera pregonaban los hechos, mejor que la voz más autorizada y elocuente, la peregrina grandeza de nuestra lengua, que así había subyugado y enseñoreado todos los espíritus en aquella edad memorable y gloriosa (2).

Con la decadencia de la casa de Austria fué pareja la del idioma castellano, al fin como cosa mudable y sujeta al tiempo; y sin que sea propio recordar aquí las causas de la infeliz y deshecha fortuna que corrió entonces nuestra lengua, no debe olvidarse, sin embargo, que ni un solo momento se dejaron de reconocer las cualidades y particulares perfecciones que podía revestir, según que en años pasados lo había pregonado nuestra literatura. De ahí provino el que, bajo la protección de la Corona se fundase una Corporación dedicada a limpiar y purificar, fijar y esclarecer la noble lengua española, y a procurar la dichosa restauración de las letras; y cuando los doctísimos varones que formaron esta Academia bajo la presidencia del Marqués de Villena, pusieron mano en la
obra que les estaba encomendada, empezando por la composición del gran Diccionario de autoridades, lo primero que consignaron en sus preliminares fueron las siguientes palabras:
La lengua castellana en nada cede a las más cultivadas con los afanes del arte y del estudio: es rica de voces, fecunda de expresiones, limpia y tersa en los vocablos, fácil para el uso común, dulce para los afectos, grave para las cosas serias, y para las festivas abundantísima de gracias, donaires, equívocos, sales. Es muy copiosa de sentencias, proverbios o refranes, en que está cifrada
toda la Philosophia moral y la enseñanza civil, como confiesan Erasmo y Escalígero; y tiene muchos dialectos o términos peculiares, cuya viveza no es posible substituirse en otra lengua.

(I) El Maestro Bartolomé ximénez Patón, en sus Instituciones de la Gramática española, segunda edición, en el Mercurius trimegistus. Prólogo al Dr. D. Francisco de Alarcón, Canónigo y Maestrescuela de la Santa Iglesia de Cuenca.

(2) El italiano y el español formaban en otro tiempo parte de la educación francesa, y hasta en tiempo de Corneille toda nuestra literatura era todavía española. Año literario de París, 31 de Enero de 1786. (Núm. 11: juicio acerca del discurso sobre la universalidad de la lengua francesa, compuesto por M. Rivaroles, y laureado por la Academia de Berlín, año de 1784.)

La Rhetórica, para resplandecer brillante en sus artificiosas oraciones, nada echa menos en ella de
lo grande que se halla en las lenguas griega e latina, pudiéndose decir de ella, con igual valentía y elegancia, cuanto se ha dicho en éstas de grande y admirable, cediéndolas sólo la ventaja de haber sido primeras en el tiempo. La Poesía en la variedad de metros, números, consonancias y asonancias, es gratísima y muy dulce a los oídos: lo majestuoso de las voces le da gravedad y peso, y en lo festivo la copia de equívocos y gustosas alusiones la hacen, sin la menor competencia, singular entre todas (I).

A estas frases que la ilustre Corporación estampaba, habían de seguir, cual era lógico, las manifestaciones del particular entusiasmo de algunos académicos. Así entre otros el competente lexicógrafo Don Ramón Cabrera, al entrar en la Academia Española, año de 1791, no
hallaba palabras suficientes a encarecer la harmonía, gravedad y abundancia del idioma castellano (2), probando su tesis, ahora con el recuerdo de las nobles y magníficas terminaciones de sinnúmero de palabras, con la dulzura y variedad que las distingue, merced al número de sonidos claros y llenos y al uso de vocales diversas en la acentuación y número de las sílabas, ahora con la riqueza de giros y de voces que hacen al romance idóneo, como ninguna otra de las lenguas neo-latinas, para cualquier materia científica o literaria, de que da nuestra historia testimonio abundante y elocuentísimo.

Un año después, el erudito historiador de Colón y de Cervantes, D. Martín Fernández de Navarrete, al tomar posesión de su plaza de individuo honorario el 29 de marzo de 1792, empezaba su discurso sobre la formación y progresos de nuestro idioma hablando de las cualidades que enaltecen esta lengua en que nos expresamos, la más harmoniosa (decía) de las vivas, la más parecida a la rica y abundante de Grecia, la más dócil para recibir todos los adornos de la elocución; que por su riqueza y fecundidad satisface a maravilla la expresión de todas las ideas y sentimientos, y que por su precisión y pureza se adapta a las maneras de hablar más breves, claras y elegantes. Por último, no se pronunció discurso alguno en el seno de la Corporación sin que se tributasen entusiastas loores al castellano, si el tema les ofrecía ocasión propicia a estos fines.

(I) Discurso proemial sobre el origen de la lengua castellana, 1727.

(2) D. Ramón Cabrera fué admitido en la Academia el 22 de noviembre del citado año;
falleció el 3 de septiembre de 1833. -Su discurso se ha incluido en las Memorias de la
Academia, tomo I: Madrid. 1870. -4.°, págs. 547-555.


Meléndez Valdés, ante la Real Academia Española (I), se lamentaba de la postración y decadencia de las letras españolas en los tristes primeros años de este siglo; dolíase de que hubiera quienes, desconociendo el alto precio de la lengua de Castilla, la desfiguraran y afeasen con cantidad de frases y voces bárbaras e ilegítimas, y clamaba por la depuración y restauración de nuestra habla, acaso la primera (exclama) de las vivas, o la que reúne al menos más número de dotes para competir con las clásicas, por lo copiosa, clara, dulce, sonora, llena de energía y majestad; y a ejemplo de Meléndez Valdés, D. Manuel Josef Quintana mostrábase en 1814 (2) amador vehementísimo de nuestra lengua, temiendo que alteraciones viciosas viniesen a desnaturalizarla, y al esperar que un nuevo espíritu de vida social le prestara mayor dignidad y calidades, no excusaba palabra en alabanza suya.

Alentados con el preclaro ejemplo de esta Sociedad literaria, e impelidos al par por su nativo buen gusto y entusiasmo, por su ingenio y erudición, cooperaron no poco a la empresa acometida por la Academia otros varones ilustres a quienes debe mucho la literatura española del pasado siglo. El insigne valentino d. Gregorio Mayans, en su Oración fúnebre en que exhorta a seguir la verdadera idea de la Elocuencia española (3), duélese de que no se cultivaran en sus días las letras con el esmero a que se hace acreedora la más majestuosa de las lenguas neo-latinas, e incita a los estudiosos a seguir las venerables pisadas de nuestros clásicos y a realizar de este modo los magníficos acentos que presta nuestra habla (4); Vargas Ponce, en su Declamación contra los abusos introducidos en el castellano (5), hace una apología de las admirables perfecciones y cualidades de nuestro idioma menospreciadas en su época; Capmany, el español que, al decir de Puigblanch (6), mejor ha poseído el diccionario de nuestro idioma, en sus Observaciones críticas sobre la excelencia de la lengua castellana (I), la compara con otras lenguas europeas y señala, con el testimonio de muchos ejemplos, las ventajas que la nuestra les lleva y todas las cualidades que la embellecen;



(I) Memorias de la Academia, tomo II, págs, 629 y 632. Fue elegido académico numerario en 1798, y leyó su discurso de recepción el 10 de septiembre de 1810.

(2) Ocupó su plaza de académico el 1: de marzo de dicho año. Memorias de la Academia, tomo II: Madrid. 1870, págs. 633 y 038.

(3) Impresa en Valencia por Bordazar, año de 1724, en 4.° Reimpresa en León de Francia, por los hermanos De Ville y Luis Chaimette, año de 1733. Incluida en sus Orígenes de la lengua española y en sus Ensayos oratorios: Madrid. por Juan de Zúñiga, 1737 y 1739.

(4) Así termina Mayans su Discurso de los Orígenes de la lengua española: Sepa, pues, todo buen español i todo el mundo que tenemos una lengua abundantísima i suave, i que podemos usar de ella con la mayor propiedad y energía, con brevedad. sublimidad, elegancia, harmonía, i por decirlo en una palabra, con eloquencia.

(5) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca, columnas 614, 615 y 616.

(6) Pág. 432 del tomo II de sus Opúsculos gramático-satíricos.


d. Gregorio Garcés, en los prólogos de los dos volúmenes de su Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana (2), ensalza nuestra habla en el uso de sus partículas principalmente; el benedictino Feijóo, lamentándose de la moda de salpicar con voces francesas las conversaciones y los libros, dice que si los excesos de una lengua respecto de otra pueden reducirse a tres capítulos, propiedad. harmonía y copia, es menester no olvidar que en ninguna de estas tres calidades cede la lengua castellana a la francesa (3);


(I) Págs. 123 y 171 del tomo I de su Teatro histórico-crítico de la Elocuencia española.
Estudiando Capmany la antigüedad y progresos del castellano desde su más remoto principio, escribe que ninguna de las lenguas de Europa habladas en el siglo XIII había alcanzado una forma tan pulida, bella y suave como la castellana; compárala con las len-guas francesa, inglesa e italiana, y sin desconocer las partes dignas de aplauso que éstas tienen, acuerda la indudable ventaja de la nuestra sobre aquéllas. Y más adelante dice del idioma español cuando llegó a la cumbre de su perfección: Adquirió los modos de decir en grandísimo número, breves, sentenciosos y llenos de viveza y donaire, y nada opuestos a la dignidad de su carácter. Pero la calidad más esencial a la perfección de la lengua, aun quando careciese de la feliz combinación de sílabas suaves y sonoras, de la melodía de su acentuación y de su fina variedad para modificar maravillosamente todas las ideas abstractas y sentimientos, es aquella peculiar libertad de la construcción con que huye de las
repeticiones y monotonía sin violentar su índole, y aquella rapidez y concisión de la frase desembarazada de artículos, pronombres, partículas y otros accidentes gramaticales que
volverían muy pesada la oración castellana sin darla más claridad. De este modo la lengua española, sin quebrantar sus leyes, junta a la harmonía mecánica de sus dicciones la del estilo, que no es lo mismo: admirable calidad y singular excelencia que la hace la menos tímida y uniforme de todas las vulgares y la más apta para traducir la precisión y gravedad de la latina. Así, pues, si fuere posible que Salustio, Tácito y Séneca hablasen alguna vez en buen romance, sería en español.

En otra parte de sus Observaciones forma el autor varias listas de voces castellanas sonoras y de hermosa composición silábica y de grata terminación, de voces numerosas y llenas de magnificencia, enérgicas y expresivas. Ninguna lengua moderna lleva ventaja a la española en el cúmulo de locuciones que la hacen apta para exprimir todas las ideas primitivas con precisión, distinguir todas las ideas accesorias con exactitud y tratar todos los asuntos con claridad.

(2) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca.

(3) Paralelo de las lenguas castellana y
francesa, discurso XV, págs. 309-325. Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes, escrito por el muy ilustre Sr. D. Fr. Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro, Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S. M. &c. Tomo primero. Nueva impresión, en la qual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares. Madrid. MDCCLXXVIII. Por D. Joachin Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. Esta impresión consta de seis tomos. Los que hablan castellano puro, dice Feijóo, casi son mirados como hombres del tiempo de los Godos.

(1) De la excelencia de la lengua española y necesidad de su estudio. Págs. 213 y 228 de
tomo II del Arte del romance castellano, cap. IX del lib. I. -De las grandes perfecciones de
la Lengua Española i modo de corregirlas, págs. 96 y 10 1 del tomo I.

y D. Tomás de Iriarte, haciendo hablar a la Poesía en su Poema de la música (Madrid. 1779, págs. 1247 125), pregona las ventajas de nuestra lengua, para declarar el pensamiento poético del modo siguiente:

Pues si fuera de Italia me desvelo
En buscar un lenguaje
Que a todos para el canto se aventaje,
En el Hispano suelo
Le encuentro noble, rico, majestuoso,
Flexible, varonil, harmon
ioso;
Un lenguaje en que son desconocidas
Letras mudas obscuras ó nasales,
Y en que las consonantes y vocales
Se hallan con orden tal distribuidas,
Que casi en igual número se cuentan:
No como en las naciones
Del Septentrión, que ofuscan y violentan
De las vocales los cantables sones.
Multiplicando tardas consonantes;
Lenguaje, en fin, que ofrece
En sus terminaciones
Los agudos y breves abundantes,
Y de esdrúxulos varios no carece.

También en el año de 1767 había asimismo defendido los fueros del idioma castellano, en la ciudad de Valencia, el P. Benito de San Pedro, escolapio ilustre, a quien, sin embargo, no dejó libre la sátira y la maledicencia de su tiempo. En aquella Atenas española, el discípulo de San José de Calasanz, inspirándose en el discurso de Medina (que sin duda se propuso imitar), señalaba a una juventud estudiosa la importancia y soberanía de la lengua castellana en gravedad. dulzura y elegancia, y encarecíales que tratar de la dignidad del romance era tratar de la grandeza y de la gloria de la patria (I).

Pero quien con mayor calor escribió, a fines del siglo pasado, con objeto de restablecer el buen gusto y depurar el idioma español de los vicios que entonces lo afeaban, fué D. Juan Pablo Forner, quien en los últimos años de su vida, en 1795, compuso con el pseudónimo del Licenciado Pablo Ignocausto (I) una sátira menipea intitulada Exequias de la lengua castellana, en la cual exclama en la Oración fúnebre con que comienza: Levantemos un monumento a la inmortalidad de esta lengua, ya que la ignorancia no ha permitido que ella sea inmortal; y perpetuemos, cuanto nos sea dable, las excelencias que tuvo en sí, para que la posteridad española cuente entre las grandes hazañas que se atribuyen a este siglo filosófico la de haberla defraudado de la magnificencia de su
idioma, del mayor y mejor instrumento que conocía la Europa, para expresar los pensamientos con majestad. con propiedad. con sencillez, con gala, con donaire y con energía.

Esta obra de Forner, en donde con singular donosura, aunque con duras palabras a veces, se critica el lenguaje grosero y tosco de los que, como él dice, ni peinaban sus discursos, ni sus cabellos, y en donde se investigan con acierto las causas de la perversión del idioma y del mal gusto en nuestra literatura de la segunda mitad del pasado siglo, es a la vez un epítome crítico y doctrinal de la historia de la lengua y de las letras españolas en sus épocas de esplendor y de decadencia, en el cual se hace alarde y reseña de los escritores más famosos que han levantado o pervertido nuestro idioma.

Como se ve, no faltaron escritores distinguidos que, a pesar de la decadencia de las letras, procuraran, en el siglo pasado, mantener el entusiasmo literario, haciendo ver cuanto de bueno y hermoso es susceptible de encerrar el lenguaje castellano. No faltaron tampoco, además de los citados, otros celebrados varones que, escribiendo en buen castellano, mantuvieron los fueros de) buen gusto. Vióse entonces a Feijóo defender los de la general cultura; a Luzán, los de la poesía; a isla, los de la oratoria sagrada; a los Moratines, los de la dramática, y a Jovellanos, con los citados Mayans y Capmany, los dei arte del buen decir, consignados así en preceptos particulares como en el estilo de sus mismas obras. En verdad. la lengua castellana es tan rica y exuberante; rebosan todas sus partes tanta vida y expresión; brinda al pensamiento con tales giros y voces, que no es maravilla verla lucir y vestirse con las galas y adornos más preciosos aun en las épocas de decadencia o en los labios de aquéllos que no pidieron al bien dirigido estudio su mejor consejo. Muéstrasenos entonces como un campo fertilísimo que, sin la intervención de la mano del hombre, se viste, y esmalta, y engalana de lo más lucido y vistoso que tienen los jardines, donde, sin duda, habrá más orden y disposición, pero no serán sus flores más lindas, ni sus aromas más suaves, que en donde brotaron sin que mediara el artificio ni la diligencia humana.

(I) Este trabajo de Forner ha permanecido inédito hasta el año de 1871, en que fué publicado, con interesantes notas, por D. Leopoldo Augusto de Cueto, en el volumen segundo de la Colección de poetas líricos del siglo XVIII (págs. 378-425 del tomo LxiII de la Biblioteca de autores españoles de Rivadeneyra).

Así se explica también que cuando el arte la ha amparado, y ha puesto su mayor empeño en aliñarla, el pensamiento ha latido en ella con peregrina grandeza no superada por ninguno de los demás idiomas antiguos ni modernos (I).

Quede, pues, firme y asentado que jamás ha sido desconocida la dignidad de nuestra lengua. Aun en los días tristísimos de Fernando VII, en que las letras y las artes habían llegado a vergonzoso decaimiento, la Corporación que inició gloriosamente el movimiento intelectual en el pasado
siglo, oyó en su seno alzarse la voz de Musso y Valiente (2), quien, aunando su esfuerzo al de Quintana, trató del estrecho enlace que existe entre la formación, progresos y decadencia de los idiomas y los acontecimientos políticos de las naciones, recordó que nuestros anales patentizan que
la grandeza de la lengua castellana corrió parejas con el sin par poderío de la monarquía española, y proclamó las cualidades que hacen de ella una de las más preciosas entre las vivas (3).

De este concepto, tenido en todos tiempos acerca de la lengua castellana, aun en las épocas más tristes de nuestra historia y de esta conciencia de su dignidad y excelencia ha nacido el amor con que se la ha siempre cultivado, procurando mostrar lo mejor posible todas sus riquezas y perfecciones. Así se explica el número considerable de artes de gramática y de ortografía y de vocabularios que desde fines del siglo XV hasta hoy se han publicado, de los cuales, conforme a los propósitos expuestos en la advertencia precedente, damos en esta obra cantidad considerable de testimonios: así se explica también cómo los que no escribieron sobre filología se dedicaron a pulir y perfeccionar nuestra habla, publicando libros admirables que son hoy pasmo y delectación de todos cuantos adoran en la belleza literaria; así, por último, se comprenden esas explosiones de entusiasmo de que hemos procurado dar cuenta en las páginas que preceden.

(I) M. D´Alambert (Alembert) escribió, analizando la harmonía de las lenguas: Una lengua abundante en vocales, y sobre todo en vocales dulces como la italiana, sería la más suave de todas, pero no la más harmoniosa; porque la harmonía, para ser agradable, no debe ser suave, sino variada. Una lengua que tuviese, como la española, la feliz mezcla de vocales y consonantes dulces y sonoras, sería quizá la más harmoniosa de todas las modernas. (Vol. V de sus Mélanges sur l´Harmonie des Langues.)

La lengua española, dice el abate Pluche, es de las lenguas vivas la más harmoniosa y la que más se parece a la rica y abundante lengua griega, así en la diversidad de sus modos y frases, como en la varia multitud de sus terminaciones, que siempre son llenas, y en el giro ajustado de sus cláusulas, siempre sonoras. (Tomo X del Espectáculo de la naturaleza, en una carta sobre la educación.)

(2) Al tomar posesión de su plaza de Académico honorario a 2 de agosto de 1827. Fué elegido a 19 de julio de este año. Pasó a plaza de número a 19 de noviembre de 1831. Falleció año de 1838.

(3) También D. Juan María Maury escribía en el Avant- Propos del tomo I de su Espagne Poétique (París, 1826), que entre las lenguas modernas la castellana debe ocupar el primer puesto; es la más apta (añadía) para expresar el pensamiento poético, y su superioridad es notoria.

Cierto es que hoy no se muestra nuestro idioma, en muchos escritores, aseado con aquella pulidez y esmero que pusieron en él los prosadores y poetas de los siglos XVI y XVII; pero no es menos cierto que hay otros que deben ser considerados como verdaderos acrecentadores de las glorias de la literatura española y en cuyos libros la lengua castellana, recordando la nativa nobleza de su madre latina, ha revestido, con el auxilio de la nueva civilización, suma dignidad y elocuencia en la declaración de las ideas, conquistando, en la expresión del pensamiento moderno, un puesto superior a aquél que el latín ocupaba en la expresión del pensamiento antiguo. En las páginas de estos escritores es en donde únicamente debe buscarse el estado de nuestro idioma. En ellos la moderna lengua española vence aun a la antigua por el calor de la expresión, por el aliento de mayor personalidad. por la precisión con que emite el pensamiento. En, estos libros se ve que bien manejada nuestra lengua, nada debe mendigar de las modernas, porque reúne las calidades de todas y ninguno de sus defectos; pues tiene la dulzura de la italiana, la flexibilidad de la francesa, la precisión de la inglesa y la gravedad de la alemana, sin ser inharmónica, ni áspera, ni afeminada. De este modo es propia y acomodada para todas las ciencias y letras; y así en la expresión del pensamiento filosófico como en la de la inspiración poética, lo mismo en las abstractas especulaciones como en los más triviales o amenos pasatiempos, se la ve lucir todo con género de perfecciones y elegancias.
Ahí están en nuestros días, para testimonio de esta verdad, eminentes filósofos, críticos, historiadores, novelistas y poetas, cuyos nombres es ocioso mencionar aquí porque están presentes, sin duda, en la memoria de todos. Pero no podemos dejar de recordar al autor de la
Harmonía entre la ciencia y la fe y de la Historia de la Pasión de Jesucristo, el cual, no contento con haber hecho revivir en estos libros admirables, y en cuantos escritos ha publicado, la lengua y el estilo de nuestros clásicos, con las virtudes que la vida moderna infunde en el cuerpo de nuestro idioma, ha escrito la apología del romance castellano con tal arte y entusiasmo, que sea cualquiera la suerte que Dios tenga aparejada a esta riquísima habla, siempre se leerán con admiración las páginas que le ha consagrado este escritor esclarecido. Libre y copiosa corre la frase castellana en el discurso que D. Miguel Mir leyó ante la Real Academia Española (I), patentizando de tal manera con los preceptos y con el ejemplo lo que se proponía ensalzar y demostrar en su peroración, que bien puede afirmarse que desde que el Maestro Medina compuso su famoso discurso, ya citado, no se había escapado de pluma española nada más digno y elocuente en honra de la lengua castellana. Así, investigando el secreto de la majestad y hermosura del romance y los caminos por donde llegó al punto más alto de sus perfecciones, y tratando de descubrir el arcano en que se cifra la extremada belleza del estilo de los libros de nuestra edad de oro, D. Miguel Mir ha escrito el más digno estudio que sobre la excelencia del castellano ha nacido de las plumas modernas españolas.
Con la mención de este discurso es natural se cierre la exposición que hemos intentado hacer del camino que han seguido las ideas acerca de la dignidad. nobleza y engrandecimiento de la lengua castellana en España y aun en el extranjero. En las páginas siguientes se verán los esfuerzos hechos para dar a conocer los secretos de esta misma lengua a fin de hacerla instrumento de expresión para las concepciones más elevadas del pensamiento humano.

(I) El día de su recepción, 9 de mayo de 1886: Madrid. Tipografía de los Huérfanos, 1886. -51 págs.; las siguientes contienen el discurso de contestación del Sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo.



ABREVIATURAS IMPORTANTES.

Ad. Adic … Adición, es.
Adv. Advs ... Advertencia, s.
Anteport ... Anteportada.
Aprob. Ap ... Aprobación.
B … blanco.
Cap … Capítulo.
Cast … Castellano, a.
Cens … Censura.
Ch. …
Chapurriau
Col. cols … Columna, s.
Comp … Compañía.
Correc … Corrección, es.
Ded. Deds … Dedicatoria, s.
Dobs … Dobles.
Doct. Dr … Doctor.
E. de a. Esc. de arm ... Escudo de armas.
Ed … Edición.
Epig … Epigrama .

Errat … Erratas.
Est … estante.
Ferz … Fernández.
Fol. fols … Folio, s, foliación.
Fran … Francisco.
*g … palabra escrita en griego, no se transcribe
Grab. en cob … Grabado en cobie.
Grab. en mad … Grabado en madera.
Grabs … Grabados, as.
H. hs … Hoja, s.
Imp ... Impreso, a,
Ind … Indice.
Introd … Introducción.
Lám, láms … Lámina, s.
Lat … latín, o.
Ldo. … Licenciado.
Let. Gót … Letra gótica.
Lib ... Libro.
Lic ... Licencia.
Mtro … Maestro.
May … mayor.
Men … menor,
Núm. núm … Número.
Pág. pág. Págs. págs ... Página, páginas,
P. P.e … Padre.
Plut ... plúteo.
Priv … Privilegio.
Port … Portada .
Prels … Preliminares.
S, a … Sin año.
Sig. sign … Signatura, s.
Sig. sigs … Siguiente, s.
T. t … Tomo.
Tít … título,
Trad … Traducción, cido,
Ult … última.
V, V.° v … Vuelto, vuelta.
Vol. vols … Volumen, volúmenes.
Vto. vta … Vuelto, vuelta,