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Revista de España y sus Provincias de Ultramar. Tomo 1.

Revista de España y sus Provincias de Ultramar

bajo la dirección de 

DON MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 


TOMO PRIMERO. 


Madrid

IMPRENTA DE DON GABRIEL GIL,

Príncipe 14, bajo.


(Nota del editor, Ramón Guimerá Lorente. Se actualiza en parte la ortografía, ejemplo: gefe: jefe, ia: ía. 

La puntuación se conserva como en el original.

Comentarios en cursiva y entre paréntesis. 

En esta portada aparece escrito a mano, antes de Madrid: V. 1-2 (nos. 1-18) jly 28, 1850, Apr. 1851 - en otro tipo de letra 378740 / 12.4.40)


DOS PALABRAS 

DEL DIRECTOR DE ESTA REVISTA 

por 

VÍA DE INTRODUCCIÓN. 

Nuestros lectores habrán advertido que no hemos usado ni en el prospecto ni en la portada de este número la repetida costumbre de acumular nombres respetables en vez de verdaderos colaboradores, como en garantía de la mejor redacción de esta especie de publicaciones. La nuestra no dará otra que los que estampe al pie de sus diversos artículos y entre cuyas firmas, la nuestra será sin duda la que no gozará de autorización y será de menor valía. La del ilustrado profesor que ha tomado a su cargo la sección de nuestra administración interior y los demás que deban y puedan ilustrarla; la de los que entregados a las ciencias físicas y morales o al estudio de las humanidades han de honrar estas páginas con las suyas, de ninguna prevención necesitan. Resta sólo que digamos aquí algo de la nuestra, de nuestros humildes artículos, y no tanto por el mayor o menor mérito de sus formas, sino por lo que en ellos vamos a verter, por las particulares ideas de que van a ser el eco respecto de nuestra administración exterior, del estado particular de nuestras colonias. 

No serán ellos del número de los que ostentan un nombre o tienen una pretensión científica. Los nuestros más bien que títulos de esta especie, ofrecerán los de un gran entusiasmo por cuanto lleva el nombre de español y el tributo de los más puros deseos por cuanto pueda aumentar la gloria y el renombre de nuestra regenerada patria. Que no porque hayamos estado lejos de su suelo, nos hemos dedicado con menos ardor a su servicio. Y eso que la abandonamos un día desdeñados en los que le prestábamos, y pasando las mares, tuvimos que ir a buscar en sus provincias ultramarinas la consideración y hasta la justicia que nos negaban en su regazo los hombres y los sucesos. Mas comisionados en ellas con un objeto científico (1), desde que a sus playas llegamos ya no nos volvimos a acordar de los hombres y sus ingratitudes, y volviendo la espalda a los bandos, como dijo en pasados tiempos un orador ilustre, ya no pensamos más que en el buen nombre de la España, en el contento mayor de los pueblos en que residíamos y en trabajar tan sólo para la nación entera. 

(1) En uno de los prospectos de la obra del Diccionario geográfico-estadístico e histórico de España y sus posesiones de Ultramar, por el Sr. D. Pascual Madoz, se leía en 1843 lo siguiente. - “A fines de enero se dará a la vela en el puerto de Cádiz para visitar y estudiar las posesiones de Ultramar, el Sr. don Miguel Rodríguez Ferrer, jefe político e intendente que ha sido en varias provincias, escritor muy conocido, entre quien y el autor del Diccionario existen lazos estrechos de amistad y de simpatía. 

“sólo así pueden publicarse obras de esta especie: trabajos de otro modo dirigidos sirven sólo para confundir más los escasos conocimientos de nuestra geografía, de nuestra estadística, y aun en cierto modo de nuestra historia, aplicados los hechos a determinadas localidades." 

Las pasiones pasan: nos decíamos a nosotros mismos. La patria queda: su nacionalidad será mientras haya virtudes, el altar y el culto de sus mejores hijos. Esto era lo que repetíamos observando allí con el motivo de nuestros viajes y de nuestra exploración la organización y las leyes de aquella sociedad; la inobservancia de muchas de las que hasta nuestros días han venido rigiéndola, cuyo conjunto era al fin un sistema; la violencia que produce este vacío entre súbditos y gobernantes; y desde entonces, concebimos el proyecto de entrar algún día en el estudio y la revelación de este estado con las diferentes necesidades de su régimen interior según la situación y el adelanto social que cada uno de estos pueblos alcanzan, pues las colonias, como dice un autor, pasan por edades diferentes cuyas graduaciones interesa mucho a la Metrópoli seguir, para arreglar con ellas su modo de conducirse. Sí, estas graduaciones de su situación geográfica, de su riqueza, de su organización social, de su adelanto moral sobre todo, son los precedentes que no debe perder de vista jamás gobernación alguna; y entre los mismos pueblos que de esta clase poseemos, diferente organización interior y administrativa exigirán las islas de Fernando Pó, las Filipinas y las Antillas, y ciertamente que no pediríamos para las primeras, las leyes que puedan ya necesitar las segundas, ni daríamos a estas las que exigen y reclaman las terceras. 

A estos antecedentes, a estos principios pues, hemos arreglado el alcance de estos artículos y sobre esta base hemos formulado la ilación de sus ideas, reclamando un sistema y unas leyes, pero leyes observadas, cualesquiera que ellas sean. De lo contrario, se llega a regularizar hasta la anarquía a la falta de este plan y sistema, y a fuer de orgullosos españoles, nos indignamos de esta acusación que se nos dirige en reinos extraños ante la faz de la Europa civilizada. 

“Il ne faut qui aux yeux de l'Europe la cuestion coloniale de l'Espagne et son administration lointaine apparaisent plus longtemps sous cett forme arriere et barbare: le temps est venu et les circonstances pressante.” Sí: de este sentimiento nacional participábamos un día cuando a las mil y quinientas leguas de nuestra recordada España oíamos pronunciar su nombre, no siempre para su prez y nuestro español orgullo, sino para escarnio alguna vez, y para quejas y cargos muchas. Mas confesamos que nunca como entonces sentimos inflamarse tanto este amor que le profesamos, y entre el disgusto que nos producía lo primero, y el desconsuelo que nos causaba lo segundo, nunca como entonces nos encontrábamos más animados, ya para vengarla en su nombre, ya para purificarla en su honra, no con una capacidad que no tenemos, sino con el valor de un país de quien nos llamamos hijo. Porque nunca, y lo decimos con sentimiento: nunca nos hemos afectado tanto en nuestra altivez patria, como cuando allí y a tanta distancia de su suelo maternal, leíamos en las producciones extrañas el pobre concepto que formaban los demás pueblos de nuestros hombres de Estado, a juzgarnos por el vacío de todo plan y sistema en la gobernación de nuestras Antillas. Pues bien: con este pensamiento fijo y con este sentimiento hondo, damos hoy principio a la serie de nuestros artículos. 

Entrando ahora en el método que nos hemos pautado en la redacción de estas materias, siempre procedemos como quien se presenta armado para la defensa temiendo a cada paso el ataque. Parécenos cansado por demás distraer en cada capítulo la atención del lector con las notas, los documentos o los largos comprobantes que a su final agregamos. Pero sobre ser esto indispensable para economizar prejuzgaciones injustas, seguimos en este sistema el que se trazó en su afamada obra el Sr. Reinoso sobre los delitos de infidelidad a la patria. Distamos mucho de la capacidad y de los dotes literarios del señor Reinoso: pero son quizá mayores las prevenciones con que tenemos que luchar para poder ser leídos sin ellas, cual este autor lo suponía con su obra, en el tiempo y las circunstancias en que la publicó; y por razones idénticas fiamos a los hechos y a los datos que presentamos, la verdad y el convencimiento de que no pudiéramos persuadir a nuestros lectores con nuestras solas fuerzas. 

Respecto a las reformas que proponemos, mejor que innovaciones, defendemos un orden, un principio y un sistema. Sobre este punto, ni nos dejamos llevar de teorías, proclamándolas todas cualesquiera que sean los intereses y la organización social de estos pueblos, ni desdeñamos tampoco una previsora reforma justa, detenida y completa, porque como dice el Sr. Vázquez Queipo en su informe fiscal sobre la isla de Cuba, “las reformas deben ser el resultado de un plan general bien entendido y no el efecto de medidas parciales y aisladas como se está haciendo, y que sólo sirven para empeorar nuestra crítica situación.” Por lo tanto, porque participamos de iguales convicciones nos atrevemos a presentar las bases de este plan según las dejamos consignadas en nuestro prospecto, y con la aplicación práctica de otros proyectos de orden interno que formularemos y defenderemos, título por título, y artículo por artículo. Sí: siempre pediremos un plan, el concierto de las partes con su todo, y las reformas y las medidas que se encaminen a un sistema: pero siempre huiremos también de toda innovación que no pueda ser dominada por los hombres de gobierno, y de este modo alejándonos de las exageraciones, invocaremos el tacto y la prudencia para efectuar estas discretas reformas, no olvidando al proponerlas, aquellos versos del poeta latino: 

Est modus in rebus: sunt certi denique fines 

Quos ultra citraque nequit consistere rectum. 


Hay en las cosas siempre un justo medio; 

Malo es pasar, y no llegar es malo. 


M. RODRÍGUEZ-FERRER. 


SECCIÓN POLÍTICA. 

Cuestión internacional. - LA ESPAÑA Y EL PERÚ. 

Hubo un tiempo en que el sol no se ponía en nuestros dominios. 

Al cabo de ochocientos años de continuo combatir, España sacude el yugo sarraceno, y en los campos de Granada se decide la terrible contienda entre la civilización y la barbarie, quedando victorioso el estandarte de la Cruz y humillada la media luna. Dios que ha dicho al Occéano "no pasarás de aquí", señaló también con su dedo omnipotente los límites del islamismo, porque el progreso de la humanidad no está enlazado con la exaltación del Corán, sino con el triunfo del Evangelio. 

Nosotros, viles gusanos de la tierra, creemos en el desvanecimiento de nuestro orgullo, que enseñando doctrinas, fundando o destruyendo imperios, somos los autores de esos grandes sucesos que cambian la faz de los pueblos, y sólo obedecemos al secreto impulso de la Providencia que alumbra nuestro entendimiento con luz sobrenatural e infunde en nuestros corazones la fortaleza necesaria para cumplir sus altos designios. 

Estaba escrito que la palabra de Jesús debía pasar los mares, y Colón grabó en las columnas de Hércules plus ultra. 

Un inmenso horizonte se descubre a la Europa absorta en la contemplación de tanta grandeza, y el genio de la España añade al mundo antiguo un nuevo mundo. 

Apenas la gran Reina sabe que en las opuestas playas existen naciones idólatras, cuando en su ánimo piadoso arde el deseo de abrir los ojos de los indios a la lumbre de nuestra fé. La predicación iba (es verdad) acompañada del estruendo de las armas, el sacerdote asistido del guerrero y aliado de la Cruz, signo de redención, flotaba el pendón de Castilla, símbolo de la fuerza. No culpemos a nuestros mayores de esta sacrílega alianza entre la misión y la conquista; culpemos aquella edad de hierro en que vivían. Si al leer las hazañas de los españoles en América ocurre acusarnos de crueldad, abra el lector la historia contemporánea de la Europa, y consulte esas páginas de sangre donde sólo se ven revueltas civiles y guerras religiosas. ¡Pues qué! 

¿Fue por ventura Francisco Pizarro tan cruel como Enrique o Isabel de Inglaterra, o Hernán Cortés menos humano que los Valois y los Guisas? Hugonotes o indios, papistas o salvajes, todos viven bajo el amparo de la Providencia, todos son hijos de una familia; pero escriba la historia que mientras España combatía por la causa de la civilización contra la barbarie, y de la religión contra la idolatría; mientras desterraba los sacrificios humanos de las sangrientas aras de Viztcilipuztli y los miembros palpitantes del vencido del banquete del vencedor, Inglaterra arrastraba al cadalso víctima tras víctima; como si el tirano se complaciese en atormentar a la patria con una lenta agonía, y en Francia al lúgubre tañido de la campana de San Germán (Saint Germaine) empezaban las horribles matanzas de San Bartolomé.

España que no había plegado sus tiendas en ocho siglos, pasó el ancho mar y estableció en la otra orilla su campamento. Los vencedores del moro llevaron a las regiones del occidente su espíritu guerrero y su fanatismo, y la sed del oro y el amor de la gloria atraían soldados a las banderas y empeñaban a los capitanes en nuevas aventuras. Hay en la historia de nuestros descubrimientos en las Indias toda la grandeza de la epopeya, en tanto que las discordias coetáneas o poco posteriores de otras naciones de la Europa sólo nos pintan la triste imagen de Saturno devorando sus hijos. 

La mayor parte del continente americano obedecía nuestras leyes, formando desde el norte al medio día y del Occéano al Pacífico un dilatadísimo imperio. Aunque menguado ya el poder de la España a fines del último siglo, todavía era muy considerable por sus dominios en Europa y por sus extensas y ricas posesiones de Ultramar. 

Las guerras civiles y extranjeras en que después nos vimos empeñados, nos enflaquecieron aún más, y las colonias, aprovechándose de los embarazos de la metrópoli, sacudieron su yugo y se erigieron en estados independientes. 

Nada vemos en este suceso que nos cause extrañeza, porque ni es nuevo en los anales del mundo, ni de difícil explicación. 

Los Imperios caen por excesiva debilidad, o se desploman con el peso de su propia grandeza. Cuando son muy dilatados sus confines, el gobierno central carece de fuerza para llevar la vida y el movimiento a los extremos del territorio, en tanto que la diferencia de caracteres, la variedad de las costumbres, la contradicción de los intereses minan aquella existencia colectiva. El estado vive por la unidad de sus elementos, es decir, por el vínculo de una creencia común que infunde un solo corazón a un solo pueblo, y por la feliz concordia de todas las voluntades. 

¿Qué resta hoy de las conquistas de Alejandro, del imperio de los Césares, de los triunfos de Napoleón? Un poco más de polvo sobre un montón de ruinas. Pero cuando el genio o el acaso acertaron a reunir los elementos afines, la nación sobrevivió al naufragio de los grandes imperios, porque la naturaleza es más fuerte que los hombres. 

Francia es todavía la herencia de Carlo Magno, y la corona de Isabel la misma que los reyes godos ceñían en Toledo. 

Rotos los lazos de familia, nuestros hermanos de allende el mar no tardaron en reconciliarse con nosotros y establecer relaciones de política y de comercio. La España no debía diferir el reconocimiento de los nuevos estados, porque ni podía alimentar sino esperanzas engañosas de reconquista, ni aun cuando pudiese, le convendría sacrificar sus verdaderos intereses a la vana satisfacción de un orgullo nacional. Ya no serían en nuestras manos las colonias lo que fueron en época lejana. Los raudales de plata que antes corrían en prodigiosa abundancia por el cerro del Potosí se han secado, y la prosperidad de aquellas repúblicas no causa envidia. Cierto que el sol de la libertad ha sido allí infecundo, porque como la América española no estaba dispuesta para la emancipación, no supo qué hacer del don de la independencia. Comparad, antiguas colonias de la España, vuestro estado actual con vuestra prosperidad antigua bajo la tutela de la madre patria. 

Méjico, Chile, Venezuela y el Ecuador, negociaron con nuestro gobierno el reconocimiento de su independencia y lo obtuvieron bajo condiciones moderadas en extremo, pues forman la base de estos tratados dos artículos de rigurosa justicia, a saber: el reconocimiento de la deuda contraída por España en aquellas repúblicas y la devolución o indemnización de los bienes secuestrados a los españoles. A tan leve costa se ajustaron los tratados de paz y amistad que nos unen con estos pueblos. 

Bolivia, Nueva-Granada, Centro de América y otras no tardarán en seguir el ejemplo de las anteriores, porque o hay negociaciones pendientes, o favorable disposición para ajustar tratados. 

Entretanto el Perú, lejos de mostrarse propenso a la reconciliación, parece desviarse de día en día de la política común a los demás estados; y no seríamos nosotros quienes descendiésemos hasta examinar la conducta de su gobierno, si en la publicidad que se ha dado a la cuestión no hallásemos motivos de agravio y ofensas al honor de nuestra nación. 

El poder ejecutivo de esta república solicitó en 14 de noviembre de 1849 autorización legislativa para enviar una legación a Madrid con el objeto de negociar el reconocimiento de su independencia y celebrar con la España tratados de navegación y comercio: nombróse una comisión de las cámaras reunidas, la cual presentó en sesión del 19 de 

diciembre siguiente su informe favorable, que puesto a discusión fue desechado. Estudiaremos la fisonomía de esta sesión y seguiremos su curso, considerándola bajo sus distintas fases. 

¿Trataremos con la España, pregunta un miembro de la cámaras, como vasallos o como vencedores? ¡Donosa cuestión por cierto! Tratareis con la España como trataron Méjico, Chile, Colombia, etc.: tratareis con la España como acostumbran tratar las naciones, que siendo independientes de hecho, desean serlo de derecho. 

Otro teme comprometer el honor nacional solicitando el reconocimiento de la independencia peruana, como si el sentimiento del honor fuese menos vivo en las demás repúblicas de la América española! 

Otro opina que no hay necesidad ni conveniencia en abrir negociaciones con España, porque un tratado nada aumentaría ni a las relaciones pacíficas, ni a las ventajas comerciales de los peruanos con la patria de sus mayores. 

Escrúpulos de la diplomacia, dignidad comprometida, razones de utilidad, son un velo trasparente con que encubre su conducta aquel gobierno. No hay otro motivo para preferir el statu quo, que la mala voluntad del Perú con respecto a la España, porque en el actual aislamiento se considera libre de la obligación de reconocer nuestra deuda y de restituir los bienes secuestrados. Tengan los peruanos valor siquiera para proclamarlo así en voz alta, y no añadan a la injusticia la pusilanimidad. 

El Perú no debe afectar esa estoica indiferencia por que España la reconozca, o no, como estado independiente, pues además de las muchas relaciones que ligan a entrambos pueblos a causa de su origen común, de los lazos de la sangre, de la identidad de idioma y religión y de la semejanza de carácter y costumbres, relaciones que importa regularizar y estrechar por medio de tratados, convendría que el gobierno de aquella república no olvidase que si no hay guerra abierta entre una y otra nación, tampoco se firmó la paz, ni la buena correspondencia pasa de ser una tregua indefinida. Mañana, por ejemplo, que el gobierno español se considere agraviado por la ley de 21 de enero de 1850, no existiendo agentes diplomáticos en el Perú, 

debería mandar dos fragatas a las islas de Chincha para hacer valer nuestros derechos. "Ya la patria de Pelayo no produce héroes," dijo un representante del Perú: tal vez, porque los héroes son hombres extraordinarios cuyo genio comprimen los tiempos normales; pero afortunadamente los peruanos no son de la raza de los dioses. 

El cariño fraternal que los peruanos profesan a los españoles es (dicen) un motivo para no intentar el reconocimiento: en el instante en que tremole en aquellas regiones el pabellón de Castilla, seremos considerados como extranjeros y cesa la fraternidad. ¡Qué política tan cordial y tan expansiva! Sin embargo, es poco hábil, porque es inconsecuente. 

Si existe un verdadero afecto entre los dos pueblos, debe tener hondas raíces, pues ningún sentimiento nacional es profundo ni duradero por leves causas. Reconocer la independencia del Perú no sería un acto que pudiese extinguir ni debilitar esta recíproca inclinación, a la manera que ni extingue ni debilita una sincera reconciliación los afectos de familia. El desvío entibia la amistad, y la discordia engendra los odios. Si al aislamiento de ambas naciones sustituimos una diaria comunicación por medio del comercio, y si arreglando nuestros mutuos intereses extirpamos los gérmenes de toda querella sucesiva, no vemos la razón por que esos vínculos de fraternidad se relajen en vez de estrecharse con la presencia de la bandera española. Es una teoría harto nueva y peregrina para disputar a los políticos del Perú el mérito de la invención. 

Que la constitución haga más o menos fácil la adquisición de los derechos de ciudadanía es lo que menos importa a la España, porque las relaciones internacionales no aprovechan a los que adquieren en aquella república carta de naturaleza, sino a los residentes en la Península y a los súbditos españoles que allí viven y desean ser protegidos por su pabellón. Guárdese el Perú sus empleos, que no atravesaremos el mar por sólo ejercer el oficio de pretendientes; pero no se haga vano alarde de franquicias imaginarias, porque sus leyes son tan exclusivas con respecto a los naturales, que para todo cargo público exigen la cualidad del nacimiento. 

No parece sino que los españoles codiciamos calentarnos al hogar del Perú, como el pobre importuno se sienta en un banquete de familia. 

La naturalización es un punto de derecho interior que cada gobierno arregla a su modo. El Perú verá si le conviene por el estado de su civilización atraer o no extranjeros a su país, y adoptar la política de la China o preferir la de los Estados-Unidos. Por lo demás el título de hijo del sol no vale todavía en el mundo lo que en la antigua Roma la arrogante expresión civis romanus sum. 

Pero es en vano cansarnos en explicar la conducta de los peruanos por sus palabras, cuando podemos descubrir sus sentimientos descogiendo los pliegues del corazón. Las palabras, según el dicho de un célebre diplomático, sólo han sido dadas al hombre para disfrazar su pensamiento; y como en efecto esta máxima, aunque inmoral, tiene por desgracia demasiada aplicación a nuestro caso, dejamos la engañosa superficie para penetrar hasta el fondo donde se anida una verdad amarga. 

No es la cuestión el reconocimiento, sino la evasión de un deudor en quien puede más el interés presente que el honor de toda la vida. 

La pertinacia del Perú en mantener el statu quo es una bancarrota fraudulenta en perjuicio de la España: proposición atrevida que debemos probar apelando a la conciencia de todos los pueblos. 

Cuando estalló la guerra de la independencia entre la metrópoli y su colonia, el gobierno del Perú secuestró los bienes de los españoles residentes en aquel territorio y los confiscó como propiedad enemiga. ¿Era la confiscación un acto de defensa o de venganza? Sabemos que el derecho de gentes reconoce una propiedad hostil, pero sólo por vía 

de represalias o de seguridad. La España entretanto respetó los bienes de los súbditos peruanos residentes en nuestro territorio, noble política que debiera ser mejor apreciada y más agradecida. La falta de reciprocidad en la conducta de las dos naciones beligerantes, acusa al gobierno del Perú de haberse excedido en el ejercicio de los derechos de la guerra, porque la violencia contra el enemigo cesa de ser legítima cuando deja de ser necesaria. 

Esta ocupación de los bienes ajenos sólo aparece justa como rehenes de los que tuvieron los propios súbditos en los dominios del enemigo, o para obligar a la devolución de los confiscados o al resarcimiento. El despojo por regla general es inicuo, porque si el rigor de la ley alcanza a cierto número de culpables, también envuelve a una multitud inofensiva. Como quiera, en cesando las hostilidades, la propiedad debe ser restituida, porque reviven los derechos del dueño. 

La expuesta doctrina condena demasiado explícitamente la conducta del Perú para no ser apoyada en alguna grave autoridad. ¿Recusarán los peruanos el testimonio del Sr. Bello, ciudadano de la república de Chile? Nosotros preferimos su voto, porque debe tener más peso que otro alguno en la cuestión. "La adquisición de las ciudades, provincias y territorios conquistados por un beligerante al otro, dice, no se consuma sino por el tratado de paz, o por la entera sumisión y extinción del estado cuyas eran. Antes de uno de estos dos eventos el conquistador tiene meramente la posesión, no la plena propiedad del territorio conquistado; de modo que si lo transfiriese a un neutral, no por eso sufriría menoscabo el derecho del otro beligerante para recobrarlo empleando la fuerza de la misma manera que si se hallase en poder del enemigo, y recobrándolo no adquiriría solamente la posesión, sino un título de propiedad que podría transferir a quien quisiera. Lo mismo se verifica respecto de los fundos privados. Si el conquistador confiscase alguno de ellos y lo enajenase a un neutral, reconquistado el territorio, revivirían los derechos del propietario antiguo. Así pues, por lo que respecta a los bienes raíces, tanto particulares como públicos, el derecho de postliminio sólo expira por el tratado de paz o por la completa subyugación del estado (1)." 

(1) Principios del derecho de gentes, cap, 4, art, 8. 

Ahora bien: al lado de una autoridad tan respetable y naturalmente más afecta a los intereses del Perú que a los de España, manifestemos la opinión de un representante de aquella república emitida en la sesión del 20 de diciembre de 1849. "He oído expresar al señor ministro, exclama, que aun cuando no fuera sino con respecto a las propiedades o parte de bienes que se ocuparon a españoles 

residentes en España, o no devueltos a los ascendientes y descendientes de españoles según leyes patrias, nosotros debemos de justicia la indemnización. Yo he dicho y repito que no estoy de acuerdo en cuanto a esta obligación: ese tercio y quinto reservado con relación a bienes de españoles que siguieron la suerte de las armas realistas no se debe por derecho perfecto como se ha dicho. Duro, implacable, inhumano, como es el derecho de ocupación bélica, está reconocido sin embargo por el derecho de gentes." 

¡La ocupación bélica! ¿Pero no veis que esta sólo se refiere a los enemigos? ¿Y eran por ventura enemigos vuestros las gentes pacíficas que no tomaron parte en la guerra, ni conspiraron contra vuestra independencia? ¿No habéis arrebatado a los mismos que formaban con vosotros una misma familia por adopción irrevocable de esa nueva patria sus propiedades? Esto no es guerra sino pillaje. No, peruanos: 

la sangre española no corre pura por vuestras venas, sino mezclada con la del indio, y el hijo del castellano es también el descendiente de Manco-Capac. 

Vosotros habéis faltado a la justicia despojando al inocente y pagando con ingratitud la fidelidad: vosotros habéis faltado a la conveniencia secando, según vuestra propia confesión "los gérmenes de industria y comercio nacionales que habrían continuado siendo florecientes y peruanos." Vivid, pues, noble estirpe de los Incas en esa edad de oro a que vuestro olvido de la moral y vuestros desaciertos en política os han conducido, y recoged los frutos de tanta virtud y sabiduría. 

Ya sabemos que fé púnica y fé peruana significan lo mismo; sabemos también cómo han sido cumplidas las capitulaciones de Ayacucho y Callao, y así lejos de causamos extrañeza esta conducta del Perú la hallamos muy consecuente. El reconocimiento de la independencia por la España haría cesar de derecho todas las medidas hostiles que hoy existen de hecho, y los dueños expropiados recobrarían su propiedad. Como el gobierno de la república los ha enajenado, no podría restituirlos sino mediante un nuevo despojo; pero puede y debe obligarse a la indemnización, sea en favor de los antiguos propietarios, o lo que sería más fácil y equitativo en beneficio de los actuales poseedores.

Los políticos del Perú quieren establecer una diferencia esencial entre los bienes secuestrados a los españoles no residentes en el territorio de la república, y las propiedades de los domiciliados en el país que se sometieron y aun reconocieron por actos explícitos el gobierno independiente. Añaden que "estos bienes representan intereses 

propiamente nacionales, por lo cual no debe dejarse a la España el honor de proteger unos derechos cuya restitución es un acto de justicia de la exclusiva competencia de los mismos pueblos americanos." 

¡Vano sofisma! Esos españoles a quienes habéis expulsado de vuestro suelo y arrebatado sus propiedades no son ciudadanos de la república del Perú, como pretendéis, sino extranjeros domiciliados a quienes debe proteger su pabellón. Ellos tienen una patria: la vuestra no es, porque no gozan derechos de ciudadanía; luego permanecen súbditos de la España. Ved cómo la cuestión toma el carácter de internacional, por más que afectéis desconocer que no debe ser objeto de una negociación. 

A los españoles residentes en el Perú les concede el gobierno por única merced un asilo después de una emigración forzada, y a los que siguieron la causa de la metrópoli, nada se les ha devuelto, o si se les restituyeron sus propiedades, fue con la reserva de un tercio y quinto a favor del fisco, solicitando la restitución sus ascendientes o descendientes peruanos. Tal es el estado de la cuestión. 

El reconocimiento, consolidación y amortización de la deuda contraída por el gobierno colonial es el segundo de los puntos graves que deben ser objeto de un tratado entre las dos naciones. Ora procedan de los secuestros, ora de imposiciones, depósitos o erogaciones decretadas por las autoridades españolas, puesto que la república del Perú ha recogido nuestra herencia, debe aceptarla con sus cargas. Así lo hicieron Méjico y todos los estados sud-americanos cuya independencia fue reconocida por el gobierno español, habiéndose este mostrado tan moderado en sus pretensiones, que más atendió a los recursos de cada república, que a principios rigorosos de justicia. 

Este arreglo más importa al Perú para fundar su crédito, que a la España misma, porque al fin la mayor parte de los acreedores son extranjeros; mas sin embargo nuestro honor se halla empeñado en proteger sus intereses. 

¡Qué triste idea nos da acerca de la moralidad del Perú la manera de examinar esta cuestión! "La mayoría de los estados americanos, dice un representante, al reconocer la deuda española ha visto que su monto era pequeño y perteneciente en su mayor parte a hijos del país que bajo todos aspectos tienen derechos atendibles; pero entre nosotros lo liquidado hasta aquí pasa de 25 millones, y sin aventurar llegará a 40, si se hacen trabajos serios en la materia. En las otras repúblicas no se hicieron grandes confiscaciones, y sea dicho de paso, en el Perú esta que puede llamarse desgracia, sube a un guarismo exorbitante y terrible.” Es decir que los acreedores españoles no tienen derechos atendibles, no ya como los peruanos, pero ni aun tampoco al igual de los ingleses, chilenos y colombianos cuyos créditos fueron reconocidos y consolidados. Es decir, que la magnitud de la deuda, por más sagrado que sea el título de donde procede, en vez de empeñar más al deudor en razón a lo grave del deber, desata los vínculos de la obligación; y es decir en suma, que el gobierno del Perú se propone eludir el pago de la deuda española, porque abusó de los derechos de la guerra, añadiendo a una injusticia otra injusticia. 

Pero prosigamos: "Si el gabinete español es tan desprendido... vale más que dejemos que arrastrado de sus simpatías en pago de las bien pronunciadas y constantes que tenemos por la España, sea esta la que nos provoque a hacer arreglos, porque así no tendremos empacho en conceder promesas estériles por más de cincuenta años... nada más que promesas. - ¡Padres conscriptos del Perú! ¿Es así como entendéis la virtud republicana? ¿Es así como pensáis guardar la fé de los tratados? 

Maquiavelo aconsejaba a todo príncipe prudente, para no perderse, no estar al cumplimiento de sus promesas, sino mientras no le parase perjuicio o no cambiasen las circunstancias; pero a lo menos añadía que procurase le tuviesen por piadoso, clemente, bueno, fiel en sus tratos y amante de la justicia: en el Perú, no contentos sus hombres públicos con separar la moral de la política, niegan hasta el último homenaje que el vicio rinde a la virtud en la hipocresía. Comprendemos la bancarrota de una nación: pero no tal grado de cinismo en un gobierno. 

Háblase de leyes preexistentes que impedirían hacer justicia a las reclamaciones del gobierno español; pero esas leyes ni constituyen un derecho perpetuo, ni pueden considerarse sino como medidas hostiles contra la España. Un tratado de paz hará exigibles los créditos que la interrupción de nuestras relaciones mantiene ahora en suspenso, pues revivirá el derecho de estos acreedores extranjeros. Por otra parte si los créditos de Inglaterra, Chile y Colombia fueron reconocidos y consolidados, ¿cómo no lo serán los de España? Ved en qué vienen a parar esas tan encarecidas simpatías, el cariño fraternal de los peruanos hacia los españoles: si hay amor en el pecho, el odio está en los labios, de suerte que o aquel no existe, o las palabras no corresponden al sentimiento. Nosotros creemos que ambas pasiones son fingidas; la primera porque no se descubre en las obras, y la segunda para tener un constante pretexto de evitar el reconocimiento de nuestra deuda. 

La ley de 21 de enero de 1850 parece dictada en el calor del combate, como si todavía ambas naciones estuvieran en abierta hostilidad: ni una sola palabra sobre secuestros que no sea la confirmación de los rigores ejercidos por el gobierno peruano contra los españoles traspasando los derechos de la guerra. Verdad que "reserva lo de estos acreedores para considerarlos en los tratados que se celebran con la España"; mas ni el deseo de ajustar los tratados es sincero, ni creemos que sólo por vías diplomáticas se logre hacer entrar al gobierno del Perú en razón. ¿Qué importan las negociaciones cuando ni hay sentimientos de justicia, ni fidelidad en los pactos, ni escrúpulo en faltar a las leyes del honor? 

Llamamos pues la atención de nuestro gobierno hacia el Perú: la cuestión que se agita encierra la suerte de muchas familias que por su fidelidad a la causa de la metrópoli o por su conducta pacífica durante la lucha de la independencia no merecen verse privadas de sus pingües fortunas. 40 millones de duros no es una cantidad insignificante para abandonar nuestras reclamaciones. 

No seamos nosotros quienes soliciten el tratado de paz y ofrezcan el reconocimiento en vez de otorgarlo: al Perú cumple proponer las condiciones y a la España acceder a ellas o desecharlas; pero las cuestiones de los secuestros y de la deuda, si bien podían resolverse de una manera más ventajosa para ambos estados como consecuencia de su reconciliación, son en rigor distintas de la cuestión de independencia. 

La política del Perú consiste en mantener el statu quo o esperar a que la España arrastrada por sus vivas simpatías, dé los primeros pasos, porque entonces no tendría su gobierno el menor reparo en satisfacernos con estériles promesas. Ellos lo han dicho en la sesión del 10 de diciembre, a cuya imprudente revelación otro representante, si no más justo, más cauto, repuso: "hay verdades que deben tenerse sepultadas en el pozo de Arcesilas, y así debió hacerse con esto hasta que hubiésemos completado nuestros arreglos de la deuda pública." 

Ya poseemos el secreto de la diplomacia peruana, y no dejaremos de aprovecharnos de la discreción de sus políticos en la tribuna. 

No concluiremos nuestro cansado artículo sin hacer la merecida justicia al poder ejecutivo que propuso ajustar tratados de paz y comercio con la España. Apreciando exactamente los intereses de ambas naciones y haciéndose superior a las miras de una política estéril y sin dignidad, provocó la cuestión en las cámaras aunque sin resultado. 

Si cederá en bien o en mal del Perú el voto de sus diputados y senadores, el tiempo será quien lo revele. Probablemente la escuela de Maquiavelo producirá discordias en lo exterior y en lo interior la tiranía; de suerte que la política del Perú conduce a comprometer su independencia y su libertad. ¡Pobres republicanos! ¡Queréis ser libres y no sabeis ser justos! 


M. COLMEIRO. 


SECCIÓN LITERARIA. 

POETAS ESPAÑOLES DE EUROPA Y DE AMÉRICA. 

Principiamos por este número la galería de aquellos poetas verdaderos que cantan en nuestros días la fabla hermosa de Castilla, siquiera la eleven en el propio suelo de los Riojas, los Listas y los Quintanas; o nos vengan sus ecos más allá de los mares, desde las opulentas regiones a donde llevó Colón el lábaro de la cruz, y con él nuestro valor, nuestra lengua, nuestra civilización, nuestras tradiciones y costumbres. 

Todos ellos son parte integrante de nuestra raza y de nuestra nacionalidad, ya hayan nacido en los confines del Asia, en el país que los Andes sombrean en las voluptuosas islas de las Antillas, en las que son centinelas avanzadas de nuestro territorio, o en la extendida piel de nuestra península. Todos son ramas de un tronco y todos como una familia misma caben en la sección literaria de esta revista. 

Pero no es nuestro propósito ponderar a los ya conocidos o ensalzar a los ya ponderados. Es nuestro objeto ofrecer únicamente algunos apuntes biográficos y consignar algunas muestras de estos poetas que pueden llamarse tales y que sin embargo están como desconocidos ú olvidados. Meros cronistas de algunos rasgos de su personalidad en cuanto baste a dar una ligera idea de sus antecedentes, no pretendemos ser sus Plutarcos, y mucho menos los críticos de sus obras. Dejamos esta doble tarea para otros, y sólo nos proponemos robar al tiempo la injusticia con que pudiera relegar sus nombres al olvido, siendo ellos modestos o de países muy apartados, y encontrándose en sus producciones el sentimiento que constituye la poesía, la espontaneidad que la crea, el arte que la embellece con sus formas, y el gusto puro que las modela. De este número es sin duda el poeta peninsular de que hoy vamos a ocuparnos ofreciendo a la historia algunos renglones de su vida, y provocando con este motivo el buen gusto de nuestra juventud con las tres florecillas inéditas que pondremos a continuación, no como las principales rosas de su ingenio, sino como dos juguetes preciosos de su imaginación y talento.

DON JUAN CAPITÁN. 

Siempre se ha negado este ejemplar eclesiástico a condescender con nuestros ruegos, remitiéndonos algunos datos de su apreciable individualidad. En vano hemos ocurrido a sus amigos: tampoco de ellos hemos podido adquirir más de lo que nosotros ya sabíamos, y siempre su no fingida modestia ha sido un perpetuo valladar para la consecución de nuestros deseos. Después cuando algún día hemos contribuido a hacer justicia por medio de la prensa al mérito de sus composiciones, siempre en su correspondencia hemos hallado la prueba de su saber, conjurando su alabanza (1). 

(1) Escribiéndonos en el año de 1845 y a 18 de setiembre sobre una composición a la reina que los periódicos alabaron, nos decía lo siguiente: "Todo cuanto se dice allí gratuitamente de mi humilde persona contrasta muy mal con la conciencia que tengo de mis obras morales y poéticas. Esto es tan cierto para mí, como que me (éme) abochorno al leerlo; y á haber sabido el exceso de tanta indulgencia y amistad, nunca hubiera dado mi consentimiento, persuadido como estaba a que la edición iba a hacerse sin nombrar al autor de la pieza. Yo no aspiro al cabo de mis años a la nombradía de poeta, sino al final de aquella décima del sapientísimo Caramuel. 

“La ciencia calificada 

Es que el hombre en gracia acabe 

Porque al fin de la jornada 

Aquel que se salva sabe, 

Y el otro no sabe nada." 

Hoy mismo, cuando estas lineas extendemos ante la convicción superior de que el talento y la virtud se deben a la patria, no dudamos que nos veremos también amonestados por sus quejas, y que tendremos que arrostrar su particular disgusto. Nosotros sin embargo arrostramos este repetido pecar con todo consentimiento, pues que aquí no vemos al eclesiástico ni al hombre, sino al numen y al ingenio. 

Don Juan Capitán, actual catedrático de literatura en el instituto de Jerez de la Frontera, nació en Antequera, obispado de Málaga en Andalucía, a fin del año del Señor de 1789. Hijo de padres más ricos en honra que en fortuna, debió sus primeros estudios a un tío suyo profesor de medicina y aficionado a la vez a la amena literatura. 

Esta tabla, sin embargo, este asilo único que la Providencia le había deparado como un sostén entre las necesidades del mundo, le faltó a Capitán, y la temprana muerte de aquel lo decidió por la carrera del claustro, escogiendo por religión la de los terceros, y vistiendo su hábito (hbáito) con gran estimación de sus superiores. Uno de estos fue el literato Fray Sebastián Sánchez Sobrino, autor del viaje topográfico de Granada a Lisboa y tan celebrado por sus conocimientos del griego como del latín. Secularizado después Capitán en 1821 por circunstancias comunes entonces a grandes ingenios, abrió en su patria Antequera clase pública de humanidades; y allí emulando a Archidona, logró muy aventajados discípulos hasta diciembre de 1835 en que fue nombrado beneficiado de Vélez Málaga, cuyo destino desempeñó por tres años y casi hasta el de 1839 en que fue nombrado para la clase que hoy tan dignamente desempeña en la antigua Asta. Pero al llegar aquí, necesario se nos hace no olvidar cierto incidente. 

Por los años en que Capitán había abandonado el claustro y antes o después de principiar su profesorado, había en Andalucía una cátedra fundada a la memoria del gran Elio Antonio Nebrisense, dotada con holgura y dada hasta allí por oposición a distinguidos humanistas. Don Francisco Rodríguez García persona que nos es tan cara, era uno de estos, y el que entonces la desempeñaba. Contemporáneo este de los Arjonas, los Hidalgos, los Blancos, los Listas y los Reinosos, y familiarizado con su gusto y con la propaganda de aquella academia sevillana que había de esparcir tantos rayos de luz por España, como los de las catacumbas en favor de la gran doctrina cristiana; el Sr. Rodríguez García y sus consejos hicieron como otra crisis en la vida intelectual de nuestro D. Juan Capitán, que relegado a un pueblo interior y al aislamiento de su patria, suspiraba por explayar sus dotes, por sentir esa efusión comunicativa y literaria de que se alimentan las almas en que ya ha prendido el fuego y la pasión del saber, y esta necesidad pudo satisfacerla más que con otros con el catedrático de Lebrija. Un tal Galán, ayudante de aquel, fue el intermediario de los dos, y por su conducto se entabló entre ambos una correspondencia continuada por años y tan erudita, como fraternal, correspondencia de la que no ganaron poco las letras del Lacio y el habla de los dioses. Cimentada tras ella una amistad no menos respetuosa y sincera aunque sin tratarse todavía personalmente, ocurrió que por este tiempo se estableciera en Jerez de la Frontera un gran instituto con rentas cuantiosas, y que sus fundadores consultaran al Sr. Rodríguez García, sobre una persona capaz de ponerse al frente de una de sus clases, la cátedra de literatura. No tardó mucho el consultado en designar a Capitán como la persona más capaz y más digna, y de sus resultas salió de su retiro, y pasando por Lebrija para la toma de posesión de su nuevo destino, en este punto fue donde por la vez primera se reconocieron y abrazaron los dos amigos, en este suelo que habían pisado más de tres siglos había, el famoso Antonio de Nebrija y su hija la preceptora de Alcalá. 

Más tarde sobrevino la vacante en la dirección del propio Instituto Jerezano, y como si una suerte superior y un destino oculto hubiese determinado asociar hasta el sepulcro a quienes tan distantes habían tenido sus cunas, Capitán influyó en este caso para que la dirección fuese dada a su ilustrado amigo, nombramiento que a propuesta de los patronos confirmó después S. M., y en este establecimiento es donde se encuentran hoy, siendo ambos tan útiles a la patria y a su ilustración, como al sabroso pasto de sus facultades literarias y al afecto aquilatado de su antigua amistad (1). 

(1) Capitán acaba de hacer un honroso recuerdo de este su amigo, tan respetable por sus años como por su moralidad, y hé aquí lo que dice de él en una de las notas que une a la Elegía que ha consagrado a la muerte de Lista en su corona fúnebre: - "Sólo sobrevive, dice, a cuantos formaron aquella academia, el doctor don Francisco Rodríguez García, gran latino, profundo humanista y bien conocido por sus oposiciones a cátedras de filosofía y de latinidad, especialmente la que hizo a la de Lebrija, y actual director del Instituto de Jerez de la Frontera. 

Después de esta época (1839), extendió más el círculo de sus relaciones literarias y se puso en correspondencia con gran parte de nuestros poetas contemporáneos, sin dejar por ello de cultivar las que ya de antiguo tenía con críticos de tanto saber y estima como nuestro sentido amigo el señor don José Fernández Guerra. Entre los primeros, estrechó más que con ninguno con el malogrado Arolas, y aunque estamos muy distantes de no reconocer en este al gran poeta de formas orientales y de otras circunstancias no menos aventajadas, cuando del numen y de la inspiración se trata, raya casi en delirio el culto que tributó a su mérito, en lo que no dejaría de tener una parte no pequeña su carácter de eclesiástico y las simpatías de clase. 

De cualquier modo, las producciones de este poeta siempre han sido para su gusto de un inestimable precio, y la mejor prueba que podremos dar del carácter del hombre privado y de su epistolar estilo, es copiando entre otras cartas el siguiente párrafo que nos dirigió en una suya de 1842 al hablarnos de las poesías de este ilustre Barcelonés. "Haga Vd. por leer, nos decía, el tomo de poesía de Arolas impreso en Valencia por Cabrerizo; y los cuadernos respectivos a este rey de los líricos en el Jardín literario, que se redacta en Barcelona. Entonces verá Vd. que mis elogios no son vanos. Acaso otros poetas no lo celebren así, por miedo de no ver ajadas sus propias glorias poéticas a presencia de la lira mejor templada entre antiguos y modernos." Este juicio tan alto que el vate de las gracias y los lirios le inspirara, han decidido hasta de su entonación en alguna de sus mejores composiciones, fortalecido al sentirlas con la imagen y el recuerdo de quien apenas lo olvidaba para asociarlo en el gran principio de esta: 

Canta Arolas al Cid do el Cid naciera, 

enciende en cada canto nueva pira, 

numen de tempestad hiende la esfera 

y en arpa de Sion trueca su lira. 

Admiramos la pujanza y la armonía del primer verso de esta composición que imprimieron con aplauso los periódicos de Madrid y que hizo expresamente para las páginas de nuestro Álbum. Capitán se distingue en los grandiosos rasgos de esta pieza, no sólo por sus atinados giros y las formas artísticas que siempre lo distinguen, sino por lo que en ella siente la frescura de su alma, describiendo como poeta sus cuitas personales entre el azote de la fiebre amarilla y sus desgracias domésticas. Es verdad que por entonces nos escribió, cuando ya estaba impresa, con el empeño de que se mudase el primer verso por este otro: 

Canta Arolas los timbres de otra era, por suponerse en aquel a Valencia patria del Cid: pero este lapsus nos ha conquistado un verso que más escrúpulos que al poeta en conservarlo, hubiéramos tenido quizá nosotros en quitarlo, caso de que la impresión no hubiera ya estado hecha. Mas nos extendemos sin capacidad de ingenio y de espacio para hacerlo, y vamos a cumplir con lo ofrecido, presentando a continuación las siguientes quintillas que también para nuestro Álbum hemos recibido, suscritas por una hermana y dictadas por este poeta, al enviarnos aquella un rizo del cabello de la que fuera autora de nuestras dos vidas, cortado cuando ya era cadáver y cuando nos hallábamos muy distantes de humedecer su huesa con las lágrimas que a su noticia vertimos sobre las playas de Santiago de Cuba, en donde recibimos esta nueva tan cruel; antecedentes privados, que no podemos menos de revelar, si se ha de comprender como es debido la propiedad y la referencia de sus estrofas. Hé aquí esta composición tan ligera como sentida, y notable sobre todo, por su particular estructura, sus especiales giros, y la pureza de sus formas: 

En el álbum escapado 

del huracán y los mares, 

coloca, Miguel amado, 

la presa que en mis azares 

a la Parca he rebatado. 


Presa de acerbo dolor, 

mas tan dulce para el pecho, 

que sólo es dado al amor 

por el arrojo del hecho 

pesar su estima y valor. 


Tú en las trópicas arenas, 

dó Velázquez cimentara 

las hoy potentes almenas, 

lejos de una madre cara 

ignorabas ¡ay! mis penas. 


Las tuyas fueron después, 

improvisas como el rayo 

que, no lejos de tus pies, 

hizo mortífero ensayo 

de lo que la vida es (1). 


Pero de una vez lloraste, 

no con llanto gota a gota 

en luengo y duro contraste 

sin esperanza que embota, 

sin medicina que baste. 

Cubra con funéreo velo 

el lastimado pincel 

restos queridos; y al cielo 

nuestras plegarias, Miguel, 

suban para su consuelo. 

(1) Alude esta estrofa, a que encontrándonos recorriendo la isla 

de Cuba, y al entrar en un antiguo pueblo llamado Ballamo, y acompañado de su gobernador el señor Márquez Donallo que había salido a recibirnos, nos cayó un rayo que dejó muertos en el acto al cochero y uno de los dos caballos que arrastraban el carruaje en que íbamos. 

En sueño eterno yacía 

la que un tiempo nos velara. 

¿Te acuerdas?... y nos mecía, 

o al espejo de su cara 

en brazos nos adormía. 


Yo trémula, pero amante; 

débil mujer, pero hija, 

avara de aquel instante, 

con vista anublada y fija 

en su pálido semblante; 


De los risos destocados 

que honor dieran a su frente 

en abriles envidiados 

con el ébano luciente 

y ya en nieve salpicados; 


Uno para mí corté... 

como reliquia amorosa 

que simboliza mi fé; 

y como herencia preciosa, 

de la madre que adoré. 


Esa parte que te envío 

y la que guardo una son: 

yo a tu corazón lo fío, 

porque el tuyo con razón, 

es una parte del mío. 


Grábala, hermano, en el bello 

álbum así enriquecido: 

ponle un diamante por sello, 

y del tesoro partido 

no robe el tiempo un cabello. 

Jerez de la Frontera 1.° de mayo de 1850. 

No se ha olvidado por cierto en composición semejante, que estando estos álbum o libros destinados a la posteridad por el cuidado con que se guardan, darían malísima idea del gusto dominante, si todo lo que en ellos se estampa fuese cualquier friolera, según el desprecio con que por lo general se hace para cumplir y salir de lo que se llama un compromiso. En esta composición, aunque al parecer ligera, ha sabido vencer su autor lo más difícil: no olvidar las formas y los giros de su estudio y aparecer sin embargo muy espontáneo y muy sentido, cualidad principal de la verdadera poesía. El propio poeta escribiéndonos un día sobre esta dificultad, así se expresaba: 

"¡Tan difícil es tocar la cuerda del sentimiento! Por eso vienen a ser tan raras las composiciones de este género, que no decaigan lastimosamente en el nugae canorae del preceptor de los Pisones. Siempre serán modelos, cada cual con relación a su objeto, la Profecía del Tajo del maestro León, hombreando con la de Nereo por el vate Venusino; las Ruinas de Itálica de Rioja, dando vida y carnes al árido esqueleto de Rodrigo Caro; la despedida del nativo poeta Arriaza, 

imitando más o menos la del gran Metastasio; la elegía de Nicasio a la reina Doña María Francisca; el 2 de mayo del mismo, y la inmortal de Martínez de la Rosa a la difunta duquesa de Frías. Los tres romances al Puente de la viuda es lo más tierno que pudo salir de la vena de nuestro Lista, por haber podido olvidarse momentáneamente de su inmensa erudición, de su crítica refinada y de su profundo juicio, acompasado siempre con la ciencia de Euclides. El hombre que llora y que quiere tener compañeros en su llanto, no debe abrir más libro que el de la naturaleza, ni consultar otro oráculo que su propio corazón." 

No es menos notable el siguiente romance que bien podemos colocar en la clase de los histórico-filosóficos y que nos ofrece tanto el peculiar sabor de esta clase de composiciones, como las galas de Lope, las descripciones dulces de Garcilaso y la entonación de Herrera. 

(A mi tránsito por Sevilla en 1841.)


ROMANCE. 


No resuenes, lira mía, 

Peregrina en estas playas 

Do Guadalquivir undoso 

Cien alcázares retrata. 


Aquí se vio gente mora 

Pelear con la cristiana, 

Y alzarse la cruz en triunfo 

Sobre la luna eclipsada. 


Las cenizas de Isidoro 

Volvieron a dar la llama 

En esa gótica mole 

Que a los aires se levanta. 


Claros varones que fueran 

Prez y gloria de esta patria,

Por mar y tierra llenaron 

El orbe con sus hazañas. 


Viéronse mil banderolas 

Tremolar naves cargadas 

Con los metales que encierra 

América en sus entrañas. 


Sevilla, la de los sueños 

Y florestas encantadas. 

Por reina de Andalucía 

En toda Iberia se aclama. 


Velázquez y el gran Murillo 

(Pese a la orgullosa Italia) 

En sus palacios y templos 

Con el pincel la engalanan. 


El dulcísimo Rioja 

Y el sublime Herrera cantan 

Sus amores, sus trofeos, 

Sus grandezas y mudanzas. 


De hablistas y trovadores 

Madre fecunda en sus aulas, 

Con Alemán se embelesa, 

Y sonríe con Alcázar. 


Pródigo el cielo a sus hijos 

Ha legado herencia tanta... 

Y acabará con el mundo 

La ciudad que a sí se basta. 


Mas ¿dónde vas, lira mía? 

Cuando cien vates esmaltan 

Hojas que valen tesoros, 

Tu desaliño las mancha. 

Torna, pues, al Guadalete 

Por esa faja azulada, 

Con que el Betis hermosea 

Los campos de Turdetania. 


También este otro soneto en elogio de su malogrado amigo don Juan Arolas. 


Por numen un volcán le dio natura 

De púrpura esmaltado y pedrería 

Con las que ameno el Turia flores cría 

Y aromas lleva Oriente con hartura. 


Si a los vientos se lanza es lumbre pura; 

Rugiendo, es el fragor de la armonía; 

Si fluye, es dulce néctar y ambrosía; 

Y apagado, es ensueño sin ventura. 


¡Funesto don!!! El estro que le inflama 

Emulo fue de lauros inmortales: 

Al frente de las liras españolas: 

Mas en el frágil barro, a tanta llama 

Sin bastar de su veta los raudales 

Pira fue de sí mismo el triste Arolas. 


Aquí concluimos después de haber expuesto algunas muestras de este claro ingenio y de su erudición sobre la literatura amena. A él nos dirigimos desde esta prosaica corte y al saludarlo en los campos jerezanos y a las márgenes feraces del callado Guadalete, de él nos despedimos repitiéndole con Moratín (D. Nicolás): 


Más vale, Fabio amigo, un verso tuyo, 

Que habla en claro lenguaje castellano, 

Que cuanto en esto con razón arguyo. 


Y así no olvides, no, ni des de mano 

Tu numen hechicero que enajena 

A quien oye tu plectro soberano, 

Haciéndole olvidar la propia pena. 


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 


VIAJES. 

EL VALLE DE AYALA. 

1.

Mientras nos entretienen y recrean tantas relaciones de viajes a países extraños, apenas nos cuidamos de volver los ojos al país que habitamos, donde tantos usos y costumbres poéticas hay que observar, tantas provincias hermosas y pintorescas que describir. Las del norte de España, como que fueron cuna de nuestra monarquía, son las que más abundan en gratos recuerdos y respetables antigüedades, y como sus montes les han libertado de tener gran contacto con el resto de Europa, las que conservan un carácter más original y atractivo. No hay una altura, no hay una colina, no hay apenas una piedra que no ofrezca la memoria de alguna hazaña; no hay palmo de terreno que no presente el solar de alguna esclarecida familia de las que contribuyeron 

a la reconquista. En sus aislados caseríos el labrador enseña a sus hijos las venerandas tradiciones de los ruinosos solares de las cercanías, y como en su soledad no recibe nuevas ideas que borren la memoria de estas, ni ve nuevos objetos que le distraigan, de padres a hijos se perpetúan de siglo en siglo. Así es, que este suelo con sus pintorescos montes y murmurantes ríos, con sus eternos bosques, sus extrañas historias y consejas, y su dulce y singular idioma es uno de los más interesantes del globo, y sólo le ha faltado un poeta, que animado de imaginación lozana y henchido de patriótico fuego lo inmortalice como Walter Scott ha inmortalizado las montañas de Escocia. 

Uno de los placeres que de algunos años a esta parte forma la distracción de las gentes acomodadas y de buen tono de nuestra capital, es recorrer sus frescos valles y montes cuando el sol del estío nos abrasa en nuestra árida Castilla. Pero eligiendo por la comodidad de los medios de viajar los caminos más frecuentados, quienes, atravesando los famosos montes de Arlaban bajan a Salinas, y de allí siguiendo las nebulosas orillas del Deva se dirigen a Vergara y demás pueblos de la carretera de Francia, o se detienen a buscar sociedad en los baños termales de Arechavaleta y Santa Águeda, quienes, tomando el camino de Urquiola van a caer sobre la frondosa y agradable vega de Durango y visitan a Bilbao y otras pequeñas poblaciones de la costa, y ninguno o muy pocos, dejando las carreteras conocidas, piensan internarse en el país donde queda gran parte del territorio no explorado por los curiosos. Sigamos pues, lector benévolo, otra dirección; y mientras que la gente vaga por esos pueblos ya conocidos, partamos juntos hacia el valle de Ayala, uno de los puntos poco trillados de los que viajan por distraer la ociosidad o buscar un remedio a sus dolencias. 

Hace dos años (1 : Esta relación se escribió el año 1848.) hice este viaje cómoda y agradablemente en compañía del diputado general que era entonces de la provincia de Álava, vecino y propietario de dicho valle. En atención a otras personas que nos acompañaban tomó un coche en la casa de postas de Vitoria. Yo hubiera preferido ir a caballo, aunque nos hubiera bautizado uno de 

aquellos aguaceros que en tal país suelen refrescar las cabezas acaloradas de los transeúntes. Los que viajamos con pretensiones de anticuarios o de poetas gustamos de ver el terreno que nos rodea, dando así agradable recreo a nuestra imaginación y nuestra vista; empaquétese en buen hora en un carruaje el negociante a quien nada hablan los bosques y los ríos, y dormite al son de las modas y con el suave movimiento de los muelles, pues nada tiene que hacer sino en el pueblo de donde sale, y en aquel a donde se dirige; para este se han inventado las diligencias, invención que ha hecho que los hombres viajen como en un baúl o mejor como las gallinas que en un cesto llevan los aldeanos al mercado: así es que nunca se ha recorrido más tierra y se ha visto menos; hombre hay que habrá hecho veinte veces el viaje desde Burgos a Madrid, y que oirá la descripción del país que entre ambas poblaciones se extiende, con la misma novedad que si le hablaran de alguna región de la China. 

Salimos el día 25 de junio de Vitoria para ir a Ayala; hay que caminar al poniente de la llanada de Álava, que tanto por esta parte como por cualquiera otra que se cruce, presenta un aspecto triste y poco variado. Desde la cuesta que llaman de Altuve descúbrese el valle, objeto de nuestra visita; su situación, su suelo, su clima, las costumbres de sus habitantes, todo comienza a ser ya vizcaíno, aunque el terreno pertenece a la provincia de Álava; la desigualdad del suelo con sus montañas y valles, y sus cuestas cubiertas de castaños, indican que esta adjudicación se ha hecho contra la voluntad de la naturaleza por mero capricho de los hombres. Esta provincia es un compuesto heterogéneo de jirones arrancados a otras más extensas y ricas; pues lo mismo sucede por otros puntos con otros pueblos; así es, que de la pequeñez de su territorio y de su cortísima población no se hallará otra en Europa, cuyos habitantes presenten más distinta fisonomía: del riojano alavés al labrador de Ayala hay casi tanta distancia como del africano al habitante de la Zembla polar. Justo sería que estos terrenos se devolviesen a las provincias de que la naturaleza quiso formasen parte; ¿pero entonces qué sería de Álava? Perdida su importancia de provincia, no le quedaría otro recurso que aplicarse aquellos versos con que un poeta antiguo describía a Castilla:

Harto era Castiella pequeño rincon 

cuando Montes de Oca era el su moion. 

Era estonces Castiella solo una alcaldía 

magüer era poca é de poca valía. 

Pasado el monte de Altuve, después de entrar en el valle, hállase en una pequeña altura a la derecha del camino la iglesia de Respaldiza, en donde hicimos alto. Salió a recibirnos el maestro del lugar con las llaves de la iglesia en la mano, y nos saludó con toda la prosopopeya magistral: un maestro de un pueblo es un personaje de la mayor importancia que reúne sobre sí destinos del primer interés, pues a más de preceptor de la juventud es sacristán, campanero, fiel de fechos y secretario particular de cuantos pobres labriegos no saben escribir y tienen que entenderse con el hijo que está, o trabajando de cantero en los caminos de Castilla, o si el maestro se lució algo más y el chico sacaba buena letra, de hortera en alguna de las tiendas de la calle de Postas y portales de Santa Cruz de esta benemérita corte. Entramos en la iglesia, donde nos enseñó dos antiguos sepulcros que están a los lados de la epístola y evangelio. Son de piedra tosca en figura de ataúd, con la cubierta de forma triangular; otros sepulcros he visto de la misma especie, que tienen en su interior un nicho abierto a pico, de la misma figura del cuerpo humano, donde quedaba perfectamente embutido el cadáver. Estos de Respaldiza no tienen inscripción ninguna, pero la tradición cuenta que el uno es el del conde D. Vela, que murió batallando en aquellas montañas, y el de su mujer el otro. La forma de sus tapas, a propósito para despedir el agua y el moho que ha criado en ellas la humedad, muestra que debieron en un principio estar fuera de la Iglesia en lo que se llamaba el manso, que es en donde se enterraba hasta que en el siglo XI, si no estamos equivocados, se fue introduciendo la costumbre de inhumar en las iglesias. Han estado aquí siempre estos sepulcros? pregunté a nuestro maestro deseoso de trabar conversación con él. 

- Sí, señor, me contestó, y no puede ser de otro modo; porque habiéndose atrevido un obispo a mover el de don Vela del sitio que ocupa, al momento sintió sobre sí el castigo de su profanación y se le secó el brazo. - ¿Y no se han abierto nunca ni se sabe el estado de los cadáveres? - Sí, señor; en tiempo de la última guerra los abrieron, y un oficial robó la espada y las espuelas de hierro de D. Vela. 

- ¿Pues en qué pensó el difunto que no hizo que se secase aquel brazo profano más que el del obispo? - Encogióse de hombros y torció el gesto como indignado de la ironía que encerraba mi pregunta, y para demostrarme la verdad de sus palabras, me dijo que el hecho que anteriormente me había referido y otros constaban de una historia manuscrita que hay en el archivo del pueblo; historia que tiene trazas de no ser más verídica que las del arzobispo Turpin, pero que sin embargo debe ser interesante y curiosa para los novelistas y poetas. 

No sé si antes o después de pasar de Respaldiza, se ve en medio del campo una gran mesa de piedra cercada de asientos de césped, donde los antiguos ayaleses hacían sus elecciones municipales cuando todos los pueblos del valle dependían de un solo ayuntamiento. Los pueblos antiguos todos los actos de la vida civil los hacían a cielo abierto, no hallaban salón más hermoso que la extensión de los campos, ni más grandiosa bóveda que la inmensa del firmamento: extraños por otra parte a las delicadezas de una civilización enervante y destructora, sus cuerpos eran poco sensibles a la intemperie. Mas la sencillez de costumbres de los ayaleses no era suficiente impedimento para que sus elecciones no fuesen sangrientas y borrascosas. La legislación del valle tuvo que tomar providencias severas para impedirlo; y últimamente fue preciso para evitar los desórdenes que cada pueblo o anti-iglesia nombrase su ayuntamiento. La mesa y bancos de piedra es una venerable antigualla que recuerda una costumbre puesta en desuso. 

Siguiendo nuestro camino llegamos a Menagaray, pueblo pintoresco por su vega y sus montes, que se divide en varios barrios con sus nombres particulares cada uno, algunos de los cuales recuerdan apellidos de hombres notables por las armas y por las letras. El que está al norte a espaldas de la iglesia se llama Jáuregui, de donde sin duda sería oriundo el cordobés don Juan de Jáuregui, pintor y poeta famoso, que como pintor hizo el retrato del mayor ingenio de su tiempo el autor del Quijote, y como poeta se atrevió a competir con el de la Jerusalén libertada, traduciendo su linda pastoral de Aminta con tal perfección que ha quedado en duda entre los inteligentes cuál tiene mayor mérito en la versificación y el estilo, si el original italiano o la traducción española. Pocas traducciones darán lugar a semejante duda. 

Entre las casas que hay junto al camino que lleva de Menagaray a Quejana, se ve la del eminente literato y estadista don Eugenio Llaguno y Amírola, cuya vida pensamos escribir (1: Ya está concluida y preparada para darse a luz.), como la de uno de los más ilustres personajes de los reinados de Carlos III y Carlos IV. 

No lejos está el solar de los Salazares en que vivió un ilustre campeón de este linaje, que según pública fama tuvo más de cien hijos, todos habidos en nobles y honradas doncellas del valle; con lo cual pobló toda España de familias de su apellido, y hubiera sido capaz de poblar el mundo entero a haber nacido en tiempo de Noé, en que tanta falta tenía de pobladores. 

La iglesia de Menagaray está situada en un otero o colina, y como una reina sobre su trono domina todo el pueblo. No es grande ni rica, pero conserva un espléndido monumento del gusto de Llaguno en las artes y de su cariño hacia el país natal. El retablo del altar mayor hecho bajo su dirección y a sus expensas es sumamente gracioso. Lo compone una fachada semicircular compuesta de cuatro columnas corintias llenas de regularidad y elegancia, en cuyo centro hay un excelente cuadro debido al pincel de su amigo el célebre Mengs, iluminado por dos ventanas abiertas de intento sobre la cornisa a cada costado, que reflejan en él sus luces de la manera más conveniente. Sólo por ver este lindo retablo se puede dar por bien empleado un viaje a Menagaray. Otro hijo del pueblo el señor Urrutia y Arratia dando un digno empleo a sus riquezas ha regalado para la torre un reloj excelente, que tiene la particular circunstancia que aumenta su mérito, de haberse trabajado todas sus piezas por artífices de las propias vascongadas, y lo estaban colocando cuando allí estuvimos. 

Al mediodía de Menagaray, siguiendo lo largo de la vega ya en su conclusión, está el pueblo de Quejana a distancia solo de un paseo. Celebra este pueblo la fiesta de S. Juan Bautista, y con ella una feria cuyo principal comercio es de ganado. Este día elegimos para visitarlo. Preséntanse allí abundancia de bueyes y vacas, que crían los labradores de los contornos, y forman la principal riqueza de su agricultura, y multitud de los excelentes caballos que crecen en los campos de Aramañona, pequeños de alzada como caballos de montaña, pero fuertes, vigorosos y bien cortados. 

Como el pueblo sito en una cañada dividida por un barranco en que hay un puente, y rodeada de colinas, no tenga ninguna llanura en que colocar la cuatropea, se sitúa por el declive de las colinas, lo cual hace que a un golpe de vista se disfrute en agradable perspectiva de toda la feria. Pero en el subir a ella está la dificultad; el que no está acostumbrado a terrenos desiguales y montañosos, apenas puede andar por aquellas cuestas alfombradas de menuda yerba, que humedecidas con el ambiente acuoso que siempre reina ponen sumamente resbaladizo el piso con exposición de medir el suelo; exposición a que acompaña otra inmediata de recibir un par de coces o ser atropellado a causa de la necesidad de andar entre los pies de las caballerías por la estrechez del local. Estas están situadas en las colinas a derecha e izquierda del barranco, y para pasar de un lado a otro no hay más que el pontón estrecho siempre lleno de gente, donde, si se alborota un caballo, es muy fácil caer al barranco y perecer como ya ha sucedido algunas veces, sin que por eso escarmienten los aldeanos de colocarse en aquel estrecho paso. 

Al que no es inteligente en bueyes y caballos, y no encuentra mucha gente conocida entre los feriantes, no puede menos de hacérsele largo pasar un día entero de pie al raso; sin embargo la alegría y jovialidad que reina entre aquella gente sencilla, la novedad de trajes y de lengua, el espectáculo de tantas robustas y hermosas aldeanas, sus placenteros bailes, y los juegos de fuerza de los corpulentos jóvenes divierten y distraen. A veces entre cuatro aferran un hermoso caballo y lo postran en tierra, y le sujetan para examinar si está sano, con tal fuerza y aplomo, que no bajan rodando con caballo y todo, como era de temer, al precipicio. Estas escenas y otras minoran el fastidio en todas las reuniones vascongadas. También nos hizo pasar deliciosamente gran parte del tiempo la abundante y suculenta comida con que nos regaló el escribano del pueblo, en que el clarete de Rioja y la sidra del país ayudó a hacer más digestivos los nutritivos manjares. Levantados los manteles y reposada la comida, pasamos, después de dar la última vuelta por el ferial, a hacer una visita para mí más interesante y agradable, y de cuya descripción nos ocuparemos en el siguiente artículo. 

EUSTAQUIO FERNÁNDEZ DE NAVARRETE. 

CRÓNICA QUINCENAL.

El alumbramiento de S. M. la Reina, ocurrido el 12 del mes pasado, absorbió de tal manera la atención pública, que apenas la dejó tiempo para ocuparse de otros sucesos nacionales y extranjeros, de no escasa importancia, y que por una notable coincidencia se verificaron casi al mismo tiempo. Hablamos de la aparición de partidas carlistas en varios puntos de España, y particularmente en Cataluña y Castilla, de la conspiración descubierta en Sepúlveda y del matrimonio semi-clandestino del conde de Montemolín con una hermana del rey de Nápoles. 

Sin embargo, por ahora no hay fundados temores de que prenda el fuego de la guerra civil ni en el Principado, ni en otra provincia, atendidas las escasísimas fuerzas con que se han presentado los montemolinistas y las medidas que tuvieron tiempo de tomar las autoridades para prevenirla. 

Entre las personas defraudadas en sus esperanzas por la muerte del príncipe de Asturias, no deben contarse ya los reos de ciertos delitos, a quienes se ha dado un indulto, remitiendo enteramente o rebajando las penas que los tribunales les impusieron. Menos felices que ellos los que aguardaban las funciones reales y los que para no perder nada de ellas permanecieron en Madrid, no sólo se encuentran chasqueados, sino que se ven en el duro trance de sufrir un calor de 32 grados, en vez de hallarse disfrutando de los placeres del campo o de los baños. No es esto decir que la corte esté tan concurrida como en el invierno, pues muchas notabilidades sociales, políticas y artísticas la han abandonado, quién para ir a San Sebastián o a los Pirineos, quién para dar funciones en Valencia, Santander y la Coruña, quien en fin para ocuparse de las elecciones. 

Estas son el caballo de batalla de los partidos, cada uno de los cuales trabaja, solo o auxiliado, con tal afán, que el día en que se disuelva la actual legislatura, podrán lanzarse todos a la arena, unos armados de punta en blanco, y otros algo más a la ligera. Según parece, la batalla tendrá efecto en octubre, y la reunión de las Cortes en diciembre. 

Después del asunto grave de las elecciones, lo que más preocupa al público son las piruetas de las bailarinas, que continúan en el teatro de la Ópera, a pesar de la poca ventilación del coliseo y de la excesiva elevación del Reaumur. La Guy, la Fuoco, la Laborderie, la Vargas, Musik y el director de la orquesta dieron sus beneficios respectivos, en que tomaron parte músicos, cantantes, coreógrafos y boleros. Entre todos fue el más notable el de la Fuoco por los obsequios que recibió de sus numerosos admiradores. El furor llegó a su apogeo: hubo aplausos estrepitosos, ramos de flores colosales, regalos de gran valor, serenata y después banquete. La linda Sílfide coronó tan bello triunfo con un rasgo filantrópico que la honra, cediendo 9,000 rs. a la casa de niños expósitos. Hay quien asegura que se la ha contratado para el teatro Real con 6,000 duros anuales. 

Hace tres días se recibió por telégrafo una noticia de bastante importancia para España: la muerte del general Taylor, presidente de la Unión americana. Sabido es que este personaje fue siempre la rémora de los que quieren a cualquiera costa la agregación de Cuba a los Estados-Unidos, y el obstáculo que continuamente encontraron sus planes. Así y todo, no pudo impedir la última expedición, ni la connivencia de varias autoridades con López, ni la salida de una escuadrilla al mando del comodoro Morris, que se dirige a la Habana con objeto de reclamar los prisioneros hechos por nuestra marina en la isla de Contoy: mientras, el gobierno de S. M., no sabemos si para dominar mejor estas circunstancias, parece que proyecta establecer en Cuba un virreinato. Así, al menos, lo han repetido algunos de los periódicos que pasan por ministeriales, y aun han señalado al marqués del Duero como el general que recibiría esta investidura. También La Patria del sábado 20 publicó un plan o proyecto de gobernación de las Antillas y aun invitó en su preámbulo a que se abriese discusión sobre tan interesante materia. El propio periódico se oponía, mediante el referido proyecto y una comunicación del director de esta Revista, a que hoy se diese el nombre de virrey a los jefes de nuestras Antillas, por razones que allí exponía. Otros órganos han contestado después, que no se hará innovación en el que llevan de gobernadores; asegurando que el señor marqués del Duero ha dimitido tan elevado cargo. 

Además de este conflicto en América, tenemos otro en Europa que no nos es dado apreciar en la ignorancia de las notas pasadas por nuestro gobierno al de las Dos Sicilias. Hasta ahora únicamente sabemos que el cardenal Bario Sforza fue a pedir la dispensa a Roma para el casamiento de la princesa Carolina con el conde de Montemolín, que el papa la concedió sin reparo, que el enlace se celebró en Casserta, y que nuestro embajador salió de Nápoles después de la correspondiente protesta. No podemos indicar siquiera los trámites que seguirá este negocio, tanto más grave cuanto se supone dirigido por los emperadores de Austria y Rusia, de quienes el Rey Fernando no es más que el instrumento, aun cuando se sospecha que la escuadrilla de instrucción que dio a la vela de Cádiz para el Mediterráneo, está destinada a hacer una demostración en Nápoles. 

También se ha presentado en aquellas aguas otra escuadra inglesa, reclamando de las Dos Sicilias la indemnización por los daños sufridos cuando el bombardeo de Mesina; sistema diplomático en boga, que la Gran Bretaña pone en práctica a cada momento. Lord Palmerston busca a la Rusia en todas partes: se la escapa de las manos en Constantinopla, no la encuentra en Grecia, y actualmente la provoca en los dominios de su más fiel aliado. Si el autócrata no sale a la demanda como creemos, el Rey cederá a las insinuaciones del almirante Parker, no embargante las fortificaciones que ha mandado construir en Casserta. Después de satisfacer a la Inglaterra, Fernando II pagará a la Francia sus créditos y cuanto adeude a los demás gobiernos, porque en política es una verdad aquel adagio español que dice: del árbol caído todos hacen leña. 

Sin duda por no ser menos que su antigua metrópoli, los Estados Unidos reclaman de Portugal algunas indemnizaciones con el apoyo de cinco fragatas de guerra. Su representante Mr. Clay ha ido a bordo a esperar las resoluciones de las cámaras, con los pasaportes extendidos para en el caso probable de una negativa. En último resultado, el gabinete de Lisboa se arrojará en brazos del de S. James, que acaso no desea más que una buena ocasión para tomar su revancha con los americanos por el negocio de Nicaragua. 

La Francia está tranquila en la superficie, y como esta potencia goza el privilegio de conmover o apaciguar a la Europa cuando se mueve o descansa, el mundo disfruta de una calma aparente. Pero no hay que dejarse engañar por este quietismo, hijo del cansancio y no de la seguridad pues a más de los síntomas que hemos indicado y cada uno de los cuales encierra un peligro gravísimo, existen otros aún más alarmantes para el sosiego público. Desde 1848 no ha habido un solo día sin que los hombres de Estado dejasen de temer una guerra general. La lucha entre el Austria y la Italia primero; luego la insurrección de Turquía; más tarde la constitución de la Alemania, y otros sucesos que sería prolijo enumerar, tuvieron por decirlo así encendida la mecha que debía dar la alarma a las naciones del continente. 

Pero ahora vuelven a amontonarse sobre el Báltico con motivo del protocolo de Londres, que entrega a los ducados de Schleswig-Holstein a la dominación de Dinamarca. La lugartenencia resiste, los militares alemanes corren a alistarse bajo sus banderas y dos o tres Estados se manifiestan públicamente sus simpatías. En vano se presenta una escuadra rusa para proteger las pretensiones del rey cristiano: los ducados no ceden, y como logren sostenerse hasta octubre, el gabinete de S. Petersburgo tendrá que retirar sus buques de aquellos mares helados. 

Con la prorrogación de la Asamblea por tres meses, la Francia entra en un nuevo periodo, abandonando la dirección de la política al presidente cuyas relaciones con la representación nacional parecen algo entibiadas. Es posible que la república quiera modificar el tratado de extradición celebrado con España a fines del último siglo. 

Las cámaras portuguesas han aprobado el convenio postal que va a facilitar nuestras comunicaciones con el reino vecino. 

El congreso de Francfort ha abierto sus sesiones. No obstante continúa funcionando, aunque sin resultado, el consejo de príncipes convocado por la Prusia. 

La desgraciada muerte de Sir Roberto Peel produjo en Inglaterra una sensación difícil de explicar. Las cámaras le tributaron honores, que a los pocos días negaron a la memoria de un príncipe de la sangre real. El distrito por donde era diputado el sabio reformador, le ha dado después de muerto una prueba de su respeto, votando por unanimidad a su hijo primogénito. 

La falta de un hombre como el ilustre baronet, es una pérdida nacional que no tiene ni puede tener compensaciones. Dígalo, sinó, el pueblo de la Gran Bretaña, que hace su panegírico en las siguientes y sencillas palabras, más sublimes que los discursos pomposos y las arengas estudiadas: fue el que nos puso el pan barato. 

Por último: cuando nuestra Revista vea la luz pública, ya estará dentro de esta corte el nuevo embajador inglés que se está esperando de un momento a otro, y cuyo acontecimiento no deja de ser plausible en el estado actual de algunas de nuestras provincias ultramarinas. 

Madrid 28 de julio de 1850. 

A. U. 

ERRATAS. (corregidas en el texto)

En el artículo primero página 4, donde dice pressents léase pressante. - En el segundo página 17, donde dice todo aspecto, todos aspectos. - En el tercero página 23, donde dice arrastrar léase arrostrar. - En el mismo página 29, donde dice desfocados en el verso 14 léase, (palabra tachada, de los risos, rizos) destocados. - En la 30 donde dice Pirones, léase Pisones. 

ADVERTENCIA. 

Cuando en estos días se ha repetido por los órganos de la prensa que el gobierno de S. M. trataba de establecer un virreinato en Cuba; cuando después ha ocurrido entre aquellas autoridades y el gabinete de Washington una grave cuestión de derecho internacional con el motivo de la entrega o no de los prisioneros que pensaban invadirla; 

cuando según han revelado otros periódicos se va a suprimir la secretaría política de aquel mando superior civil refundiéndola en la militar, cuestiones todas sobre las que no podremos menos de dar nuestra humilde opinión desde la elevada esfera de las doctrinas en que las consideraremos; nuestros lectores conocerán que ya tendríamos cierta impaciencia para abordarlas, si no nos viésemos precisados a presentar antes y por algunos números, otras consideraciones sobre la España y sus colonias (1) en general, para descender después al estado de cada una de ellas en particular, principiando por las Antillas.

(1) Tenemos un gran interés en manifestar, que desde aquí en adelante siempre que usemos de la voz Colonia aludiendo a las nuestras, jamás tomamos semejante vocablo por el representante de las ideas y el monopolio de otras épocas y gobiernos que constituían un sistema de restricciones regularizadas, tan opresor como odioso. Distinguimos, sí, con esta acepción las provincias peninsulares de las iguales que la nación conserva allende los mares, como puede verse también en la biblioteca del Sr. Zamora. Nos place igualmente consignar, que así lo han declarado siempre las cortes de la nación española, y copiaremos a este propósito las siguientes lineas de nuestro amigo el Sr. Carbonell, según se expresaba en uno de sus artículos de la Revista de España e Indias: "España, dice, nunca ha tenido colonias, sólo ha tenido provincias ultramarinas; y cuando el león de Castilla apretaba un mundo entero, este mundo se componía de provincias hermanas, ya estuviesen en la zona tórrida, ya en Europa, ya en los mares de la China." 

De esta clase son las que vamos a exponer a continuación, y que por su extensión, notas y comprobantes no nos dejan ni aun espacio para otra clase de artículos. Aplazamos, pues, para cuando estos concluyan, la discusión razonada de aquellas cuestiones, y de este modo sin desviarnos del orden lógico que nos hemos propuesto seguir, comprobaremos con precedentes tales el espíritu español que nos anima, si por acaso se pretendiera interpretar de otro modo nuestras ideas cuando más adelante las expongamos, pidiendo el plan y el sistema, el deber y la justicia con que más se debe españolizar por allí nuestra protección fraternal. 

Mientras, llamamos la atención de los lectores sobre nuestra crónica de hoy en la parte que se refiere a los delicados sucesos que parece han tenido lugar en Cuba, particularidades y circunstancias que no deben perder de vista para cuando hablemos de la opinión de aquel país, de sus matices, y de las distintas exigencias de las clases que los personifican. 

ESTUDIOS COLONIALES. 

ARTÍCULO PRIMERO. 

DE LAS COLONIAS EN GENERAL, Y DEL GRAN PORVENIR QUE PODRÍA ALCANZAR LA NACIÓN ESPAÑOLA CON LAS VARIAS QUE AÚN POSEE EN LAS DIVERSAS PARTES DEL GLOBO. 

Colonias antiguas y modernas. - Diferencia de unas y de otras. 

- Espíritu comercial de la Inglaterra y la Holanda y sus resultados. - Conducta distinta de Portugal, Francia y España y sus consecuencias. 

- Influjo de la época a favor de la que observan las dos primeras. - Bienes inmensos que reportaría nuestra patria si secundase este propio espíritu en las posesiones ultramarinas que aún le restan, tan felizmente situadas.

- Archipiélago asiático. - De las Antillas. - De las Canarias. - De las Baleares. - Ceuta y otros puntos sobre las costas africanas. - Interés de los Estados Unidos y de la Inglaterra sobre algunas de estas posesiones. 

Antes de entrar en el estudio y la revelación del estado que alcanza cada una de nuestras colonias en particular, lógico nos parece ocupar aquí la atención de nuestros lectores con la condición de estos pueblos en general, la riqueza y las circunstancias envidiables de cada cual de los que forman allende los mares nuestra extendida nacionalidad; con los medios de conservarlos unidos a la madre patria, moral y físicamente considerados. Expondremos, pues, en este artículo lo primero, demostraremos en los próximos lo segundo, y ya en los siguientes principiaremos a ocuparnos de la grandiosa isla de Cuba, de sus peligros, de su opinión y de las necesidades todas de su orden interior. 

Las colonias son tan antiguas como el mundo, pero no siempre ha precedido un móvil mismo a su origen y fundación. También discrepa mucho la influencia que han ejercido en los tiempos antiguos y modernos. En los pasados, vemos a la Grecia apoderarse de las costas del Asia menor con el exceso de una población que no podía sostener su estéril suelo. Hijas suyas aparecen Samos, Mileto, Fozea madre de la Marcella de hoy, Chio y algunas otras, si bien los fenicios habían visitado antes nuestra ensalzada Bética, fundando sobre sus playas y junto a las columnas de Hércules el célebre puerto de Gaditano

Viniendo a los presentes siglos, la brújula y un Colón muestran nuevos derroteros a la atrasada Europa, y otras sociedades no fundadas sino descubiertas, llegan a variar la faz del mundo conocido y la particular existencia de las antiguas. Génova, Barcelona, Pisa y Venecia se eclipsan: 

la América resplandece. A nuestra patria en esta parte le cabe la gloria de haber sido la primera que saludó a estos pueblos, la que los adquirió con el valor y los sufrimientos más sorprendentes, la que los poseyó en mayor número y la que los rigió después con una legislación paternal. Habrá tristes rasgos en su historia: pero ellos están escritos por aquellos exploradores tan audaces como rudos, y disculpados también, entre aquellos guerreros tan intrépidos, hijos de una época de fuerza, de preocupación y tinieblas. “Mas estos excesos, dice un autor americano, arguyen tanto contra el carácter español, como podría argüir contra el de algunas naciones de Europa mayores atrocidades cometidas en sus colonias; y contra el francés las insignes maldades de su revolución por excelencia en los tiempos modernos, cultos y civilizados. El mal estuvo en la época; y es tan cierto, que en España se levantaron muchos hombres generosos acusando ante la opinión y la autoridad los crímenes de sus compatriotas (1)." 

En tiempos más posteriores, la lucha de ciertos principios religiosos en el recinto de una discusión ardiente, vino a completar igualmente este cuadro de portentos sociales, dando vida a esos pueblos en cuyo seno se agita hoy 

la fórmula de los que han principiado y concluirán por trastornar el mundo; pueblos en quienes veía Chateaubriand la antigua sociedad concluyendo en la joven América, y una república de un género nuevo y desconocido hasta entonces, anunciando un cambio en el espíritu humano y en el orden público. 

Nos referimos a las sectas de la reforma protestante, que huyendo de la hoguera o del hacha del verdugo inglés llegaron a las desiertas soledades de la América del Norte para guardar bajo el verdor de sus bosques los gérmenes de una generación tan fecunda como activa, desenvuelta ya hoy al extremo de sorprender por su influencia política y por su social importancia. Así Filadelfia, la Cartago del nuevo continente americano, ha debido su ser a los puritanos de Inglaterra, como Troya un día a los fugitivos de Tiro. 

“El nombre de Wasington (Washington), repite Chateaubriand, se difundirá con la libertad de siglo en siglo, marcando el principio de una nueva era para el género humano." De tal modo se expresaba en 1791 este hombre ilustre al visitar el propio suelo que un siglo antes comprara a las tribus indias el célebre Guillermo Pen. ¡Y cuánto no han prosperado sus destinos desde esta época acá! (2). 

(1) Baralt, historia de la revolución de Venezuela. Véase al final el documento núm. 1.° 

(2) Véase al final el documento núm. 2. 

Mas volviendo a nuestro propósito debemos aquí manifestar, que las relaciones de los antiguos pobladores con sus metrópolis estaban fundadas sólo en los vínculos de la sangre o en los de la analogía de la religión y las leyes, sin permitirse, no ya un tiránico dominio, pero ni aun el sistema del cambio mutuo, duro y terrible cuando raya en un ciego monopolio, pero justo y conveniente si tiene por objeto suplir los adelantos de estos nacientes pueblos por el trueque de su feraz y particular producción. 

¿Ni cómo ciertas colonias en el actual estado de nuestras necesidades 

podrían de pronto dominar y conquistar los medios de satisfacer las de una civilización refinada, sin tener que pagar por largo tiempo el tributo de su dependencia a los artistas y a las manufacturas extrañas? 

Este invento de los presentes días estaba reservado a la Inglaterra el explotarlo, y ella por haberlo entendido mejor que las demás naciones, ha venido a ser la colonial por excelencia, cuando en el siglo primitivo de los coloniales descubrimientos era la postrera de todas en alcanzarlos. 

España, Portugal y Francia por el contrario, que aparecieron abrumadas, principalmente las dos primeras, con el peso de tantos, han dejado perder los muchos que poseían á el constante olvido de los principios que han prevalecido y hecho tan potente a la Gran Bretaña. Aquellas a trueque de conservar una omnímoda soberanía sobre posesiones tantas, se enajenaron la voluntad de los que llegaron a disputársela. La Inglaterra y la Holanda han seguido al revés una opuesta conducta, y contentándose con un predominio nacional han conseguido en cambio la preponderancia de su comercio e industrias. La Gran Bretaña con vista más adelantada, fue la primera que entró en el buen sendero de la conveniencia comercial combinada con la comunicación de los demás pueblos, y ella fue la que empezó a descuidar en sus colonias la intervención de los reglamentos fiscales para asegurar mejor su dominación productiva y la representación mercantil de su protectorado. De esta manera, segura de su orden interior, apenas gasta en soldados para conservarlas, y abandonándoles el cuidado de sus intereses internos, tiene más anchura para multiplicar sus bajeles y regularizar el número de sus flotas, que son los ejércitos más firmes de posesiones tan remotas. Con estos bajeles está en perpetua comunicación con las mismas, les influye su espíritu nacional, y les lleva sobre todo sus manufacturas en cambio de sus productos, estableciendo sobre el mundo esa red de puertos comerciales y de militares posiciones, viviendo por medio de los unos, y mandando por causa de las otras. De esta suerte, la nación cuya periferia apenas la percibimos en el mapa, es la propia que todo lo abarca, y es la misma que manda sobre los dos continentes desde sus muchos y extendidos establecimientos, a semejanza de una araña cuya cabeza se apoyase en las tres islas y sus infinitos y largos pies sobre el orbe entero. Así, repetimos, aquel pueblo de Pictos, tan bárbaro bajo la dominación romana, y cuyos habitantes no conocían la forma de una simple barca como dice un escritor, esos mismos hombres dominan ya hoy desde la bahía de Hudson hasta el Ganges, y sus posesiones de América, Asia y Europa hacen olvidar a Roma con su capitolio, si bien no ostentan como esta el carro militar de los conquistadores, sino el signo más civilizador y poderoso de los presentes siglos... el cetro de Neptuno. La Inglaterra por sus repartidas colonias y por sus numerosas escuadras está en todas partes, influye en todo, por donde quiera lleva como en desagüe los ríos de su industria, y sin estancar la asombrosa producción de sus manufacturas como nosotros hicimos un día con el oro y la plata, sostiene una vida prestada, sí, pero tan vigorosa como es sorprendente la reunión de los muchos millones de sus consumidores, al extremo de contar sólo treinta y cuatro en la India, súbditos a la par que suyos, de una mera compañía de comercio (1 : Véase al final el documento núm. 3.). Por estos establecimientos y los que posee en la punta de África puede hacer el comercio casi exclusivo del mar Rojo y el golfo Pérsico, reunirse al de la China y apropiarse en fin los beneficios de la América meridional y mar del Sur, si nosotros los españoles seguimos olvidando el aumento de nuestras dos armadas para no participar con ellas de estos bienes desde los diferentes puntos de nuestras provincias ultramarinas. La Inglaterra se hace temer en África, y siendo dueña del cabo de buena Esperanza, lo es también de la isla de Francia, de Ceylan (Ceilán, Ceylán) y de la península índica. A fortuna tanta, la providencia le agrega el don del gobierno con que la favorece, pues que allí, en el centro de sus tres reinos, no aparece nunca la fuerza bárbara que abate, sino la inteligencia que domina vivificando; no el principio militar que todo lo excluye, sino la discusión de un parlamento que todo lo combina, descansando siempre bajo la salvaguardia de los principios que crean a la vez la administración con que se sostienen las colonias y las fuerzas marítimas con que se conservan. 

La Holanda misma, ese pueblo condenado a los rigores de la escasez y del clima, esa nación que no cuenta un extenso cultivo, ni los campos que multiplican los granos, ni los bosques que proporcionan las maderas; esa Holanda, por medio de sus colonias se ha creado la abundancia de ramos envidiables, y por medio de sus naves trasporta de todas partes a sus astilleros el maderaje mismo con que después vuelve a surtir la Europa. 

Ella no tiene trigos, y sin embargo sus graneros son los del universo: no posee minas, y su país aparece vivificado con el curso de los metales. 

Si en las Antillas no cuenta mas que con algún que otro despojo de nuestras antiguas islas, si en el Brasil y otros puntos de la América ha sido al fin casi desalojada, la Holanda sin embargo por su activo comercio y sus establecimientos en el cabo, puede dominar desde allí los derroteros de los demás europeos hacia las Indias, cosa que no pierde de vista entre las providencias económicas de su gobierno, su espíritu conciliador, y los sacrificios de sus dos marinas. 

Por haberse desviado el Portugal de esta conducta le queda ya sólo en la historia la grande extensión que llegó a ocupar con sus colonias. Así se advierte, que cuando dilataba su imperio desde Guinea hasta el Japón; cuando mandaba sobre las costas orientales de África, las del mar Rojo, de la Arabia, de la India, las Molucas y Ceylán; cuando pisaba el suelo de la China, y poseía el imperio del Brasil; aquel reino de quien se decía que no tenía más que cabeza porque su cuerpo estaba fuera; el Portugal, que contaba en América una longitud de quinientas veinte leguas, y una latitud de trescientas cuarenta, o ciento setenta y seis mil ochocientas leguas cuadradas, espacio por lo tanto mucho mayor, como dice otro autor, que el que ocupan la España, Portugal, Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra y Alemania reunidas; ese mismo pueblo está reducido ya hoy a poco más de su primitiva cabeza, y la Inglaterra con la Holanda han venido a ser los herederos de dominios tan crecidos, tanto por sus naves, como por su comercial política. 

La Francia debió a Colbert el despertar de su letargo continental entrando bastante tarde en este movimiento colonial por medio de sus principios ilustrados sobre los derechos de entrada y salida de sus colonias. Mas si sus establecimientos en las Antillas, en la costa del África con holandeses e ingleses, sus islas de Francia y Borbón, sus desgraciadas compañías en la India, su comercio con la China, la Cayenne y otros puntos que en los diferentes mares llegó a poseer, consiguieron dar a su marina una regular importancia; sucesos de todos conocidos, y el olvido del sistema inglés, concluyeron con su improvisada riqueza colonial, finalizando la catástrofe de Santo Domingo la no interrumpida serie de sus pérdidas y desgracias.

Concretada hoy a sus factorías de la India, y a la Martinica y Guadalupe, 

puntos casi inútiles ya, pues que eran de observación de santo Domingo, con algunos otros sobre los que al presente da señales de querer imitar el régimen inglés; la Francia se esfuerza hoy por conquistar en las playas de Argel ese porvenir colonial que le ha negado hasta aquí el destino, y que hace exclamar a uno de sus hijos con estos acentos de un dolor nacional: "¿Por qué una gran nación que disputó en otro tiempo y que disputaría aún en caso necesario el imperio de los mares a la gran Bretaña, es menos rica en colonias que la desgraciada España, y el miserable Portugal? Largas guerras y graves acontecimientos son la causa: pero, ¿por qué fatalidad no ha hecho nada en veintisiete años de paz, para reparar sus pérdidas? Aun hay más; se halla próxima al momento en que van a destruirse para siempre las pequeñas colonias, restos de su antiguo esplendor, y entre tanto que la Inglaterra y la Holanda aumentan sin cesar las suyas en Asia y abren nuevas vías a su comercio, nosotros solos, sea por una culpable negligencia, sea por miedo de causar recelos a poderosos rivales, nosotros solos no formamos ningún establecimiento, y dejamos que nuestros buques de guerra y de comercio vayan errantes a puertos extranjeros, sin tener ningún punto asegurado de arribada." He aquí las tristes reflexiones que se le ocurrían a un ilustre marino al visitar de orden de su gobierno la isla de Borbón, contemplándola como el único punto donde se ve flamear al presente el pabellón de la Francia, sobre la superficie inmensa del océano índico (1). 

(1) Véase la obra publicada por Mr. Laplace sobre la campaña de circunnavegación de la Artemisa, de cuyo buque fue comandante, publicada en 1843. 

La grandeza que alcanzó con sus colonias la gran nación española, bien la ha cantado el inspirado Quintana cuando dice:

Doquiera España: en el preciado seno 

de América, en el Asia, en los confines 

del África, allí España: el soberano 

vuelo de la atrevida fantasía 

para abarcarla se cansaba en vano:

la tierra sus mineros le rendía, 

sus perlas y coral el Occeano, 

y donde quier que revolver sus olas 

él intentase, a quebrantar su furia 

siempre encontraba costas españolas. 

Sí, siempre se encontraban costas españolas y su imperio fue tan colosal, que solos sus restos forman hoy en las diferentes partes del globo la más preciosa herencia, siendo tan aventajada su posición y tan singular la cualidad de cada una de ellas, que su conjunto o reunión pueden compesarle por sí sola la pérdida de sus afanadas Indias, si rige al fin sus destinos un gobierno verdaderamente civil y de concepciones altas. Y la España sin embargo, mientras tantas tuvo, no dejó de ser pobre mucho más que al presente, y entre su preconizada fortuna estuvo siempre alcanzada por los malos principios económicos que entonces adoptara, no peculiares suyos, sino de la época; no patrimonio solo de la exageración que parece acompañar al ardiente carácter de sus habitantes, sino propios de las ideas de aquellos siglos y de la mayor parte de los pueblos en semejante época. Tal vez nosotros fuimos los más adelantados (1): 

(1) Algunas de las disposiciones, como las que prohíben la exportación de los metales preciosos, se resienten mucho, a la verdad, de la ignorancia de los buenos principios de la legislación comercial que 


Pero nuestra ansia por el material del numerario nos hacía creer, como a el avaro, que seríamos tanto más ricos cuanto más lo escondiésemos. 

De sus resultas, el propio exceso abarató la representación de los valores (1), y sumidos entre el oro, estuvimos siempre alcanzados. Cádiz y España entera no eran más al cabo que simples factorías de la restante Europa, cuyos diferentes pueblos se llevaban nuestros metales por las varias industrias de que necesitábamos, industrias que perdimos, creyendo encontrar las cosas más indispensables de la vida en los montones blancos de la plata del Potosí, o en los amarillos del oro del Perú

Agotado de este modo su curso por el atractivo con que lo extraían las diferentes formas de la industria extranjera, su valor pasaba como un torrente a las fábricas de las demás naciones (cuando no llenaba los bolsillos de los flamencos cortesanos, tan ávidos de la riqueza de la pobre España), y sólo quedaba para su suelo una miseria espantosa, con los males que reseñan Castro, 

ha distinguido a los españoles hasta nuestros días; pero en cambio otras como la que declara libre de todo derecho la importación de los libros extranjeros, porque como dice la ley: "traen honra y provecho al reino facilitando que los hombres se hagan instruidos," no solamente están adelantados a aquella época, sino que pueden entrar en ventajosa comparación con las leyes vigentes hoy en España sobre semejante materia." - Prescott, historia de los reyes católicos

(1) El Tesoro que Atahualpa había entregado por su rescate, era poca cosa en comparación del botín inmenso que hallaron los españoles en Cuzcoa pesar de que los habitantes de esta capital habían huido con sus efectos más preciosos. Pero desde este momento, el oro que los españoles encontraban en tanta abundancia, empezó a no tener valor a sus ojos. 

Los simples soldados rasos eran tan pródigos de él, que jugaban entre sí sumas que ningún soberano se hubiera atrevido a aventurar. Un par de calzones lo mismo que un par de botas se pagaba en treinta piastras (cada piastra sobre 20 reales nuestros); un caballo costaba quinientos o seiscientos ducados, y aun mucho tiempo después de la época de que se trata, estos precios se mantenían tan subidos, subsistiendo el poco valor del oro. (Campe, historia del descubrimiento y conquista de la América.) 

Pellicer, Martínez de la Mata, Ceballos y otros (1). Mas habiendo ya visto el influjo de la Inglaterra y de la Holanda por medio de sus establecimientos coloniales, entremos ahora a demostrar el valor mayor de estas propias posesiones según el predominio que ejerce al presente por toda la Europa el espíritu comercial de nuestro siglo, y el grandioso porvenir que su influencia misma podría retribuir a España, mediante los hermosos establecimientos que aún le quedan, formando más allá de los mares su extendida  nacionalidad. 

Tiempo hace que dejó de oírse para la Europa el estampido del cañón y los males repetidos de las guerras dinásticas. Treinta y cinco años corren que ciertos tratados produjeron una paz general, y desde entonces acá el espíritu industrial y calculador de la época crece más y más cada día al abrigo de este bien y de los esfuerzos de los gobiernos todos para conservarla, en vista de las ventajas inmensas que va obteniendo a su sombra el universo entero. En vano Napoleón, militar inteligente y hombre de estado, pero de fuerza al fin, quiso imponer una monarquía universal y militar. En los campos de Waterloo se resolvió su empeño ante los nuevos y más ilustrados destinos de la humanidad. Allí en aquel sangriento día en que se renovaron los tiempos de Roma y Cartago, no se consumó como entonces la ruina de la última que representaba la inteligencia comercial, sino que se desplomó la primera que denotaba la fuerza y el principio militar. 

(1) Según Navarrete entraron en España desde el año 1748 al de 1753 la exorbitante suma de 153.844,433 pesos, que vienen a importar 3,077 millones de reales o 513 millones por año. - Biografía del marqués de la Ensenada, página 24. 

Con el hombre grande que lo invocaba, quedó ya vencido para siempre todo sistema de represión y conquista, y allí murió en aquel día el imperio de una voluntad ciega, representada en el que con sus legiones, sus tenientes y su familia quiso bloquear a una nación poderosa cerrándole sus puertos, y queriendo sofocar en los demás pueblos los frutos nacientes de su gran prosperidad. ¡Insensato! Él no advertía entre el humo de su altura, que a estilo de las antiguas cruzadas, las mismas masas de hombres que recorrían la Europa para sostener su dominio militar, esas mismas sembraban sin querer gérmenes opuestos a los principios restrictivos y de poderío militar que él quería hacer prevalecer más particularmente en sus postreros días. "No parece, dice un escritor francés, sino que el reinado de Napoleón, esa epopeya militar ha servido de término al régimen de la espada, fijando el límite que debe separar en adelante los hechos más notables de nuestra renovación social, a saber, la conquista de los buenos principios y su aplicación." 

En efecto, ese espíritu del siglo hacia la paz, la felicidad mayor de los pueblos, el mejoramiento individual de sus habitantes, los adelantos útiles, la tolerancia en las opiniones, las luces de la imprenta, los portentos del vapor, las comunicaciones eléctricas, contribuyendo todo a la rapidez del pensamiento y de la idea, es un hecho que se está consumando más particularmente desde entonces acá sobre los dos continentes de un modo tan particular y sorprendente, que parece como que se escribe a la faz de todos con caracteres providenciales. Sí: a él le vienen sirviendo todos, lo mismo los que siguen con fé sus beneficios, que los que le sirven de rémora en su marcha; los propios que demasiado impacientes quieren apresurar su paso, que los que retroceden espantados ante sus cotidianos progresos, luego que se va notando con progresión igual los temibles y sociales resultados del tránsito de una situación a otra, con particularidad entre aquellas clases que han estado resignadas hasta el día entre el sueño de la ignorancia y a quienes la imprenta las dispierta (despierta); porvenir bien ignorado por cierto entre los futuros destinos (1). 

(1) Véase lo que sobre este ignorado porvenir dice Chateaubriand en el documento núm. 4 que agregamos al final. 

Pero sin ocuparnos aquí de la revolución moral de nuestras sociedades y de sus modernas ideas; ¿la propia economía política no está consumando en el mundo material lo que la religión hace dos mil años predicaba respecto a la fraternidad de los hombres y de los pueblos? Sí, el genio del (de+ l más larga de lo normal) hombre y las ciencias económicas están allanando los montes, suprimiendo las fronteras y salvando los mares, sin ser ya posible para los pueblos la incomunicación y el aislamiento. Ved, sino, cómo en vez de levantarse los muros de nuevas capitales, caen y se desploman hasta los de la nación china admitiendo los productos extranjeros. Ved, sino, las redes que hoy se tejen en los dos mundos por esas comunicaciones con que se disponen a cruzarse todos los pueblos, tanto los del viejo como los del antiguo, agitándose todos por conquistar los elementos del porvenir, esos intereses del comercio universal en vez de los de una estéril ambición o una costosa conquista, de que sólo se habían ocupado hasta aquí sus más antiguos gobiernos. Contemplemos, sino, al Austria, y la veremos cubrir con sus barcos el Danubio y el Adriático, cruzar con caminos de hierro su imperio en Bohemia, en Hungría, entre Venecia y Milán, y llevarlos hasta las puertas de la Suiza a algunas leguas de Strasburgo y Basilea. Ved a esa misma Austria cómo cede a la fuerza de los tiempos: contemplad cual hace notables modificaciones en la constitución de la Hungría para atraerse su gran número de habitantes hacia la propiedad territorial. ¡Pero qué decimos! 

Esa Prusia tan militar, esa nación hija de la espada del gran Federico, que todo lo debe a la guerra y que sólo por ella es fuerte, ¿no secunda hoy este movimiento universal por la linea de aduanas que establece con la Sajonia y otros estados en favor de su industria agrícola y fabril? ¿La propia Rusia, tan despótica y tan militar, ¿no se ocupa ya en fundar colonias con sus soldados, en abrir canales y preparar líneas admirables de comunicación para facilitar sus vías con la Prusia y con la India y ligar el mar del N. con el Negro

La Rusia, tan bárbara hace poco y tan nula hace medio siglo para el comercio, es ya la misma que en el solo espacio de diez años desde 1822 al 1833 aumentó el producto de sus vinos en un doscientos veintitrés por ciento, produciéndole el algodón ciento cuatro millones de rublos (1: El rublo equivale a 18 rs. y 14 mrs. nuestros.), el tabaco ciento noventa, y el azúcar noventa y dos, con otros ramos de los que antes enteramente carecía. Por último, en el nuevo mundo admiremos cómo los Estados-Unidos van multiplicando las comunicaciones para el uso de su comercio en una superficie de más de tres mil leguas, y cómo dentro de algún tiempo se recibirán en Nueva-York noticias de Pittsburg y de la N. Orleans al mismo tiempo que de la propia ciudad: es decir, que en una distancia de catorce o quince veces mayor que el diámetro de la Francia, los hombres se comunicarán entre sí con la rapidez del pensamiento. 

Pues bien: nuestra patria, esta nación que llora tantas pérdidas, es todavía una de las más privilegiadas si pretende entrar como todas en esta gran vida del movimiento comercial con que le brindan los mares que la rodean, y la especialidad de las demás provincias que allende de ellos cuenta. Pasemos a comprobarlo. 

Sabido es que hasta el siglo quince el centro comercial del mundo estaba en el Mediterráneo como dice un escritor, y que el Oriente era el minero exclusivo de las riquezas a cuyo movimiento servían de vehículo las aguas del mar Rojo, las del Tigris y del Eúfrates. Venecia, Génova y los demás emporios del comercio en la edad media, frecuentaban estos caminos. 

Pero ya lo hemos dicho: el descubrimiento de las Américas y del cabo de Buena-Esperanza, desvió de allí el espíritu industrial para llevado al Sur y 

al Occidente. Después, los progresos de la geografía, los adelantos de la navegación y la fuerza del vapor, han facilitado los medios de llegar en breve desde la Europa a la India por la cuerda del inmenso arco que pasa por el mencionado cabo de buena esperanza; y así la fuerza del espíritu industrial y los que las ciencias, las artes, la civilización en suma le prestan hoy, van a establecer en nuestro globo una estrecha zona, que puede referirse al trópico de cáncer, y que deberá considerarse como la línea normal del comercio del mundo, el camino de Mercurio, la rueda de la fortuna. "Enhorabuena, dice el propio escritor a quien venimos siguiendo (1), 

(1) Poderosa influencia de la Inglaterra en los grandes sucesos del mundo político, o sea el régimen militar dominado ya por el industrial. Madrid 1840.

los ingleses que abarcan en su ambición toda la superficie del globo, se establezcan como lo hacen, en el cabo de Hornos, a la manera que lo están tiempo ha en el de buena esperanza: enhorabuena utilicen para sí las 

tierras australes en ese novísimo continente de la nueva Holanda, en la tierra de Vandiemen, en las islas de Kelkland: la vida mercantil del género humano va a establecerse, no ya cerca de los polos ni de sus hielos ingratos, sino en el centro del mundo fácil de navegar, favorecido del sol, henchido de 

ricos productos, poseedor de los restos de antiguas civilizaciones y propio para dar ensanche y perfección a la de nuestros días." A esto se dirige sin duda la comunicación que ya se intenta establecer entre los dos océanos (océanos) por el istmo de Panamá, dirección que establecerá el camino de productos solicitados por el gran comercio actual y que encierran aquellas vastas posesiones. ¿Y qué lugar, repetimos, le debe caber a España en esta cruzada de los pueblos al querer alcanzar todos estos triunfos comerciales y marítimos a que se sienten tan impulsados entre el movimiento general que va animando al mundo? El más fecundo y grandioso, si vamos mirando una por una la situación y la cualidad de sus diferentes colonias. Principiemos por las Filipinas, sin mencionar a Fernando Po y Annobon en gracia de la brevedad. Allí, en los confines del Asia Oriental y cerca de esa China medio abierta ya al comercio general por los ingleses, se levanta el grupo hermosísimo de las islas Filipinas, las que por su situación geográfica son y serán la recalada natural de las navegaciones que partan del itsmo (istmo) de Panamá hacia aquel continente, y que entre sus muchos y buenos puertos presenta la bahía magnífica de Manila al frente de Cantón. 

En la América, en su centro, en el gran archipiélago de las Antillas que cubre este propio istmo de Panamá y el gran seno mejicano, posee España la joya inestimable de la isla de Cuba, llave de este seno, seguida de la de Puerto 

Rico, no menos felizmente situada respecto al mar que lleva el nombre del mismo archipiélago. ¡Cuba! ¡Puerto Rico! Cuando el centro de este nuevo continente sea la garganta por donde pasen las riquezas mercantiles del uno al otro océano, ¿qué importancia no tendrán los canales que separan a la isla de Cuba de la de santo Domingo y de la de Puerto Rico? Bien lo conocen hoy los norte-americanos, y hé aquí, todo el aguijón de sus Estados por poseer a toda costa lo que les niega el derecho y debe defender con esfuerzos nuestra interesada nacionalidad. Viendo aquellos que sus padres los ingleses han echado por tierra la misteriosa muralla de la China y que tratan de aprovecharse de los tesoros de este celeste imperio, los Estados Unidos han principiado a agitarse con unas mismas pretensiones y se disponen a recoger las primicias de lo que la Inglaterra ha conseguido allí con sus tratados. 

Hé aquí por qué se ha discutido ya en su parlamento el establecimiento de una línea de vapores entre uno de sus puertos modernamente adquiridos en el Pacífico con el de Shangay en China. Mr. King presentó este informe, y el día que se ejecute, aquel apetecido mercado quedará a once mil millas de Washington cuando para los ingleses será de diez y ocho a veinte mil. 

A este pensamiento hay que agregar otro más gigantesco: el llevar a cabo un proyecto que fuimos los primeros en concebirlo desde los tiempos del emperador Carlos V, si bien ahora se hace más fácil realizarlo. Tal es el de la unión de los dos mares (océanos) Atlántico y Pacífico por medio de un 

ferro-carril que una el valle del Misisipi con las extendidas costas del segundo, lo que favorece sobremanera el fomento que toman las colonias de Oregón; o el establecimiento de otro que atraviese el propio istmo de Panamá, por cuyo medio quedan salvados los escrúpulos de los sabios anteriores sobre el peligro (1) de un canal de comunicación (2). 

(1) Véase el documento núm. 5.

(2) Acometen hoy este proyecto el espíritu de asociación del país y la protección del gobierno. Véase al efecto el documento número 6 que al final de este artículo agregamos. 

"Quizás está destinada nuestra época, dijo en su día un ilustrado publicista, a ver abatirse el istmo ante las artes de la civilización moderna y el concurso de las grandes potencias marítimas. Ya se han ocupado de ello la Inglaterra y los Estados Unidos. Ya han hecho sus estudios los ingenieros de ambas naciones por orden de asociaciones particulares. Natural era que la Francia se mostrase celosa en participar de esta exploración curiosa e importante. 

La idea de cortar el istmo de Panamá ofrece en el día un interés cual nunca lo ha tenido. La Inglaterra ha creado un servicio de vapores trasatlánticos hace cuatro años, y una de sus lineas toca en el istmo. Dentro de pocos meses estarán listos para navegar los vapores trasatlánticos franceses, y el punto extremo de su viaje es Chagres, pueblo situado sobre el istmo, frente a Panamá. Los numerosos archipiélagos de que está sembrado el océano pacifico atraen a ellos a los europeos. Desplégase en ellos la nueva Holanda y la nueva Zelanda; alli están las Marquesas, Taití y las islas de San-vvich, (Sandwich) que tienen en aquellas regiones la importancia que Malta en el Mediterráneo. Este mismo océano baña los dos Perús y las provincias auríferas de Antioquía y Choco. Una vez cortado el istmo será para los Estados Unidos, para ellos únicamente, un paso más corto para la China, objeto y término de la ambición comercial de todos los pueblos navegantes. El Mediterráneo, Mar Rojo y el istmo de Suez ofrecerán siempre a la Europa la travesía más corta y directa para tan rebuscado destino." 

¿Puede pues la España dejar de mirar con un interés crecido estos restos tan envidiados de nuestras pasadas grandezas?

Dueña es ella de otro rico archipiélago, de esas islas Canarias, que velan sobre la costa occidental del África y sobre los derroteros del mediodía de Europa para la oriental de América. No se olvide el aspecto interior que estas 

presentan, siendo las riberas fértiles que M. Laplace pinta con tanto entusiasmo, y de las que se alejó con sentimiento pareciéndole, como dice Tomas Moore hablando de su amada Irlanda, la flor de la tierra y la perla de los mares. Hoy la emigración deja a algunas de estas míseras y desiertas, pero ellas debían ser como jardines de frutos, en donde prosperase tanto la vegetación de la zona templada, como la más esplendente de la tórrida, entre el tranquilo azul de las ondas que las cercan y las retratan. ¿Y a dónde podría llegar su emporio, si concurriese el fomento de sus vinos y sus especiales frutos, cuando un día sirvan más que hoy de continua escala a los diversos derroteros de la Europa, de la América y de la India? 

Nuestra patria también posee en el centro del Mediterráneo las islas Baleares. Uno de sus más afamados puertos, el de Mahón, está situado de modo, que una linea tirada de Marsella a Argel pasa indefectiblemente por sus aguas. ¿Cuál deberá ser pues, el porvenir tan aventajado de estos puntos, al seguir la Francia con su dominio sobre las playas de Argel, y con él su colonización, su comercio, su comunicación y su industria? Por otra parte, puntos esencialmente marítimos y militares para nuestras dos armadas, allí podrían encontrar puestos de reserva para futuras operaciones, 

marineros cual pocos, constructores afamados, y la satisfacción de cuantas necesidades comerciales o políticas pudieran ocurrirle sobre estos mares. 

Por último: sobre la propia costa de África cuya importancia crece más y más cada día por lo que acabamos de exponer, posee otros puntos no de un valor menor para su grandeza exterior y los cálculos políticos de sus gobernantes. 

Pero sin hablar aquí más que de los comerciales, estos mismos puntos mirados tan desdeñosamente por Mr. Pradt, avaro siempre de deprimir a la nación española con los recursos pagados de su imaginación (1); 

(1) Pocos ignoran que Bolívar (pone Bolibar) enviaba anualmente a este célebre arzobispo 30,000 pesos, mientras escribía su obra sobre las colonias, 

siempre parcial con España como debía serlo, para acelerar la independencia de sus posesiones ultramarinas. Véase sobre estos puntos y su importancia, el documento número 6. (Lo de pocos ignoran, hoy en día, 2022, es de risa)


esa misma Ceuta que hoy grava al Estado por el situado con que afecta sus arcas, podría llegar mañana a bastarse a sí propia y tener un extenso mercado el día que se accediera (como lo pidieron en 1843 sus corporaciones) a los ilustrados votos de sus habitantes, erigiéndola en puerto franco. Situada esta plaza en una costa enemiga, la adopción de semejante plan le ofrecería un mercado no costoso para los intereses del erario, ahorraría la línea de aduanas para la importación interior a semejanza de Génova y Liorna; y los frutos de las provincias meridionales de Sevilla y Valencia, con las de Cataluña, Alicante y Marsella contribuirían a fomentar allí un vasto y fomentador depósito. En este caso, los buques que cruzasen el Mediterráneo para Grecia y Turquía, como decía un escritor, y los que hiciesen las escalas de Levante, ¿no podrían hallar en Ceuta sin necesidad de tocar en Oporto o Marsella las mercancías remitidas desde estos puntos? Cuando contemplamos este olvido y a la par recordamos lo que era la Habana y lo que es hoy por las arrancadas conquistas de su libertad mercantil, debidas más que a un pensamiento de gobierno a necesidades urgentísimas (1); cuando comparamos sobre las hojas del libro de lo pasado lo que era la nueva-Orleans bajo la comprensión de un conde de O-Reilly, capitán general que entonces allí no representara, (2) con el espectáculo portentoso que presenta ahora abandonada a las leyes del cálculo mercantil y de la ciencia administrativa; 

(1) Sucesos militares sobre Luisiana y otros puntos del continente americano fueron sólo los que obligaron a los gobernantes de la Habana a dar cierta franquicia sobre algunos artículos de primera necesidad entre la falta de recursos y de nacionales envíos. Otra franquicia todavía más importante, porque era el primer ataque a una añeja y perniciosa preocupación del gobierno “autorizó a los gobernantes de Cuba a surtirse de víveres extranjeros en los casos de necesidad." - Pezuela: ensayo histórico de la isla de Cuba. 

(2) "Pero O-Reilly, mejor soldado que político, era duro de condición y quizás sobrado exigente para conciliar a la corona de España el afecto de sus nuevos súbditos a quienes empezó por tratar como facciosos. Los primeros actos de aquel inflexible militar fueron arrestar entre bayonetas a la primera diputación de notables que vino a presentársele y mandar a su asesor que procesara brevemente a los que aparecían como autores de los disturbios pasados.” Después de ahorcar y encarcelar casi con furor, continúa la historia: "con estas medidas de rigor se obtenía en efecto la más completa y pronta sugecion (sujeción); pero los más ricos plantadores abandonaron sus propiedades; paralizóse todo tráfico en el mercado de la Luisiana, y con su adquisición no logró España sino añadir un desierto a sus dominios ultramarinos." - El mismo señor Pezuela en su ensayo histórico. ¡Hé aquí en todos tiempos los resultados del rigor y de la espada, ciega siempre en sus impulsos para la política y la administración! 


nuestra fé toda española se alejaría de una justa esperanza, si no vinieran a fortalecerla la influencia de la época y la regeneración de nuestra patria entre sus últimas desdichas. Pero no: confiamos en el nuevo imperio que 

la opinión pública va ejerciendo en nuestro país, con el que no podrá menos de atenderse y no olvidarse como hasta el día, las exigencias de estos remotos pueblos y de nuestra extendida nacionalidad. 

Sí, nuestra patria se regenera ya por el movimiento saludable de sus intereses materiales y el grande y el fecundo de sus dos armadas. Nos complace el contemplar que nuestra marina mercante es hoy la tercera del globo abandonada a sí propia: que la de guerra principia a dar grandes 

pasos hacia el aspecto respetable que tuvo en un tiempo: que la paz reina ya por todos los ángulos de la monarquía: que los partidos se regularizan, y que cualesquiera que sean sus disidencias, todos se reúnen y no son más que uno, cuando se trata de nuestra nacionalidad y de su grandeza exterior. Y entre estas circunstancias que principian a ser tan propicias, ¿cómo consentiríamos que nos pudieran defraudar parte de estas esperanzas tan legítimas y usurparnos la más pequeña parte de estos elementos ultramarinos que forman nuestra honra y nuestro patrimonio nacional? 

En vano se dice muy modernamente, que entre las vicisitudes del siglo y los cálculos de la política, la Inglaterra nos arrebatará las Filipinas, como los Estados Unidos a la reina de las Antillas; y que un tratado secreto entre ambas lo permitiría así a la segunda, siendo el archipiélago asiático el premio de la aquiescencia de la primera. No extrañamos el que así lo deseen, porque ya hemos visto lo que estas joyas valen y también lo que representan. Pero lo que dudamos es, que pueda existir un solo español con sangre cuando tal suceda. Semejante atentado contra nuestra nacionalidad no tendría ni justicia ni razón que dejara de calificarlo de un gran crimen; 

y cuando se violase todo, el propio interés de otras naciones no por cierto lo permitiría. No es por lo tanto muy probable esta contingencia, y concluir debemos aquí, diciendo con un escritor a quien varias veces hemos invocado ya (1). (1) Poderosa influencia de la Inglaterra en los grandes sucesos del mundo político, o sea el régimen militar dominado ya por el industrial. - Madrid 1840. 

La España por su particular posición entre el Mediterráneo y el Occeano, y por la posición envidiable de sus colonias, está en el caso de 

aprovecharse del mundo antiguo y del nuevo, del reflujo del comercio hacia el Oriente, y de su actual y futuro curso hacia el Ocaso, 

MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 

DOCUMENTOS. 


PRIMERO.


Mucho se ha escrito y se ha declamado también por los extranjeros acerca de la conducta observada por los españoles en la conquista de las Américas. Punto es este sobre el que todavía se escribe alguna vez con más pasión que crítica, y esto es tanto más singular cuanto que en nuestros días se está cometiendo por otros la más inaudita profanación de todos los derechos con aquellos primitivos pueblos. Pero para hacer más notable semejante contradicción, trasladaremos a continuación parte de un artículo que 

escribimos a poco de haber llegado a la isla de Cuba, en vindicación de nuestra historia y de nuestro nombre nacional. En dicho artículo, después de analizar la parte literaria de cierta obra, nos concretábamos a la en que el autor repite semejante inculpación, y así decíamos: 

"Si su crítica fuese más ilustrada, si su oscura prevención no lo impulsase a repetir las ideas pagadas de los extranjeros a principios de este siglo, no tomaría en cuenta la exageración de esos cálculos que han hecho subir hasta 

un millón la sola población de Sto. Domingo, y juzgaría ya de estos hechos históricos cual los hombres pensadores de la época, apartando las pasiones, no el criterio y la templanza. Si hubo crímenes en aquel tiempo, fueron hijos del siglo y de aquellos atrasados días en que los pueblos, más cultos hoy, eran entonces casi bárbaros y feroces. Por la conducta de nuestros aventureros, por la codicia de aquellos españoles que al precio de mil peligros conquistaban estos países, responde el corazón de aquella gran reina que hasta en su lecho mortuorio recordaba a sus mal tratados indios. Pero si aquellos españoles pudieron ser crueles en semejantes tiempos y en el primer periodo de sus conquistas, la legislación se puso pronto al lado de los débiles, y esa raza a que el autor se refiere, encontró en sus leyes la 

protección y una defensa paternal. ¿Mas qué es de esa misma raza, en este siglo de luces y filantropía? ¿Cuál es su trato al presente, no por aquellos españoles ásperos y guerreros, sino por los legisladores que más ostentan hoy el triunfo de los derechos individuales y los principios de la libertad moderna? Contémplese a sus míseras tribus cuál son lanzadas de los campos de sus padres por los ciudadanos de los Estados Unidos, esos republicanos que les arrasan las chozas de su independencia, que les arrebatan las tierras vírgenes que pueblan, cazándolos por sus bosques como alimañas, y persiguiéndolos con carnívoros perros que llevan de Cuba con tan despiadado intento. "No sabemos ya qué hacer (le decía un día el jefe de la tribu de los Zimanoles al general Almonte, nuestro respetable, 

amigo y ministro que fue de la república mejicana); de aquí nos han lanzado: de aquí donde moraron nuestros padres: aquellos son sus sepulcros." Y con lágrimas iba señalando al general aquellos tristes lugares. 

Los mismos vecinos del autor, ya independientes, los propios mejicanos, ¿cómo han tratado hasta hoy a esa raza que vaga aún por algunas de las partes de su territorio? Les han quitado la protección de las antiguas leyes, no les han compensado con otras sus derechos, y el que no pagaba sino un corto tributo al gobierno español, sufre hoy el que lo tomen como una bestia de carga para los bagajes de la milicia, y aun en estos últimos tiempos han sido cogidos entre las bayonetas para engancharlos en las filas del ejército. ¡Todo esto no sucede en el siglo XVI sino en el XIX: no por españoles sino por los hijos de las repúblicas de América! 

Pero siéntalo este autor: el carácter español debe hoy mismo a los hombres que rompieron nuestros antiguos lazos con sangre propia, la justicia y la imparcialidad que el autor le niega, sin que ningún sacrificio personal pueda 

disculparle su enconada preocupación hacia los que debía considerar siempre como verdaderos hermanos. He aquí cómo se expresa al efecto un castizo y republicano historiador. "El carácter español, dice, es noble y generoso; su 

historia antigua y moderna está sembrada de bellísimos hechos en que reluce la constancia y la firmeza a la par del valor y del desprendimiento. Con fuego en el alma y en la inteligencia, es capaz el español de nobles afectos, de hermosas concepciones; y si le extravía, si le ciega en ocasiones el delirio momentáneo de sus pasiones irascibles, aplacado reconoce el error y heroicamente lo enmienda." 

Así se expresaba el señor don Rafael María Baralt en Venezuela, escribiendo la historia de su revolución e independencia.

He aquí también cómo se manifestaba a este propósito un periódico de Nueva Orleans llamado el Telégrafo, y cuyas líneas reprodujeron entre otros de Madrid, la Patria en su día 13 de diciembre del pasado año: 

"No hace muchos días, decía, que hemos leído en un periódico de esta ciudad el sencillo medio de que se han valido las autoridades americanas del Nuevo Méjico para acabar hasta con el último vástago de la raza india. 

Consiste este medio en haber pregonado todas las cabezas de los indios Apaches, ofreciendo por cada una de ellas una gruesa suma cuya cantidad no ocurre ahora a la memoria. Al efecto se organizó inmediatamente una partida de 300 americanos, que armada de sus poderosos difiles (rifles?), salieron en todas direcciones en persecución de los Apaches, cazándolos como bestias feroces, y ensañándose en la matanza de los antiguos poseedores del Nuevo Mundo, con escándalo de la humanidad y de todas las ideas filantrópicas de nuestro siglo. ¿Qué dirán a esto los que tanto declamaron contra la tiranía de los españoles que conquistaron las vastas regiones americanas? Hernán Cortés, Pizarro y otros héroes del siglo XVI, mostrándose crueles con los indios que se resistían a venerar y adorar el símbolo de nuestra redención, no hicieron más que obedecer las ideas fanáticas de su siglo. 

En aquella época, eminentemente religiosa, no era un crimen matar a un hombre que se negaba a creer los sagrados misterios de nuestra religión: era por el contrario una virtud cristiana, según las equivocadas ideas del tiempo. Compárese ahora la conducta de los españoles del siglo XVI con la que observan los anglo-americanos del siglo XIX: téngase en cuenta el espíritu de épocas tan diversas, y forzosamente hemos de concluir que nuestros antepasados no fueron crueles, siéndolo por el contrario excesivamente los que cazan los hombres al través de los bosques, en nombre de la civilización y de la tolerancia religiosa de nuestro siglo. 

Mucho más resalta la comparación de unos y otros, si tenemos presente nuestro código de Indias, donde la humanidad y la beneficencia fueron las verdaderas dictadoras de tan admirable código. 

En él se aseguraba la persona y hacienda de los indios, con leyes que los amparaban, protegían y ponían a cubierto de cualquier acto arbitrario; en él se les concedía los derechos compatibles con el estado de su civilización, formando de la raza india un gran pueblo que vivió feliz al abrigo de nuestra nación por más de 500 años. 

No carece, no, de causa, lo grato que es a los indios nacidos en las antiguas posesiones españolas, el recuerdo de sus primeros conquistadores. El nombre de "español" tiene aún entre ellos un eco que se repite de boca en boca como el recuerdo de una felicidad pasada y que para ellos no volverá jamás. La rara sajona ha jurado su exterminio valiéndose de todos los medios posibles; ha puesto a precio (precio a) sus cabezas y los caza como animales feroces en nombre de la libertad... ¡Que no les hagan mal a los indios! solía decir Isabel la Católica. 


SEGUNDO. 


El mismo Chateaubriand dice ya en sus memorias Ultra tumba: "Hoy salen de Washington treinta y tres caminos reales, como antiguamente las vías romanas del capitolio; llegan ramificándose a la circunferencia de los Estados 

Unidos, y representan una circulación de 25.741 millas (25,741). En muchos de estos caminos hay postas siempre dispuestas; y ahora se toma una diligencia para el Ohio o para el Niágara, como en mis tiempos un guía o un intérprete indio. Estos medios de comunicaciones son dobles; abundan tanto los ríos y los lagos que, unidos por medio de canales, se puede viajar en ellos a la misma orilla de los caminos terrestres, en chalupas de vela y remo, en góndolas y en barcos de vapor, para los cuales suministra el país inagotable combustible con sus selvas inmensas y sus minas de carbón que a flor de tierra encubren los árboles. La población de los Estados Unidos ha ido aumentándose de diez en diez años desde 1790 hasta 1820, en la proporción de treinta y cinco individuos por ciento. Créese que en 1830 ascendiera a doce millones ochocientos setenta y cinco mil almas. 

Si continúa duplicándose cada veinte y cinco años, tendrá en 1855 veinte y cinco millones setecientas cincuenta mil almas, y en 1888 pasará de cincuenta millones. Esta savia humana hace que por do quiera florezcan los desiertos; los lagos del Canadá en que antes no se veía una vela, parecen hoy inmensos docks, donde se cruzan las fragatas y corbetas, los bergantines y barcas, con las piraguas y canoas indianas, como en las 

aguas de Constantinopla se confunden los buques de alto bordo y las galeras con los pinques, caiques y chalupas. Ya no corren solitarios el Mississipi, el Misar y el Ohio: bogan por ellos naves de tres palos, y más de doscientos 

barcos de vapor comunican vida a sus orillas. Esta inmensa navegación interior, que bastaría por sí sola para labrar la prosperidad de los Estados Unidos, no se opone en nada a sus largas expediciones. Sus naves, por el contrario, recorren todos los mares, acometen toda especie de empresas, y pasean el estrellado pabellón del poniente por las regiones de la aurora sujetas a perpetua servidumbre. Para completar este cuadro sorprendente, debe el lector figurarse poblaciones como Boston, New-York, Filadelfia,  Baltimore, Charleston, Savannah y el Nuevo Orleans iluminadas de noche, obstruidas por caballos y carruajes, y ornadas con cafés, museos, bibliotecas, salones de bailes y teatros, en donde abundan todos los goces del lujo. No hay que buscar sin embargo en los Estados Unidos lo que distingue al hombre de los demás seres de la creación, lo que constituye la esencia de su inmortalidad y forma el ornato de su vida; las letras son desconocidas en la nueva república, por más que una infinidad de establecimientos provoquen a cultivarlas." 

Según la memoria del ministro de Estado presentada al Congreso de la Unión en el año de 1848, la inmigración que había tenido lugar en sus diferentes Estados sólo desde enero hasta septiembre del referido año y sus diferentes procedencias, era la siguiente: 

Méjico. 27 

América del Sur. 150 

Las Antillas. 1342 

Posesiones británicas. 6.494 

Gran Bretaña. 117.800 

Irlanda. 23.802 

Inglaterra. 4.956 

Escocia. 654 

Gales. 348 

Grecia. 1 

Alemania. 58.390 

Turquía. 3 

África. 10 

Francia. 7.743 

Holanda. 901 

Bélgica. 335

Baviera. 204 (Bayern, actual Alemania) 

Austria. 2

Dinamarca. 210 

Prusia. 451 (actualmente, Alemania) 

Rusia. 1 

Suecia. 124 

Noruega. 779 

Suiza. 319 

Portugal. 67 

España. 164 

Italia. 219 

Sicilia. 22

Varios puntos. 20 


TERCERO. 


Sabido es que las causas más pequeñas producen muchas veces los más memorables sucesos. Una racha de viento conduce a los navegantes a una tierra desconocida, y aun acaso produce una revolución. La Inglaterra no había explorado aún la costa de la India, cuando en el reinado de Isabel la captura de un buque portugués que iba de Goa a Isboa (Lisboa) le reveló las riquezas del comercio del oriente. Con su industria habitual y su instinto innato de ganancia, organizó una expedición a la costa de Malabar y poco tiempo después tenía una factoría en Surate. En 1654 estableció otra en Madrás; y en 1664 otra en Bombay. El acaso que de tanto le había servido en su primera empresa, la favoreció aun en sus miras de engrandecimiento. Un médico inglés llamado Bougton tuvo la fortuna de curar a la hija del gran mogol de Agra y obtuvo en premio de este servicio el derecho de comerciar libremente en toda la extensión del imperio del soberano agradecido. En 

1656 vendió un privilegio a la compañía, que para explotarlo se apresuró a establecer una factoría a orillas de uno de los brazos del Ganges, cerca del lugar donde hoy se elevan los soberbios edificios de Calcuta. 

No referiremos toda la historia de aquella compañía célebre desde el año 1599, en que Isabel le concedió sus primeros privilegios, hasta el de 1833, en que el parlamento inglés le ha dado otra organización. No diremos lo que 

se ha repetido en tantas relaciones de viajes y tantos libros de historia, sus largas guerras con los portugueses, franceses y holandeses, para invadir todo el país donde con tal modestia se había ido a establecer al principio; sus incesantes luchas con los principios indígenas, ni las tentativas de toda especie, la astucia de comerciantes, las negociaciones de diplomáticos que han elevado el poder de la compañía británica a un grado más alto que las conquistas de Alejandro de Gengiskan, de Temerlan, y que le han dado el imperio más rico, el más fabuloso de cuantos han existido. 

Un territorio de seiscientas mil leguas de extensión, cien millones de súbditos, otros cien millones de hombres que bajo el gobierno de sus príncipes, reconocen la autoridad de la compañía de las Indias, esto es, lo que una mera compañía de comercio, saliendo de su humilde despacho de Surate, ha conquistado en el espacio de siglo y medio. Sin embargo, bajo la púrpura espléndida de que está revestida, bajo la diadema oriental que ha puesto sobre su frente, existe una llaga profunda y tal vez incurable. Atacada en varias ocasiones y muy vivamente por los hombres envidiosos de su poder, por los comerciantes enemigos de sus privilegios y hasta por sus dependientes, cuyos sueldos había tenido que disminuir, después de la larga guerra que sostuvo contra Tippo-Saib; en 1824, herida por primera vez en sus atrincheramientos, precisada a moderar las medidas prohibitivas que había puesto en práctica hasta entonces, y a dejar penetrar en el interior de su administración una turba de intrusos que siempre había sabido tener lejos, se ha visto en 1833 arrastrada por decirlo así a la barra del parlamento inglés por todos aquellos cuyo orgullo había humillado, cuyos intereses había vejado o cuya avaricia había irritado, saliendo de la lucha legislativa estropeada y despojada de algunos de sus más bellos privilegios. 

Tenía el monopolio del comercio con la China y se ha declarado libre este comercio. La entrada de las posesiones asiáticas que guardaba con rigurosas precauciones, se ha abierto a todos los extranjeros y a todos los géneros y 

artículos de la Metrópoli. Se ha resuelto, en fin, que una comisión nombrada por el Estado tenga facultades para revisar los actos políticos y administrativos de los directores de la compañía, lo cual pone a esta reina de las Indias bajo la dependencia del gobierno. 


CUARTO. 


Mr. de Chateaubriand en su Ensayo sobre la literatura inglesa, tomo segundo, página 59 y siguientes, dice lo que a continuación copiamos: 

"La sociedad tal como se halla en el día no subsistirá; porque a medida que la instrucción descienda a las clases inferiores, descubrirán estas la llaga secreta que corroe el orden social desde el principio del mundo: llaga que produce todo el malestar y las agitaciones populares. La enorme desigualdad de las condiciones y de los bienes de fortuna ha podido soportarse mientras ha permanecido encubierta por la ignorancia y por la organización facticia de la sociedad; pero tan pronto como los hombres la noten, caerá sobre ella el golpe que la amaga. Reconstruid, si os place, las ficciones aristocráticas y tratad de persuadir al pobre cuando sepa leer, al pobre con quien la prensa periódica tiene un comercio diario hasta en los rincones más apartados y recónditos del país; procurad persuadir a ese pobre, digo, que posee las mismas luces y la misma inteligencia que vos, que debe someterse a todas las privaciones mientras que su vecino posee sin trabajar mil veces más de lo que necesita para vivir holgadamente. Vanos esfuerzos; porque no está en el orden de las cosas que pidáis a la muchedumbre virtudes superiores a la naturaleza. El desarrollo material de la sociedad acrecentará el desarrollo de 

los espíritus. Cuando el vapor se perfeccione, cuando unido el (al) telégrafo y a los caminos de hierro (ferrocarril), haya hecho desaparecer las distancias, no serán las personas únicamente las que viajen de un extremo a otro del globo con la rapidez del relámpago; viajarán también las ideas. Cuando las barreras fiscales y comercies hayan sido abolidas entre los diversos Estados, como ya lo están entre las provincias de un mismo reino; cuando el salario, que no es más que la prolongación de la esclavitud, se emancipe con la ayuda de la igualdad establecida entre el productor y el consumidor; cuando los diversos países adopten mutua y fraternalmente sus respectivas costumbres, abandonando las viejas ideas de supremacía y de conquista tendiendo a realizar la unidad de los pueblos; cuando todo esto suceda, ¿de qué medios os valdréis para hacer retrogradar la sociedad

hacia épocas pasadas siguiendo principios muertos? Bonaparte mismo no pudo hacerlo; la igualdad y la libertad, a las que opuso la barra inflexible de su genio y de su poder, han vuelto a tomar su curso y en las olas de su torrente se llevan a los abismos del mar sus obras frágiles. El mundo de fuerza que creó se ha desvanecido: su raza misma desapareció con su hijo. La luz que produjo no era más que un meteoro. Un porvenir será, un porvenir poderoso, libre en toda la plenitud de la igualdad evangélica; pero 

está lejos, lejos todavía, más allá de todos los visibles horizontes, y no llegaremos a él sino por la fuerza y la virtud de esta esperanza infatigable, incorruptible, vencedora de la desgracia, cuyas alas crecen y se elevan a medida que los desengaños se multiplican; por la fuerza y la virtud de esa 

esperanza más poderosa, más larga que el tiempo y que sólo el cristiano posee.” 



QUINTO. 


Véase la correspondencia astronómica geográfica y estadística del barón de Zach, Lettre XXII. D' un ancien navigateur espagnol (D. Alonso de la Riva) Madrid le 30 septembre 1825. - En ella aparece que el nivel de las aguas del mar occidental o mar Pacífico son más profundas que las de las costas orientales que corresponden al Atlántico habiendo 17 pies y medio de diferencia en las fuertes mareas respectivas . 

Véase igualmente en la misma correspondencia la carta 15 página 218 en la que el Sr. D. Martín Fernández Navarrete en carta que le dirigió a este autor en 31 de julio de 1825 le dice, que aunque no ha estudiado a fondo la cuestión del rompimiento del Istmo de Panamá teme no se lleven chasco los emprendedores, en virtud de la respuesta que dio sobre este proyecto en tiempo de Carlos V un tal Alonso de Andagoya gobernador que era en 22 de octubre de 1534 en el puerto Nombre de Dios, evacuando una real cédula que recibió de la emperatriz su esposa fechada en Medina del Campo a 12 de marzo de 1532. En estos documentos se prueba, que los españoles se ocuparon casi desde la conquista de las Américas en la reunión de los dos mares y que sólo las dificultades físicas que encontraron los detuvieron en su propósito de hacer un canal de comunicación, todo lo que salva hoy un ferrocarril. 

He aquí lo que estampó también a este propósito cierta publicación periódica por el año de 1845. "El gobierno español, decía, que al mismo tiempo que se debilitaba en Europa, era grande e ilustrado en sus inmensos dominios del 

Nuevo Mundo, apenas echó los cimientos a tan prodigioso edificio colonial, cuando se ocupó en examinar si era posible el paso de un océano a otro. En el momento casi de apoderarse los españoles de Tenochtithan (Méjico), mandó Carlos V al infatigable Cortés desde Valladolid investigase lo que él llamaba el secreto del estrecho. Este era nada menos que un estrecho misterioso que esperaban encontrar en el sitio en que el continente mejicano se estrechaba hacia la inmediación del istmo. Esta orden se dio el año 1525 y la toma de Méjico fue el 13 de agosto de 1521. Aún estaba sin hacer la geografía del nuevo continente. Sólo se sabía que Méjico estaba sentado sobre dos mares. Creyó Cortés por algún tiempo que descubriría un paso por el istmo de Tehuantepec, que se halla más al norte que el de Panamá, en la llanada mejicana que se une con la península de Yucatán. Corren dos ríos en dirección opuesta: el uno a oriente hacia el golfo de Méjico donde ofrece un excelente fondeadero que no es común por cierto, y es el Guasacualio; el otro a occidente va a desaguar en el océano Pacífico, y es el río Chimalapa cuya desembocadura está en el cruel puerto de Tehuantepec de donde el istmo toma su nombre. Un canal de siete a ocho leguas basta para unir los dos ríos. La travesía de mar a mar será de cerca de 200 kilómetros, y en 1814 votaron las cortes españolas la proposición de un diputado mejicano, el señor Alaman, de abrir un canal en el istmo de Tehuantepec. Pero sería preciso seguir el Guasacualio y el Chimalapa y esto es bastante difícil; y nunca sería esta navegación más que para barcas y lanchones, aunque sí muy ventajosa como comunicación local. Se ha hecho un camino en el terreno que debía atravesar, que ha sido frecuentado durante las guerras cuando bloqueaban las escuadras inglesas el puerto de Vera Cruz. En el castillo de S. Juan de Ulua (Ulúa) se han descubierto cañones de bronce venidos por esta vía de Manila. 


SESTO. (sexto)


Un Diario de Nueva York daba sobre esta cuestión interesante las siguientes noticias: 

“Trátase, dice, del establecimiento de una línea periódica de vapores entre uno de los puertos adquiridos últimamente por los Estados Unidos en el Pacífico y el de Shangai en China. El informe presentado sobre esta materia por el senador Mr. King, de la comisión de marina, es uno de los documentos más preciosos para la historia del desarrollo comercial y marítimo de los Estados Unidos. En efecto, trátase nada menos que de asegurar a estos, y en una época bastante próxima, el monopolio del comercio con la China. La obra puede considerarse principiada ya: el imperio celeste, obligado a saldar con la exportación de una suma considerable de los metales preciosos el exceso de sus importaciones de la Gran Bretaña, muestra una tendencia 

visible a echarse en brazos de la América, con quien tiene la posibilidad de mantener sus relaciones bajo un pie de más completa igualdad. El resultado de los cambios en estos últimos años demuestra la verdad de nuestro aserto: ha habido disminución de parte de la Gran Bretaña y aumento en favor de los Estados Unidos. Sólo falta, pues, dar nuevo impulso a este movimiento, y el medio es bien sencillo: en el momento que una doble línea de vapores ponga a Nueva York en comunicación con la costa del Pacifico y el puerto de Shangai, la distancia quedará reducida para la navegación de los Estados Unidos, a once mil millas, mientras que para los ingleses será de diez y ocho a veinte mil. Todas las ventajas estarán entonces de parte de aquellos, y si a esta primera combinación, que puede realizarse dentro de algunos meses, se agregase más tarde la ejecución del gigantesco proyecto de Mr. Whitney; si un camino de hierro uniese un día el valle del Misisipi con las costas del océano Pacífico, la China estaría por decirlo así, a las puertas del nuevo mundo. 

Algunas circunstancias más apremiantes todavía solicitan la aprobación del bill de Mr. King. El rápido fomento de las colonias de Oregón y el progreso constante de las pesqueras americanas han creado simultáneamente necesidades y riquezas que exigen imperiosamente el establecimiento de 

esa nueva línea de vapores; y es tal, en realidad, la urgencia inmediata del caso, que M. King propone el envío de dos vapores de la marina de guerra, destinados interinamente al servicio que debe hacer más tarde la línea cuya 

pronta creación ha solicitado del Congreso."

En otro periódico de la Unión se leyó a poco lo siguiente: “Se ha formado en esta ciudad una compañía para abrir un camino de hierro entre el Atlántico y el Pacífico, atravesando el istmo (pone itsmo) de Panamá. Los directores nombrados para esta empresa son los siguientes: 

El general Winfield Scott. 

Cornelio W. Lavvrence (Lawrence), Esquire. 

Mateo Morgan, id. 

Samuel Jandon, id. 

C. A. Davis, id. 

Juez, William Kent, id. 

Los libros para la inscripción de accionistas estarán abiertos poco tiempo.

El permiso del gobierno de la Nueva Granada, y el privilegio por 99 años, han sido obtenidos por la intervención del señor J. P. Adams, cónsul de los Estados Unidos en La Guaira, con las siguientes estipulaciones: 

1 .a Derecho exclusivo para abrir un camino que atraviese el istmo de Panamá, con derecho a usar gratuitamente de los terrenos públicos que se necesiten para la abertura de la línea. 

2.a Absoluta donación de 300.000 acres de tierras públicas que quedan a la elección de la compañía. 

3.a Así los materiales para el camino, como los artículos necesarios para el uso personal de los empleados en él, se declaran libres de derechos.

4.a Dos puertos, a saber: uno en el Atlántico y otro en el Pacífico, que se considerarán como términos del camino, se declaran puertos libres. 

Los preliminares del reconocimiento están confiados al señor W. Norris, ingeniero, que principiará los trabajos inmediatamente, y se supone que el camino quedará abierto y expedito en dos años contados desde la fecha.

Cuando se haya concluido este camino, abrazará el tráfico de la costa occidental del norte y sur de América, las islas del Pacifico, las mercancías de gran valor de la China, el comercio de aceite y huesos de la pesca de ballena, y vendrá a ser la única línea para el trasporte de mercancías de los Estados Unidos a la costa occidental de América, las islas del Pacífico y China, además de una gran parte del vasto comercio de Europa con el Pacífico. 

La empresa es grandiosa, y caracteriza a la nación que la acomete, en un siglo en que nada se considera imposible y aun pocas cosas se creen difíciles, si median la energía y la perseverancia. 

La abertura de un camino de hierro en el istmo de Panamá tendrá un efecto prodigioso en el comercio del orbe entero." 

Por último: en otro de los de la España se consignaba lo que a continuación copiamos: 

"Este proyecto colosal, de que se ocupan varios periódicos del Norte sobre construir un camino de hierro desde las orillas del lago Michigan hasta la sonda de Puget en el Pacífico (2100 millas) es sin duda la empresa más colosal del día. Si se lleva a cabo obra de tal magnitud, la utilidad será universal, pues aproximaría los intereses de Europa y Asia a los Estados Unidos. Una empresa de esta especie parecerá formidable a la simple vista, si ha de llevarse a cabo por particulares, pero en manos de la Nación es casi asunto insignificante, por ser bien sabido que los Estados Unidos cuando sólo contaban con una población de ocho millones, pagaron la deuda nacional que ascendía a doscientos millones de pesos en sólo cuarenta años, siendo hazaña que jamás llevó a cabo ninguna nación europea; y además hizo la 

guerra el año 1812 costándole muy cerca de cien millones.

En sesenta años la población de los Estados Unidos se ha aumentado desde tres y medio hasta cuarenta y cuatro millones; y la riqueza nacional se ha aumentado también en la misma inmensa proporción. Podemos asegurar que no existen en el orbe entero otros veinticuatro millones de habitantes tan ricos o capaces de llevar a cabo empresas como las que pueden ejecutar los veinticuatro millones de habitantes de la Unión anglo-americana. Por lo tanto, creemos que la empresa del camino de hierro de que tratamos, es 

nada en comparación del poder y facultad de la nación.

El único tropiezo que puede presentarse es el terreno por donde tenga que pasar el camino de hierro, pues deberá cruzar muchos ríos, las montañas pedregosas y la Sierra Nevada, o sea la cordillera de los Andes, que se extiende desde cerca del estrecho de Bhering (Bering) y corre toda la California. Sobre los ríos pueden formarse puentes y se han encontrado faldas al pie de las montañas que ofrecen muy poca dificultad para la formación del camino. A la vez que se hayan pasado las montañas, se encuentran hermosos y dilatados valles que no ofrecen la más leve dificultad. 

De la distancia de 2.100 millas a que nos hemos referido arriba, 800 millas desde el lago Michigan ofrece un terreno llano y fértil, sin rocas, ni montañas, ni aun una pequeña loma y abundante en toda clase de comestibles suficientes para alimentar una numerosísima población. Gran parte de ese territorio está escaso de bosques, aunque abundan las maderas en un espacio de 150 millas; las otras 900 millas al oeste de las montañas pedregosas, presentan un terreno árido destituido de toda vegetación. 

El coronel Fremont, que ha cruzado y explorado el continente en la distancia a que nos contraemos hasta el punto que llaman el Paso del Sur, dice que la construcción de un ferrocarril al través de las montañas no ofrece grandes 

dificultades, aunque dice igualmente que puede adoptarse otra vía, siguiendo hasta su origen el Río Blanco, que es uno de los tributarios (afluentes) de Misouri (Missouri), y el Salmón que desagua en el Colombia (Columbia), continuando el valle del mismo nombre hasta el Pacífico en la Sonda del Puget.

Según el cálculo de Mr. Winteney costará cada milla de carril doble de sesenta y cuatro libras en yarda con atravesaños de seis pies, un término medio de 20.000 pesos la milla. De modo que la total distancia de cerca de 2000 millas costará 40.000,000 (usa punto y coma, a partir de aquí usaré sólo puntos) de pesos. El costo de máquinas, composiciones y gastos hasta que el camino pueda sostenerse por sí mismo no bajará de 20.000.000 de pesos. Así que con un desembolso de 60.000.000 de pesos que pague el gobierno de los Estados Unidos por un camino de hierro, puede monopolizar el comercio del Asia, que tan ansiado ha sido siempre por las naciones situadas al oeste de la China. ¿Los gastos pueden acaso superar lo grandioso del objeto? La guerra de Méjico costó más a los Estados Unidos, y sin embargo, todo el territorio que se ha ganado en virtud de tratados pudo haberse comprado con 20.000.000 de ps. 

SETIMO (séptimo). 


El periódico El Español de Madrid insertó en sus últimos tiempos el siguiente artículo: "La creación de una capitanía general para nuestras posesiones de África anunciada al Congreso por el señor presidente del Consejo, y puesto en ejecución por el real decreto inserto en la Gaceta de ayer, es una medida muy importante, y que el país recibirá favorablemente por cuanto se dirige a un fin de interés nacional. 

Pero si, como es de suponer, se ha propuesto el gobierno que nuestros establecimientos en la costa de África sean puestos militares y plazas de comercio, en los que apoyar la influencia que estamos llamados a ejercer en todo el litoral que da frente a nuestras costas del Mediterráneo, menester es que piense en dos cosas muy esenciales, y sin las que su pensamiento no podrá desarrollarse ni fructificar.

En primer lugar debe removerse el presidio de Ceuta, el de Melilla y el del Peñón, y trasladarse a las islas Canarias, donde estarán mejor situados, costarán menos y podrán ser más útiles los confinados. En segundo lugar deben abrirse al comercio europeo los puertos que poseemos en África. Sin estas dos medidas, el establecimiento de la nueva capitanía general sería una carga estéril. 

Cuando la España cedió Orán a la sublime Puerta, dominadora entonces de la Argelia, fue reservándose ventajas especiales garantidas, cuyos derechos no han podido caducar por la ocupación de aquel territorio por la Francia, y 

que son bien vindicables, según el derecho público internacional reconocido y respetado actualmente.

Hay que notar que Orán no fue conquistado sino cedido y evacuado en virtud de un tratado que es ley vigente en diplomacia.  

Aún existen españoles nacidos en aquella parte de nuestro anterior imperio cuando era regido por nuestra dominación. Era uno de ellos el obispo de Córdoba Trevilla, que fue allí vicario; lo es el venerable general Castaños y algunos de los venerables y beneméritos restos de los Mogatazes (compañías de moros o marroquíes al servicio de España, cuyos restos se trasladaron a Ceuta.)

La España pudiera revindicar a Orán, pues tiene derecho a ello. Todavía existen allí nuestras armas esculpidas, sus nombres y sus recuerdos. 

La isla de Karakal o sea de los caracoles, era una parte del beyato de Orán, y posesión española, adquirida por Carlos V, y donde tuvimos establecimiento. Ya que no hagamos valer nuestros derechos pudiéramos enajenarlos con 

diferente título que el emperador de Marruecos. Aquella isla está situada sobre la costa en el confín occidental de la Argelia en el golfo de Melilla junto a la desembocadura del Malouya (principal río de la parte septentrional de Maruecos.) Cediéndolo a la Inglaterra tuviéramos allí una salvaguardia o centinela avanzada muy oportuna. Los franceses han tratado de hacerlo puesto militar. No puede servir para otra cosa: pero he aquí nuestras 

POSESIONES ESPAÑOLAS EN MARRUECOS. 

Nuestra frontera es aquel litoral. El canal intermedio es España. Para asegurarlo tenemos a Ceuta con la interesantísima isla del Peregil (Peregil) o del Coral, que cruza sus fuegos con el castillo de el Tolmo (entre Algeciras y Tarifa). - Vélez de La Gomera. - Alhucemas.  - Melilla.  - Las Californias e isla de los Caracoles y la de El Alborán intermedia.

En Ceuta la línea fronteriza necesita ser como la propusieron Díaz Morales y Moreno Guerra, cuando como diputados fueron a reconocer aquellas posesiones. El gobierno marroquí estaba conforme, mediante otras concesiones. La memoria redactada por ellos, y otra del general Butron (Butrón; Burton), debe existir.

En la Gomera debe restaurarse la célebre ciudad de los Vélez, obteniendo el libre tráfico con Marruecos. 

El Alhucemas lo mismo; y asegurar aquella importante bahía.

Melilla debe restablecer sus fuertes avanzados, Santiago, San Lorenzo y San Francisco, y garantirse su campo.

En las Chafarinas se puede constituir perentoriamente el establecimiento preciso, tantas veces decretado. 

La isla de los Caracoles es una adyacencia; pertenencia española por haber sido anejada (anexada, anexionada) a nuestro imperio por Carlos VI: ocupada y poseída sin disputa desde entonces. La quieren los franceses. Debe cederse a los americanos, o a la Suecia o a Dinamarca que quieren un establecimiento allí. Es fondeadero. Puede dominar la bahía y la desembocadura del río, el más considerable de la parte septentrional de 

Marruecos.


CRÓNICA QUINCENAL.


Aunque no de gravedad, han ocurrido sucesos importantes en el mundo político desde la publicación de nuestro primer número; pero imposibilitados, por el corto espacio de que disponemos en este, de ocuparnos detalladamente de ellos, indicaremos sólo los que ofrecen mayor interés a los lectores. 

Dejamos frente a frente en la pasada crónica a los ejércitos de Dinamarca y los ducados, próximos a darse una batalla. Esta no se hizo esperar mucho tiempo, y el 25 empezó el cañón a decidir lo que no pudo arreglar la diplomacia a gusto de todos. El combate de Idsterd, si bien favorable a los dinamarqueses (daneses), no lo fue bastante para permitirles continuar avanzando, tanto por la buena organización de los enemigos, los refuerzos que reciben de hombres y dinero y las simpatías de la mayor parte de la Alemania, cuanto por haber interpuesto algunas naciones poderosas su veto respecto al paso del Eider. De manera que las operaciones militares se han paralizado sin que por esto adelanten nada las conferencias políticas. Con efecto, aún no se ratificó el tratado concluido entre la Dinamarca y la Prusia, habiéndose desechado los dos medios que está propuesto por el Austria y los Estados de la Confederación que la siguen.

No en todas partes han tenido igual resultado las reclamaciones pecuniarias que ahora están de moda. El representante de los Estados Unidos se retiró a Gibraltar en vista de la negativa del ministerio portugués a satisfacer su demanda. En aquel puerto hay 5 fragatas americanas con 222 cañones. 

La cámara popular de Inglaterra se ha ocupado de la admisión del barón Rostchild (Rotschild) y con este motivo del juramento que deben prestar los israelitas (judíos), cuestión importantísima porque decide hasta qué punto ha de llegar la libertad de cultos. El ministerio sostiene al célebre banquero; pero como el partido contrario es fuerte, nada se decidió todavía. Parece que el parlamento se prorrogará antes del 20, época en que la reina Victoria piensa visitar la Escocia.

Lo mismo precisamente va a suceder en Francia. Prorrogada la Asamblea el 11 y convocados los consejos generales para el 19, el presidente de la república recorrerá algunos departamentos, quien asegura que con objeto de estudiar la situación del país, quien que con el de tantear el terreno en provecho propio. Sea de esto lo que quiera, no cabe duda de que la Asamblea desconfía del poder ejecutivo, cuando nombró para componer la comisión permanente, a diputados que le son conocidamente hostiles, lo cual produjo un artículo subversivo del Monitor de la tarde en desdoro de la representación nacional, y de sus resultas, una sesión sumamente acalorada. Por fortuna la cosa no tuvo otras consecuencias, y la cámara siguió discutiendo en paz los presupuestos.

El 22, 23 y 24 del actual celebrará sesión en Bruselas el congreso de la Paz universal.

El 13 se firmó en Atenas el convenio acordado entre los gobiernos francés e inglés sobre la indemnización que la Grecia está obligada a pagar a la Gran Bretaña. 

La ya resuelta cuestión de los emigrados vuelve a agitarse en Turquía. El Austria y la Prusia piden la expulsión de los internados, pero la Puerta se niega a ello apoyada por las potencias occidentales. El sultán da entretanto pruebas irrecusables de su ilustración, asegurando la independencia de la iglesia griega y admitiendo el testimonio de los cristianos en los tribunales. M. de Lamartine tomó posesión de los terrenos que le concedió la munificencia de Abdul-Megid, y piensa fundar allí una colonia francesa, para lo que contratará un empréstito en París o en Londres a su próximo regreso de Oriente. 

Pocas noticias tenemos de la América independiente que sean dignas de referirse. Se hablaba de una insurrección en Costa Rica promovida por el general Flórez, y del fusilamiento de este.

Las cámaras de Honduras ratificaron el plan de la nueva confederación del Centro América. Los representantes debían reunirse en Chinanga el 1.° de septiembre. 

De Montevideo escriben participando la llegada de una escuadrilla francesa, y la probable aceptación por Rosas de las últimas proposiciones del contralmirante Lepredour. Para darlas más fuerza si el caso lo requiere, la república vecina envía a la Martinica y de allí al río de la Plata 5 navíos, una fragata y 3 corbetas de vapor. 

Después de haber indicado ligeramente los principales sucesos ocurridos en ambos mundos, bueno será que nos ocupemos con alguna detención más de los de España, y particularmente de la gran cuestión pendiente entre nuestro gobierno y el de los Estados Unidos. Y no porque esta haya adelantado un paso hacia su solución desde nuestra última revista, sino por los cambios y preparativos que se hacen para estar prevenidos en cualquier evento.

Aun a trueque de invertir el orden cronológico, empezaremos dando la noticia de haberse nombrado un nuevo ministerio en Washington,  comunicada de París con fecha del 7 del actual y de Nueva York con la del 25 del pasado. Pertenece al partido whig, y según el Heraldo la reputación, talento y altas dotes de Mr. Webster, secretario del departamento de negocios extranjeros, prestan todas las garantías posibles de una solución pacífica en el asunto de los prisioneros de Contoy, causa de algunos altercados en la Habana, a lo que aseguran los periódicos. Entre estos La 

Patria insertó hace días un párrafo misterioso que así decía: "Una de las cuestiones que más sostienen la expectación pública, es sin duda la cuestión de los prisioneros y su ignorado desenlace. Hay quien supone que el digno general Roncali quisiera concluir este negocio con cierta circunspección sin dejar un pretexto a la nación de los Estados Unidos que pudiera entibiar su deber y el cumplimiento de los tratados. Pero dícese que otra autoridad que entiende más inmediatamente del asunto, toma en más su amor propio y tiene menos flexibilidad en este asunto, siendo por desgracia el instrumento de ciertos hombres que lo quieren llevar todo a sangre y fuego, cometiendo a la temeridad y a la fuerza lo que podía ser conquistado con la dignidad y la templanza. 

Que el gobierno de S. M. no olvide los precedentes de nuestra historia sobre las Américas. Que recuerde cuál fue el fruto de estos patriotas imprudentes, de estos partidarios fogosos en Santa Fé, Méjico, Venezuela y el Perú. Que no pierda de vista cómo fueron depuestos allí ciertos funcionarios por tibios hacia la causa de la metrópoli, subiendo en hombros de los descontentos los que les sustituyeron para presenciar entre su rigor y su impolítica el crimen de una insubordinación, y la pérdida final de semejantes dominios. 

Que mejor que a Monteverde en Venezuela, se imite al general Vives en esa propia isla de Cuba. El uno perdió a Venezuela entre sus rigores: el otro pacificó a la isla de Cuba con sus clubs y sus partidos en 1823, sin derramar una gota de sangre y sin hacer verter una lágrima." Otro diario indicó que varias personas influyentes de aquella isla habían representado al gobierno, pidiendo autoridades que se encontrasen a la altura de las circunstancias, lo cual envuelve un cargo contra los actuales, añadiéndose como comprobante del poco acuerdo que reinaba, la vuelta del jefe de escuadra Sr. Doral, la próxima del conde de Mirasol, la circunstancia de haberse hospedado este en casa del conde de Villanueva y la retención del general Olloqui en la Habana, 

a pesar de estar nombrado gobernador de Puerto Príncipe. Últimamente la correspondencia autógrafa que se publica en esta parece levantar el velo del párrafo misterioso que hemos copiado en un articulito que reprodujeron los diarios de la capital y de provincias. Según él, existen dos partidos en Cuba, uno pacífico, tolerante y conciliador, que reconoce por jefe al superintendente de Hacienda, y otro que cree que sólo con el rigor y con audacia se puede evitar la repetición de ataques como el de López y conservarse la posesión de aquella colonia. A su frente se encuentra el general Armero, comandante del apostadero. Ambos partidos representan al gobierno contra las medidas acordadas por cada uno para rechazar la  invasión, conducta que motivó la comisión del conde de Mirasol, agriándose más y más los ánimos después de la derrota de López con motivo de los prisioneros, que la fracción Villanueva opinaba se entregasen al almirante Morris, mientras que la otra sostenía que debían juzgarse por un tribunal militar. El capitán general se adhirió a la primera. Esto es en globo lo que refiere la Correspondencia, sin contar la dimisión del señor Roncali, la proyectada del conde de Villanueva, las palabras duras y las recriminaciones lanzadas en conferencias y juntas. La Época, periódico ministerial, ha negado después estas noticias y nosotros deseamos que así sea, pues creemos que en circunstancias tan difíciles como estas, todo debe callar ante una sola consideración: la de asegurar la tranquilidad en la perla de nuestras Antillas, sacando a salvo el honor y la dignidad de España.

Sin embargo, el gobierno ha procedido al reemplazo de unos cuantos altos empleados, tal vez para quitar pretexto a nuevas desavenencias. El teniente general don José de la Concha ha sido nombrado gobernador general en lugar del señor Roncali, y el mariscal de campo señor Enna estaba para embarcarse en Cádiz con destino a la Habana, a donde pasa de segundo cabo. La guarnición de la Isla se reforzará inmediatamente con cuatro regimientos de infantería de a 1000 plazas cada uno, cuatro escuadrones, una batería, y una compañía de ingenieros, cuyos equipos se hallan casi 

concluidos. No falta quien indique que el dinero empleado en la organización y viaje de estos cuerpos, produciría mejores resultados si se hubieran habilitado con él algunos buques de guerra para robustecer nuestra marina.

Las últimas noticias de Cuba son satisfactorias. La cosecha era abundantísima, y el tabaco inmejorable. Habían llegado de España el bergantín Pelayo, la Marigalante con unos 200 soldados y el nuevo capitán del puerto señor Chacón. El cólera había desaparecido completamente.

Nuestra cuestión con los Estados Unidos ocupa la atención de la Europa. El Constitucional de París decía, ocupándose de ella, que si no presta garantías el gabinete de Washington, de que impedirá en adelante atentados como el 

de Cárdenas; las naciones que poseen colonias en América debían reunir una escuadra poderosa para hacer respetar su pabellón y sus derechos.

Según parte del capitán general de Filipinas, las dos expediciones de Vizcaya y Abra habían producido los mejores resultados. Varios distritos reconocieron al gobierno general de aquellas islas, y muchos indios, poco hace feroces y salvajes, acompañaron voluntariamente a nuestros soldados, prestándoles los más eficaces auxilios.

El gran acontecimiento del día en España son las elecciones para diputados que deben verificarse el 31 de este. Las Cortes se reunirán el 10 de octubre.

La Reina se halla completamente restablecida; pero aunque se pensó al principio que pasaría una temporada en la Granja, ya parece que no tendrá efecto el viaje. Los duques de Montpensier llegaron a Sevilla el 6, de cuyo punto saldrían luego para los baños de San Lucar de Barrameda (Sanlúcar). 

Apenas quedan algunas partidillas de facciosos en Cataluña. Seis de los de Baliarda fueron fusilados. 

Nuestro embajador en Nápoles, duque de Rivas, regresó a esta corte. El señor Martínez de la Rosa continúa en Roma. 

Según dice un periódico de Londres el gobierno español tiene encargada a ciertas casas de Inglaterra la construcción de 4 vapores y la de 8 pares de máquinas, 4 de 500 caballos y 4 de 350. No en la misma proporción que la de guerra prospera la marina mercante, que debía ser su base. 

La Gaceta ha publicado la balanza comercial de 1848, y aunque no se designa el valor de los artículos sino su cuento (cuenta), peso y medida, el Clamor calcula la importación y exportación en 400.000 toneladas a lo sumo.

Para la vacante de la inspección de caballería que deja el general Concha se indican muchas personas tales como los señores Serrano y Shelly. Créese sin embargo que nada se decidirá hasta que vuelva de las aguas de Puerto Llano el presidente del Consejo. El secretario de la referida inspección, brigadier Corsini, va con igual destino a la capitanía general de Cuba. El ministro plenipotenciario de S. M. B. fue recibido por la reina en audiencia particular.

El periódico oficial ha publicado el arreglo postal celebrado entre Portugal y España.

Las noticias recibidas de las provincias se circunscriben a trabajos electorales y a las mayores o menores probabilidades de los candidatos. Estos abandonan la corte por bandadas, unos confesando francamente su intención, y disimulándola otros con el pretexto de tomar baños o de acompañar a su familia. La coincidencia de esta consignación ocasional con la periódica que trae consigo el calor, retardada por la esperanza de las funciones reales, han dejado a Madrid sin más gente que la precisa para no andar solos por calles y paseos los que permanecemos bajo un sol de 33 grados y en medio de una atmósfera de yeso, cal y tierra en pena de nuestros pecados. No hay que hablar de diversiones. Las del mes de agosto se limitan a tomar el fresco, cuando corre, en su silla del Prado, o a refrescar la boca con un sorbete mientras se suda el quilo en los cafés. Así es que los saraos orientales están poco concurridos, y el Iris cuenta muchos menos asistentes que antes a sus conciertos de charanga. Veremos qué suerte cabe a la compañía de cuadros vivos de los Basilios y al circo de la calle del Barquillo dirigido por M. Tourniare.

Si la realidad es fatal, en cambio la perspectiva no puede ser más halagüeña en punto a las sorpresas que el otoño nos prepara. Sin contar las ferias y la exposición de pinturas, tendremos teatro español administrado por una sociedad de autores dramáticos, teatro de Oriente con orquesta de 74 instrumentos y con la Frezzolini, la Albeoni, la Carlota Grissi, la Fuoco, Lablache y Gardoni: teatro de los Basilios con el Sr. Valero al frente: teatro de Variedades con el señor Catalina: teatro del Drama con el Sr. Lombia; y teatro del Instituto con el Sr. Dardalla. Por último, aplaudiremos a la Petra Cámara, a la Vargas y a todas las jembras de garbo. Sólo la interesante Nena nos abandona para ir a volver locos a los catalanes.

Con semejantes esperanzas sería injusta hasta la queja, por lo cual aconsejamos a nuestros lectores, por ahora, paciencia y resignación, no sólo por virtud, sino porque será tanto más intenso el goce cuanto sea la transición más repentina. 


A. U.



SECCIÓN POLÍTICA. 


ESTUDIOS ADMINISTRATIVOS. 


Examen del real decreto de 1.° de junio de 1850, declarando a los ministros jefes superiores en sus respectivos departamentos. 


Acontece con demasiada frecuencia en nuestra edad voluble y antojadiza, que así como un enfermo no halla sosiego en su lecho, así un pueblo mal avenido con el antiguo régimen, deseando mejorar, cambia por otra muy distinta su manera de gobernarse, entrando con cautela en la senda pacífica de una reforma lenta y gradual, o rompiendo todos los vínculos del orden, y precipitándose ciegamente en el escabroso camino de las revoluciones. Entonces suele advertirse que, antes de reinar con imperio absoluto los nuevos principios, pugna lo pasado con lo presente, y coexisten todavía durante un período más o menos largo en aquella bullente sociedad, el espíritu de las doctrinas regeneradoras con formas extrañas a su índole, sostenidas por todo el prestigio de una larga tradición. Y es que las constituciones no se hacen, sino que se encuentran hechas, viviendo no tanto por las leyes, cuanto en las costumbres, ni en realidad son obra de los hombres, sino fruto de los tiempos. 

Todo sistema antiguo de gobierno echa raíces muy hondas en las ideas y en los intereses de las generaciones que bajo él viven y medran; y los hombres más apegados a las novedades de la época, pagan todavía muchas veces su tributo a los usos confirmados por la sanción de los siglos antes de ajustarse a las prácticas modernas lanzando a la sociedad en su nuevo cauce. 

Cuando las formas son accidentales, no hay peligro en mantenerlas a pesar de su disonancia con los principios, por que si bien falta la armonía en el conjunto puede perdonarse a los gobiernos esta inconsecuencia, que al fin es un lunar en la ley, en gracia de su respeto a los hábitos de la nación. La rutina es un óxido que retarda el movimiento de los pueblos; y sin duda al hacernos la Providencia esclavos de la costumbre, quiso establecer como ley de la sociedad, que el progreso fuese lento para ser verdadero. 

Mas si las formas se enlazan con la esencia misma de las instituciones, deben nacer y morir con ellas, porque entonces la falta de unidad no sería solamente un vicio de organización, sino un antagonismo de sistema. Cada acto del gobierno fuera una contradicción, y cada contradicción una tácita protesta del régimen antiguo contra el moderno. De esta suerte, en vez de consolidarse las nuevas instituciones, cederían al menor viento contrario, pues no hay época más azarosa para cualquiera reforma, que aquella situación ambigua tan grata a una política sin nombre y sin sexo, en la 

cual lo presente no es fuerte por sus recuerdos y lo futuro es débil con sus esperanzas. 

Éstas graves consideraciones nos ha sugerido la lectura del real decreto de 1.° de junio último declarando que "los ministros son jefes superiores de todos los ramos asignados a sus respectivos departamentos, y como a tales les corresponden la autoridad y atribuciones propias de dicho cargo."

Tan breve es la parte dispositiva, como graves sus consecuencias: asunto por tanto digno de un profundo análisis elevando la cuestión a la altura de los principios del derecho constitucional y administrativo, cual cumple al carácter científico de nuestra Revista.

En una monarquía absoluta el Rey es soberano y el ministro ciego ejecutor de su voluntad omnipotente. El príncipe es la fuente de toda autoridad, de suerte que legisla, juzga y administra por sí propio o por medio de magistrados a quienes instituye y destituye a su albedrío, y que auxilian la acción del gobierno bajo la ley de una obediencia pasiva. 

Son instrumentos del poder, pero no forman un poder por sí mismos: son ruedas de una gran máquina cuyo movimiento obedece a un solo impulso. 

En tiempos antiguos, aun cuando nuestra monarquía fuese templada, ya por la intervención de las cortes, ya por la influencia del alto clero y de la nobleza, o ya por la participación que en los negocios públicos de cierta gravedad tenía el consejo privado de los reyes, no existían ministros 

verdaderamente tales, sino ciertos oficiales de la corte que autorizaban los actos del monarca, refrendaban sus decretos y en suma ejercían atribuciones análogas a las de un secretario.

El conde de los notarios y el de los tesoros o del erario público durante la monarquía goda no poseían un grado mayor de autoridad; y cuando Alonso VII creó la dignidad de canciller, le encomendó la custodia del sello que entonces empezó a usarse en los albaláes y cartas reales. En los negocios de justicia solían los escribanos de cámara autorizar con el sello secreto o de la poridad las cédulas, cartas de merced, perdón y otras, si bien fue mandado en el Ordenamiento de Toro que a lo sucesivo las librase y registrase todas el canciller; y varios fueros y cartas pueblas aparecen refrendadas por los notarios del Rey, como el tan celebrado de Nájera a cuyo final se leen las firmas de los notarios mayores de Castilla, Toledo y las Andalucías. 

Don Juan I en las cortes de Bribiesca celebradas en 1387 ordenó a petición del reino "tener quatro ornes buenos e discretos, e letrados de los cuales los dos anden continuadamente con Nos, e que estos cuatro tengan este oficio de nuestra casa, e que estos reciban todas las peticiones e cartas que a Nos vinieren, e estos las partan en esta manera: todas las cartas que fueren de justicia, enbien a la nuestra abdiencia (audiencia)... Otrosí todas las otras cartas e peticiones qualesquier que sean, que las den a los nuestros escribanos, que Nos ordenaremos que las deven recebir. Otrosí que todas las cartas que fueren de pagamientos de tierras o de libramientos de sueldo, o cosa que pertenesca al libramiento de dineros de cosas que sean ordenadas, o de oficios de villas que vacaren, o de escrivanias, o cartas de sacas, que estas todas vayan a nuestro consejo, porque a nuestro consejo Nos daremos regla de cuales son las que deven librar por sí e de cuales deven faser relacion a Nos." Así caminaba lentamente hacia su organización el poder administrativo, aunque muy informe todavía, ya por la parte reservada a la acción inmediata del Rey, y ya porque el Consejo, decidiendo varios asuntos de gobierno, ejercía actos extraños a su índole, la cual, así como la de toda autoridad colectiva, se prestaba más bien a la consulta que al mando.

Los validos, aun en el apogeo de su privanza, eran un reflejo más o menos pálido de la autoridad real. Hubo monarcas indolentes como don Juan II y don Enrique IV a quienes abrumaba el peso de los negocios, y por no gustar las amarguras del gobierno, enaltecían a una persona haciéndola depositaría de su íntima confianza y le entregaban sin reserva las riendas del Estado. Cuando el privado había conseguido subyugar el ánimo apocado del Rey, todo el poder venía a parar a sus manos como sucedió en los tiempos 

turbulentos de don Álvaro de Luna; pero el Rey era siempre su señor, y el valido un consejero con grande favor en la corte, y un instrumento de la voluntad verdadera o presunta del monarca. Algunas veces volvía este en sí, y acordándose de quien era, pasaba el favorito en breves instantes desde la cumbre del poder a morir en un cadalso.

Al advenimiento de la dinastía de los Borbones con otras novedades administrativas, introdújose la de crear dos ministerios, entre los cuales se distribuía el despacho de todos los negocios del reino; pero ni el espíritu del gobierno, ni el carácter de Felipe V consentían debilitar el poder de la corona concediendo a los ministros autoridad alguna personal: eran secretarios del despacho en todo el rigor de la expresión. 

El ministro de un Rey constitucional es cosa muy distinta del ministro en una monarquía absoluta. El fundamento de aquella forma de gobierno está en la división de los poderes públicos, participando la Corona más o menos del legislativo y judicial, y perteneciéndole en su plenitud el ejecutivo. Mas como es un dogma la inviolabilidad del Rey cuya condición sería un absurdo en la teoría y en la práctica un imposible sin la responsabilidad ministerial, sigúese 

forzosamente que los ministros deben tener una voluntad propia, porque nadie responde sino de sus actos o de los de su mandatario. Esta voluntad libre, esta conciencia de sus actos los hace partícipes con la Corona en el poder ejecutivo, sea por medio de la acción o sea en virtud del consejo: de manera que si al Rey pertenece la potestad de aplicar las leyes según derecho, la autoridad de hecho se encuentra reasumida en el ministerio.

Existe, pues, una verdadera delegación revocable del poder ejecutivo, cuando la Corona nombra sus consejeros libremente según la Constitución. No por eso el Rey se despoja de sus prerrogativas, porque si bien no cuadra al elevado carácter de un monarca descender a los pormenores de la administración, conviene y es justo que intervenga en todos los actos graves del gobierno, velando por la concordia entre los poderes del Estado, restableciendo la turbada armonía e influyendo con su voluntad personal en la dirección de la política y en las grandes reformas de la administración. En estos casos invocan los ministros el nombre del Rey, pero su persona escuda al monarca. La nación siente el influjo de la Corona, aplaude la sabiduría de quien la ciñe y no tiene derecho para censurar sino a los ministros responsables. 

Además de esta delegación explícita de la potestad ejecutiva en los ministros, hay otra implícita que se funda también en los principios constitucionales. Encargados aquellos de ejecutar y hacer ejecutar las leyes de interés común, ejercen cierta potestad en uso de un derecho propio, sin 

necesidad de invocar el nombre del monarca, pues ya se supone delegada en ellos virtual y constantemente la autoridad real para todo cuanto la Corona no puede o no debe hacer por sí misma; doctrina que se explica por la naturaleza de los actos ministeriales.

En la política, así como en todo lo relativo al ejercicio de las altas prerrogativas del trono, aparecen con el carácter de consejeros responsables del monarca; mas en la administración son delegados del Rey y administran por sí propios, ejerciendo actos ya de imperio ya de jurisdicción.

Como agentes administrativos son los superiores jerárquicos en cada ramo de los que componen su departamento o secretaría; y como jueces administrativos pronuncian decisiones dentro de los límites de su jurisdicción excepcional.

Si suponemos que los ministros obran siempre en virtud de orden expresa del Rey, siempre sería improcedente en rigor de principios el recurso contra las providencias ministeriales, porque reconocer el derecho de alzada en favor de las partes agraviadas, fuera lo mismo que otorgarles la facultad de acudir al monarca en queja de los actos del monarca. Y pues nuestras leyes sujetan a enmienda y a revocación los actos de los ministros, ora ante el Rey sólo por la vía administrativa, ora ante el Rey en Consejo Real por la contenciosa según los casos, es llano que suponen la existencia de una autoridad de inferior grado e independiente en su esfera, la cual está sujeta a la censura de otra superior. 

Hé allí cómo el real decreto de 1.° de junio no establece ninguna doctrina nueva, limitándose a declarar una máxima constitucional y reducirla a principios de administración. Hace tiempo que la índole de nuestro gobierno exigía esta reforma indicada por varios publicistas y propuesta por un ministro al gabinete de que formaba parte, aceptada primeramente por sus colegas, y después, no sabemos por qué razón, combatida y al fin desechada. Sólo el grande influjo que entre nosotros tienen todavía las tradiciones del gobierno absoluto puede explicarnos este singular misterio; 

si no, ¿cómo fuera posible que en cerca de 20 años de régimen constitucional no se hubiese conocido la necesidad de organizar el poder de los ministros?

A cada paso se invoca con una real orden el nombre del monarca que en los gobiernos representativos debe conservarse en una altura a donde no lleguen ni las tempestades políticas ni las pasiones humanas. La Corona se gasta y desvirtúa cuando se le hace intervenir en cosas mínimas o en 

providencias odiosas. Una real orden, es decir, la voluntad presunta del Rey determina el derecho que un artículo insignificante de comercio ha de pagar conforme al arancel, y otra real orden manda instruir una causa y perseguir a un delincuente. El trono pierde así su prestigio entre los pueblos.

Cuando el principio de la autoridad era la base de la monarquía, el Rey podía resplandecer como un sol de justicia, porque nuestros mayores, abundando en espíritu religioso, asociaban la idea de Dios a la del monarca en quien veían el símbolo de la Providencia. La razón se sublevó contra esta 

teoría, y el principio del libre examen quebrantó esta fuerte cadena que unía al cielo con la tierra. Ahora quiere el siglo, como condición de obediencia y de respeto a los tronos, ver sentado en el solio a un padre y no a un señor, gobernando a sus súbditos cual si fuesen hijos, y no mandándolos a manera de vasallos.

Por eso el trono debe hoy divisarse en lontananza y el Rey aparecer siempre derramando beneficios y consuelos, jamás excitando dolores o haciendo verter lágrimas. La dignidad real debe presentarse a los pueblos radiante como la luz, elevada como el firmamento y tan pura como la inocencia misma.

Es una obligación moral para los gobiernos y al propio tiempo un precepto de política rendir culto a la verdad, así en el secreto de la conciencia como a la faz de la nación. 

Las fórmulas engañosas infringen esta doble ley o en realidad o en la apariencia: lo primero merece castigo y lo segundo una severa censura. Pues si bien se examina, expedir una real orden es mentir a la faz de la nación, porque es suponer que el monarca fue consultado y se obtuvo su 

asentimiento a una medida muy distinta de un real decreto. En estos interviene el Rey, porque son asuntos que el ministro despacha con S. M., mientras que en los otros no tiene participación alguna, ni aun tal vez la más leve noticia. 

¿Por qué pues poner así en contradicción el hecho con el derecho? Y no se diga que la cuestión es de nombre e indigna por tanto de un serio examen, porque la expresión corresponde a la idea, y en la idea hay un error de fórmula y un vicio constitucional.

Por otra parte también se rebaja la autoridad del ministro cuando se le presenta como una máquina obediente al impulso del monarca, y sin embargo aceptando la responsabilidad de todos los actos del poder ejecutivo. ¿Dónde se manifiesta la conciencia de su deber, la fuerza de su opinión, la bondad de su sistema? ¿Dónde existen los vínculos que la autoridad de un ministro constitucional establece entre todos los poderes del Estado?

El ministro debe hablar en nombre del Rey pocas veces: casi siempre en nombre propio, y nunca tomar la voz del monarca, cuando el acto administrativo no emana directamente del trono. La opuesta teoría, trocando todas las condiciones del gobierno representativo, nos ofrecería la imagen de un ministro constitucional que se esconde detrás de la persona del monarca, en vez de cubrirla con su pecho y protegerla como su escudo.

Si tales son los principios, y si el gobierno reconoció por el decreto de 1.° de junio la necesidad de encadenar el derecho constitucional con el administrativo, ¿a qué viene publicar todos los días reales órdenes, como 

antes de declarar a los ministros jefes superiores de su departamento? 

O administra el Rey y entonces sus preceptos serán órdenes reales, o administra el ministerio y sus actos deben llevar el sello de una providencia del gobierno.

Un Rey administrador sería un monarca absoluto; y así la expresión de real orden tiene un sabor tan marcado al antiguo régimen, como aquella otra tan repetida en nuestras leyes, porque así es mi voluntad. Hasta ahora se ha sostenido por su carácter de tradición o de ficción legal. Si es tradición, debe concluir, porque la real orden es una forma esencial de la monarquía pura: si ficción legal, también pasó su tiempo, porque simboliza la intervención de la Corona en todos los actos de administración.

Seamos fieles a los principios; y pues el Rey no administra, dejémosle allá en la cumbre de la sociedad, rodeado de su gloria, con todo el prestigio de la clemencia, con todo el esplendor de la sabiduría. De este modo alimentaremos la veneración común hacia el trono, y la persona del monarca será sagrada más por el amor de sus pueblos que por estar escrito en la Constitución. 


M. COLMEIRO.




ESTUDIOS COLONIALES.


ARTÍCULO SEGUNDO. 


DE LAS CONDICIONES QUE HAN DE GUARDAR LAS COLONIAS CON SUS METRÓPOLIS PARA SU MEJOR CORRESPONDENCIA Y SU MÁS DURABLE UNIÓN. 


Se particularizan estas condiciones en lo exterior e interior. - Proporción de las unas con las otras. - Desproporción de las que contaron un día Portugal y España. - Mejor proporción de las que tiene la Holanda. - Desproporción de las de Inglaterra y medios con que suple esta falta. - Proporción de las que hoy guarda con las suyas la Metrópoli española. - Importancia de la marina mercante. - Estado lisonjero de la nuestra. - Medidas que debe dictar con su desarrollo el gobierno de nuestra nación. 


Dejamos ya demostrado en el artículo anterior, la importancia, la influencia y la superioridad de todos aquellos Estados que según el espíritu de nuestros tiempos cuentan con más y mejores establecimientos coloniales, alimentados en el exterior por un vivificador comercio, y regidos en el interior con leyes sabias, justas, y que partan de un gran principio nacional. Pasemos ahora a ver por este, las condiciones dadas con que pueden mejor conservarse, protegerse y defenderse, para venir a considerar después, si la España posee o no estas particulares circunstancias, respecto a los pueblos o provincias que todavía conserva en los diferentes mares donde ondea su pabellón. Estas condiciones pertenecen unas al orden exterior o a las relaciones externas de estos pueblos con sus Metrópolis, y otras a su orden interno o a su gobernación interior. Pertenecen a lo primero: la proporción que deben guardar el cuerpo principal con sus partes separadas; la marina mercante que ha de acercar las unas a las otras, por medio de cambios y de derechos mutuos en su particular riqueza: la marina de guerra que debe proteger este cambio, y con él la defensa y la protección de su paz interna y externa; y el centro fomentador el concejo o el especial ministerio que debe velar sobre el desarrollo y protección de estos distantes pueblos. Pertenecen a lo segundo: un régimen político o gubernamental, que aunque apropiado a la particular organización e intereses de estos pueblos, se asimile lo más posible al de la Madre patria por el desenvolvimiento progresivo de su administración municipal y provincial; una administración de justicia independiente del poder político o gubernativo; y un espíritu nacional por último, cultivado en las colonias por una retribución equitativa en la ilustración de sus  hijos, en sus afectos y servicios. Nos ocuparemos en la ampliación de cada una de estas condiciones, y pasamos a hablar por hoy de las dos primeras que hemos enumerado en la clase de su orden exterior. 

En efecto, es ya un axioma bien sabido cuando de estas posesiones se trata, que deben ser proporcionadas a las Metrópolis, en extensión y población. Y si no, ¿qué hubiera podido hacer todo el Portugal con sus tres millones de 

habitantes cuando un día le desobedecieron sus colonias? Nada: sólo el Brasil le compensaba el empuje entero de su población, con otra más que igual de tres millones y ochocientas mil almas (1 : Humbott (Humboldt) tom. 5 pág. 253.). Y el uno tenía que equipar escuadras, armar tripulaciones, luchar con el tiempo, la separación y los elementos, y al otro sólo le tocaba esperar, prepararse, obrar y defenderse. ¿Qué pues, repetimos, podría haber 

hecho para evitar separación tan cara? Nada: ni todos sus Gamas, Ataides, Castros y Alburquerques reunidos, hubieran podido suplir lo que sólo es dado a la naturaleza proporcionar. 

Igual nos sucedió a nosotros los españoles por no haber conocido, tanto unos como otros, medida alguna en nuestros descubrimientos; y a esta regla olvidada han debido ambos pueblos la pérdida estrepitosa de dominios casi ilimitados. Así, (concretándonos a España) cuando los Corteses, Pizarros y tantos otros cuya superior energía repasan (rebasan) los límites de lo humano se apoderaban de regiones dilatadísimas; cuando su dominación no encontraba otro valladar que la pujanza de sus inmortales esfuerzos y el goce de sus particulares deseos; estos hombres, casi fabulosos por sus valerosas aventuras, enajenados casi entre sus proezas, y electrizados con lauros como los de Otumba; estos hombres no reparaban por cierto en la desproporción de sus conquistas, y eran demasiado absolutos en su mando sobre aquellos pueblos ignorantes para que hubieran parado su atención en los medios necesarios de conservarlos. Si, muy distantes estuvieron, con un olvido tan disculpable entonces como hoy se comprende, de descender al minucioso examen del crecimiento de aquellas sociedades que trasplantaban a las vastas regiones conquistadas con su espada, aumentando el número de la cristiandad. Mas los años corrieron, y cuando sólo la audiencia de Guatemala llegó a comprender una jurisdicción de 25.000 leguas cuadradas, y 15.000.000 de súbditos el virreinato de Méjico; ya las bayonetas de los 32.000 soldados que allí se encontraban, fueron insuficientes y llegaron a ser inútiles. Se pudo enviar un millón de hombres, cuando más, para su reconquista: ¿pero qué era uno contra catorce? Nada: porque cuando falta este equilibrio de las fuerzas materiales, la unión no se sostiene sino por una conveniencia moral y mutua, por el afecto de la sangre, por la tradición y las leyes. Rómpanse también estos lazos y la catástrofe es segura. 

La Holanda ha sido entre todos los pueblos la que ha tenido más presente esta proporción de las colonias con sus Metrópolis. A esta conducta reúne además un espíritu de orden y concierto en lo interior, con fuerzas proporcionadas en lo exterior, no continentales sino marítimas.

Es verdad que la Inglaterra ofrece el fenómeno de comprender el globo con sus colosales pies, valiéndonos de la figura que hemos usado en el número anterior, pies muy desproporcionados sin duda a su diminuta cabeza. Mas no 

se olvide que la Gran Bretaña suple su fuerza continental con la de los mares, su esterilidad con una gigante industria, y su población con los hijos que multiplica sobre sus naves bajo todos los climas. ¿Y será por esto menos cierto el principio sentado? De ningún modo: sus treinta y tres millones de esclavos (1) en la India llegarán algún día a desenvolverse: los mercados que hoy le consumen llegarán también a emancipárseles, y si hoy la miramos en su cénit, otras generaciones quizás no muy lejanas la contemplarán en su ocaso. ¿Y la España? 


(1) La parte de los dominios ingleses del oriente, aquella en que ejercen de un modo directo su dominación, se compone de las posesiones de príncipes que ya por sí o por sus descendientes disfrutan ahora ciertas asignaciones de las rentas públicas. He aquí cuales son estos, con la población sujeta a cada uno de ellos. 

El Rey de Onde con 6.000.000 

Sonbhadar del Decaan 40.000.000 

Gackwar 6.000.000 

Sindiah y otros 4.000.000 

Rajá de Nagpoor 3.000.000 

Rajás de Missores 3.000.000 

Los Rajás de Trabancore y Cochin 1.000.000 

-------------

33.000.000 

No es este número sin embargo el solo, que, aunque no tan directamente, deja de estar menos sometido en la India a la influencia de la Gran Bretaña. La población de la superficie de 422.990 millas cuadradas del territorio sujeto inmediatamente a la compañía inglesa de la India, se calcula en 

89.572.206 almas, resultando un excedente de 91.200 millas cuadradas del territorio inglés, cuya población se ignora; pero si concedemos a este excedente el cómputo muy reducido de 90 almas por milla cuadrada, hará ascender toda la población del territorio inglés a 100 millones de almas próximamente. Además tenemos que agregar a este número ya muy considerable de habitantes, el de los estados protegidos y aliados cuya superficie es mayor que la del territorio inglés en 100.000 millas cuadradas, y calculándoles igual número de población que la del dicho territorio, dará el gran total de 200 millones de habitantes sujetos directa o indirectamente al dominio de la Gran Bretaña, y al gobierno de la honorable compañía de la India Oriental. El número de blancos europeos no alcanza a 100.000 almas incluyendo las tropas y todos los empleados en el ejército.  Datos y noticias extractados de la obra sobre las colonias inglesas por Roberto Montgomery y Martin.. 

Nuestra España con relación a las posesiones ultramarinas que hoy conserva, no puede estar más proporcionada en su situación, en su población y en sus recursos. Si hubo un tiempo que su grandeza exterior fue mucho mayor que su patrio suelo; si mermó tanto su población con sus guerras y conquistas; si apocó su agricultura y extinguió casi su nacional industria; la España de hoy cuenta con una población de diez y seis millones de habitantes que acrece más y más cada día con capacidad holgada para 

otros tantos, siendo además la agricultora por excelencia, productora por la industria de que es capaz según las muestras que está dando más particularmente desde su última guerra, comercial por su posición exclusiva, y marítima en fin, por los mares que la cercan y los habitantes que ocupan sus largas y embravecidas costas (1). 

(1) Sobresalen por sus prendas marineras los vascongados, los catalanes y los mahoneses. Los propios norteamericanos vienen a los puertos de las Baleares y Canarias para tomar sus marinos. 


Todas estas circunstancias, pues, la ponen en el caso de ocurrir a sus necesidades con su vida propia, y es la que está mejor situada para ofrecerle de continuo en los mares su amparo y su defensa, con los medios de que es hoy tan superior a cada cual de estas de sus retiradas hijas. Sírvanos de ejemplo la aplicación que de estos precedentes pudiéramos hacer aquí a nuestra gran isla de Cuba. Reina de las Antillas por su extensión y sus elementos, todavía su población de distintas razas no llega a un millón de habitantes si nos hemos de atener, no a la estadística formada en tiempo del digno general Valdés, sino a la última que acaba de publicarse bajo los auspicios de su sucesor el señor don Leopoldo Odonell (O'Donell) (1). 

(1) La primera da un millón y un gran pico de habitantes: la segunda le falta otro gran pico para poder llegar al millón completo. 

Pues bien, ¿qué son uno contra quince? 

La segunda condición de que estos pueblos necesitan para unirse más y más con sus Metrópolis, es la de que estas deban tener una gran marina mercante. Con ella siempre existirán entre la madre y las hijas los multiplicados lazos que forman el interés de su nacionalidad, a pesar del mar y las distancias. Que mientras más notable sea su preponderancia y mayor el número de sus buques, que mientras más franquicias gocen por sus leyes recíprocas y comerciales, que mientras más se facilite por ambas la contratación y el trato; más se asentará al abrigo de sus mutuas necesidades el orden y la seguridad de sus futuros destinos. Pueblos tan comerciales por su primitiva organización y por el particular asiento que en medio de los mares alcanzan, si leyes justas y sabias aseguran además su paz y su anterior reposo, todo lo demás es bien poca cosa ante la necesidad principal de producir, cambiar y ambicionar el bien y la ganancia. En esta parte nuestra patria es quizá uno de los Estados que más pueden ofrecer a sus colonias condición tan importante. Nuestra marina mercante es ya hoy, y de corto tiempo a esta parte, la tercera del mundo. Casi por años va aumentando el número de sus buques y la cualidad de estos. En 1845 constaba ya de 16.059 buques que median 257.045 toneladas; y ya en 1846 tenía un aumento de 670 embarcaciones, ascendiendo el número de sus toneladas a 12.689 más que en el año anterior, como puede verse en los estados oficiales a que nos referimos. De esto propio habló en medio de 

nuestro parlamento un ministro de la corona (1) en 1847, leyendo lo siguiente: 

(1) Don Manuel Beltrán de Lis leyendo el tercer párrafo del proyecto de ley para el fomento y conservación de la marina de guerra presentado a las cortes en 1847. 

"Restablecido el orden y la paz en la monarquía, poco tiempo ha sido suficiente para demostrar la preferencia con que en la península se miran los intereses marítimos y los grandes elementos de prosperidad que en este punto encierra. El espíritu de empresa y el interés individual han bastado para producir en la marina mercante un desarrollo que según los datos estadísticos reunidos en el ministerio que tengo la honra de dirigir, da un aumento anual de buques de comercio, así de grande como de pequeño porte, inesperado en tan breve tiempo. Basta decir que en el año pasado de 1846, este aumento ha sido de 670 embarcaciones que miden 10.401 toneladas, y en lo que va del presente año hasta el fin de octubre asciende el número de estas últimas a 23.093 o sea a 12.689 toneladas más que todo el año precedente. Igual resultado ofrecen las matrículas de mar cuyas listas han tenido el aumento de 2.736 hombres de sus diversas clases durante el año pasado, y en el citado periodo del actual sube a 1052." 

¿Y cuánto no se han aumentado todas estas numeraciones desde entonces acá? (1). Resta, pues, que el supremo gobierno complemente este bien por medio de leyes generosas y al nivel de los buenos principios económicos. Que poco importa que haya muchos buques mercantes si su carga se dificulta, si el cambio se agrava, si la contratación padece. Que disminuya 

los derechos que hoy gravan sobre los tabacos de nuestras Antillas, que derogue los nuevos con que acaban de aumentar los del café, que no prohíba casi la introducción de ciertos artículos para favorecer la exportación de algunos, y el contento y la unión entre la madre y las hijas será verdadero y eterno. De lo contrario, disminuirá en la mitad lo que debiera ser su marina mercante, sostendrá el contento de unos pocos y el bien tal vez de una determinada provincia; pero no el contento de todos, no el bien común de los de aquende y los de allende todas provincias hermanas, todos españoles, ya invoquen a la madre patria junto al seno mejicano o allá en los mares de la China.

Mas aquí quedamos hasta el próximo número en que continuemos con la tercera necesidad de estos pueblos, respecto a la marina de Guerra. 

M. Rodríguez Ferrer. 


(1) En uno de los periódicos de Barcelona acabamos de leer lo siguiente: 

"Nuestros lectores tienen noticia de una importante asociación cuyo objeto principal es la construcción de buques de grande porte, destinados a nuestro comercio de las Antillas. Compuesta en su totalidad de inteligentes calafates bajo la dirección del acreditado marino señor Mila (Milá o Milà) de la Roca a cuyos conocimientos teóricos añade una larga experiencia, no dudamos harán honor a nuestros arsenales y satisfacerán (satisfarán) cumplidamente los deseos de nuestros armadores.”  

Como un comprobante de lo que decimos en este artículo del modo con que la Inglaterra esparcida por las mares suple con los muchos buques de sus dos armadas la poca proporción que guarda esta Metrópoli con sus colonias, tomamos de los periódicos del día los siguientes datos:

"El número actual de los marineros ingleses es de cerca de 270.000, de los cuales 200.000 pertenecen a la marina mercante, y 25.000 a la armada, hallándose el resto al servicio extranjero. El número total de buques pertenecientes al servicio de la marina mercante era en 1848 unos 

33.672, teniendo un total de 4.052.160 toneladas y teniendo empleados 230.069 hombres. El aumento medio de buques mercantes durante los últimos diez años, ha sido de 600 por año, mientras que el aumento anual de toneladas es, en número redondo, de 100.000. Por este medio se da 

ocupación cada año a 5.000 hombres más. El reino británico posee una tercera parte más de buques que la Francia, mientras que el número de toneladas de los buques ingleses es casi cuatro veces mayor que el de los franceses y una tercera parte más que los americanos. 

Puede formarse una idea de la extensión del comercio extranjero en este país por el número de buques ingleses y extranjeros que entran anualmente en los diferentes puertos del Reino Unido. En el año de 1848 ascendió a 35.000 buques (de los que 13.000 eran extranjeros), midiendo un total de 6.500.000 toneladas y dando ocupación a cerca de 350.000 hombres. El valor de las exportaciones e importaciones asciende como a 75.000.000 de libras esterlinas por año. Según el cálculo de Mr. G. F. Young, los buques empleados en la marina mercante valen 38.000.000 libras, esterlinas. La suma empleada anualmente en la construcción, reparación y equipo de los viejos y de los nuevos buques, se calcula en 10.500.000 libras, y el coste de los salarios y provisiones para los marineros empleados en los buques mercantes, asciende a 9.500.000 libras, mientras que la suma recibida por fletes por los propietarios de los buques, se dice que asciende a 29.500.000 libras. El comercio extranjero en conexión con el puerto de Londres, es casi una cuarta parte del total del comercio marítimo del Reino Unido. El número de buques que entraron en el puerto de Londres en 1847, fue de más de 9.000 y medían unos 2.000.000 de toneladas, siendo el aumento durante cinco años de 500.000 toneladas, y de 2.500 buques, o sean 100.000 toneladas y 500 buques por año. 

VIAJES


EL VALLE DE AYALA (1). 

II.

(Conclusión.) 

El pueblo está todo situado al poniente del barranco. Enfrente del pontón se extiende una plaza que sirve como de plataforma al castillo, antiguo solar de los Ayalas, excelente construcción de piedra, pero poco defendible como fortaleza, porque está dominado por una de las colinas que a muy pocos pasos se alza por su parte meridional. En él fundó en 1565 Hernán Pérez de Ayala un convento de monjas dominicas con la advocación de San Juan Bautista. No siendo suficientemente extenso y cómodo para la habitación de las religiosas, le agregó por la parte de poniente y norte un edificio, pobre a la verdad y lóbrego, quedando la casa fuerte como un baluarte que defiende el ángulo de mediodía y oriente. A este último viento mirando al puente, cae la puerta principal en una fachada que está en un trozo de edificio construido más modernamente, que ha contribuido a aumentar la lobreguez y mezquindad de la fábrica antigua. Pasando esta puerta, se entra en un patio poco capaz que a mano derecha tiene unos soportales por donde se entra en la iglesia, que aunque no pequeña es también triste, oscura y pobremente decorada. 

(1) Véase el número 1.° 

Esta fue la visita que hicimos antes que cayese la tarde. A poco de caminar por ella, vimos en una y otra de sus paredes laterales, metidos en unos arcos dos sepulcros, de hombre el uno y de mujer el otro, con una estatua echada, cada cual bastante bien trabajada en mármol para el estado que tenían las artes en aquel tiempo. Otros dos sepulcros hay más arriba; pero no se ven por estar cubiertos de dos altares. Primitivamente estuvieron todos colocados debajo del coro, y como allí se los podía rodear, la inscripción o epitafio que tienen, la esculpieron por los cuatro lados. Al ponerlos después embutidos en la pared, tres de sus costados han sido cogidos por ella, y sólo puede leerse la parle de letrero que cae al frente, que en los dos primeros dice así: En el sepulcro de él: “Udito cuorpo stado cada día en este coro a cuyos pies... is se mandaron sepultar. En el de ella: Co su mogre los cuales ss edificaron e dotaron el hospital de la villa de Vitoria y ganar. Por las paredes ya junto al techo se ven repetidas las armas de Vizcaya: nada más hay de notable en la Iglesia.

Saliendo de ella está enfrente en el mismo patio la puerta del castillo cuyo piso bajo es una capilla denominada de Nuestra Señora del Cabello, porque la imagen que allí se venera dicen que tiene uno de la Virgen. Ni esta circunstancia, ni el tener las monjas un coro que da a la capilla han podido libertarla de descuido y deterioro (se lee deteriorio), sin duda porque no ha sido posible a la comunidad sostener dos iglesias. Enfrente de la puerta hay en el interior a bastante altura el siguiente letrero, grabado en mármol negro en caracteres claros y hermosos: 

Esta capilla mandaron facer D. Pero Lopez señor de Ayala et de Salvatierra, el Chanceller mayor del rey et Donna Leonor de Guzman su muger, anno del nacimiento de nuestro Salvador JesuXpo (Jesucristo) de mill trescientos et noventa y nueve. 

Arreglaron esta capilla para que les sirviera de enterramiento, y efectivamente en ella hay cuatro sepulcros de mármol, dos arrimados a las paredes laterales y otros dos colocados en medio. Ninguno de ellos tiene inscripción, pero examinando las estatuas que están tendidas encima, se advierte que dos encierran despojos de hombre, los otros dos de mujer. Siendo mi principal objeto visitar el sepulcro de Pero López de Ayala, quiso mi curiosidad indagar cuál de los que encerraban despojos masculinos era el de este caballero, y como habiéndolo preguntado a alguno de los prohombres del pueblo que me acompañaban, se hubiese encogido de hombros, quise ver si por el traje o alguna otra señal externa podía salir de mi duda. La estatua del sepulcro que está situado en la pared lleva manto de caballero de orden: la del que yace en medio está sin manto, armada de todas armas y adornada de una banda que le atraviesa el pecho. Satisfice mi deseo; este segundo es el sepulcro del famoso canciller. Acordóseme que fue uno de los notables caballeros de la orden de la Banda, fundada por D. Alonso el XI y que llevando su bandera en la batalla de Nájera dada entre Don Pedro y Don Enrique, fue hecho prisionero, por fortuna suya, de los ingleses; que a caer en manos del feroz don Pedro hubiera sufrido la suerte que Íñigo López de Horozco (Orozco), Gómez Carrillo de Quintana, Sancho Sánchez de Moscoso y Garci Jofre Tenorio: y ya que no le pudo haber a las manos, fue uno de los que condenó a muerte estando en Alfaro.

Mudo, absorto, contemplaba el sepulcro, fijos los ojos en la estatua que sobre él reposaba. No me llamaba la atención la excelente y minuciosa labor de talla de los adornos que la rodeaban; que otro objeto más alto tenía fija mi vista y embargados mis sentidos. Aquella estatua estaba hecha por persona que podía haber conocido a don Pedro y tratado de perpetuarnos en ella sus facciones. Repasaba en mi memoria la pintura que Hernán Pérez de Guzmán nos hace del canciller, y sea verdad, o sea por ilusión, me parecían convenir con el mármol que tenía delante. Efectivamente el canciller era figura noble y caballeresca; alto, delgado, de facciones bien proporcionadas, y todas estas señas se reconocen en la estatua, a pesar de la incorrección de su dibujo. ¡Qué sensación causa en el ánimo reposar un rato junto a los restos de un hombre grande cuyas virtudes nos son conocidas! Toda la vida del héroe se representó entonces de repente a mi imaginación.

Nacido en noble cuna, hijo del Adelantado mayor de Murcia y de doña Elvira de Ceballos, señora del valle de Escalante, debió tener una parte muy principal en los negocios más arduos del reino; pero en medio de las guerras 

y revueltas de tan azarosa época, le quedaba tiempo que dedicar al cultivo de su entendimiento en gran beneficio de (del) siglo en que vivía. Debiéronse a su diligencia muchos autores que no se conocían en España, y él desenterró del olvido, como los Morales de San Gregorio, de cuya obra se valió para escribir una exposición de Job: él fue el primero que introdujo en Castilla e hizo hablar castellano al príncipe de los historiadores latinos Tito Livio; él hizo así mismo de la Caída de príncipes de Juan Bocacio (Giovanni Boccaccio, el del Decamerón) una traducción, que no habiéndole permitido concluir la muerte, continuó el Deán de Santiago, Alfonso García de Santa María, y dio a conocer Juan Alonso de Zamora, secretario del rey don Juan II; él halló tiempo para dar en una obra curiosa reglas teóricas sobre la caza, para escribir sobre linajes, y fue en fin el padre de los poetas y literatos, al mismo tiempo que el ejemplo de los políticos y guerreros.

Probó de la próspera y la adversa fortuna: después de aprehendido en la batalla de Nájera, lleváronlo a Inglaterra donde encerrado en un húmedo calabozo, cuya insalubridad llenó de llagas su cuerpo, consolábase de sus trabajos como filósofo cristiano escribiendo el Rimado de palacio, grave y piadoso poema moral; y entre las angustias de su cautiverio, se acordaba de las humildes vírgenes que en la soledad de Quejana elevaban al cielo sus plegarias, y en estos sentidos versos las suplicaba pidiesen a Dios que mejorase su suerte:

Señoras vos las dueñas que por mi y tenedes (hi tenedes : del hic latino)

oracion a la virgen por mí la saludedes, 

que me libre y me tire de entre estas paredes 

de vivo muy quejado segunt que vos sabredes. 

Dios por la su gracia me quiera otorgar 

que pueda con servicio siempre galardonar 

a vos e al monesterio e muchas gracias dar 

lo que mi padre fiso muy mas acrecentar. 

Las monjas rogaron, y sus oraciones fueron sin duda oídas, puesto que logró verse en libertad; pero después de haber respirado algún tiempo de los pasados males, volvió a sufrir la misma suerte entre los portugueses en la batalla de Aljubarrota, tan desgraciada para los castellanos.

En cambio de estos trabajos, cuatro reyes de Castilla que su dilatada edad le permitió conocer, le respetaron y amaron, y además de darle la dignidad de canciller, le hicieron aposentador mayor, oficio de la mayor confianza, y también le condecoraron con el cargo de embajador, que tan bien podía desempeñar por su elevada alcurnia, la nobleza de su carácter y la variedad de sus talentos: su consejo era oído en paz y en guerra; sus riquezas le proporcionaban el placer de hacer bien a los necesitados, y de dedicarse a sus inclinaciones favoritas; su gallarda persona le hacia el ídolo de las damas, y casado con doña Leonor tuvo la gloria de ser el progenitor de las principales familias del reino, entre ellas de la de los condes de Fuensalida; y finalmente habiendo llegado entre el general respeto y consideraciones a una vejez serena y apacible después de una vida útil y gloriosa, logró a su muerte que sus cenizas reposaran al lado de sus mayores, en el monasterio que tanto había amado y favorecido. 

Todas estas memorias me recordó la vista de su sepulcro. 

Por último, viendo que el sol que trasmontaba en occidente nos robaba la luz del día, di un último adiós a las cenizas del noble personaje a quien sólo conocemos como gótico cronista, cuya veracidad y buena fé ha sido injustamente puesta en duda, pero que fue el luminar de su siglo, ilustre por haberse interesado por el fomento de las letras en España con el mismo afán que el cantor de Laura en Italia, bajo cuyo concepto merece el nombre de Petrarca español, y volvimos a Menagaray con el agradable fresco de la tarde. 

A la mañana siguiente, tomando el camino de Orduña abandoné el valle y me dirigí a Bilbao


Eustaquio Fernández de Navarrete


SECCIÓN LITERARIA. 

ARTÍCULO SEGUNDO. 

POETAS CANARIOS. 

Entre los pueblos que no cuentan con aurora literaria, entre los pueblos que en la grande obra del progreso intelectual no representan un pensamiento, una tendencia determinada a este o al otro ramo del saber, numéranse las 

Canarias, esas islas tan nombradas en el archipiélago de las Atlántidas. 

La feracidad de su suelo, lo dulce de su clima, lo poético de sus valles, la precocidad misma de sus hijos, no han sido bastantes para que su juventud estudiosa se haya lanzado a conquistar los lauros de la gloria, ni con el rústico caramillo de los pastores, ni con el arpa de encina de los Escaldas del norte. Han leído los canarios que los antiguos bardos asistían a los sacrificios religiosos; que los poetas de la Provenza llevaban una vida de peregrinación, con una lira y una banda bordada que desde el siglo XII los juglares y trovadores fueron el alma de la sociedad, ocuparon los primeros destinos y dominaron la aristocracia del linaje y de la riqueza, y sin embargo, aquellos insulares se han contentado con saborear la historia y confesar el mérito que  justamente ha coronado el esfuerzo de los jefes de la revolución literaria. Sólo alguno que otro más atrevido por cierto, salió de la inacción, para alistarse con mayor o menor éxito en las banderas de sus ilustres predecesores.

Y no se crea que tan general silencio haya nacido de su desidia, que ese quietismo, si se quiere culpable, haya dependido de la carencia de facultades naturales y adquiridas con la constancia en el estudio: arraigadas preocupaciones que supieron fomentar los gobernantes de esos pueblos en épocas pasadas, falta de protección en la enseñanza pública, aun en la presente, y un sistema administrativo de oposición al fomento de su industria, agricultura y comercio, han sido en primer término los motivos lamentables para que hasta el día carezcan, propiamente hablando, de literatura. La patria de los Iriartes, Vieras, Cairascos, Alonsos y Romeros, ocupa a pesar de todo un lugar distinguido en la historia de la civilización española, si bien no le ha sido dable tomar una parte más activa en su engrandecimiento y desarrollo. Las noticias biográficas de los dos poetas con quienes vamos a inaugurar nuestros apuntes sobre bardos canarios, son una demostración del aislamiento y obstáculos que han tenido que vencer todos los que se han consagrado en aquellas islas a ejercitar sus facultades intelectuales. 


DON RICARDO MURPHY Y MEADE


Nació en Santa Cruz de Tenerife el 13 de marzo de 1814. Cursó humanidades en 1829 en la universidad de la ciudad de la Laguna; y este ameno estudio contribuyó a formar su gusto literario. Se embarcó en 1838 para Londres no encontrando protección en su suelo natal, y se empleó en casa de un comerciante. El 1.° de agosto de 1839 empezó a sentirse atacado de una enfermedad pulmonar, y salió para Cartagena de Indias, de donde se trasladó a la Habana. Su mal siguió agravándose, y los médicos le preceptuaron volver a respirar los aires patrios. Se embarcó con dirección a Santa Cruz, y a los cuarenta y seis días de navegación el 24 de octubre de 1840 espiró, contando apenas ventiseis años de edad. 

Sus poesías se publicaron en diferentes periódicos, así canarios como americanos. Pero para que nuestros lectores conozcan cuánto han perdido aquellas islas con la temprana muerte de Murphy, trasladaremos a nuestras páginas algunos trozos de las pocas que tenemos a mano, siendo de lamentar que no se haya hasta ahora hecho una edición de todas. 

En su composición al Aluvión que afligió las Canarias por los años de 1826, se leen estos bellos y sentidos versos: 

"Campos de la Orotava! Albergue grato 

de eternal primavera, do natura 

sus tesoros riendo repartía! 

¿Do están vuestros jardines y florestas? 

¿Do el rústico cantar de los pastores? 

Entre ayes doloridos, 

tristísimos clamores, 

responden resonando confundidos; 

y donde antes los valles ostentaban 

sus matices lozanos, 

vénse ora solo escombros y pantanos. (se ven ahora sólo...) 

¡Cuánto cadáver insepulto yace! 

¡Cuánta familia en la indigencia gime! 

Allí el anciano llora, 

llora la virgen pura; 

sus ecos de dolor los aires hienden, 

y el corazón encienden 

en lástima, en despecho, en amargura!” 


Las valientes estancias que copiamos a continuación las hemos sacado de su canción El Voluntario. 

“Ved la heroica Bilbao, 

esa ciudad escelsa, (excelsa) 

cuál se ostentó invencible 

contra las artes todas de la guerra.

¿Y qué fuertes, qué muros 

formaron su defensa? 

los pechos generosos 

donde el honor y la virtud se albergan. 

…........

…........


¡Y qué! ¿los que en Canarias 

vimos la luz primera 

no contaremos triunfos 

que en algo igualen su inmortal proeza? 

Vosotros, oh guerreros! 

que en la naval contienda 

domasteis valerosos 

del adalid britano la soberbia; 


Decid cuál fue el castigo, 

el desdoro y la mengua 

del hombre de los mares 

que en Trafalgar y en Abukir venciera!" 


Citaremos, por último, el siguiente trozo de su Fantasía compuesta cuando ya estaba enfermo, y durante su navegación. - Tres sombras se le aparecen: 

"¿Quién, quiénes sois? con grito de sorpresa 

pude al fin exclamar; ¿quién os envía 

de la mansión celeste? - Y al instante 

una voz de apacible melodía 

pronunció estas palabras: - Tus hermanas, 

tus tres hermanas, que inocentes niñas 

al sepulcro bajaron, cuando apenas 

la aurora comenzaba de sus días; 

Guillerma, Emilia, Juana... estos los seres 

que con asombro en tu presencia miras, 

desde nuestra mansión hemos oído 

las voces tuyas, y las ansias vivas 

con que otro estado y un mejor destino 

más allá del sepulcro apetecías; 

y ese mundo mejor, ese otro estado 

que el sentimiento y la razón te pintan, 

no es ilusorio, no; que eterno existe, 

y reales y eternas son sus dichas." 

Murphy es además autor de una comedia, El poeta a pesar de su padre, y de una novelita Cecilia y Arturo que se publicó en Santa Cruz de Tenerife. - Mas nada podemos decir acerca de estas obras, porque no las conocemos sino de oídas. 


DON JOSÉ PLÁCIDO SANSÓN. (Grandy)

Nació en Santa Cruz de Tenerife el 4 de octubre de 1815. Cursó matemáticas, humanidades y filosofía moral en la universidad de San Fernando de la Laguna por los años de 1827 hasta el momento en que se cerraron todas las universidades del Reino. Se retiró entonces a su casa cuando apenas contaba catorce años (N. E: véase la edad temprana de los estudiantes universitarios del pasado); y animándose con la lectura de los clásicos franceses y españoles, cuyas bellezas apenas podía distinguir, escribió después de débiles ensayos en el lenguaje de los dioses, la tragedia Anacoana que precisamente adolece de una versificación incorrecta y un plan defectuoso, como trabajo superior a sus fuerzas; sin embargo esta tentativa hizo que se consagrase a un estudio formal de la literatura dramática, y que en los momentos de ocio, alternando con la poesía lírica, escribiese en 1833 las tragedias Aben-Hamet y Atreo y Tieste, ya con mejor éxito, otro criterio, menos defectos y todo el sabor clásico que hasta entonces había adquirido. 

Las dificultades y los obstáculos que haya tenido que vencer este joven para alcanzar el nombre de que hoy goza, debido a él mismo, a su firmeza de voluntad, a su constancia y aplicación, confiésala también con amargura en la advertencia que precede al tercer tomo de sus Ensayos Literarios cuando dice estas sentidas expresiones: - "Encerrado en una isla del Atlántico, lejos del gran mundo europeo, sin maestros que consultar, sin estímulo alguno, solo, reconcentrado en mi individuo, ni yo mismo sé como he podido continuar una carrera, que principiada en 1830 cuenta al presente de existencia doce años. Si a falta de talento ha sobrado fé en el poeta, cualquiera está en el caso de decidirlo..." 

Cuando los débiles reflejos del romanticismo llegaron al país de Sansón, en la fiebre de esa época y atacado por esa epidemia que con tanta energía invadió la Europa, escribió su drama La San Bartolomé, exagerado casi hasta rayar en el delirio.

Poco tiempo después, abierta de nuevo la universidad, siguió sus estudios de filosofía y jurisprudencia. En 1835 escribió otro drama, Zaluca, tomando el argumento del conocido poema de Mr. Vitaubé, José ensalzado; y en los tres 

años siguientes, los tres dramas Rodrigo, María y Elvira, habiendo sido los dos últimos representados con aplauso, no obstante sus lunares. Entretanto daba a luz multitud de poesías líricas en los periódicos, que con vida muy corta fueron apareciendo en aquellas islas sucesivamente. En 1839, mejorado en mucho su gusto y más adelantado en conocimientos teatrales, dio a luz el drama Una mujer; y en 1841 publicó tres tomos de sus Ensayos Literarios; el primero y tercero de poesías de varios géneros y el segundo de tragedias. Insertaremos algunos fragmentos de las composiciones líricas, para que pueda juzgarse mejor de sus adelantos. - Hablando de la grandeza del Criador, entra después en la pintura de una tempestad del modo siguiente: 

"Sus negras sombras, cada vez más negras, 

la oscura noche por do quier sembraba, 

y el pájaro nocturno con gemidos

el horror tenebroso redoblaba...

De improviso en los aires retumbando 

ruedan los truenos; crúzanse en el bosque 

estridentes centellas serpenteando; 

el cielo enrojecido 

a un volcán encendido

semeja, que flamígero se agita

y torrentes de lava precipita;

tiembla la tierra en derredor, y el viento

arranca los arbustos de su asiento. 

No obstante, donde más resalta, donde tiene una fluidez simpática es cuando pulsa las cuerdas del sentimiento; entonces se eleva a una altura distinguida, entonces reconocemos al poeta, y nos hace partícipes de la delicadeza de sus pensamientos. Oigamos lo que dice después de leer a Camoens:

"Bardo de Lusitania, que cantaste 

de Inés la bella el hado lastimoso, 

los nuevos mares, las lejanas tierras, 

y el diforme, gigante tormentorio, (deforme)

de boca negra, amarillentos dientes, 

crespos cabellos y discurso ronco; 

yo, desde el quieto y solitario asilo 

donde se eleva el Teide majestuoso, 

pobre poeta ¡oh genio! te saludo, 

tus glorias canto y tus miserias lloro.... 

¡De aquel infame siglo oprobio eterno! 

Mientras los potentados orgullosos 

en palacios riquísimos contaban 

innumerables sus montones de oro, 

tú, rival de Virgilio, desterrado, 

náufrago triste en el indiano ponto, 

con una mano el agua dividías 

por defender de tu existencia el soplo, 

y la otra mano al cielo levantabas 

mostrando ileso tu poema hermoso! 

vuelto luego a tu patria, de limosna 

sustentabas tus días dolorosos, 

y un hospital prestábate su seno 

para morir abandonado y solo! " 


Buen padre, al hablar de su hija que se hallaba aún en la infancia, prorrumpe en estos sentidos versos: 

"Cuando en tus ojos negros hermosísimos 

la sensibilidad naciente leo, 

y tus graciosas réplicas escucho 

y los latidos de tu pecho siento, 

superior a los reyes de la tierra 

en mi delirio paternal me creo, 

y en medio de aquel júbilo sublime 

bendigo a Dios y contra mí te estrecho!..." 


Dirigiéndose a su recién nacido se expresa en los siguientes términos: 


"¡Oh tú, querida prenda 

del amor de mi esposa, 

flor cuyo tierno cáliz 

ya comienza a exhalar aura de aromas! 


Copo de tersa nieve 

que apenas el sol dora, 

de seda albo capullo, 

rayo de luz, purísima aureola... 


¿Por qué la risa juega 

en tu inocente boca, 

cual leve vientecillo 

entre los blandos pliegues de una rosa? 


¿Por qué improviso arrugas 

tu linda faz y lloras, 

sin que acallarte alcancen 

los halagos de madre cariñosa? 


Imagen de la vida 

eres, cándida joya; 

lo sabrás cuando crezcas 

y surques este valle de congojas. 


Como el llanto y la risa 

por tus labios asoman, 

sucediéndose rápidos 

a la manera de fugaces sombras; 


Así en el mundo, oh niño, 

suceden presurosas 

las penas a las dichas 

los desengaños a ilusiones locas!... 


Duerme, duerme, querube, 

mientras mi mano toca 

tus célicas mejillas, 

Y allá mi mente en el pensar se engolfa." 


Y dirigiéndose luego a su esposa, le dedica las siguientes quintillas: 

"¿Ves aquel campo frondoso 

que en la lejana llanura 

convida con su frescura, 

con tanto laurel pomposo, 

con tanta fruta madura? 


Allí los dos, vida mía, 

las manos entrelazadas, 

mi labio en tu labio un día, 

horas pasamos preciadas 

lejos e esa tierra impía. 

Bellos son los arbolados 

en sábanas de verdura, 

como estatuas levantados 

bellos los tendidos prados, 

bella el agua que murmura. 


Hermoso es un limonero 

con su corona amarilla, 

y con su aroma primero; 

dulce el canto lastimero 

de enamorada avecilla. 


Magníficos los parrales 

con sus racimos colgando, 

las uvas de oro ostentando, 

y a lo lejos los perales 

graciosos grupos formando! 


Ven, llega, esposa del alma, 

y juntos nos sentaremos, 

a la sombra de una palma 

y allí en apacible calma 

mil cosas nos contaremos. 


¿Observas, di, cómo el día 

lentamente va muriendo, 

inundado de armonía? 

¿Sientes la melancolía 

que la noche va esparciendo? 


Música se oye en los mares, 

música se oye en los montes 

que al cielo sirven de altares, 

el aura toda es cantares, 

cantares los horizontes... 


Ven, llega, esposa del alma, 

y juntos nos sentaremos 

a la sombra de una palma, 

y allí en apacible calma 

a ese mundo olvidaremos!" 


Son notables por la viveza de colorido y esmerada corrección las composiciones que llevan por título La Igualdad, Roma, España, la Nación, Bonaparte, A Asturias, La Religión (Rel-i salta línea gion), A Polonia.  

- Hallamos en ellas elevado gusto y verdadera poesía (1). 

(1) Tres de las composiciones citadas han sido escogidas, para insertarse en el Tesoro de los poetas españoles y americanos del siglo XIX que se publica en la actualidad. 

Para concluir nuestras citaciones, transcribiremos aquí algunos trozos de la que dedica a Asturias


"Gloria a ti que levantas la frente 

a un extremo del pueblo español, 

siempre pura, sublime, esplendente, 

como el disco se muestra del sol! 


Desde el mar que tus playas enfrenan, 

hasta el mar que a mi patria dio el ser, 

con tus lauros mil ecos resuenan 

y coronas comienzo a tejer... 


¡Quién me diera en tu seno formarlas, 

y elevándote luego un altar, 

ir y en él reverente colgarlas, 

ir y en él reverente adorar. 

…...

…...


Toda España en cadenas gemía 

que a su cuello le atara el infiel; 

cual gangrena fatal se extendía 

por do quier el pendón de Ismael. 


Las iglesias do a Cristo sus coros 

elevaba la hispánica grey, 

hechas pasto de pérfidos moros 

ecos eran de pérfida ley. 

…..

…..

La cuchilla en Damasco templada 

tras sus huellas sembraba orfandad; 

todo muerte!... Blandiste tu espada 

y gritaste, ¡Valor, Cristiandad! 

…..

…..

Un mortal a sus sienes quería 

la corona del mundo ceñir, 

cual de Jove al alcázar (se lee alcácar) un día 

los gigantes quisieron subir... 

…..

…..


Cual David, mozo imberbe, en las aras 

del valor a Goliath provocó, 

así tú, pueblo astur, desafiaras, 

al Goliath que la Europa apresó. 


Y ese reto, que el brazo sostiene, 

mengua eterna del mundo servil, 

lo repite de Calpe a Pirene 

la nación de Pelayo gentil. 

…..

…..

En 1842, nuestro laborioso poeta consagrado por otra parte al estudio de los idiomas vivos, francés, inglés, italiano y alemán, escribió el drama Hernán Peraza, cuyo argumento tomó de la historia de las Canarias. En 1846 refundió El Tetrarca, comedia del inmortal Calderón. En 1847 escribió otro drama Un Ángel caído; y en el de 1848 hizo la refundición del drama La cisma de Inglaterra, de Calderón, bajo el título de Enrique octavo, escribiendo además su último drama Reinchstein que esperamos ver en la escena el próximo invierno. Además ha dirigido el periódico literario La Aurora, en el que publicó varios artículos eruditos y biográficos de Canarios célebres traduciendo de distintos idiomas poesías y novelas de conocido mérito.

Los estrechos límites de esta Revista no nos permiten hacer más detenido examen de las producciones de Sansón; pronto saldrá a luz en esta corte la nueva edición de sus poesías, en las que el autor ha hecho considerables correcciones; y entonces nos reservamos analizarlas concienzudamente, pues por hoy cumplimos con el propósito de dar a conocer a este estudioso literato, con cuya amistad nos honramos, y que tenemos el placer de ver entre nosotros; concluyendo con transcribir aquí algunas de las palabras contenidas en la carta que le dirigió nuestro respetable amigo don Alberto de Lista en mayo de 1843, quien tuvo el gusto de juzgarle antes: 

"Dios, la virtud y el amor, (le dice el autorizado crítico) que son los únicos tesoros del hombre, están cantados en sus composiciones de Vd. con la poesía del corazón, mil veces preferible a la de la imaginación, aunque también la posee V. riquísima y variada. Con ella ha dado V. colorido a varios sucesos contemporáneos, a varios fenómenos literarios y naturales; pero mezclando con tintas brillantes el claro oscuro de la incertidumbre de Hamlet; esa incertidumbre que es tan propia de un poeta, porque un poeta no debe creer sino en el amor, en la virtud y en Dios. Estos versos me han electrizado; y a pesar de mis 68 años han renovado en mí, si no el genio porque los muertos no resucitan, el placer de sentir y admirar." 

ANDRÉS AVELINO DE ORIHUELA


CRÓNICA QUINCENAL. 


Como la política no camina con la velocidad del pensamiento, por más que los intereses opuestos procuren dominar respectivamente a sus rivales, los quince días que han pasado desde nuestra última Revista, apenas hicieron adelantar un paso a los negocios pendientes.

La cuestión alemana es interminable, y no hay ya paciencia para seguirla en sus peripecias y para desentrañar la verdad de sus estudiadas complicaciones. El Austria propone un consejo federal restringido, preludio de la resurrección de la antigua Dieta germánica, y la Prusia, que protesta antes de saberlo oficialmente, porque echa por tierra su pensamiento unitario, cede luego poco a poco hasta el punto de hallarse muy próxima a enviar a él sus plenipotenciarios, si es que no vuelve a sus veleidades acostumbradas. Orgulloso con su triunfo y fuerte con la debilidad de su rival, el gabinete de Viena quiere impedir el paso por Maguncia (Mainz) a las tropas badesas, y a pesar de que el gobierno de Berlin se muestra decidido a sostener este derecho y aumenta sus tropas activas con la facilidad que le da su organización particular, aquel insiste tenazmente, no escaseando notas ni amenazas. 

La continuada lucha que desprestigia a la Prusia y favorece al Austria, cuyo deseo es volver a los tratados de 1815, se refleja en estas y en todas las cuestiones en que ambas intervienen, arrastrando cada cual en pos de sí a los reinos y principados pequeños, que giran a su alrededor como los satélites de un planeta. La Alemania en tanto gasta sus fuerzas en contiendas estériles, sin poder constituirse ni aun revindicar sus derechos desconocidos o postergados por las grandes potencias de Europa. Para convencerse de ello basta echar una ojeada sobre la situación precaria de los ducados, cuyas diferencias ni bien se deciden por las armas, ni bien se someten a un arreglo diplomático. Su causa tiene grandes simpatías en Alemania, pero esta no se atreve a protegerla directamente, ni ha acordado todavía los medios de modificar el protocolo de Londres, aunque reconoce que la Prusia translimitó sus poderes comprometiendo a la Confederación. Así es que la guerra se arrastra lánguidamente entre desengaños y esperanzas, con algunas ventajas por parte de los ducados, que tomaron su revancha (la escribe con b) de la derrota de Idstedt en los combates de Lorg-bruk y Estenter; pero a no ser por la energía que despliega la lugartenencia en mantener vivo el espíritu público, los dinamarqueses no hubieran encontrado un solo obstáculo en los defensores naturales de aquel corto pero heroico territorio. Veremos si adelantan algo las negociaciones de arbitraje que se anuncian, aunque poco debe esperarse del egoísmo de las naciones. Ocupadas todas en sus negocios particulares, miran con la mayor indiferencia cuanto no haga relación a ellos, sin reparar que semejante abandono mina paulatinamente su importancia, aislándolas de la comunión política y encerrándolas dentro de sus fronteras.

No imita la Inglaterra esta conducta desidiosa, que mata la influencia y con ella la fuerza de los gobiernos. Su mano alcanza a todas partes, su ojo penetra en todos los gabinetes, su pabellón ondea en todos los mares. Y no por eso deja de ventilar las grandes cuestiones interiores con esa perseverancia y esa tendencia reformadora que le distingue. La cámara de los comunes no admitió en su seno al barón Rothschild (pone Rostchild) diputado por la ciudad de Londres, a causa del respeto ciego que profesan los ingleses a la letra de la ley, aunque sea absurda; pero manifestó al propio tiempo sus deseos de variar la fórmula del juramento, a fin de que pudiesen prestarlo los israelitas sin faltar a los preceptos de su religión (judíos, religión judaica, hebraica, judaísmo; israelitas en general : judíos; de Israel). Tal fue el último acuerdo importante del parlamento después de presentada por la comisión una rebaja en los sueldos de los empleados, después de lo cual se prorrogó el 15 por dos meses con asistencia de la Reina. El discurso de esta no ofrece nada notable, reduciéndose a las frases de pura fórmula. S. M. B. y el príncipe Alberto debieron salir el 20 para Ostende a bordo de su yacht (yate) de recreo desde donde pasarán a Escocia, no sin haber comido un día con el rey de los belgas.

También el presidente de la república francesa abandonó el 12 a París para recorrer varios departamentos. A los rumores que antes de la prórroga de la asamblea circulaban acerca del objeto interesado de este viaje, objeto que se quiso contrarrestar nombrando para la comisión permanente de aquella, personas conocidamente hostiles a Luis Bonaparte, hay que añadir algunos banquetes que dio este en el Elíseo a los oficiales de varios cuerpos, en que se supone que se hicieron manifestaciones en favor de una restauración imperialista o de una magistratura perpetua por lo menos. A este y otros amagos más o menos ciertos, pero que se propalan y comentan en toda la Francia, respondió la Montaña con un manifiesto a los electores, dando cuenta de su conducta e indicando sin rebozo los peligros que amenazaban a  las instituciones por diferentes lados. 

Con la idea dominante de este documento coincide un discurso pronunciado por el presidente de la república, contestando a un brindis del corregidor de Lyon. Sin descorrer el velo respecto a sus intenciones, antes bien dejándolas sumergidas en un piélago de generalidades y de frases de doble sentido, Luis Bonaparle arroja el guante a los legitimistas que conspiran al parecer en Alemania, y se reúnen en Wiesbaden para discutir los dos puntos siguientes: 1.° Si conviene tratar de una avenencia entre las dos ramas de los Borbones viviendo Luis Felipe: 2.° Si es oportuno alargar el término constitucional de la presidencia. Por lo demás, la peregrinación de Luis Bonaparte se reduce a convites, alocuciones y vivas en que andan mezclados la república y el imperio, según los dan los demócratas o los bonapartistas.

En Italia ha ocurrido uno de esos sucesos gravísimos, que cuentan afortunadamente pocos ejemplos en la historia de los pueblos. El gobierno y las cámaras del Piamonte se creyeron con derecho a abolir el fuero eclesiástico en los asuntos comunes: el Papa protestó, alegando las cláusulas de un concordato, que era preciso modificar con acuerdo de ambas partes. A pesar de esto, el proyecto pasó a ser ley del Estado, no sin haberse publicado cartas y pastorales contra ella por el arzobispo de Turín y por otros dos prelados de Cerdeña. Condenado el primero a un mes de prisión, en vez de desistir de su intento, hizo que se le negasen los Sacramentos a la hora de la muerte al caballero Santa Rossa, uno de los ministros, siendo inútiles los ruegos y las amenazas del moribundo, de la familia, del confesor y de sus compañeros. En vista de este escándalo y del aspecto imponente que había tomado el pueblo, fueron presos el arzobispo y los padres servitas, mandándoseles formar la correspondiente sumaria. Decíase que contra aquel pedía el fiscal 20 años de prisión. Con tal motivo se anunciaba la próxima reunión de las cámaras.

Más afortunados que sus compañeros del Piamonte, los jesuitas de Módena han vuelto a sus conventos, y lo que es mejor para ellos, a la posesión de todos los bienes que estaban secuestrados. 

Recordarán nuestros lectores que la Gran Bretaña tenía pendiente una reclamación pecuniaria con la Toscana. Desechada la mediación de la Rusia, esta se contentó con pasar una nota queriendo demostrar el ningún derecho que asistía a lord Palmerston; pero el gran duque debió comprenderlo de diferente manera, cuando arregló amistosamente el negocio. 

Igual desenlace tuvo la de los Estados Unidos con Portugal, en cuyas aguas continúan la escuadra anglo-americana y la británica.

Los socorros de buques y tropas que el reino vecino había enviado a Macao con el nuevo gobernador, llegaron a su destino según las últimas noticias. 

Para neutralizar sin duda los efectos de la reforma de nuestros aranceles, el gobierno de Lisboa ha rebajado los derechos impuestos a los algodones. Esta es una prueba de que la desaparición de las trabas comerciales destruye el contrabando. Portugal no es más que un gran depósito de la Inglaterra.

El rey de Grecia trata de pasar dos meses en Baviera (Bayern) con objeto de restablecer su salud. Las cámaras iban a votar una ley que concede la regencia a la reina Amelia. 

El senado de los Estados Unidos desechó el bill sobre la esclavitud. Lo que más ocupaba la atención publica a la salida del correo, era la cuestión del Compromiso sobre el territorio de Tejas que va dejando un girón en cada enmienda, de manera que Mr. Clay apenas le reconoce, después de las variaciones del alto cuerpo.

Hallándonos en la América del Norte no volveremos al antiguo continente sin echar una mirada sobre la Habana, cuya situación tanto debe interesarnos. El capitán general puso en libertad a 42 de los prisioneros de Contoy después de la absolución del tribunal, quedando bajo su jurisdicción y teniendo que sufrir luego probablemente la pena de piratas el capitán y el piloto de la Georgiana y el piloto del Susan Loud. El primero se había vuelto loco. A esto y a la salida del cónsul de los Estados Unidos Campbell, a petición suya según unos, y expulsado por el conde de Alcoy según otros, se reducen las principales noticias de la isla. Las cartas anuncian que va restableciéndose la calma, porque se cree que por algún tiempo no se repetirá la invasión o que tal vez se desistirá de ella para siempre, si la Inglaterra se opone seriamente a un nuevo atentado, con particularidad después de haber reanudado las relaciones con España. ¡Ojalá que así suceda, y que también el gobierno empiece a ocuparse de nuestros hermanos de Ultramar, que bien lo necesitan y lo merecen! Parece que ahora se habla allí mucho de mejoras, asegurándose que se había pedido informes a las autoridades, lo cual no es el mejor medio de corregir los abusos, pues quien con ellos medra no ha de ser el primero a indicarlos. La necesidad de una modificación pronta pero meditada, especialmente en la parte administrativa, se siente por cuantos conocen sus vicios. De esta manera se fomentará la riqueza de Cuba, se mantendrá vivo el afecto a la Metrópoli, y se quitará a los Estados Unidos el pretexto de que actualmente se valen para arrebatarnos esta joya de nuestra pasada diadema. También dicen las cartas que el cólera continuaba subiendo y bajando, que hacía estragos entre los esclavos del campo y que temían no verse libres de él hasta el invierno.

Aquí llegábamos, cuando la Gaceta de hoy nos sorprende agradablemente con el deseado decreto que respecto a nuestros hermanos de Ultramar, se hacía ya tan urgente y necesario, y que vamos a copiar a continuación, en gracia de su ultramarina importancia. Esta medida la estaban ya reclamando nuestros intereses comerciales, intereses de nacionalidad y altas miras de gobierno. Por ella, ha clamado constantemente en la prensa el director de esta Revista, a favor de ella, consagró hace poco uno de los artículos adicionales de su proyecto de gobernación cubana que copiaron casi todos los periódicos tomándolo de La Patria, y por ella últimamente deben (se lee deven) felicitarse con el mismo, cuantos no han dejado de inculcar esta necesidad en público y privado. 

Así dice el decreto:

Presidencia del consejo de ministros. 

Real decreto. 

Haciéndose cada día de más apremiante urgencia y de mayor necesidad dar a las comunicaciones de la Península con las posesiones de América toda la facilidad que reclaman las relaciones oficiales del gobierno y las particulares del público, conforme con lo que me ha expuesto el presidente de mi Consejo de ministros, de acuerdo con el parecer del mismo Consejo, vengo en decretar lo siguiente:

Artículo 1.° Se concede al ministro de la Gobernación del Reino un crédito extraordinario de diez millones de reales con cargo a la sección séptima del presupuesto de gastos de este año, destinado a la adquisición de dos buques de vapor, con objeto de establecer por este medio el correo de la isla de Cuba.

Art. 2.° Para atender a este gasto el ministro de Hacienda negociará a cargo del Tesoro público la anticipación de fondos necesaria reintegrable en el año próximo de 1851, en cuyo presupuesto de gastos será comprendida para el efecto. 

Art. 3.° El gobierno presentará a las Cortes en la próxima legislatura el oportuno proyecto de ley conforme al artículo 27 de la de 20 de febrero último. 

Dado en Palacio a 2 de agosto de 1850. - Está rubricado de la real mano.  

- El presidente del Consejo de ministros. -  El duque de Valencia.

Cabalgando en alas del pensamiento, atravesemos ahora de un salto el Atlántico para cerrar esta crónica hablando de nuestra península. Desgraciadamente aquí no hay sucesos que referir, o mejor dicho hay uno que los absorbe todos, las elecciones, pero que son para nosotros terreno vedado. 

Limitémonos por lo tanto a consignar aquí que por ocuparse de ellas, nadie piensa de los preparativos para la expedición a la Habana que se prosiguen con la mayor actividad, ni en la próxima promoción al cardenalato de los arzobispos de Toledo y Sevilla, ni en el nombramiento de un camarero secreto de S. S. con que se agraciará a un prelado español, ni en el Eolo del Sr. Montemayor que está casi concluído y en disposición de surcar los aires, ni aun en la manga de fuego anunciada y que hasta ahora no fue más que una manga de frío, mal que les pese al calendario y al astrónomo gaditano. 

De diversiones nos encontramos bastante escasos, pero en cambio las que tenemos son... malas. Los cuadros vivos que no podían soportarse han sido sustituidos por otros mejores; el circo de Mr. Tourniaire no ofrece novedad, 

y los conciertos de Mollbert, aunque buenos, varían muy poco. ¡Ah! Cuándo se abrirá ese teatro Real que costará 46 millones de reales después de concluído, y que tiene además del salón de espectáculo, uno de baile y 8 de descanso; depósitos de agua, gabinetes de tocador y de lectura, pasillos de escayola, colgaduras de damasco (,) techos pintados por Balbrun, maquinaria a la francesa, 90 profesores en la orquesta, 5 o 6 directores, 60 coristas de ambos sexos y otras mil preciosidades que sería prolijo enumerar! 

Para sostener este lujo y la compañía que según indicamos en nuestro último número debía trabajar en él, no falta más que una cosa: 2800 personas diarias que paguen los gastos. 

A.U.


SECCIÓN POLÍTICA. 

LA ISLA DE CUBA Y SUS DOS NUEVAS AUTORIDADES. 

Pocas veces liemos tomado la pluma con más gusto que hoy, al principiar este artículo: que él ofrecerá a nuestros hermanos de Cuba el móvil plausible que nos dirige al extenderlo, y cuyas líneas serán como los hilos eléctricos que transmitirán para su esperanza el justo concepto que nos inspiran, o por sus ideas o por los particulares actos de su vida, las dos superiores autoridades que cada una en su ramo deben principiar a dirigir dentro de poco los respetables destinos de aquella retirada isla. Hablamos del nuevo capitán general que se designa para esta, el Excmo. señor Don José de la Concha, y del obispo recientemente nombrado para su parte oriental, el Illmo. Sr. D. Antonio Claret y Clara (¿os ha quedado claro?). 

Mas sólo nos ocuparemos por hoy del primero. 

Gran contento recibimos con relación a este, cuando leímos en los varios órganos de la prensa algunas de las bases bajo que iba a tomar la capitanía general de Cuba, y mucho más cuando hemos tenido el honor de comprobar cerca del propio los pensamientos alzados que este general abriga, respecto a la suprema y delicada gobernación que se va a poner a su cuidado. Y mucho se engaña quien crea, que nos expresamos tal vez así por rendir un tributo de debilidad que excluye la dignidad de nuestro carácter, y que más que todo ha rechazado siempre la severidad de nuestros principios. Sí: más amante de estos y de las leyes que de los propósitos de los hombres, no por eso desconocemos en este caso lo que influye en nuestras posesiones de Ultramar el personal del jefe que las manda, y lo que desgraciadamente puede influir el de otros muchos de sus empleados (1). 

La isla de Cuba regida hasta el presente por una organización administrativa o por una falta de ella en que en lugar del cuerpo lo a institución se encuentra sólo el buen deseo del jefe o del empleado; a juicio de nuestros lectores queda cuál será la trascendencia del carácter, las ideas, las propensiones y las demás cualidades que puedan adornar o faltar tal vez al encumbrado dignatario que representa sobre todos el alto principio de las leyes y de la unidad nacional. Los pueblos así constituidos, no hay que olvidarlo, o invocan un padre o encuentran un padrastro; tales son las situaciones de una familia respecto a su jefe o cabeza natural, y tales son también las de un gobierno cuando no está contrapesado por la división de ciertos poderes y la intervención de ciertos cuerpos, no digamos políticos, sino administrativos. En estos gobiernos, o se disfruta de un reposo benéfico y de unas relaciones verdaderamente paternales entre los súbditos y los gobernantes, o se deja sentir por el contrario todo el descarnado peso de la índole de estos últimos, sus impulsos de amor propio, sus intereses y pasiones.

(1) Hé aquí cómo se expresaba hace tiempo el señor de Morón doliéndose del personal que por lo común se empleaba para la administración de estos distantes países: "Si enviamos a gobernar a aquellos dominios a los que van a especular con sus destinos o a los que no encuentran una colocación honrosa y lucrativa en la Península... pronto recogeremos los amargos frutos de nuestra imprevisión y de nuestro abandono." (Revista de España e Indias.) 

No cabe en esto medio, y tres años de residencia por aquellos países, tres años de viajes, de observación y de estudio que ilustran más que 24, nos dan derecho a creer que nuestras palabras deben ser entendidas. Por fortuna, pertenece a nuestra justicia no ocultarlo aquí. Todos los capitanes generales de Cuba sin distinción de tiempos ni opiniones, todos se han señalado más por el mal que han dejado de hacer, que por el que han podido ostentar entre sus muchas facultades. En este sentido es, pues, en el que nos congratulamos con la elevación de ideas que respecto a la moralidad pública y otras necesidades de aquel país hemos tenido la ocasión de comprobar cerca del jefe designado para sustituir a el digno general Roncali. 

Los periódicos han hablado de las condiciones con que el Sr. D. José de la Concha ha tomado este alto puesto, y nosotros no podemos menos de repetirlas. Nada de emolumentos para su persona, y sí un sueldo proporcional a su categoría; llevar la moralidad, hasta donde sea dable, entre todos sus funcionarios: consultar los intereses de la madre y de la hija, y proponer lo mejor en su justicia y en su administración. No es esto un programa detallado: pero son las tres anchas basas sobre que ya debe descansar toda la administración cubana. Y decimos esto, porque los siglos no corren en vano, y así como las olas del mar no se separan de la playa sin dejar sobre sus arenas el cieno y los destrozos que una sucesiva agitación les lanza, así los tiempos no han podido menos que dejar en Cuba muchas cosas por enmendar que enmendarse necesitan, y han sembrado también otras que el desarraigarlas urge. Haya lo que apetece este general, reine al fin la moralidad, la justicia y una administración ilustrada, y Cuba nos pertenecerá, porque nos pertenecerán de corazón sus buenos hijos, a despecho de esas invasiones y de esos nuevos ingleses, que como sus padres, nunca han consultado en ella el mejor bien de sus habitantes, sino la posesión material de sus grandes elementos y el mayor goce y disfrute de su sola raza (1). 

(1) Cargos severos dirigió a la cámara de los comunes el célebre lord Chatacum cuando los ingleses la evacuaron en 1763 después de haber tomado la plaza de la Habana y no todos los puntos de su interior, a pesar del tiempo que dominaron sobre su capital. El nombrado orador les decía a los ministros de la cámara "que ya que habían cometido aquel error, aún era tiempo de que pudieran posesionarse de cualquiera otro punto de la isla para formarse allí un establecimiento”. 

¿Y cuál ha sido la época en que el gobierno de S. M. fija con más detención su vista sobre esta isla, llamada a ser según nuestra exploración y estudios el importante reino de las Antillas? Hé aquí un punto que reclama no poco nuestra atención para considerar con el historiador y el filósofo los singulares destinos que ha tenido en su desarrollo social y gubernativo esta privilegiada isla. 

Son muy notables por cierto: desde el principio de su existencia, cada una de sus desgracias propias o de las extrañas que a su alrededor han sucedido, cada una de ellas ha sido un motivo eficaz para llamar la atención de la Metrópoli, y de cada una de sus fatales crisis ha surgido otra más benéfica y más conforme a su desarrollo y prosperidad. Tales son las páginas de su historia. Como olvidada permaneció hasta bien entrado el siglo XVIII sin ser antes más que un punto de escala para aquel nuevo continente que entonces poseyéramos; y fue preciso que los ingleses la tomasen como ya queda indicado, para que el supremo gobierno tornase en vigilancia el olvido completo con que hasta ahí la tenía. Mas después de este desastre y de las instrucciones que llevó para evitar otros nuevos el memorable conde de Riela al tomar su mando, sólo entonces se reconoció su importancia militar, y sólo entonces se pensó en su fortificación y se ocurrió a su policía. Esta estaba tan abandonada, que cuando llegamos a sus costas en 1846 y echamos de ver lo que todavía le resta después de tantos años transcurridos, nos pusimos a reflexionar ante las rápidas mejoras de su capital más especialmente de 15 años a esta parte, qué aspecto no presentaría antes de la llegada del nombrado conde, cuando por bando de buen gobierno se mandaba escombrar sus calles hasta de las tunas silvestres que su tránsito ofuscaban (1).

(1) La cronología de nuestro amigo el señor la Torre fija esta época del chapeo en 1572.

Pues si su fortificación y el mejor servicio de los ramos interiores se debieron a este suceso, ya hemos indicado en una nota de nuestro número segundo, que otros militares sobre la Luciana fueron también la sola causa de las primeras medidas económicas que allí se dispusieron a favor de esa libertad de comercio, que es el mayor bien que hoy disfruta, y que fue conquistada desde entonces con una ilustración y constancia que hace tanto honor al reinado en que se recabó, como a los entendidos funcionarios que supieron sobreponerse con su constancia a los obstáculos que le oponían la restricción y el monopolio, el interés y la preocupación, la ignorancia y la rutina.

No le ha sucedido menos en el desarrollo de su cultivo agrícola, y la pérdida de Santo Domingo favoreció en esta parte todo el adelantamiento de sus variadas y afamadas fincas. Su población y sus capitales se acrecentaron a la par con la pérdida de Nueva Orleans y la de nuestros restantes dominios en 1824. La misma fiebre de don Miguel Tacón respecto a opiniones y política, produjo el bien de su corregimiento para una capital donde el puñal se llegaba a blandir como un mal ya casi crónico a la propia luz del día. 

Pues bien: la isla de Cuba acaba de ser criminalmente invadida, y según estos precedentes y las ideas que con este motivo ha manifestado al gobierno de S. M. su nuevo capitán general, tal vez le espera una nueva crisis, pero crisis benéfica y moral, que entre su bien material desea. Defendida en efecto por un ejército atendido y disciplinado cual pocos; demasiado amante de su orden interior, ante el medio millón de esclavos que entre su organización se encarna; productora cual pocas en su azúcar y en su único tabaco; reina de la contratación y el crédito, de la libertad mercantil y del movimiento comercial, cosas todas que desaparecerían, como se han resentido ya al sólo amago de su influencia; sólo malos patricios y peores españoles pueden desear la satisfacción de estas necesidades morales, tratando de imponerlas con la invasión y las armas. Sus buenos hijos, los hombres moderados y justos, su generación caballerosa, los que abrigan todavía tradiciones, costumbres, hábitos y un gran afecto español, expondrán sólo, pedirán, desearán que se inspeccionen y se remedien sus males interiores y administrativos, pero nunca pondrán en peligro el orden, jamás favorecerán con sus indiscreciones las ambiciones extrañas, convencidos de que todo se puede conseguir sin necesidad de estos medios tan caros cuando se invoca la justicia y no se olvida la mutua conveniencia de todos los que pertenecemos a una patria común. Pues a estos hombres sensatos, a estos fieles españoles, a estos cubanos discretos y entendidos, a estos nos dirigimos hoy sin temor de revelarles que el joven general sobre quien van a pesar tan elevados destinos no puede participar, en virtud de las ideas que ya ha manifestado, de otros sentimientos no menos dignos. Aunque educado en los campos de nuestra pasada guerra; como jefe civil, él sólo se acordará allí de las armas para con los invasores y los que como ellos traten de disputar con la fuerza la dignidad y los derechos de la España. Es verdad que el gobierno de S. M. pone bajo su mando nuevas tropas y que se dedicará como general en jefe a proponer un plan completo y un sistema de defensa: pero pesando sobre él mismo tanta responsabilidad, y a la vista de los que comprometerla procuran, ¿cómo no aceptar los únicos medios con que se consigue al menos aquello de si vis pacem para bellum? Por lo demás, demasiado advertirá ya colocado al frente del pueblo cubano, su índole dulce y pacifica: demasiado conocerá que los descontentos sólo invocan los abusos, y demasiado alcanzará qué contraste no forman algunas disposiciones de su orden interior con los adelantos de su civilización y de su gran riqueza. Sí, su acción será más administrativa que guerrera; y olvidando la espada para empuñar el bastón del magistrado, demasiado importante es el pueblo a cuyo sosiego y dicha va a aplicar sus talentos, para pensar en otros que en los del hombre civil. Alcanzado en temprana edad por esa exterioridad con que fascina la autoridad del campamento y el mando de las armas, ya ha tenido tiempo en ella para no estar aún bajo las impresiones de su estrepitoso brillo. Allí, más pensador y reposado, las paredes de su despacho le ofrecerán la imagen caballerosa de sus antecesores y entre ellos la del general don Luis de Lascasas, el gran Federico de aquel país, su gran administrador, aquel cuyo retrato saludábamos con cierto respeto en cuantas fundaciones benéficas y literarias conserva hoy su capital (1). 

(1) Bien necesitaba su memoria en la isla de un monumento que la perpetuase, y por nuestra suerte, en los últimos meses de nuestra permanencia en aquel país se nos concedió el que presenciásemos esta justicia. El gran puente que se va a echar cerca de la capital sobre Arroyo Arenas, llevará en adelante su nombre, y hé aquí lo que contribuyó a la reparación de este olvido. Asistía el conde de Alcoy a una de las sesiones de la junta de fomento y al tratarse de dicho puente, se propuso llevase el nombre de Alcoy, proposición que es allí muy común respecto a los que inspiran y mandan. Uno de sus individuos tomó entonces la palabra y llamó la atención sobre el olvido que sufría el nombre de D. Luis Lascasas. Al siguiente día y al leerse el acta del anterior, el Sr. conde de Alcoy con un pundonor que le honra, no quiso admitir el obsequio, y propuso se refiriese al ilustre nombre del recordado Lascasas, ¡Prez a su discreción! Honor al patricio que tomó en esto la iniciativa! Las virtudes civiles del general Lascasas reclamaban este reconocimiento. ¡Desgracia que no se animasen también sus cenizas, para que recibieran hoy lágrimas y bendiciones! Hasta nosotros arrojaríamos nuestra pluma para inclinarnos como hijos de la España, ante el que tan benéfica y dignamente representó este nombre sobre aquellas costas.  

Él por último, trocará sin dificultad las aspiraciones del militar por las del hombre de Estado, y poseído de que le resta otra palma más pura que recoger, cual es el amor de un pueblo y el buen nombre de su patria, reunirá los ánimos hacia el ídolo de nuestra nacionalidad, no conocerá ante la justicia distinción ni clase, y propondrá en la administración lo que reformarse deba, personificando de este modo una época de concierto y de sistema, así como otros de sus sucesores se han llevado el renombre de las que dominaron, ya ofreciéndole su amparo material como el conde de Riela; 

ya su orden civil como el respetable Lascasas; ya su seguridad y su interior policía, como el severo Tacón; ya su posterior ornato, como los demás sucesores. más satisfechas ya todas estas necesidades, tan indispensables en la existencia de un pueblo culto y civilizado, restan por llenar todavía otras no menos necesarias y más altas tal vez en su gran desarrollo moral. No desaprovechará por lo tanto este campo, que está por recoger, la ambición noble y desinteresada de este distinguido general, siendo demasiado joven para no sentirla. Nosotros así lo esperamos, si bien nos permitirá recordarle que para conseguir esta gloria tan alta, tan cívica y tan pura, no debe perder de vista aquellas palabras que pone Florián en boca de su héroe Numa, cuando ya hecho Rey así decía a la invisible divinidad de Arais en el bosque de Egeria: "Cuando he hablado de corregir varios abusos, me han dicho que eran necesarios y que de su supresión resultarían males mucho mayores. Por otra parte aquellos que podrían coadyuvarme a hacer el bien, tienen interés en que el mal subsista." Esto mismo le repetirán allí espíritus interesados y acaso le llegarán a cohonestar esta necesidad tan triste como el solo medio de conservar la fidelidad y la unión de aquel país por España. ¡Tan igual es siempre el mundo! Hoy mismo al pulsado y al digno general Roncali que con tanta dignidad y aplomo acaba de dar cima a los asuntos delicados de una cuestión internacional; este propio general es allí tildado por ciertos hombres de débil y de tibio, porque supremo dignatario de un gobierno que a sí propio se respeta, no ha llevado a estos asuntos la precipitación y el atolondramiento, la fuerza y las inconsideraciones de un gobierno efímero o ilegítimo. ¡Hasta tal punto pueden cegar las pasiones y el móvil innoble de un interés personal! Confiamos sin embargo que la sagacidad de su sucesor penetrará un día estos caracteres por esta extraña experiencia, y esperamos de la elevación de sus ideas, que odiará los bandos, que todo lo dedicará al bien santo de la unión, sin que dé cabida jamás a los que para adularle le hablen de carácter, de fortaleza y de la inflexibilidad que debiera desplegar allí contra todo el que se quejase siquiera (1). 

(1) Estos partidarios fogosos, no debían olvidar por quién se consumó la pérdida de Venezuela y por quién se salvó Cuba en 1824. Monteverde regularizó las prisiones y los cadalsos, y Vives desarmó a los bandos y a los clubs con su política y templanza. Que tengan presente la carta autógrafa del general Murillo que tiene en Cuba el teniente gobernador que fue del mismo país don José Hisla (Isla) y que sirvió a sus órdenes inmediatas. Aquel, desengañado del sistema del terror, escribió a este: “estoy convencido de que ciertos pueblos se gobiernan mejor con el sombrero que con la espada.”

El general Concha será allí inflexible para con los que guerreen en sus plazas y en sus costas: fuera de esto será todo un magistrado civil, porque altos magistrados civiles fueron los que, como él, han pasado de la rigidez de la milicia a los trabajos del bufete. No era por cierto el gran Gonzalo de Córdova como virrey de Nápoles, el propio hombre que había mandado como guerrero nuestros invencibles tercios. De él dice Brantome: "la reputación de Gonzalo está fundada en sus hazañas militares; y sin embargo, su carácter parecía bajo diversos aspectos más adecuado para los negocios tranquilos y cultos de la vida civil. En su gobierno de Nápoles desplegó mucha discreción y muy buena política."

La Inglaterra nos da hoy mismo este ejemplo: los hombres que al frente de sus colonias coloca, estos hombres disponen en nombre de su Soberana de todos los jefes militares y de todas las fuerzas que las guardan; pero jamás 

cuentan con ellas como un medio de gobierno. En vez de ser militares, siempre son hombres de Estado los que a estos destinos llegan. "El destino de gobernador general (decíase en la comisión de su parlamento en 1822) se ha desempeñado comúnmente por un noble de elevado rango y carácter, que en algunos casos ha ocupado altos destinos de Estado en Inglaterra, quien trasladándose a la India con las cualidades de un hombre de Estado inglés, tiene allí los medios de adquirir un conocimiento personal del país y pueblo a quien se le ha enviado a gobernar, y los sueldos del gobernador general y de los gobernadores y miembros de los consejos tanto del gobierno supremo como de los subordinados, se han fijado bajo una escala muy amplia a propósito, no al carácter de nuevos agentes ejecutivos, pero sí a la grandeza de la confianza que se deposita en ellos y peso de su responsabilidad (1)." Por fortuna, repetimos para concluir, vemos que uno y otro extremo se va ya a realizar en una de nuestras posesiones ultramarinas con el motivo del nombramiento de su nuevo capitán general. ¡Que él, pues, lleve allí por divisa la propia que se impuso como virrey de Nápoles el ya nombrado Gonzalo: “Ingenium superat vires (2)." 

(1) Roverto (Robert) Montgomery y Martin sobre las colonias inglesas. 

(2) Este jefe tomó por divisa una ballesta movida por medio de una polea y con semejante mote, mote que como dice Brantome era muy característico de un genio, que fiaba más en la política que en la fuerza y en las empresas aventuradas. 


ESTUDIOS COLONIALES. 

ARTÍCULO TERCERO. 

CONTINÚAN LAS CONDICIONES QUE HAN DE GUARDAR LAS COLONIAS CON SUS METRÓPOLIS PARA SU MEJOR CORRESPONDENCIA Y SU MÁS DURABLE UNIÓN. 

Importancia de la marina de guerra. - Males que pueden ocurrir a su falta.  - Olvido criminal de nuestras pasadas administraciones sobre este punto.  - Recuerdo de otras mejores. - Inutilidad de las fortalezas en las islas sin este gran elemento. - Otras consideraciones. - Qué clase de fuerzas convendría más a nuestras Antillas. - Cuál en el interior de nuestra gran isla de Cuba. 

Si la proporción de las partes con su todo, si la marina mercante para conservar este todo con sus partes, si la población para las expediciones, si los ejércitos para las plazas y los sitios, si los aprestos en fin deben estar en proporción de la grandeza y recursos que guarden las Metrópolis con sus colonias; las escuadras, sobre todo, son las que más las fomentan y las guardan, ya se atienda a su distancia, a sus particulares necesidades, o a los lazos comerciales que las identifican y acercan. Y ¡qué inmenso no es este último medio! Es tan grande, que a esa Inglaterra a quien hemos acabado de presentar tan desproporcionada con las muchas que posee, sus navíos le suplen esta falta, y las guarda más eficazmente que con sus regimientos, impidiendo en ellas el bloqueo, al mismo tiempo que lo ejecuta por sí en las Metrópolis o colonias de sus enemigos, con lo que les quita a la vez la facilidad de todo auxilio y comunicación. 

Los Estados por lo tanto deben estar posesionados de estos establecimientos en razón de su población y de su poder, y no tanto del que conservan con sus ejércitos, como del que ofrezcan sobre los mares y con la fuerza de sus escuadras. La marina es también el más poderoso elemento para que sea constante la unión de estas hijas con la madre, con la madre que las protege, con la que las defiende, con la que jamás les deja interrumpir sus diversas y multiplicadas relaciones. ¿Y puede conseguirse todo esto por la España sin una gran marina? De modo ninguno. A posesiones como Cuba y Filipinas podrán interesarle poco, por su posición y distancia, los repentinos cambios de nuestra política militante: verán tal vez con indiferencia sus disposiciones ministeriales, tan extrañas hoy a su excepcional estado: ¿pero cómo podrán prescindir de la interrupción que les causara el desmán de una guerra extranjera por la que quedasen privadas aun por corto tiempo, de la facilidad de comunicarse, ya con la Metrópoli, ya con los demás pueblos, esa facilidad en la que libran su riqueza y su subsistencia primaria? ¿Qué es entonces de sus habitantes, sin la marina de una nación que les impida su encierro y su bloqueo por otras? ¿Qué va a ser de sus fortunas, el día que, interrumpidas sus comunicaciones comerciales, no puedan trasportar sus productos o cambiarlos por los que necesiten? Todas las plagas de la tierra serán entonces para sus habitantes, tan desgraciados ese día como hoy aparecen felices y opulentos. Y si este estado se alarga, si esta incomunicación por gran tiempo se refuerza, ¿qué será de la adhesión y de la más acrisolada fidelidad hacia su Metrópoli, puesta a la prueba de los descontentos de adentro y de los sufrimientos de afuera?

Sitiadas en este día, estrecharán su bloqueo, las invadirán, les ofrecerán otro protectorado, y en su desamparo, entre la ley de la necesidad y los impulsos de su adhesión, la primera debe ser más atendida, caso que su fidelidad fuera extremada. ¿Y si no lo fuese? Su grito interior correspondería tal vez en este caso a los brazos que le tiendan de afuera. Su proceder podría ser poco fiel, nada heroico, forzoso tal vez; pero su resolución no sería por ello menos decisiva. Cuando así nos expresamos, no lo hacemos fundados en próximos temores; lo hacemos, sí, como hombres previsores no perdiendo de vista todas las contingencias del porvenir, pues que lo pasado nos releva 

de toda clase de pruebas, de amargas calificaciones y de juicios indiscretos. Presentamos la cuestión bajo todas sus fases, con franqueza, sin ambages, con toda la lealtad de nuestros sentimientos. ¿Y podremos nunca sin una marina respetable adelantarnos a este apoyo moral y material que extraños interesados podrán ofrecerles? Es triste, pero debemos confesarlo; hasta hace poco se ha olvidado por la España, o por mejor decir por los que la han representado, el segundo axioma de que “las colonias no se custodian con fortalezas, sino con navíos, y por una comunicación habitual con sus Metrópolis. Si a esto se agrega la disminución de nuestra armada en los últimos tiempos de un monarca que, porque lo deslumbraban con una costosa guardia, quiso enviar al atrabiliario Barradas (1) 

(1) Nuestra imparcialidad, sin embargo, nos manda hacer aquí esta salvedad. Ni el ministro entonces de la Guerra Zambrano, ni el general Vives pudieron suscribir sino en fuerza de su obediencia al descabellado proyecto que propuso al Rey este jefe. “Si V. triunfara, le dijo un día Vives señalándole el retrato de Cortés, si V. diera algunos resultados sobre su plan, sería V. un hombre más grande que este." ¡Tan imposible le parecía que con 3.000 hombres ya en nuestros tiempos pudiera sólo ni parodiarlo! ¿Y de quién creerán nuestros lectores que se valió Barradas para que el rey Fernando VII tomase tanto empeño a favor de su plan y su persona? De un pobre, de un ignorante jardinero de aquel monarca. ¡De tan oscuros personajes pende a veces en las monarquías absolutas el bien y el mal de los Estados! 

para unir la sangre y la pérdida de aquella expedición al sinnúmero de los sacrificios que han venido desgarrando el seno de la España; ya se concibe el criminal intento o la estúpida gobernación de los que en tan fatal reinado no cuidaron más que de amontonar los cascos de los buques con las ruinas de los astilleros. ¿Pero cabe mayor ceguera? Querían hacer valer sus derechos y renunciaban los medios con que debían apoyarlos. Querían tener súbditos vencidos, y no tomaban en consideración su número. Veían que había un océano por medio y dejaban arruinar los únicos puentes con que podían salvarlo. Abandonaban la marina y se creían fuertes entre las ostentosas músicas de sus regimientos. En cambio, ¡insensatos! dejaban podrirse bajo las ondas navíos de ciento doce cañones! (1)

(1) Los navíos San Carlos, Santa Ana, Príncipe (de Astuirias), conde de Riela y otras fragatas echadas a pique, y de los que hemos visto algunos cascos a flor de agua en la baja marea en la bahía de la Habana por el frente del edificio antiguo de su factoría de tabacos, hoy hospital de San Ambrosio. Más de una vez al descubrir sus restos por entre las aguas de su baja marea, nos hemos poseído del sentimiento que nos inspiraban estos restos y sus grandiosos recuerdos, y lo poco que se ha hecho para extraer y aprovechar estos cascos con el auxilio del arte y con los resortes que hoy ya se conocen para conseguirlo. 

En estos últimos tiempos se ha querido suplir con millones de millones de pesos gastados en fortalezas, como la de San Carlos de la Cabaña en la Habana, la inferioridad de nuestra marina de guerra. Mas seríamos injustos si prescindiéramos con este aserto del hermoso reinado del señor Don Carlos III, esa brillante era, en la que la vida nacional se sentía por todas partes, y en la que el marqués de la Ensenada levantaba arsenales como el asombroso del Ferrol, uno de los primeros del mundo. Sí; inconquistables eran entonces aquellos fuertes, cuando a la magnificencia de los que se levantaban cual los ya nombrados de Cuba y de San Cristóbal en Puerto Rico, se reunían los muchos navíos de línea que las hacían respetar. Pero ¿de qué hubieran servido estas mismas fortalezas en el reinado del señor don Fernando VII (como aconteció con las que teníamos en el continente americano), y de qué nos servirían en el reinado de la segunda Isabel sin el apoyo de una gran escuadra? ¿De qué pueden valer hoy las baterías del castillo de la Punta en la Habana, la del Morro y la de los Apóstoles vomitando fuego y metralla por la oposición que pueden hacer en un solo punto de su entrada, cuando con rápidos buques y sufriendo alguna o mucha avería, vayan a situarse estos al fin, bajo el humo de sus propios cañones? Ah! ¡De cuan poco nos valió en 1756 el valor inmarcesible de un Velasco sobre las ruinas del volado Morro, y el honor inmortal de un Márquez González exhalando su postrer suspiro, abrazado al pabellón español!... Tanto valor, gloria tanta, una lealtad tan acrisolada se eclipsaron al cabo ante las tremendas baterías del navío de tres puentes el Cambridge que llegó a anclar bajo los mismos fuegos de aquel fuerte; y la fiel y la heroica Habana fue presa al fin entre las garras del leopardo inglés.

Y sin embargo, (rubor nos causa el consignarlo, pero ya pertenece a la historia) en nuestros propios días he visto una exposición a S. M. de un ministro de la Guerra pidiendo la preponderancia de la fuerza terrestre, 

fundándola en la necesidad de que “la monarquía se presenta al mundo tan grande y fuerte como en tiempo de los Cides y Gonzalos.” Son sus palabras. ¡Como si no hubiese sido más gloriosa y respetada con los Juanes de Austria, los Bazanes y los Navarros, generalísimos de nuestras armadas, 

cuando el nombre español volaba por todos los mares, y cuando nuestros almirantes de mar hacían olvidar la estéril y aristocrática dignidad de los de tierra en la Vieja Castilla! No se expresaba así uno de los hombres más grandes que ha habido en el mundo, cuando dirigiéndose a la nación que fundaba y deseándole la preponderancia marítima que ya ha alcanzado, así decía: "Para un comercio activo exterior es indispensable la protección de una fuerza naval. Esto es manifiesto con respecto a las guerras en que se halla empeñado un Estado como parte; pero además sabemos por nuestra experiencia, que la más sincera neutralidad no es una protección suficiente contra las depredaciones de las naciones en guerra. Para asegurar el respeto a una bandera neutral se necesita una fuerza marítima organizada y pronta a defenderla de insultos y ataques." Así se expresaba el inmortal Washington despidiéndose por última vez de la legislatura nacional en 1796 en su discurso a la cámara del Senado; y sus últimos consejos los aprovechó tanto su pueblo, que hoy es la grande nación del continente americano, y entre otras muchas causas, por su gran fuerza naval (1). 

(1) En un número del Merchants Magazine ha escrito Mr. Launan de Pensilvania un artículo comparativo de las marinas de todas las potencias, y hablando de los Estados Unidos así dice: "La marina de los E. U, que comenzó en 1775, habiendo ordenado Washington que se equipasen dos goletas en Beverly (Massachussets) para el transporte de provisiones y útiles de guerra, y que en ese mismo año se componía de una flotilla de cuatro goletas, es hoy la cuarta en rango. El número total de buques del gobierno de todas clases es 77, que armados montan 2345 cañones y emplean una fuerza de 8724 hombres." 

Sin embargo, este ramo del servicio público no ha aumentado en las mismas proporciones que las fuerzas navales de otros países, si bien ha ido gradualmente adelantando con el comercio. Hoy la marina de guerra de los Estados Unidos es la cuarta en rango, y precede con la mercante a la Francia y a la Rusia, yendo casi a la par con la Inglaterra. 

Si pues no se conciben colonias sin el comercio que las sostiene, ni el comercio sin la marina mercante que lo acrecienta, ni la mercante sin la de guerra que la proteja, si ambas en fin no se improvisan (1); ¿cómo la España rica aún en las cuatro partes de la tierra con tan singulares despojos, situada en la más cumplida posición para el comercio; cómo la España, repetimos, o por mejor decir sus gobiernos, han olvidado hasta el día el resorte de su verdadera fuerza, de su verdadera dignidad, de su verdadera 

independencia? Sensible es conocerlo; pero nuestra pluma que siempre se ha movido por los impulsos de un corazón todo español, nuestra pluma severa siempre ante esta falta con todas las administraciones de muchos años a esta parte, cualesquiera que hayan sido sus diferentes principios 

políticos, nuestra pluma pretendió revelarlo ya por la prensa en 1845 en el extenso artículo que reproducimos a continuación por documento (2), y al que remitimos al lector, para no repetirnos con cansancio.

(1) Puede improvisarse la de guerra con clases de la mercante: pero no con conscriptos (reos) como lo hace la Francia, los que a pesar de su instrucción, jamás llegan a ser buenos marinos. Lo primero lo hace la Inglaterra.

(2) Véase el documento que sigue a continuación. 

Mas todos estos precedentes nos han traído como por la mano para que indiquemos ya aquí algo sobre la cualidad y las circunstancias de las fuerzas que más convendría sostener en nuestras Antillas, para ponerlas al abrigo de esas recientes intentonas de invasión que se acaban de efectuar sobre nuestra gran isla de Cuba. Nosotros en ese caso sin desechar el concurso de la terrestre, nos declaramos por la preponderancia de la marítima, y más admitiríamos los sacrificios de esta que no el peso de aquella, que aumenta los consumos sin hacer lo propio con los medios de procurarlos, cuando la marítima viene a ser como el esfuerzo natural de la prosperidad y el comercio de estos pueblos. De lo contrario, cualquiera de estas posesiones, según las compara un escritor militar, es como un gran castillo arruinado que con un solo reducto en pie tendría muchos puntos atacables y uno solo defendible. ¿Y cómo guarnecer dilatadas costas con una guarnición correspondiente y contra un enemigo que une a la facultad de dividirse la de desembarcar por el punto menos pensado, cual se acaba de ver ahora en Cárdenas, enemigo que puede además desvastar (desbastar) el país antes de recibir un encuentro? ¿Y que si a pesar de ser rechazado, siguen incomunicados con sus buques los habitantes? Ya lo dejamos dicho y de ello volvemos a deducir, que las colonias aisladas como las que tiene la España, no se guardan con un excesivo ejército, sino con fuerzas sutiles y con una proporcionada escuadra.

Así lo conocieron nuestros padres desde el principio de sus descubrimientos, creando en cada uno de los puntos que se apropiaban una corta fuerza de soldados que más bien era una guardia del gobernador, y fiando su verdadera defensa a los bajeles, carabelas o navíos de aquella época. 

Siempre ellos creyeron que estos pueblos debían defenderse por si en caso de un inesperado ataque, y que la marina era la que debía prestarles toda clase de protección en sus crisis y eventualidades. Mas luego que la concurrencia del comercio extranjero se valió también de estas propias fuerzas para apartar sus bajeles, ya entonces levantaron los castillos y fortalezas y crearon para sus recintos compañías y guarniciones sueltas, cuyos capitanes llamados como el de la Habana castellano del Morro, eran casi independientes de las funciones del gobernador. ¡Fatal sistema enmendado después (1), 

(1) Cuando en 1589 llegó a la Habana el maestre de campo don Juan Tejada, su primer capitán general; además de su título, presentó al cabildo otro real despacho, en el que el rey haciendo relación y causa de las discordias padecidas entre el gobernador Luján y el castellano Quiñones, sus inconvenientes y daños, determinaba que en Cuba hubiese una sola cabeza a quien en todo lo de justicia, gobierno y guerra estuvieran sujetos sus habitantes.

Con este motivo debemos decir aquí que se equivocó por lo tanto Humbolt, cuando en su capítulo 2.° del ensayo sobre la isla de Cuba asienta en la página 95 que el primer gobernador que se tituló capitán general fue don Pedro Valdés. El primero como queda dicho con título tal, fue el maestre de campo don Juan Tejada.  

aunque siempre quedó como al presente con cierta excentricidad el mando de la defensa marítima, siendo así que esta con la terrestre no puede menos que combinarse en posesiones como Cuba, y depender ambas de un solo pensamiento, de una acción misma y de una responsabilidad única! Pero volvamos a la cualidad y procedencia que han de tener las guarniciones de estos pueblos.

Varios han sido los sistemas que ha habido hasta aquí. Nuestros padres tuvieron regimientos fijos. Los ingleses tienen un sistema misto (mixto), y se valen de milicias de color y de otros cuerpos que por periodos revelan. El de nuestros mayores ofrecía todos los inconvenientes que son anejos a tropas 

sedentarias, los matrimonios, la mayor facilidad para entregarse a las especulaciones, la propiedad y los goces que relajan los móviles del servicio, los lazos todos de una disciplina rígida. Mas el sistema del relevo no deja de tener también contras de mucha consideración por las bajas que sobrevienen a los cuerpos mermados por un clima inclemente, sus particulares enfermedades, los accidentes de la navegación, con los gastos de sus transportes. En virtud de todo esto preferimos el mixto, y porque en su caso, las tropas regladas, las de la Metrópoli, no descienden nunca al servicio de la policía interior, sino que dejan estas funciones mecánicas a sus regimientos de negros, quedando los de la Metrópoli en reserva sin contraer prevención alguna, y estando sólo prevenidas para el caso de una sublevación o una crisis grande en que hubiera que invocarse su intervención decisiva. Por todo esto nos agradaría el establecimiento de unas milicias rurales, las que a manera de nuestra guardia civil desempeñasen en las poblaciones y en los campos de nuestras Antillas cierto servicio que hoy hacen en las primeras nuestras tropas, o efectúan en los segundos sus establecidos habitantes, con gran perjuicio de sus ocupaciones, de sus intereses y de la agricultura en general. Por lo demás, bien sabemos que toda colonia es invencible defendida por sus propios hijos cuando están animados de un propio celo y de un mismo espíritu nacional; ¿pero puede contarse siempre con esta unión ? Hé aquí en lo que está el tacto y la previsión de los grandes gobiernos: hé aquí el bien que tienen que proporcionarles a toda costa haciendo que las leyes, la justicia y el afecto sea igual entre unas y otras, y que el espíritu y el amor nacional se sobrepongan a todas las divisiones del interior, a las seducciones todas del exterior y a las invasiones todas de afuera. 

DOCUMENTO 

A QUE SE REFIERE EL ANTERIOR ARTÍCULO. 

MARINA ESPAÑOLA. 

Cuadro general sobre su pasado, su presente y su porvenir (1). 

(1) Este artículo fue publicado en 29 de diciembre de 1845, época en que nos preparábamos para emprender nuestro viaje de exploración a la Isla de Cuba. No debe, pues, perderse de vista esta fecha para todos aquellos hechos de aplicación a que se refiere y que, si la tenían entonces, hoy no tienen ya la misma. Desde entonces acá se ha mejorado no poco la condición de nuestra armada, y la opinión es cada vez más favorable hacia la misma.

Diez y ocho batallones de marina cuestan al año, siete millones seiscientos mil reales menos que otros tantos de tierra. Cálculos del marqués de la Victoria, capitán general de la armada, en sus informes o discursos al gran Carlos III. 

Al finar hoy con este artículo en nuestras tareas periodísticas, por circunstancias personales y ajenas de esta publicación, recordamos el empeño que tenemos contraído en nuestros anteriores números de hablar con especial detenimiento sobre el principal elemento de la gloria y prosperidad de las naciones modernas... la marina. Doloroso es el estado en que se encuentra la nuestra: sin duda que nación ninguna podrá ofrecer en su historia contrastes más notables sobre las vicisitudes de su poderío unas veces, y de su decaimiento en otras; de su fortuna y adversidad, de su emporio y abandono. Hoy, pues, vamos a cumplir con esta deuda. Nos faltará la convicción que quisiéramos inspirar a nuestros razonamientos, nos faltarán los conocimientos especiales que deseáramos poseer sobre la materia: pero nos sobra amor por nuestra patria, y aunque desconocemos cuán tristemente podrá calificarse esta misma efusión en tiempos tan escépticos, nosotros lo confesamos: no porque ha caído más de una vez de nuestros ojos la venda de la ilusión y el desengaño, ha dejado su altar de tener prestigio para nosotros. Y disimúlesenos este desahogo: que el que un día le ofreció voluntariamente su juventud y su brazo, le sirvió después con lealtad en el mando, y le ha prestado el poco valor de su pluma desde que su razón se formara, permitido le debe ser el manifestar, que desde esta época dos cosas han llamado con preferencia su humilde pensar en el orden público: las quintas, la marina. Mas dejando aparte la primera cuestión, porque de ella nos ocupamos más seriamente para presentarla en su día cual nosotros la entendemos, entramos a hablar sobre lo segundo.

Ya otra vez con un objeto diferente hemos hecho esta observación. ¿Cómo es que la España, esta nación que cuenta esa costa tan inmensa, con 98 puertos habilitados, 55 de estos en el mediterráneo y 43 en el océano; que aún conserva en todos los mares y en las cuatro partes de la tierra preciosos restos de su pasado poderío, joyas inestimables de su antigua corona de dos mundos; cómo ha podido lucir un solo día en que sus hombres de Estado hayan perdido de vista el interés de su marina? ¿Cómo está nación que tiene provincias cuyos habitantes son de tanta disposición para la náutica, (1) 

ha prescindido así en diferentes épocas, por dilatados años, de este envidiado elemento en otras menos independientes por su posición exclusivamente terrestre? ¿Cómo la patria de don Juan de Austria, el pueblo que atesora los recuerdos de Lepanto, que llevó sus naves a un piélago ignorado, que hizo temblar un tiempo a la orgullosa Albión con la Invencible, que ha luchado con ella en nuestros propios días con más digna gloria que deseada ventura (2); cómo los hombres que se han encontrado (se lee enrontrado) al frente de este mismo pueblo, han abandonado así tan completamente este colosal poder de los presentes tiempos? Reflexión es esta que llama de por sí la atención del repúblico pensador, y que ha ocupado muchas veces la nuestra sobre las páginas de la historia, 

y más de una, a la vista misma de ese golfo cantábrico sobre cuyas olas nos ha parecido ver escritas las proezas de sus hijos y de sus esforzados navegantes. Pues allí, ante el espectáculo de aquel piélago cuyo fin no alcanzan los ojos, nos hemos absorbido también en la meditación de sus causas, y hemos creído poder señalarlas en los principios y en los hombres de nuestra propia historia. Abramos su libro para intentar probarlo. 

(1) Los mayorquines (mallorquines), los vascongados, los catalanes, siempre intrépidos v sufridos. 

(2) Aludimos al disputado sitio de Gibraltar donde el valor más aguerrido levantó en medio de las olas las baterías flotantes.

SU PASADO. 

Las alternativas del poder naval en España desde el reinado de Felipe II, han sido hijas de la exageración de los principios y de la debilidad de los hombres que han dominado esta sociedad. Siempre que el fanatismo religioso o político ha imperado, el poder de nuestra marina ha sido ninguno. Siempre que el favoritismo y la baja adulación han rodeado las gradas del trono, el esplendor de nuestra marina ha desaparecido. Por el contrario; siempre que una ilustrada razón ha presidido a los principios de la gobernación, siempre que los monarcas han sido sabios y dignos, nuestra marina ha sido fuerte y respetada. Apliquemos estos asertos a los hechos.

La casa de Austria va menguando en poder hasta tocar en el degenerado vástago del imbécil Carlos II. El fanatismo religioso llega a su punto: olvídanse las miras profundas de su antecesor Felipe, y el Estado es presa de hombres tan hipócritas como ignorantes: estos hacen constituir el nombre de la nación, en la inmovilidad en que la sumen: la gloria del monarca, en los horrores con que lo rodean: en fin, su degradación llega a ser tanta, que envilece su púrpura, todavía grandiosa herencia de dos mundos, sosteniéndola débilmente sobre sus hombros para esperar a la afortunada montañesa que debía desatar los lazos de su conjuro... Pues bien: ¿qué era ya en su día de aquellas formidables escuadras que con el nombre de Armada del Océano, armada de la guardia del Estrecho, armada de la guadia de la carrera de Indias, armada de la Averia, flotas de España, galeones de Tierra-Firme, armada de Barlovento, armada del Sur y Filipinas, armada de Cantabria, de Portugal, de Flandes y de Nápoles, existían desde el siglo XVI sufriendo varias reformas y ordenanzas? Hé aquí lo que llegaron a ser en el reinado de Carlos II. Cuando en 1694, dice un biógrafo (1: Juan Charnoch) vino el almirante Russell para auxiliar a los españoles, la armada de estos consistía en diez navíos, cuatro de línea y el resto de poco porte, y tan podridos, que apenas podían aguantar el fuego de sus propias baterías. Hay más todavía: D. Francisco de Varas, primer intendente de la marina en Cádiz, al visitar en 1715 las inmediaciones de esta ciudad para establecer arsenales, halló el único carenero del Puente de Zuazo sembrado de hortaliza (1: notas de don José de Vargas y Ponce). Hé aquí lo que llegó a ser el poderío marítimo de España durante el periodo calamitoso en que reinó la exageración de un principio que, dirigido hasta allí más hábilmente, había producido el bien de la unidad y fuerza! A tal punto llegó el abatimiento de las numerosas escuadras que habían poblado los mares durante siete reinados, señoreándose sin otra concurrencia (competencia)!

Inaugura después Felipe V el advenimiento al trono español de su casa borbónica con útiles reformas. Ya es el primer monarca a quien aconsejan sus ministros no vaya a solemnizar con su presencia las horribles fiestas de la inquisición. Ya es el primero que pone orden y concierto en la máquina administrativa, y si bien no le disimularemos que desde su época data dolorosamente la preponderancia del poder militar sobre aquella constitución tan civil de la casa de Austria, a él se deben sin embargo, la institución de nuestros principales cuerpos literarios, y de él datan los primeros adelantos de nuestro suelo sobre las modernas ciencias. Pues bien: en su tiempo saben entenderse el activo Alberoni y el infatigable Patiño; en su tiempo se echan los cimientos del arsenal de la Carraca, se forman los nuevos batallones de marina que debían reemplazar en la armada los afamados tercios, se les da una organización hasta allí desconocida, y en su reinado por último, brilló para darle lustre y gloria aquel capitán de granaderos procedente de las fuerzas del mar de Nápoles, que extraído de sus filas a la edad de 30 años, después de haber consumido 19 en el servicio de tierra, fue el primer alférez de la compañía de nobles, llegando a ser con el tiempo capitán general de la armada y primer marqués de la Victoria. Tal fue el insigne escritor don Juan José Navarro. Pues al esfuerzo de estos hombres, a los buenos deseos del monarca, a la mayor ilustración de la época, véase ya el rápido acrecentamiento que alcanzaba en 1761 aquella misma marina tan exánime qué hemos visto en 1694. La armada española se componía ya por este tiempo de la siguiente fuerza: navíos, 2 de 80 cañones de a 24 y 18; 9 de 70, de a 24 y 18; 25 de 68, de a 24 y 18; 11 de 64 hasta 54, de 18 a 12. 

El próspero reinado del Sr. D. Carlos III, por las luces y el patriotismo de tantos varones distinguidos como hacen grata su memoria, siguió prestando a la armada un acrecentamiento rápido e imponente. Y en vano sufrimos pérdidas enormes por parte de la ambición inglesa que no podía ver con ojos serenos tan prodigioso desarrollo: en vano nos fue muy costoso el resentimiento del gran Carlos III, que no olvidó jamás la notificación que le hiciera ante su trono de Nápoles el comodoro Martin: todavía, después de estas pérdidas, al cabo de dos años que se firmara la paz en París a 10 de febrero de 1763 contábamos en 1765 las fuerzas siguientes: 67 navíos, 47 fragatas y 64 buques entre corbetas, bergantines y otros: total 178.

Pero sentóse en el solio su hijo Carlos IV, y a poco la guerra y las desdichas tornaron a afligir la patria. Perdióse la dignidad para reemplazarla con la privanza, y si bien nosotros no abrigamos contra el favorito las preocupaciones de la multitud, nos basta sólo que lo fuese, para que veamos empañada la mejor opinión que tenemos de él en otros puntos, a la vista de su insolente preponderancia. Ya el partido y el privilegio comenzaron a alzar en esta época su frente. Ya hubo paniaguados y hechuras del príncipe improvisado, y súbditos quejosos del desprestigiado Rey. Vino después un Escóiquiz.,. y tras él las desdichas del padre, todas las cuitas del hijo. ¿Qué era en tanto de la marina de nuestra nación? Satélite de la república francesa, debiendo ser el baluarte de esta antigua monarquía, sepultóse en Trafalgar, y en sus olas escribióse al fin con la sangre de sus hijos: todo se perdió menos el valor y el nombre. Pero ¿qué le importaba tan irreparable pérdida al engreído mortal que hollara las alfombras del palacio de doña María de Molina, no dejando ver el resultado verdadero de estas desgracias, entre el boato de su segunda corte, y el lujo de su escogida guardia?

Entra a reinar Fernando VII, y desde su coronación se desatan las pasiones partidarias, pasando ya estas del recinto palaciego al campo de los principios; y Escóiquiz pudo recoger a manos llenas el fruto de aquella desconfianza que sembró en el tierno ánimo de un príncipe tan costoso y tan fatal para la desventurada España. Una reacción política en 1815, otra más espantosa y teocrática en 1823: hé aquí los tristes periodos de ese reinado con el que sin duda somos imparciales, no habiendo participado de él por nuestra edad, ni de sus agravios ni de sus recompensas. 

¿Mas cuál era mientras la suerte de nuestra armada? Olvidados sus pequeños restos, obstruidos sus diques, cerrados sus arsenales; para colmo de indignación y para mayor sarcasmo, otros favoritos improvisaron en Madrid un tranquilo océano (1), un cómodo desembarcadero, una ostentosa falúa, y dotaron su puerto de dos compañías de aguerridos y viejos marinos. ¡Hasta este punto puede abusarse en épocas de arbitrariedad, de los caudales públicos! (2). 

(1) En el estanque de los jardines del Buen Retiro. 

(2) Es escandaloso lo que se gastó en estas obras.

Pero tal vez pretendían con esta ridícula ostentación en obsequio de la marina, encubrir la avidez de sus bolsillos, o que el grave aspecto de aquellos veteranos no dejase ver el fondo de su condición y miseria. Nada importaba que en el entretanto sufriésemos humillaciones en el litoral, no teniendo apenas un buque que lo protegiera. Por ventura, ¿lucían por ello menos los entorchados de los jefes de la escuadra palaciega en los mares del Buen Retiro? Burlándose así de la mayor gloria y del móvil mejor de la prosperidad de los pueblos, despreciándola quizá, por el número excesivo de sus fuerzas terrestres; en cambio, presentaban una costosísima guardia real, y querían deslumbrar con ella a los que nos contemplaban, y fascinar con estos accidentes de fuerza y de un artificial poderío los turbados ojos del monarca. Es verdad que era el ejército el sostén de su violencia y desafueros: por eso lo atendían como instrumento, pero por eso también prescindían de la marina, no siendo ella una palanca igual para la perpetuidad de sus abusos! ¿Ni qué tiempo habían de tener para pensar en el movimiento y defensa de los puertos y en la dignidad de nuestro abatido pabellón? ¿Acaso les restaba alguno, empleados casi exclusivamente por su partidaria fiebre, en levantar cadalsos y en la organización de su espantosa policía? Para el sostén de este reposo, necesario era el número y la buena asistencia del ejército de tierra. Y hé aquí descifrado por qué a la muerte de Fernando VII era todo para sus filas, y nada para la marina. El uno siempre será en su exceso, el áncora de la violencia y de los partidos: la otra siempre será a su falta la causa del atraso, la humillación y dependencia de las naciones. 

SU PRESENTE. 

Entremos en los presentes días y a la verdad que dudaríamos de la discreción y temeríamos la dureza de nuestro lenguaje para con los hombres que de 11 años a esta parte han ocupado los asientos del poder, si tratáramos de mezclar la pasión con nuestros razonamientos, por el desdeño (desdén) con que han mirado este ramo, después de haber invocado los más santos principios. Siquiera en el tiempo de las cortes de Cádiz y en las de 1820 a 23 se dejaron mostrar entre sus tempestuosos días las disposiciones con que se intentaba fomentarlo! Pero en los nuestros ¿dónde ha estado una sola medida de reparación? Si la guerra civil se nos opone, ¿no contamos ya 6 años de una paz completa? Y no se nos objete tampoco la falta de recursos. Si se han hecho sacrificios para sostener en la paz un ejército al pie de guerra, al extremo de haber estado cubriendo un presupuesto militar de 600 millones, ¿cómo no se han pedido algunos, aunque en menor escala para la marina? Y no se nos oponga por último su estado y los grandes fondos que se necesitaban. La armada española, cuando la casa de Borbón llegó a reinar, la encontró tan nula y reducida (1) como ya hemos dicho arriba, que por un contraste digno de notarse, según hace observar un escritor, contaba Castilla a principios del siglo XVIII mucha menos escuadra que a principios del siglo XV, uno antes de los del descubrimiento de América. Y sin embargo, 44 años después, a los esfuerzos de aquel primer reinado, el estado de la armada, según lo vamos a ver en un documento oficial tomándolo de la biografía del marqués de la Ensenada escrita por don Martín Fernández de Navarrete, era el siguiente: 

(1) Hasta los galeones que servían para las flotas fueron quemados en 1702 por el almirante Jorge Rooch (Roch) en Vigo.

D. José de Vargas, 


EN CARTAGENA DE LEVANTE. (Murcia) 

Cañones. 

El Real 114 - Prontos a hacer una campaña. 

El León 70 - Prontos a hacer una campaña.

Constante 60 - Prontos 

América 60 - Prontos. 

San Fernando 60  - Prontos 

Hércules 60 - Para entrar en carena. 

Oriente 60 - Prontos.

Brillante 60 - Prontos.

Soberbio 60 - Prontos.

Neptuno 60 - Prontos. 

Alcon. 52 - Prontos. 

Javier 50 - Prontos.

Retiro 50 - Prontos. 

Paloma 50 - Para entrar en carena.

Galga 50 - Prontos. 

Aurora 30 - Prontos.


EN EL FERROL.

San Felipe 70 - Prontos. 

Europa 60 - Prontos.

Castilla 60 - Prontos. 


EN CÁDIZ. 


El Glorioso (no hay número) - Prontos 

Cuatro bombardas - Prontos


EN LA HABANA. 

Reina 70 - Prontos 

Invencible 70 - Prontos

San Antonio 60 - Prontos 

Real Familia 60 - Prontos

Nueva España 60 - Prontos 

Fuerte 60 - Prontos

Dragón 60 - Prontos 

Conquistador 60 - Prontos 

Bizarra 50 - Prontos 

África 70 - En astillero y se botarán al agua en este año 

Vencedor         70 - “

Tigre         70 - “


EN EL MAR DEL SUR. 

La Esperanza 50 


Nota. En los 34 buques de que hoy se compone la armada no están comprendidos los tres de 70 que se fabrican en la Habana.

Otra. Que para lo que es fuerza no deben contarse las 4 bombardas (ni la fragata de 30 cañones, ni aun las de a cincuenta). 

Buen Retiro 11 de julio de 1746." 

Se nos replicará que también entonces entraban cada año por nuestros puertos quinientos trece millones de duros (1: el mismo señor Navarrete) de nuestras descubiertas colonias. Pero aunque no ambicionáramos su número, ¿cómo no acriminar la inmovilidad y el abandono? Además, ¿cómo tanta dificultad de recursos para una pausada construcción, y tanto lujo para los regimientos y escuadrones del ejército? ¿Cómo tanta preponderancia política para sus jefes, y tan pocos recuerdos y consideraciones para los olvidados marinos? Y cuenta que no culpamos sólo a la actual administración. Esta preponderancia del departamento de la guerra sobre la aquiescencia del de la marina, ha sido constante de muchos años a esta parte en todos los gobiernos de este o el otro matiz, de esta o la otra opinión política. Jamás ha tenido presente el primero con el célebre marqués de la Victoria, que a la situación local de nuestra monarquía sólo conviene “un ejército que debe estar pagado y lucido, pero sobre el pie de una defensiva.” Jamás el segundo ha calculado con tan insigne varón, que diez y ocho batallones de marina cuestan al año siete millones seiscientos mil reales menos que otros tantos de tierra. Y no se nos diga que este general de la armada le ofuscaba en esto el gran espíritu de su cuerpo, o la falta de apreciación práctica del valor de las fuerzas terrestres. El que esto decía, había servido 30 años en el ejército, siendo aquel bravo capitán de granaderos que se halló con su tropa en cuarenta encuentros de fuego contra otras enemigas. Y nuestra sorpresa es mayor, cuando dispensando esta propensión a los jefes del departamento de la guerra por lo natural que es, atendiendo a la debilidad humana, mostrarse más brioso, quien tiene en sus manos más recursos de acción y de fuerza; contemplamos esa conducta de las cortes españolas, que viene a juntar su perpetuo silencio con las amenazas y la calculada actividad de aquellos dignatarios. Nosotros concebimos lo primero: pero jamás comprenderemos lo segundo. Las cortes representantes de la nación, y por lo tanto de los derechos protectores de los pueblos, de sus intereses comerciales, de su prosperidad e independencia, ¿cómo no han visto en el elemento de nuestra nacional marina el más digno objeto de los sacrificios de sus votados presupuestos? Si siempre han sido tan miradas y espléndidas para el mantenimiento de su crecido ejército, ¿cómo olvidan la tendencia del espíritu del siglo y la organización civil de nuestras modernas sociedades? ¿Cómo ellas, depositarías de la razón y la inteligencia, no vislumbran en el movimiento social de los pueblos más adelantados del mundo, la sustitución del régimen militar por el régimen industrial? Y no son estas utopías, sólo hijas del deseo. Al efecto vamos a recordar lo que ha publicado, estando muy conforme con sus ideas, no un abogado, sino un entendido general del ejército español, quien así se expresa (1): 

(1) El señor Zarco del Valle en su opúsculo titulado, El régimen militar dominado ya por el industrial.

"Todavía la guerra podrá de cuando en cuando dar señales de vida, pero será para proteger los intereses comerciales de los pueblos; posible será aún batirse por medio de tratados y oponer líneas internacionales a las aduanas, hasta que un espíritu más vasto y solidario llegue a conciliar los intereses opuestos de las naciones; mas el régimen militar propiamente dicho ha concluido, y si los ejércitos, esos terribles consumidores improductivos, subsisten en adelante, será con la condición de estar al sueldo del régimen industrial y mercantil. Defendiendo así la fortuna pública serán con mayor razón que hasta aquí el apoyo de la independencia nacional, porque esta sin aquella no puede existir, so pena de que los ejércitos se conviertan en un hecho aislado y sin causa, en una especie de abstracción, o habrán de tomar parte activamente en el movimiento general que se prepara de trabajo y producción. Señales son de semejante cambio los ensayos recientemente hechos, aunque no bastante satisfactorios todavía, del empleo de las tropas en los trabajos públicos."

Pues siendo nuestra marina nacional tan indispensable para sostener estos tratados comerciales, tan interesante para el resguardo de la mercante, y la mayor movilidad de la producción y el trabajo, su número y estado actual es el siguiente: 

(Aquí pusimos el estado de las fuerzas navales que había por la época en que escribíamos, relación que suspendemos ahora por no tener ya su número exactitud. Después seguíamos:) 

Cotéjese ahora esta fuerza con la de los años de 1765 y 1746, y compárese después su influencia con la que ejerce moral y económicamente nuestro actual y crecido ejército para una nación que sólo cuenta terrestres los límites de los Pirineos, y se verá qué proporción guarda su sacrificio con el que debía hacerse a favor de la marina. Pero ¡ah! ¡con cuánto desconsuelo lo reconocemos! Sobre los mares, es verdad que puede levantarse el gran pabellón de nuestra dignidad; pero sobre ellos no se conoce el avasallador de los bandos. Es verdad que sobre las costas está nuestra verdadera fortaleza; pero también lo es que junto a sus arenas, jamás vienen a pavonearse con sus legiones los jefes que las capitanean. Es verdad que en la seguridad de los puertos está el arca santa de nuestra independencia y 

adelantos: pero, ¿qué son para la ambición de los individuos los progresos de la generalidad?

Mas como la imparcialidad y no la prevención nos guía, no ocultaremos que en estos últimos años se ha notado algún débil reflejo de vitalidad en el departamento de la marina. En esta época se han enviado cantidades para el reparo de los principales arsenales: se ha pedido a las cortes una mayor dotación para su presupuesto; y se ha mandado construir fuera algunos buques. Por esto no entraremos a rebatir algunas de las proposiciones vertidas por el señor ministro del ramo en las sesiones del pasado año, justificándose de los cargos que le hacían por estas construcciones: diremos sólo que están construyéndose en Inglaterra:

(Suspendemos aquí también esta noticia por su ninguna oportunidad después del tiempo corrido. Mas continuando después, así decíamos:)

De estos estados aparece que las estaciones inglesas cuentan una fuerza superior a las francesas en 525 cañones; pero esta diferencia dejará de existir, luego que la Francia suministre los cruceros que le corresponden, según el nuevo tratado para la represión del tráfico de negros en la costa occidental del África. Prescindimos de hacer toda clase de comentarios sobre el contraste que ofrecen las fuerzas de estas dos naciones comparadas con las nuestras: que es muy doloroso para un corazón todo español, y más enojoso aún para el nacional orgullo, el descender a tan ingrato cotejo. 

Pero sin hablar de los progresos que hace la Rusia en sus escuadras, sin recordar el asombroso aumento de la de los Estados Unidos, sépase que aun el reino de Nápoles cercena su ejército de tierra reduciéndolo a 45 mil hombres, y aumenta su escuadra de mar sobre las fuerzas que hoy cuenta que son las siguientes: Un navío de 80 a 60. Cinco fragatas de a 60 y 44 cañones. Siete buques menores de vela. Seis fragatas de vapor de fuerza de 300 caballos. Cuatro bergantines de a 200. Siete de fuerza inferior. 

¿Y cuánto más ventajosa es nuestra situación topográfica para la marina, que la que cabe en el mapa europeo al reino de las Dos Sicilias? Mas habiendo ya tejido el cuadro pasado de nuestra armada y el estado en que hoy se encuentra, réstanos exponer para completar el que ofrecemos, las indicaciones que nos sugiere nuestro celo sobre el acrecentamiento de la misma y sobre el porvenir que todavía le espera, si un noble patriotismo se sobrepone al fin en este punto sobre el monopolio de las banderías y si es posible que en estos tiempos de tanta degradación y miseria lleguen a los altos puestos del Estado hombres tan dignos, como los Lezos, los Ensenadas y los Navarros.

Consideramos en mucho la corta vida que la actual administración ha inspirado al cadáver de nuestra armada. Nosotros que lloramos un día en la soledad de la Carraca los recuerdos de lo que fuera entre las lástimas de sus escasos empleados y el abandono de sus muros, comprendemos todo el bien del más leve remedio. Pero acaso ¿se regenera sólo la marina de esta nación con los buques que en el extranjero se proporcionan? ¿Y su personal? ¿puede este comprarse también? ¿acaso improvisarse? ¿Qué se ha hecho por este personal en la falta que de él se advierte tanto para la construcción como para el servicio? Y dicho sea de paso: de este funesto vacío le cabe mucha parte al teórico ministro Salazar con las aventuradas supresiones que hizo, llevado sin duda, como tantos otros, del prurito de innovar, de la debilidad de singularizarse. Cualesquiera que hubiesen sido nuestras desgracias navales, por grande que hubiera sido el abatimiento a que el destino nos condenaba, si el ministro Salazar no hubiera extinguido el cuerpo de ingenieros hidráulicos sustituyéndole con el de constructores prácticos, ni nos encontraríamos tan faltos de estos, como dijo un día en el seno de las Cortes el actual señor ministro del ramo, ni tendríamos que sentir ese capital que dejamos hoy en las orillas del Támesis (1), a la falta de nuestros propios medios. 

(1) Grandes gastos dentro del reino mismo no son gastos perdidos, porque V. M. en breve tiempo los vuelve cobrar. Hágase todo en sus provincias, nada se compre de los extranjeros, y el dinero quedado en poder de sus vasallos todo irá a parar al real Erario. 

Don Juan José Navarro al Rey Carlos II. 

Este cuerpo de constructores ofrecía el inconveniente de tener su inteligencia tan vinculada a las manos como el tocador que no conoce las notas musicales; y que el día que cesa el grande movimiento naval de un pueblo, en ese mismo muere su acción, porque falta el plantel perpetuo que arroja los genios y el natural talento. Ínterin no llega este extremo, se suceden unos a otros en la práctica de los arsenales y en la vida de los astilleros. ¿Pero cómo se suple su falta, con qué se llena su vacío, cuando se llega (pone llegua) a paralizar esta cadena de maestros y de discípulos, cual ha sucedido a España en esa serie de desastres que ha venido a concluir con sus buques, con sus arsenales y sus puertos? En este día no sólo se llora el material de aquellos, sino el personal que los construye, el personal que los dirige, el que ostenta en fin sobre ellos, el valor, la gloria y la inteligencia. 

Y este personal no se compra: este personal no se manda construir a las naciones extranjeras; este personal no se improvisa en un tiempo dado como los cuerpos terrestres: que este personal exige en sus dos clases de construcción y mando, o la escuela práctica, o los conocimientos de la ciencia: hablemos primero de los constructores. ¿Dónde tenemos hoy aquellos aventajados maestros de Cartajena (Cartagena), el Ferrol y la Carraca? Cargados de edad, muertos los más al rigor del abandono y la miseria de los años anteriores, las manos de los que sobreviven no están aptas más que para mostrar tal vez a sus hijos los podridos restos de alguna quilla gloriosa, a la que asocian sus recuerdos, su valor y sus antiguos merecimientos. Hé aquí el vacío sobre lo que nada se ha dispuesto, hé aquí la clave, hé aquí la medida que era indispensable haber tomado para que en el porvenir tengamos un personal de construcción, para que no necesitemos dejar nuestros millones en las playas extranjeras. Alabamos en el señor ministro actual su actividad para atender con preferencia a la construcción de algunas nuevas embarcaciones, carenar y reponer otros de nuestros grandes buques, reparar y habilitar los diques de algunos arsenales, amaestrar a los artilleros de marina y otras disposiciones. ¿Pero qué son estas sin aquellas otras que se dirijan a la adquisición, conservación y gloria propia de nuestro elemento naval? ¿qué academias, qué escuelas se han abierto en nuestros arsenales para esta conquista del porvenir, sobre el fomento de nuestra armada? ¿Sabe desgraciadamente el señor ministro, que hace un año no había en el Ferrol quien supiese enseñar el álgebra? 

En otras partes, si exceptuamos Barcelona, donde su benemérita junta de comercio no niega ni su ilustración ni su generosidad, se ignoran los más leves rudimentos de las matemáticas y se desconoce la náutica. Urge pues, el establecimiento de estas escuelas en los puntos que por ahora se consideren más oportunos, procurando que en adelante sea nuestra la construcción y sea también sistemática para poder contar con propiedades semejantes en los buques que se construyan de igual porte.

Si de la construcción pasamos a la preparación que exige el maniobrista, el piloto, el oficial, el general de una armada, desmayamos al contemplar lo que hoy ofrecemos a la noble juventud, y nos abatimos completamente al considerar cómo se encuentran nuestros establecimientos de pilotaje,  estática y mecánica, geografía e hidrografía. No se forman los generales del mar cual los que se multiplican en la tierra. El valor es lo que menos entra en la serenidad y la capacidad de un marino, esa capacidad con la que tiene que alcanzar la sublimidad de las evoluciones y contrarrestar la variedad y la furia de los elementos (1). 

(1) Si nuestra autoridad apareciese aventurada, hé aquí cómo se expresa el escritor Navarro: es indisputable, dice, que el empleo de general de mar es multiplicadamente más difícil que el de ser general de tierra... Y después: 

Y se puede vanagloriar un general de mar que estando expuesto a todos los peligros como el más mínimo grumete, sus triunfos sobre un roble o cedro son más apreciables que los laureles y palmas recogidos sobre un campo donde las coronas las tejen manos ajenas. 

Por ello alabamos también y muy sinceramente, que el actual jefe del departamento de marina haya facilitado a los oficiales a bordo, los libros e instrumentos que su vasta profesión exige, y a los buques, los cronómetros de que necesitaban. Todo esto no es por cierto digno de censura: pero ¿qué valdrán la disposición y los medios de aquellos, faltos de las cartas que su rumbo dirijan, sin esas cartas que deben rectificar sus observaciones, sin esas afamadas cartas que para honra nuestra y orgullo del cuerpo de marina no deja de conducir nunca el más apuesto buque inglés? Cuando así nos expresamos, ya se comprenderá que queremos hablar del triste estado en que se encuentra el personal del establecimiento hidrográfico de esta corte. No corren muchos meses que aún mal enjugadas las lágrimas que vertieron por su muerte el hijo y nieto de su fundador el excelentísimo señor don Martín Fernández de Navarrete, a quien ya dejamos citado, y a quien nos cupo el gusto de tratar en sus postreros días pasamos a visitar este célebre establecimiento. A sus noticias debimos la relación que nos fue haciendo de su origen, de su desarrollo, y más de una vez al llegar al estado en que se encuentra, medió entre ambos la exclamación mal reprimida de un sentimiento español. Nuestro amigo no tuvo que cansarse por mucho tiempo, manifestándonos que si el gobierno no lo recuerda, tendrá que cerrarse en breve el establecimiento que más honor nos hace sobre toda la extensión de los dos mares. Nuestros ojos lo vieron tristemente: lo comprobó nuestra presencia. Sí: sobre aquellas silenciosas mesas vimos afanadas aún para nuestro consuelo, la virtud y la antigua nobleza española. Dos o tres ancianos temblorosos ya al peso de los años, pero con seguro pulso para dirigir las tenues líneas de su compás; respetables marinos, faltos de oído, para acrecer su falta con una admirable vista; hé aquí los únicos sostenedores que encontramos en aquel científico establecimiento, sin que ningunos jóvenes viésemos allí para recoger la herencia de estos beneméritos ciudadanos olvidados como monjes en aquel retiro, sin consideración, sin más premio o gratificación que el sueldo de sus militares empleos, y sin más gloria que la de concluir sus días gastando su cabeza y su vista en trazar puntos y líneas, después de haber desafiado a los elementos en muchos años de servicio. ¡Prez a sus virtudes! Y si nuestras respetuosas indicaciones pueden llegar al gobierno de S. M., le rogamos que mire por este establecimiento y sus meritorios hijos, en obsequio del mejor personal de la armada. 

Quisiéramos hablar sobre el estado en que se encuentran nuestros bosques, previsión que no debe abandonar toda administración entendida que quiera el fomento de la marina. Pero nos falta espacio, y tampoco nos permitiría la extensión que su materia requiere, la prisa con que naturalmente extendemos estas líneas periódicas. Nos contentamos, pues, con las observaciones hechas, y pasamos a exponer los altos destinos a que puede estar llamada aun nuestra patria, si sus gobernantes fomentan su marina nacional, y con ella los muchos elementos que aún conserva de prosperidad y gloria.


SU PORVENIR. 


Muy útil sería a los partidos, que apartando su vista del aumento de un desproporcionado ejército, se sobrepusiesen con un espíritu nacional al incentivo que les ofrece su exceso, y que como españoles tuviesen siempre presente lo que el político, que ya hemos nombrado varias veces, decía al monarca Carlos III: "V. M. está en el mismo paralelo que la Inglaterra. Islados están sus reinos, e islado está todo el continente de sus Estados en Europa. Ella no mantiene otro ejército de tierra que el que necesita para la defensa de ellos y de sus puertos y plazas. Pero su marina es su ídolo. 

La preciosa joya de V. M. debe ser la marina.” No desconocemos que los jefes de los partidos para cohonestar sus ideas bastardas y defender un crecido número de ejército nos hablan de dignidad, de independencia, de fortaleza. Pero a esto debemos contestarles con la misma autoridad, cuando con igual noble franqueza decía también a Carlos III: "Estas evidentes razones y prudentes sospechas manifiestan el grande y cuidadoso recelo en que estarán las potencias que pretenden el universal dominio del mar. Si V. M. pone todo el esmero necesario para restablecer su marina, ella sola puede ser la rémora que detenga su exorbitante ambición. A su ejército de tierra por numeroso que sea, no lo temen ni les servirá de frenos”, y se extiende en probarlo con los sucesos de la época y con los de la pasada historia; siendo de notar, que al hablar del interés que han tenido todas las naciones en destruirnos como marinos, increpa igual deseo a la Francia, llevado a cabo algunas veces con no poca villanía diciendo: "Póngase en estos ejemplos evidentes el combate de cabo Sicie, donde siendo aliados los franceses tenían la orden secreta de no empeñar sus navíos ni contra los ingleses, ni a nuestro favor, dejando los doce navíos solos españoles a que fuesen víctima de la política humana, la cual el dedo de Dios descompuso con tanta gloria de la nación. Todo cuanto expongo a V. M. comprueba que ninguna nación amiga o enemiga quiere que la España se ponga poderosa en la mar." Así hablaba este hombre inmortal, vencedor en este mismo triunfo de Sicie, en el que las proezas de nuestros marinos se igualaron a los conocimientos y denuedo del que orló con el triunfo su frente. Así se expresaba este político profundo, fiel profetizador de nuestras pérdidas coloniales, quien propuso para evitarlas el plan que le sugirieran sus luces y su patriotismo.

Convencidos por lo tanto nuestros hombres de Estado de que nuestra dignidad y verdadera independencia debe estar en las respetables fuerzas de nuestras costas; teniendo presente que según el estado de la Europa y el porvenir de los principios que han cambiado la faz del mundo, las grandes batallas no se han de dar ya en adelante sino sobre los mares, pues que como dice un ilustrado escritor, les grandes batailles d'oú dépendra le sort des empires doivent se livrer désormais sur les mers; persuadidos de que el espíritu guerrero y dominador lo rechaza hoy el de la comunicación y comercio de todos los pueblos, que perderían esa red de intereses especuladores, de asociaciones y empresas que cada día se va extendiendo más sobre la superficie de las naciones cultas; partiendo por último, del natural impulso de dilatar nuestro comercio y anudar nuestras pacíficas relaciones con estados que fueron un tiempo nuestros hermanos; el gobierno de S. M. debe acelerar el aumento de nuestra marina, aliviando el sacrificio de los recursos que este aumento exigiría, con el descargo y la disminución de nuestro desproporcionado ejército. La España, más que nación ninguna, debe esperar de sus buenos hijos la nueva dirección de sus destinos. Todavía rica en recursos, para lo poderosa que fue otras veces en poder; debilitada, pero no sin grandes gérmenes de vida; reducida, pero no falta de las preciosas colonias, dignos restos de su pasada grandeza; la España está llamada a sacar nuevos frutos de sus posesiones emancipadas, y a vivificar y a proteger, cual digna madre, las ricas joyas que aún conserva en todos los mares. Recordemos entre las primeras, la isla de santo Domingo. Si nuestro gabinete se elevase a la altura de grandes miras nacionales, por poco que ayudase su conducta, mucho podía ofrecerle el estado especial en que esta isla se encuentra. No queremos la conquista para aquellos nuestros antiguos hermanos. Desearíamos sí, que la política de nuestro pabellón cerca de aquella República correspondiese a la lealtad y buenos oficios de nuestra fé castellana. Nuevas revoluciones agitan de continuo aquel desgraciado suelo. La parte de Haití, un día española, se ha 

constituido en república dominicana. Una ocasión, pues, favorable se le presenta al gobierno, para que nuestros buques surquen con una misión elevada las aguas de aquella nuestra antigua colonia. Y si de las emancipadas pasamos a las propias, se ensancha nuestro corazón al considerar qué sería del porvenir de la España, si tranquila en su interior y 

dueña de una respetable armada, secundase cerca de sus colonias el espíritu del siglo, ese espíritu comercial que está decidiendo hoy en el mundo las más altas cuestiones internacionales, las diplomáticas y las guerreras. ¿Qué otro principio tiene la cuestión de Oriente sino la aplicación universal de las doctrinas industriales? ¿A qué otro precio compra la Francia su colonización en Argel? Pues a la España sin peligros tan costosos, le ofrece la Providencia 

un puesto importante por su posición, en esta nueva cruzada de los pueblos de la tierra. 

¡Ah! plegué al cielo que alcance con sus posesiones ultramarinas este magnífico porvenir! Las de América sobre todo, esa Cuba, cuya capital es tan envidiada de otras naciones más poderosas, debe merecer del gobierno y sus representantes los más caros sacrificios.

Nosotros que hacia allá nos encaminamos imponiéndonos el destino que vayamos a visitarla, no sin interrumpir esa cadena de afecciones que dejamos en la madre patria; nosotros le enviaremos también a esta común madre nuestros recuerdos, por encima de las olas que nos presentará el 

Atlántico.


CRÓNICA QUINCENAL.


Hoy que nos hallamos ya contra la voluntad del calendario en la estación deliciosa, que así dista del sol abrasador de la canícula como de los hielos y escarchas de enero; hoy que tenemos mil placeres y diversiones, cuales en realidad, cuales en perspectiva, merced a las bulliciosas ferias, a la concurrida exposición de pinturas y a los anhelados teatros; hoy en fin que a la inercia y soledad del verano suceden el movimiento y la vida del otoño, comunicados por los viajeros que vuelven y por los forasteros que llegan; 

¿quién será capaz de salir de España para perderse en el laberinto de la política europea? ¿Quién se atreverá a dejar el encantador recinto de Madrid donde se goza y dar la vuelta al mundo para fastidiarse?

No seremos nosotros seguramente. Quédese en paz la sesuda Alemania con su Dieta germánica presidida por el Austria y rechazada por la Prusia y sus aliados; duérmanse descansando sobre las armas los ejércitos de Dinamarca y los ducados, mientras que la diplomacia arregla sus diferencias; visite el presidente de la república francesa el puerto de Cherburgo por ver si encuentra más simpatías que en otros departamentos; vaya la reina Victoria a deleitarse con las salvajes bellezas de la Escocia; continúen las notas entre la Santa Sede y el gobierno piamontés sobre la reforma eclesiástica. Todo esto, y más si lo hubiera, no nos hará desistir de nuestro propósito de ocuparnos casi exclusivamente de la capital de la monarquía.

Sin embargo, falta imperdonable sería no decir una palabra siquiera de la muerte de Luis Felipe ocurrida en Claremont cuando menos se creía. Soldado en sus primeros años, perseguido después y errante de nación en nación, 

obligado a veces a vivir con su trabajo, vuelto a Francia pero mirado con recelo por la restauración, elevado a uno de los primeros tronos de la tierra por la voluntad del pueblo, y arrojado por ella más tarde a las playas inglesas, el ex-rey de los franceses experimentó en su larga y penosa vida todas las peripecias de la suerte. Cualesquiera que hayan sido sus errores, nadie podrá negarle talento, instrucción, conocimiento de los hombres y las virtudes privadas de que su familia dio ejemplo durante los 18 años de su reinado. Ahora que las pasiones de sus mismos enemigos sólo encontrarían un cadáver en que cebarse, la justicia y la imparcialidad reemplazarán al resentimiento para juzgarle. Nosotros repetiremos aquí las palabras de Mr. de Lamartine, que vivió siempre lejos de sus favores, y fue uno de los que más contribuyeron a quitarle la corona en las jornadas de febrero.

"La Francia tuvo derecho para dejarle caer del solio, pero la historia no le tiene en mi opinión para aborrecerle ni para despreciarle. Este hombre ocupa un gran lugar en su reinado, y su reinado ocupará también un gran lugar en 

la historia." 

Con esto y con algunas noticias de la Habana concluiremos la parte política de una crónica, que quisiéramos llenar de una manera agradable para nuestros lectores. Pero el destino inflexible así lo exige, y no hay otro remedio que someterse a su fallo.

Se ha dicho con referencia al último paquete de los Estados Unidos, aunque ignoramos con qué fundamento, que los piratas de Cárdenas preparaban una segunda expedición contra nuestras Antillas. Que esto sea inmediatamente o después, siempre nos pareció fuera de duda, sabiendo las intrigas de López y compañeros y la punible indiferencia cuando no la aprobación del gobierno americano. El Clamor Público insertó hace pocos días una carta de la Habana escrita al parecer por persona bien informada, en que se aseguraba que los ilustres proscriptos que forman la junta de cubanos de Nueva York continúan enajenando las propiedades de la isla con la pérdida de un 90 por 100, y 

emitiendo bonos por valor de cuatro millones de pesos. El presidente de la Unión no pone ningún obstáculo a este robo escandaloso, que envuelve además un insulto a la nación española, cuyo nombre es insultado de palabra y por escrito en los periódicos, en las reuniones públicas y en las 

actuaciones judiciales. 

Al trascribir la referida carta aconseja el Clamor que se interese a la Francia y a la Inglaterra en esta cuestión, pues ellas también tienen posesiones amenazadas, que se procure reformar los abusos de la administración colonial, y que se dirijan a los Estados Unidos enérgicas reclamaciones 

contra los agravios que a nuestra dignidad se infieren. Nosotros apoyamos las observaciones de aquel diario, seguros de que no habrá un español de este o del otro lado del Atlántico, que no prefiera un conflicto al papel ignominioso que la América del Norte pretende imponernos con sus 

exigencias y con su tolerancia indisculpable a los atentados de unos cuantos. La cuestión no es sólo de España sino de la mayoría de las potencias de Europa.

Las fuerzas militares que van a reforzar la guarnición de Cuba, se están reuniendo ya en los puntos de embarque. Parece que el general Concha y su estado mayor saldrán de Cádiz del 8 al 12 de octubre, después que haya pasado el temible cordonazo. Harán la travesía con escala en las Canarias y en Puerto Rico a bordo de uno de los grandes vapores destinados al servicio postal entre la Habana y América, los cuales, sea dicho de paso, son insuficientes para el objeto por su escaso número.

Echada una ojeada sobre la América, entremos de lleno, sin pasar la cuarentena, en el interior de los siete teatros que han de solazar al público de esta corte hasta el próximo verano. El primero que rompe la marcha esta noche es el de Variedades, con una comedia nueva intitulada El remedio del fastidio y un baile monstruo en que tomarán parte 15 parejas mandadas por la Petra Cámara y entre las cuales figuran las Martínez y toda la gente macarena. Este coliseo, antes feo, oscuro y pequeño, ha quedado uno de los más bonitos de Madrid, gracias a las mejoras que en él se han hecho durante las vacaciones del verano. Deseamos a la señora Ibáñez los aplausos que arrancó en Granada, donde se hizo notable más que todo en la comedia. Pero el entusiasmo por el circo y la ópera se reúnen mal para su 

aparición en esta.

El segundo que abrirá sus puertas será el circo del señor Salamanca con la Lucrecia Borgia, anunciada para el 15 y cantada por Moriani y Ronconi. A pesar de los obstáculos que a cada paso encontraba la empresa, se ha logrado reunir orquesta, coros y una compañía de primer orden, que 

competiría más tarde con la del teatro Real, si se la permitiese. Con Moriani y Ronconi están contratadas por 25 representaciones la Cattinari, la Viardot y una célebre rusa. El Sr. Salamanca no se propone al fin, como se decía, resolver el problema de contratar las notabilidades artísticas de Europa sin subir los precios ordinarios, comprendiendo bien que valen más muchos pocos que pocos muchos. Esto debía ejecutar también el teatro de Oriente, como parece lo ha indicado ya uno de los señores ministros.

El mismo día se estrenará el Español, sin la Matilde y los Romeas, con La villana de Vallecas. Ignoramos dónde trabajarán este año aquellos artistas, y quiénes componen definitivamente la compañía del antiguo teatro del Príncipe. 

También se prepara el Instituto que tiene a su frente al Sr. Dardalla y a la Vargas de primera bailarina, marchando en pos de ellos el de la Academia y el de la Cruz que tal vez contará con algunos de los primeros actores de España. 

Entretanto, el de Oriente se ha concluido interiormente y hoy debe efectuarse un gran ensayo. Hé aquí varios detalles curiosos acerca del edificio y de la compañía: 

La planta del teatro es la siguiente: 1.° Apeadores de SS. MM. 2.° Escalera para subir a su palco. 3.° Sala de refrescos encima de la galería. 4.° Palco de SS. MM. 5.° Teatro de 75 pies de ancho de palco a palco. 6.° Proscenio de 100 pies de fondo. 7.° Escalera para la servidumbre de palcos y galerías. 8.° Salones para café, paseo y entreactos. 9.° Escalera para el servicio del proscenio. 10. Vestuario para hombres y mujeres. 11. Salón para pintar telones. 12. Sala de declamación. 13. Sala de juntas. 14. Gabinete o despachos. 15. Patios. 16. Escaleras. El número 11 es un salón que puede servir para conciertos o bailes.

Los artistas contratados hasta el día son estos: La Alboni con 2000 francos por representación. Su repertorio se compone de la Semiramis, el Profeta, la Favorita y la Lucrecia. La Frezzolini con 40.000 duros por seis meses. Barroilhet, barítono francés de la academia Real de música con 60.000 francos por temporada. Su repertorio consiste en la Favorita, Roberto el diablo, Los Mártires y El conde Ory. Gardoni, tenor. Masset idem. San-Giovanl idem. Solieri id. Formes, bajo profundo. Ferrater, barítono. En marzo bailarán la célebre Cerito y su marido Sr. León, ajustado en 70.000 francos por dos meses. Hasta esa época, la compañía de baile se compondrá de la Fuoco, Laborderie y de Dor y Massot con los correspondientes segundos y figurantes. 

Serán comprimarios de la ópera las señoritas Campos, Moscoso y Coco.

La orquesta costará 2.000 rs. (reales) diarios, el alumbrado de 1800 a 2000, y el cuerpo de baile 2000. La entrada llena ascenderá a 35.000 reales, y los gastos a 37.000. (¡Buen negocio!)

Antes de concluir esta crónica, pasaremos rápidamente por los salones de exposición de la Academia, sin perjuicio de ocuparnos otro día con más detenimiento de los lienzos que están colocados en ellos. Hasta ahora el patio se halla vacío, lo cual no indica que se acabasen los mamarrachos, 

sino que han subido la escalera, invadiendo el terreno reservado a las pinturas. Son estas escasas, y las cinco sextas partes retratos. Tres hay de D. Federico Madrazo excelentes, con particularidad el de la señorita Vela. Parece que expondrá además el de S. M. la Reina y el del Sr. Pidal. El del general Narváez de cuerpo entero, pintado por don Vicente López, es como todos los cuadros de este artista sobresaliente. Su nombre escusa el elogio de los países presentados por el Sr. Villamil; el que más nos gusta es la toma 

de Jerusalén por el piadoso Godofredo, encargado por S. A. el Infante don Francisco. Hay también suyo un interior rústico de efecto. De las marinas del señor Brugada es la mejor sin disputa la tempestad del lago aplacada por Jesucristo. Tiene además un naufragio y la toma de la isla de Balanguingui por el general Clavería. Del señor Mendoza hemos visto un corazón de Jesús, el retrato de don Andrés del Río y el del Sr. Quinto en tamaño de miniatura. El primero, bien pintado y entendido el carácter y con unas manos admirables; el segundo parecido y perfectamente ejecutado; y el tercero de un trabajo exquisito. Sabemos que este joven pintor ha concluido un cuadro notable, Diana descansando de la caza, que esperamos contemplar en la Academia. Un retrato del duque de Solferino, hecho al lápiz por el señor Inglada (aficionado), es un portento en su género. No puede darse nada más acabado. El Sr. Galofre tiene una buena cabeza del Sr. Mora y una Flora cogiendo rosas, de buen efecto. Nos llamó la atención una corrida de novillos 

pintada por un francés cuyo nombre no recordamos. Es un cuadro muy bonito. El señor Espalter presentó tres cuadros: un gaitero, una alegría y un Sansón matando filisteos. De los tres, el último lleva la preferencia. Está bien dibujado y pintado con mucha valentía y conocimientos anatómicos. Un lienzo del Sr. Esquivel (hijo), Tobías bendiciendo a su hijo, de bastante buena entonación. Este joven manifiesta disposición para la pintura. El Sr. Bonnat expuso un cuadro, Geotto, bien dibujado. También hay copias de Rubens y de Murillo, cuadros originales de los discípulos de la Academia, algunos de costumbres del Sr. Benjumea, una Concepción de la señorita de Bruneti, en la cual está gastado el lápiz con gusto, y otras muchas obras de aficionados que no podemos analizar por falta de espacio y entre las que se halla una Judit del Sr. duque de Rivas, ejecutada con inteligencia.

Madrid 12 de septiembre (setiembre) de 1850. 


Notables erratas. En la segunda nota del primer artículo, donde dice lord Chatacum, léase Chatanm. Después en la página 196 línea 8 donde dice sucesores, léase antecesores, y en la décima donde dice Riela léase Ricla. (Aparece Riela tres veces) 




SECCIÓN POLÍTICA. 


OTRA INVASIÓN SOBRE CUBA; 

Y DOS PALABRAS A LOS UNOS Y A LOS OTROS. 


El correo que de aquella isla ha llegado a esta corte el 19 de este mes, nos obliga a tomar la pluma sobre un punto desagradable. Mas nuestra Revista que desde su prospecto se ha hecho el eco para con la metrópoli de ciertas necesidades de sus provincias ultramarinas; que hoy mismo expone y razona la de crear un nuevo cuerpo o consejo en nuestra organización administrativa para la mejor gobernación de aquellos países; que piensa hablar en los próximos de las necesidades más inmediatas de Cuba, y que no duda exigir todos estos deberes de la metrópoli para con sus distantes hijas; nuestra Revista dejaría de ser justa y nacional, si no apoyase también los derechos mutuos de esta misma metrópoli y el sacrosanto principio de su nacionalidad.

Nosotros lo proclamamos muy alto: seremos los primeros en pedir un día y otro día al gobierno de S. M. que fije ya muy detenidamente su vista sobre nuestras posesiones de Ultramar, e instaremos por que lo haga más particularmente sobre la opinión y las mejoras que puedan y deban hacerse 

a favor del orden interior de la isla de Cuba, como el mejor medio de conjurar esas invasiones de que se pretende hacerla el blanco por su particular riqueza. Pero si nosotros proclamamos este propósito con toda la constancia de nuestro convencimiento, con todo el interés de una nacionalidad que adoramos; por estos propios móviles, por estos motivos tan santos, apoyaremos con igual fuerza el principio de nuestra autoridad y de nuestro gobierno, siempre que se trate de combatirlos allí con la fuerza, y con esa fuerza de una guerra que es tolerada, cuando no favorecida, por una 

nación amiga y de las que más han proclamado a la faz del mundo los principios absolutos de la moralidad y las leyes. 

En esta parte, los propios hijos del país, su mayoría reflexiva y sensata, su mayoría española y moderada, estará con nosotros. Ellos no podrán menos de reconocer que si de pelear se trata, y lo que es más ignominioso aún, de anexación (anexión) o venta; en este caso, en vano es pedir leyes y reformas, si sólo se quiere cometer a una contienda armada lo que debía resolver la opinión, la necesidad y la justicia. En este caso, repetimos, el provocador puede aceptar la situación, pero debe esperar después todas las consecuencias. ¡Triste y desgraciado país que a tales pruebas se someta! Nosotros por lo tanto no podemos creer, que puedan aceptar una situación semejante cuantos hombres tengan que perder en aquel suelo. Y aun concedida la victoria; ¿de qué serviría su triunfo sobre montones de escombros? No serán, pues, muchos los que con los invasores piensen. 

Estos se quedarán aislados, y respecto a estos, justo es repeler la violencia con la violencia, la fuerza con la fuerza y hasta con la misma de las leyes.

Cuando así nos expresamos, nos referimos a las noticias recibidas y a las cartas que anuncian la formación de dos divisiones en los estados del Sur de la Unión para invadir otra vez nuestra fiel isla de Cuba, cuyos mandos parece se encargarán a el ex-español López y el emigrado Garibaldi. Ambos en este proyecto son instrumentos de innobles pasiones y manchan sus nombres cual pocos. Ambos proceden por una pobre venganza, y ambos intentan conducir a aquellos pacíficos dominios la consternación y el luto. Confiamos en que el Cielo no permitirá su triunfo, pues sería el del crimen y el de la fuerza: confiamos en que será vencida con toda la preponderancia que promete el valor de nuestra raza y la indignación que subleva en todo pecho generoso la imposición y la violencia: pero si la Providencia pone a prueba 

nuestra justicia, si antes o después del combate y de la defensa, estos expedicionarios cayesen por segunda vez en nuestras manos como víctimas de su empresa; ¿cuál debe ser en este caso la suerte de los que no invocan ninguna bandera reconocida, escribiendo sólo en la suya invasión y piratería? ¿Cuál debe ser en este día el alcance de las leyes que pueden y deben aplicárseles? ¿Hasta dónde puede ser conveniente y justa su intervención rigurosa? Esto nos lleva como por la mano a presentar la grave cuestión que se acaba de ventilar allí sobre los prisioneros de Contoy, cuyas deducciones y consecuencias serán las propias que podríamos aplicar a la eventualidad que hemos propuesto al principiar estas líneas. Conveniente es, pues, entrar en su examen cuyo trabajo desempeñará a continuación nuestro ilustrado compañero.

Mientras, no cesaremos de pedir al gobierno de S. M. que desoiga a los que aconsejarle puedan que sería una debilidad el hacer hoy a aquellos habitantes las más justas reformas, porque pudieran aparecer como arrancadas ante un miedo que las deshonrase. Hasta el presente los cubanos 

de adentro no han correspondido ni con sus recursos ni con sus simpatías a alguno que otro, que hijo de su suelo ha formado hace tiempo causa común con el invasor y el extranjero. ¿Por qué, pues, se había de castigar con esta negativa de corregir abusos a una inmensa mayoría ante el crimen de unos 

cuantos? Después, estas concesiones no son tampoco políticas y sin necesidad: hace muchos años que se piden en el seno de la paz, sin que turbara todavía a aquella virgen sociedad más que el puro aliento del reposo y la confianza. La metrópoli hace tiempo que se ocupa de las nuevas leyes con que debe dotarla, según en la Constitución está prometido; nuestra metrópoli ha enviado hoy mismo comisionados que deben llegar a informarle sobre su espíritu y exigencias; y nuestra metrópoli al acceder a estos votos no hace más que continuar en su solicitud y en su cuidado maternal, haya o 

no mercenarios extranjeros que vengan a disponer de las haciendas de sus hijos, repartiéndoselas como la túnica del Salvador, para pagar los proyectos de sus expediciones insensatas. El gobierno español debe, por el contrario, alentar a los buenos, conquistar a los desconfiados y ser justo para con todos. Mas si hombres poco reflexivos, si algunos desesperados (1) se dejan llevar más de sus pasiones que de su amor patrio, y están por cometerlo todo al único árbitro de la fuerza, que lo piensen y lo mediten bien: pero ya resueltos, que se resignen a su desventura, y lo que es todavía peor, a la pérdida de su nativa patria, llena hoy de vida y abundancia, sin saber todavía por sus páginas hasta aquí dichosas, lo que son los bandos y las guerras; y todo... para trocarlo en esterilidad y despoblación, en terrores y miserias, y mirar tal vez en lugar de los astiles poéticos de sus palmas, los palos elevados de esos cadalsos que tanto multiplican entre sus escisiones políticas los que son unos mismos y hermanos; y para oír en vez de la brisa regalada que entre sus copas susurra, el estallido del cañón y el belicoso estruendo de las cajas de guerra. ¡Cuánto, pues, no se aventura!

¿Y es posible que a pesar de todo halla estos hombres que den lugar allí a exclamar con un español ilustre, (2). 

(1) De poco tiempo a esta parte, la opinión de que Cuba ya no debe esperar nada de España, parece que hace allí prosélitos hasta entre los que justamente esperaban y confiaban. Nos reservamos hablar en uno de nuestros próximos números de todos los matices más pronunciados de aquella opinión pública. 

(2) Meléndez. A mi patria en sus discordias civiles. 


Hermanos nos herimos 

y viuda impíos nuestra madre hacemos;

bajo un cielo vivimos, 

y unas aguas bebemos,

y a emponzoñarlas bárbaros corremos?

 

Sí, emponzoñadas serán al punto que en estos solemnes momentos de unión de todos contra el invasor y extranjero, despuntase allí la más leve división o levantase su cabeza horrible la exageración o el partido (1). Mas confiamos que el tacto de sus gobernantes desviarán tales destinos, y que llegará un día que podamos decir solamente: presentóse la nube, pero los aires de la unión y la hermandad la arrojaron y la disiparon por completo. 

Miguel Rodríguez-Ferrer. 



(1) Aludimos a lo que han hablado los periódicos de haber dos partidos en Cuba y de querer unos el terror a favor de España y los otros la anexión a toda costa. 



LOS PRISIONEROS DE CONTOY. 


La Europa ha visto con asombro que un puñado de aventureros reclutados a la luz del día en una nación con quien estaba la España en plena paz, invadiese traidoramente sus dominios de Ultramar, y amenazase las vidas y las haciendas de nuestros hermanos, los fieles habitantes de la isla de Cuba. La imprenta periódica condenó tan bárbara violación de toda ley divina y humana, y en la tribuna resonaron elocuentes palabras reprobando el impío proceder de este nuevo linaje de cruzados. Mientras los prisioneros de 

Contoy estaban sometidos a la acción de los tribunales, suscítanse reclamaciones por el gobierno de los Estados Unidos: sigue la justicia su curso, y recae un fallo absolutorio en favor del mayor número por falta de pruebas, quedando algunos, si bien pocos, contra quienes resultan cargos más graves, en poder de las autoridades españolas para que sean juzgados con arreglo a las leyes.

Tal es en compendio la historia de esta ruidosa cuestión, interior en su origen, pero cuyos incidentes modificaron algún tanto su naturaleza, convirtiéndola en internacional. Ahora que la calma ha sucedido a la agitación y la razón fría al calor de las pasiones, parece llegado el instante propicio para examinarla con madurez en esta Revista. Y pues hemos arrimado el hombro a tan penosa carga como la de velar por los intereses de España en aquellos remotos mares, cumple al deber de escritores afectos de corazón a conservar la integridad del territorio que nos han legado nuestros padres, levantar la voz denunciando al mundo el agravio recibido, y sometiendo a la opinión de todos los pueblos el juicio formado por nosotros acerca de aquel hecho sin ejemplo en el siglo XIX.

Como las naciones carecen de superior común para terminar sus diferencias, hállanse entre sí en el mismo estado que los salvajes errantes en el desierto, librando en la fuerza la defensa de su derecho: por eso han llamado al cañón ultima vatio regum; verdad perpetua a pesar de los cándidos ensueños de St. Pierre y de los discursos pronunciados en el congreso de la paz por los filántropos modernos. 

Es la guerra una contienda que se ventila por la fuerza, según Cicerón; y Grocio añade que el uso no entiende por guerra la contienda misma, sino aquel estado que de ella resulta. Como quiera, la viva imagen de la guerra es un duelo entre dos o más naciones: y al expresar así nuestra idea, eliminamos de propósito las guerras no públicas, o sean las que se emprenden en ejercicio del derecho privado.

Las causas generales de la civilización influyeron en extremo en la manera de hacer la guerra. Toda la dureza de las costumbres primitivas se desarrollaba con violencia, cuando los vínculos de amistad entre dos pueblos se quebrantaban y ambos venían a las manos. Aquiles ata a su carro el cadáver de Héctor y lo arrastra a lo largo de los muros de Troya. Los romanos invadían una ciudad, a unos mataban, a otros reducían a esclavitud, los despojaban de sus tierras y los esparcían por el campo. 

El derecho de gentes de los pueblos germanos no era más blando con los vencidos: mi caballo, decía Atila, seca las yerbas que pisa.

La religión cristiana suavizó las costumbres; y si bien durante la edad media todavía continuó la guerra siendo una larga procesión de matanzas, cautiverios y pillajes, débese a la ignorancia de los tiempos y a la exaltación misma del principio religioso; y así, apenas rayó la aurora del siglo XVI, cuando las semillas del cristianismo contenidas hasta entonces por aquella oscura noche de la barbarie, se desarrollaron rápidamente y dieron frutos sazonados. Desde entonces no sólo data la mejora sucesiva de las costumbres, sino la reforma de las leyes y cierto respeto a la justicia en las relaciones internacionales.

No queremos decir con esto que la guerra hubiese dejado de ser una calamidad pública; pero por lo menos extendiéronse entre todos los pueblos y penetraron en los consejos de los reyes nociones más exactas del derecho de gentes, mientras que el desarrollo progresivo de los intereses económicos contribuyó por su parte a disminuir las causas y el rigor de las contiendas. En suma, la civilización multiplica los vínculos de la paz y somete las leyes de la guerra a la máxima de hacer a los enemigos el menor mal posible, es decir, solamente el necesario para nuestra defensa. 

Hay dos maneras de guerra: la una justa e injusta la otra. Nosotros no entraremos en el prolijo examen de las causas que motivan la guerra justa, porque es asunto extraño al objeto del presente artículo, ciñéndonos tan sólo 

al estudio de las injustas con respecto a la cualidad moral de los beligerantes.

Mover la guerra es atributo exclusivo de la soberanía, y entonces será la guerra justa ratione utentium, cuando la contienda se ventile entre dos soberanos, porque sólo ellos poseen la autoridad competente para decidirla por la fuerza; de donde nace que a los súbditos de dos naciones beligerantes no es lícito ejercer actos de hostilidad sin orden del príncipe, porque procederían en virtud de voluntad propia, sin potestad de ninguna especie.

El derecho de la guerra no tiene aplicación sino entre beligerantes legítimos, pues el derecho de gentes no determina otras relaciones que las internacionales. La guerra injusta se opone a la naturaleza de la sociedad humana; y como el agresor se coloca voluntariamente fuera de la ley, no puedo invocar ningún principio cuando vencido, quien tampoco observa ninguna regla cuando vencedor. El beligerante ilegítimo comete un enorme atentado contra el derecho de gentes, pues hostiliza sin causa y sólo por el ansia de apagar su sed ardiente de sangre y de oro; y por eso llamaban los antiguos a esta raza criminal gente depravada, impía e injusta como los tiranos y los devastadores de las ciudades.

Cualquier gobierno pues, en uso de un derecho propio, puedo perseguir a estos enemigos de todas las naciones, hasta lograr su completo exterminio como vengador de la justicia universal, sin que emboten los filos de su espada las leyes de la guerra. No son hombres los que así turban la paz de los pueblos, sino fieras que deben desaparecer de la haz (faz) de la tierra, porque su existencia es incompatible con la vida de sus semejantes. Dureza y acaso crueldad parecerá tanto rigor; pero ni los publicistas asientan más blanda doctrina, ni es más suave la práctica de todos los tiempos y lugares. Abrid el pecho a sentimientos generosos y veréis cual se reúne la hez de todos los pueblos y se liga y se conjura para emprender una horrible campaña de robos, incendios, violencias y asesinatos: las humeantes cenizas y los regueros de sangre señalarán su paso, y errantes por las soledades del océano o anidados en un peñón desierto formarán un estado cuantos no tienen Dios, ni ley, ni hogar, ni familia, y hallarán un asilo y una patria los réprobos de todo el mundo. 

Así tiene cualquier gobierno jurisdicción para castigarlos y autoridad para perseguirlos sin previa declaración de guerra aunque constituyan una especie de sociedad, y derecho para imponerles la pena de muerte, donde quiera que fueren habidos: severidad no excesiva por cierto considerando lo grave del crimen, la consternación general, el número y desamparo de las victimas, lo difícil del castigo y la ferocidad de estos aventureros.

La necesidad de huir la persecución de los gobiernos los convierte en bandas de piratas. Llaman los publicistas actos de piratería a las violencias ejecutadas en alta mar sin legítima autoridad; mas a nuestro ver, si bien es condición esencial la injusticia de la guerra para que el acto sea pirático, no es así de rigor que el mar sea el teatro de aquella violencia; de otra suerte, cuando los turcos bajaban a nuestras costas, saqueaban los pueblos y corrían a embarcar en sus galeras el fruto de sus rapiñas, llevándose además a los habitantes cautivos; o cuando los Bucanieros (bucaneros) y Filibustieros (filibusteros) dejaban de cruzar los mares en busca de una presa, y pasaban a tierra firme asaltando ciudades y fortalezas, no eran ya piratas.

Tan cierto es que la falta de pabellón nacional imprime el sello de la piratería a los robos y depredaciones cuyo campo o cuyo instrumento fueren las aguas del océano, que enviando el rey de España embajador al de Inglaterra 

en queja de los excesos que los piratas ingleses cometían en sus tierras de América, fuéle respondido por este monarca "que tales hombres no eran súbditos de S. M. en dichos actos de piratería, y que así S. M. C. podía proceder contra ellos según creyese conveniente." Y D. Álvaro de Bazán, general de la armada española destinada a la conquista de las islas Terceras, hizo cortar la cabeza, por mandado de la corte, a los jefes de la escuadra francesa hechos prisioneros y ahorcar a gran parte de la tripulación; pues reconvenido el rey de Francia por Felipe II con motivo de aquel rompimiento, declaró "que semejantes vasallos hacían la guerra sin orden de su soberano"; por donde se les trató como a piratas y sufrieron el castigo merecido como perturbadores de la paz entre las dos coronas.

Resulta de todo lo dicho probado que son piratas los aventureros que con las armas en la mano osaron violar recientemente el territorio español, desembarcando en Cárdenas con el criminal objeto de sublevar la Isla de Cuba. De nada les aprovecharía para su disculpa hacer falso alarde del 

mismo pabellón de los Estados Unidos, porque el presidente de esta república ligada con la España con vínculos de paz, con relaciones de comercio y sobre todo con tratados solemnes, declaró en su poclama de 11 de agosto de 1849 que ningún ciudadano alistado en las banderas de cualquiera expedición contra las naciones amigas, debía esperar del 

gobierno americano que interviniese en su favor, por grave que fuese la extremidad a la cual se viese reducido a consecuencia de su conducta y empresa. ¿Con qué razón, pues, nos hacían la guerra? ¿Qué pabellón tremolaban? ¿Donde está la soberanía? ¿Dónde las hostilidades justas? ¿Quién se atreve a invocar en favor de estos bandidos el derecho de gentes? 

¿Quién responde de la sangre vertida en nuestra propia defensa?

Mas si no ocurre la menor duda al calificar de piratas a las bandas que consumaron el acto de agresión invadiendo a mano armada nuestro territorio, pueden suscitarse y en efecto se suscitaron algunas diferencias y dificultades en cuanto a los prisioneros hechos en Contoy por nuestras 

fuerzas navales. El vapor español Pizarro aprehende en las aguas de este islote perteneciente al Yucatán los bergantines Georgiana Lincumbily y Susan Loud, en los cuales encuentra gente sospechosa, armas y municiones y los conduce a la Habana para ser juzgados por los tribunales de marina.

La primera cuestión es saber si debe declararse este acto buena presa, porque como las aguas contiguas a un territorio forman parte de él, pues se consideran como su continuación, puede ocurrir motivo de duda en punto a si aquella ocupación es o no conforme a las leyes de la guerra, o si al contrario se hizo injuria al soberano de Cayo Contoy. Mas considerando que los piratas son enemigos de todas las naciones, parece no se causa agravio a ninguna cuando se los persigue en las rocas inhabitadas en donde buscan 

un momentáneo refugio. Júntase a esta razón otra más grave y decisiva, cual es, que siendo lícito por el derecho de gentes ocupar el territorio de una nación en el caso de ser necesario como medio único de proteger el nuestro contra una invasión próxima e inevitable mientras existe el peligro, con mayor motivo es justo sorprender y disipar las fuerzas organizadas para penetrar en el pueblo amenazado. Y por último, si hubiese injuria en la aprehensión, no serían los Estados Unidos parte en la causa, sino el gobierno mejicano a quien pertenece el lugar de la escena.

Confírmase esta doctrina con el derecho recibido en punto a las presas hechas en territorio neutral, que aun cuando fueren ilegítimas, todavía se entiende la ilegitimidad con respecto al soberano de dicho territorio, y no en cuanto al apresado, quien solamente puede usar del recurso de pedir protección al estado cuya neutralidad hubiere sido violada por la nave aprehensora.

La reclamación de los Estados Unidos, si existió como dicen, debió fundarse en la cualidad atribuida a los prisioneros de súbditos del gobierno americano, simples pasajeros embarcados para Chagres, y como tales no sujetos a las leyes rigorosas (rigurosas) contra los piratas. Tal pudiera ser el fundamento o el pretexto de la duda acerca de la competencia de nuestro gobierno para conocer de aquel conato de invasión; pues si traspasando la línea de mera tentativa hubiese merecido la calificación de acto consumado como el 

atentado de Cárdenas, o ningún soberano tomaría la defensa de sus autores, o tomándola y haciendo suya la causa de los presuntos reos, ocurría desde luego un cassus belli.

Asentemos el principio de que cada nación tiene derecho a señalar por sí sola el orden de proceder contra los piratas, o en otros términos, posee una jurisdicción propia para conocer de los actos de piratería. Jurisdicción es facultad de juzgar y sentenciar, es decir, de examinar los hechos y absolver o condenar a los acusados, cuando perseguir y castigar a un delincuente fuere su objeto.


Reconocida una autoridad, cualquiera que sea, es de rigor atribuirle todas cuantas facultades legítimas se consideran necesarias para su ejercicio, pues quien quiere el fin no puede repugnar los medios de lograrlo. Y como para 

aplicar las penas a los piratas es fuerza lo primero abrir un juicio en el cual se les hagan los cargos y se oigan sus defensas, salvo si fuesen sorprendidos en flagrante delito, porque entonces la notoriedad del hecho excusa la prueba; resulta o que los actos de piratería no deben ser reprimidos sino en el momento mismo de cometerse el atentado, lo cual es absurdo, o que las naciones tienen derecho para aprehender las personas contra quienes aparecen vehementes indicios de culpa como autores o cómplices de aquel crimen, examinar su conducta sospechosa y absolverlas o condenarlas según sus leyes. 

Tal vez observe el lector de ánimo encogido que esta competencia abrirá la mano a infinidad de abusos y conflictos entre las naciones; más sobre apoyarse la expuesta doctrina en el ejemplo de los juicios de presas y en general en todos los casos en los cuales el príncipe ejerce jurisdicción civil y criminal con respecto a extranjeros, sin que ni la denegación de la justicia ni el quebrantamiento de sus reglas entibie la amistad de los pueblos; podemos 

oponer a este inconveniente otro más grave y positivo de admitirse la opinión contraria, a saber, la independencia nacional comprometida, si cada soberano no es libre en proveer a su propia defensa.

En suma, resuelta de este modo la cuestión, se protege al débil contra el fuerte, al gobierno de buena fé contra el de fé dudosa. Cubrid con un pabellón amigo los conatos de piratería, y en breve tendréis los piratas a la 

puerta de vuestras casas, talando vuestras haciendas y atizando, si les place, el fuego de las discordias intestinas.

El uso de esta jurisdicción soberana es el fundamento del art. 86, tit. 5 trat. 2 de las ordenanzas navales de 1799 en donde se establece que "puedan las escuadras y bajeles del estado registrar las embarcaciones mercantes que 

encuentren así de la nación como extranjeras, obligándolas a presentar los documentos que acrediten la potencia a la cual pertenecen y su legítima navegación para no embarazarles esta, pero deteniéndolas en el caso de una manifiesta sospecha sobre alguna de aquellas dos circunstancias." Síguese del precedente artículo, que amenazada la isla de Cuba por una expedición de aventureros que intentaba invadir a mano armada aquella parte del territorio español, pudieron nuestros cruceros detener y apresar los buques referidos según la ley común de las naciones y dentro de los limites prescritos al derecho de propia defensa. Porque siendo lícito proveer con tales actos de fuerza a nuestra seguridad en caso de guerra justa, mucho más lícito todavía es ejercerlos cuando somos atacados con alevosía por una turba a quien no protege ningún pabellón, y hay fundado recelo de que los prisioneros pertenecen a la banda de piratas que en Cárdenas hicieron su desembarco.

En época más reciente, el consejo supremo de la guerra manifestó a Fernando VII que según los principios del derecho de gentes universalmente reconocidos, el extranjero que se introduce por su propia autoridad en territorio de cualquier soberano a perturbar la paz pública o comete excesos o crímenes de otra especie, se sujeta por el mismo delito a la autoridad y jurisdicción del país donde delinque sin que su gobierno pueda reclamarlo ni impedirlo en ningún caso (1).

La manera de proceder en casos semejantes contra los culpables o sospechosos hállase determinada por la ordenanza de 20 de junio de 1801 (2) 

(1) Real orden de 14 de enero de 1819. 

(2) Ley 4. tít, 8, lib, 6. Nov. Rec. 

en donde se fijan las reglas para el corso de los particulares contra los enemigos de la Corona, pues estando los corsarios sujetos a la jurisdicción de nuestros tribunales de la armada, con mayor razón los piratas cuyos actos de hostilidad no autoriza ningún gobierno; y mientras estos o aquellos aparecen tan solo como gente sospechosa, o la jurisdicción de cada soberano para conocer de dichas causas no existe, o es necesario atribuirle la facultad de examinar su conducta y ponerla en claro, a fin de proceder contra unos y otros según las leyes. 


Queda, pues, a nuestro ver demostrada la competencia de los tribunales

españoles para juzgar a los prisioneros de Contoy, y la falta absoluta de razón en que pudiera el gobierno de los Estados Unidos apoyar sus reclamaciones en esta cuestión. Ni los tratados, ni el derecho común de las 

naciones, ni las leyes del reino consienten el despojo de la autoridad inherente a la soberanía de la España en punto tan grave y delicado sin mengua de nuestro honor y sin peligro de nuestra independencia. O los prisioneros son inocentes o culpables: si inocentes, no necesitan los buenos 

oficios del gobierno angloamericano; si culpables, tanta solicitud haría sospechosa la fé del gabinete de Washington. Más hábil hubiera sido la política de la república vecina, si se limitase a observar el curso de la justicia: por lo menos no despertaría tantas y tan justas sospechas en algunos estados de la Europa.

La experiencia acredita que la confianza de los Estados Unidos en la justicia española no hubiera sido burlada, porque no obstante la convicción moral de que los prisioneros de Contoy formaban parte de la expedición contra la isla de Cuba, fueron puestos en libertad y restituidos a su país por falta de pruebas legales. No así debe procederse en cuanto a los capitanes, pilotos y marineros de los buques apresados, pues resulta que se ocupaban en conducir hombres, armas, víveres y municiones con destino a los piratas de Cárdenas, debiendo ser por lo mismo castigados según las leyes del reino y conforme a los bandos publicados por el gobierno de Cuba. Si la espada de la justicia pende sobre sus cabezas, cúlpense a si propios que desafiaron nuestro poder, poniendo a riesgo sus vidas. No hay derecho que los salve, ni ignorancia que los disculpe, ni gobierno que pueda protegerlos. ¿Quién los ha construido jueces en nuestra causa? ¿Quién armó su brazo con la espada y les entregó una tea y levantó una bandera desconocida? ¿Quién los sedujo con oro y con promesas, y emitió billetes bajo la garantía del fruto de sus rapiñas? Pues esos especuladores en sangre humana serán los autores de su 

desgracia, si en donde esperaban hallar otra California, encontraron aparejado un sepulcro. Aprendan los incautos a quienes la codicia, la ambición o pasiones de peor género todavía escogen por víctimas de su juego criminal: los mercenarios de la guerra les venden sus cabezas, y si se les confisca la mercancía, en vano invocarán poder alguno que la rescate de manos del verdugo. Nos explicamos con tanto vigor, porque a ello nos mueven los principios de justicia y equidad que deseamos ver aplicados al gobierno y administración de aquellos dominios únicos que defiende y defenderá hasta donde pueda nuestra Revista: pero por lo mismo que abogamos en Cuba por todos los medios de evitar la desunión y la guerra que sean ilustrados y nacionales, por eso mismo nos declararemos siempre con energía contra el que espada en mano quiera imponerla a viva fuerza, 

sin respetar derechos y haciéndose los tiranos de la verdadera opinión.

Para que los rumores de nuevas expediciones cesen por siempre de lastimar nuestros oídos, y gocen los territorios de allende el mar dependientes de los estados europeos, de aquella calma y seguridad tan necesaria al desarrollo de la pública riqueza, desearíamos ver realizado el proyecto de formar una liga entre Inglaterra, Francia, España, Holanda, Suecia y Dinamarca, como interesadas todas en purgar aquellos mares de piratas y en la defensa común de sus dominios. La falta de centralización en el gobierno de los Estados Unidos pudiera ser causa o pretexto de insistir en reclutar hombres, organizar tropas y probar nuevas aventuras, hoy en Cuba, mañana en Curazao o la Martinica. Los aventureros que, firmada la paz con Méjico, quedaron sin oficio, necesitan renovar la guerra en cualquier parte donde puedan bañar sus manos en sangre, satisfacer su sed de oro, y soltar la rienda a sus pasiones ahora comprimidas. El mismo gobierno angloamericano no se cuidará gran cosa de contener a estos turbulentos huéspedes, porque si llegan a multiplicarse y en vez de barrer las costas extranjeras vuelven los ojos al Capitolio, no sería maravilla que se renovasen los tiempos de Breno, y el derecho de sufragio llegara a ser en los Estados Unidos lo que en la antigua Roma, cuando el imperio de los Césares estaba a merced de las legiones.

Y ya que a tal extremo no llegue la audacia de estos obreros de la guerra, no dejarán de contribuir a la desmembración del territorio americano, prestándose dócilmente a entrar en los planes de los conjurados que hoy 

meditan la separación de los estados del Sur, rompiendo así los lazos de federalismo que ahora forman la base del gran poder de aquella república. Tan cierto es que una política no fundada en la moral es un arma de dos filos, porque el gobierno que contra otros la esgrime, a si mismo se hiere y daña. 

En una palabra, no sólo hallamos justa la conducta de nuestras autoridades en la cuestión movida a causa del atentado de Cárdenas, pero aun pudiéramos tacharla de indulgente, si no respetáramos siempre las poderosas razones que hubiesen inclinado su ánimo antes a la prudencia que 

a la justicia. Y si por efecto del crimen cometido entrando a fuego y sangre un puñado de facciosos la tierra de Cuba, 

fuese necesario a la seguridad de la isla abrir un juicio y resultasen algunos extranjeros residentes en aquellos dominios autores o cómplices en el atentado, no deseamos sino rapidez en los trámites, exactitud en las fórmulas, fría aplicación de la ley en las sentencias. Si tachan de imperfecto nuestro sistema penal o nuestro orden de procedimientos, entiendan que la España no los arrancó de su patria para someterlos a nuestras leyes, y pues conspiran contra un pueblo hospitalario, sufran la pena de su ingratitud, siquiera paguen su crimen con la cabeza.


M. COLMEIRO. 




ESTUDIOS COLONIALES. 


ARTÍCULO CUARTO. 


CONTINÚAN LAS CONDICIONES QUE HAN DE GUARDAR LAS COLONIAS CON SUS METRÓPOLIS PARA SU MEJOR CORRESPONDENCIA Y SU MÁS DURABLE UNIÓN. 


Necesidad de un concejo especial de Ultramar. - Se acrecienta más esta necesidad en un gobierno representativo. - Sistema de nuestros mayores. - De la Inglaterra y la Holanda. - Males que a su falta se notan hoy en nuestras provincias de Ultramar. - Se particularizan algunos de estos en la isla de Cuba. - Facilidad con que no se cumplen allí ciertas disposiciones metropolitanas y sus consecuencias. - Tardanza de otras resoluciones de la Metrópoli en el curso de algunos expedientes. - Poco cuidado sobre todo en el personal de los empleados que allí llegan. - Conducta de los ingleses sobre este punto. - De la que observaron un día nuestros padres. - Cuál debía ser la organización personal de este cuerpo. - Cuál su particular denominación. 


Poco importaría la conservación de nuestras provincias ultramarinas y el aumento de nuestras dos armadas, si todavía faltase a las primeras el gran resorte de la dirección y el impulso, esa acción siempre activa, justa siempre, siempre intelectual y benéfica de los que son depositarios permanentes de las leyes que protegen y de la administración que fecundiza. Esta clase de pueblos tan apartados de la madre patria; tan diferentes por el orden que alcanzan en la escala social de su civilización; tan amenazados en su existencia por sus crisis comerciales; tan expuestos a la ambición de los fuertes por su posición geográfica y su particular aislamiento; estos pueblos exigen más que otros una inspección constante, una unidad vigorosa y un sistema de gobierno permanente y gradual respecto a sus adelantos y 

especial organización. Y es tan cierto este último principio que sería un absurdo equiparar el sistema interior por que deben regirse nuestras Antillas con el que puede ser conveniente a Filipinas o proporcional y aplicable a las 

islas de Fernando Po, como ya en otros lugares hemos repetido. ¿Y cómo justipreciar estos diferentes estados sin que un ojo mismo y una mano propia vayan siguiendo esta progresión en el orden interior de unas y de otras? Nunca, en ninguna clase de gobiernos es más necesaria la intervención de este cuerpo consultivo o consejo para la defensa y la administración de las provincias de Ultramar, que cuando aquel abraza en su constitución la forma representativa, porque nunca como entonces es más difícil la estabilidad de este ojo y de esta mano, por la facilidad con que se mudan los ministerios según las oscilaciones de la opinión y de la política. Nuestros padres con ministros que duraban todo lo que la vida de sus reyes, como sucedió casi con los del gran Carlos III, contaban a la par desde los 

tiempos de los reyes católicos con un consejo de Indias, en donde se confeccionaba y por cuyo cuerpo se pasaba por medio de las acordadas, todo lo que tenía relación con aquellos dominios. Pues bajo el influjo de estos tiempos y en la escuela de unos principios que ensanchaban tanto la autoridad, hé aquí cómo se explicaba más adelante el obispo presentado D. Manuel Abad y Queipo dirigiéndose a uno de nuestros monarcas en carta de 20 de junio de 1815: “Señor, (le decía) más vale errar con el parecer del consejo, que acertar por la inspiración de los ministros: obrando de este modo, recaerá todo su peso sobre los consejos mismos quedando a V. M. la gloría, la alabanza y el premio de haber elegido los medios más seguros del acierto." Y esto que el obispo deseaba a su monarca, es lo mismo que nosotros querríamos hoy para el particular ministro que estuviese encargado de la gobernación de Ultramar, siendo, como ya están hoy declarados, jefes responsables de sus respectivos departamentos. El día que hubiese este consejo habría un centro de alta gobernación, un cuerpo especial siempre 

permanente y discutidor, una institución guardadora del sistema que con estos pueblos se abrazase, defensora de su aplicación, e interventora sobre todo del personal que los rigiese y de la administración que los fomentase; un cuerpo en fin, como los que tiene la Inglaterra y la Holanda, y como nosotros siempre lo tuvimos, cuando no se gobernaban como hoy los restos que de las Américas nos quedan al instinto y a la sola voluntad de un jefe que propone y de un ministro lejano que todo lo ignora, o que todo lo niega 

o lo sanciona. En la Gran Bretaña, la corte de directores o cuerpo ejecutivo de la compañía de la India oriental, es el cuerpo donde se discuten y terminan los negocios de estos países mediante las secciones en que se encuentran divididos sus representantes accionistas, de los que ocho se hallan destinados para la hacienda, siete para la policía y el estado militar, y diez para las rentas, lo judicial y lo legislativo. Este propio cuerpo está además intervenido desde 1784 por la junta que se llama de comisionados, la cual se compone de un número de individuos del consejo privado de la Reina que la misma quiere nombrar y entre los cuales los dos principales secretarios de estado y el canciller forman tres miembros. Su presidente es también nombrado por la Corona y uno de los ministros que componen el gabinete; y este en los cambios de ministerio se retira en compañía (le los comisionados que disfrutan sueldo, y el secretario. Así, si el ministro falta, el consejo y la administración es siempre permanente. Hé aquí por qué no concebimos nosotros el consejo sin el ministerio especial, ni a este sin su particular consejo. Mas si este sistema u otro que se parezca no se realiza ya en nuestra España, se seguirá desconociendo como hasta aquí el orden interior y el verdadero estado del atraso o adelanto de cada una de sus 

lejanas posesiones. Esto es tan sensible, que ahora mismo, en estos propios días, discutiéndose en el consejo de instrucción pública el principio de uniformar o no al nuevo reglamento que acaba de darse, los particulares que siguen en la materia Cuba, Puerto Rico y Filipinas, no faltó quien a ello fuertemente se opusiese por la peregrina razón de que en la universidad de Filipinas no había quien aprendiese sino la teología, y tan pocos discípulos a quienes enseñar, que un solo catedrático de leyes desempeñaba los diferentes años de toda esta facultad. ¡Como si el estado de cultura y la población cubana tuviese algo que ver con el estado social en que se encuentra todavía el archipiélago filipino! No seguimos comentando este hecho, porque nos proponemos hacerlo en otro número cuando hablemos del plan de estudios que se acaba de dar y de la influencia que debía tener sobre el que hoy está vigente en Puerto Rico y Cuba. 

Otro de los males que se siguen de la ausencia de este cuerpo o institución permanente, es sin duda uno de los más notables la facilidad con que se dan en aquellos dominios órdenes y circulares que son una verdadera consecuencia de las instituciones que hoy invoca España, y que por el excepcional estado en que aquellos pueblos se encuentran son un motivo de perpetua oposición por parte de sus autoridades. Esto sin embargo tiene un grave inconveniente. Acostumbrándose de este modo sus jefes superiores a no dar curso a estas disposiciones de España para cosas y circunstancias que allí no existen, con muy poco escrúpulo obedecen después las que por cualquiera (cualquier) otro motivo pueden afectar su posición hasta en su pueril puntillo, y dan a denotar así que ellos son los que verdaderamente mandan y no la Reina ni las Cortes de Castilla. No sucedería así si hubiese un consejo especial que consultara sobre estos puntos al ministro, pues que en este caso, siendo sus individuos hijos de aquel suelo o habiendo mandado allí, regularían antes el posible o imposible cumplimiento de sus mandatos; pero va mandado, no se pondría a la prueba como hoy el desprestigio de las órdenes soberanas, que es lo que viene a resultar de sus posteriores mandatos. 

La división además de los negocios exclusivos a estas partes remotas de nuestra monarquía, su mejor conocimiento y su mayor preparación darían por resultado resoluciones más breves y fecundas. Véase, sino, lo que no puede menos de estar sucediendo. Desde 1841 se promovió en la Habana un expediente sobre que se hiciesen extensivas a aquella isla las medidas adoptadas en la Península con motivo de la ley de mayorazgos, y porción de años han transcurrido sin que todavía haya recaído sobre este asunto resolución alguna. Iguales expedientes existen sobre si se han de echar o no por tierra las antiguas fortificaciones de la Habana; igual resulta sobre el modo de vender en este país los bienes nacionales (1); sobre si los alcaldes mayores han de cobrar o no vistas a su ingreso, exacción muy trascendental en el orden económico del país; y cuando esto escribimos, no sabemos que nada se haya resuelto tanto sobre estos particulares como sobre otros muchos que no seguimos relatando en gracia de no presentar al lector y a su paciencia más de dos hojas largas de expedientes suspensos o trascordados. 

(1) Años hace que existe la consulta sobre el modo de realizar en este país los bienes nacionales, y hoy es el día que se están todavía administrando por la real Hacienda. ¡La real Hacienda metida a administradora de ingenios como un particular, la real Hacienda metida a ganadera como un individuo por las haciendas de crianza que desde entonces dirige, con tanto daño de sus productos, como de los bienes que podía reportar la Isla, dando estos terrenos a brazos blancos, ya por medio de lotes o por un censo proporcional y productivo!


Es verdad que la junta de aquellas autoridades resolvieron de por sí, habrá como un año, la propuesta que tanto tiempo estaba hecha sobre la abolición de los privilegios que gozaban los poseedores de ingenios en aquella isla, por deudas que no fuesen fiscales o cuya importancia no fuera igual al total de su valor. Es verdad que por la tardanza en recibir esta aprobación, aquellas autoridades animadas del mayor celo por el país, han tenido al fin que legislar haciendo un gran bien con semejante medida. Pero no se olvide por los hombres de alto gobierno, que si estos dignataríos ganan en prestigio y opinión, también padece mucho en esto último el gobierno de la Reina, y que es muy triste para el hombre pensador, que el bien sólo se espere aquí de estos funcionarios inmediatos, y nada de la Reina y del gobierno supremo de la Nación.

No son menos tristes los resultados que se notan en el vacío de este cuerpo respecto al personal que se está enviando de pocos años a esta parte para los destinos de semejantes posesiones. Su falta de méritos, la incompatibilidad muchas veces de sus antecedentes con los puestos de que se van a hacer cargo, los escándalos que ha presenciado la capital de Cuba viendo llegar a sus playas como jefes de varios ramos a personas que no se desdeñaban decir que debían su colocación al influjo de una valida, a la promesa de tal o cual compromiso, o al.... (1); 


(1) Nuestra prudencia nos manda callar nombres propios cuando creemos no se necesitan ante la verdad de nuestros asertos. Mas en nuestro poder están los datos por los que el digno general Roncali tuvo que mandar sumariar por los alcaldes mayores Padilla y Galiano, a cierto comisionado a quien se le encontró una lista o tarifa sobre grandes y pequeñas cruces, hábitos de órdenes etc. Nos consta la indignación con que este general quiso desagraviar el buen nombre del gobierno de S. M. No hay para qué decir cómo se puede abusar de su nombre por ciertas y determinadas personas: pero todo ello prueba la necesidad de evitar tales abusos con la institución que proponemos. 


la facilidad con que se ha visto desalojar a los colocados para ceder a la vez estos sus plazas a otros que se las arrebatan ayudados de una nueva mudanza ministerial, de un compromiso mayor y partidario o de un favor social más preponderante; este desasosiego en los expedientes y las mesas por las varias manos que sin concluir a estudiarlos principian; esta 

infestación, por último, de nuestros males políticos de acá, cuando no se participa por allá de los bienes al menos, que alguna de nuestras reformas nos han dejado; todo esto, a nuestro entender, cesaría con la intervención de un cuerpo como el antiguo consejo de Indias, al que compitiese la calificación y la propuesta de los empleados que a estas posesiones debieran llegar, según su moralidad, sus méritos y las circunstancias de su carrera, no convirtiendo como hoy a un cualquiera en dispensador de la ciencia rentística o económica y hasta a un individuo, menos que carabinero, en un funcionario de los más autorizados al servicio de S. M. (1)

(1) Una prudencia, igual a la que hemos protestado en la anterior nota, nos hace no señalar cuál es este puesto.  

Entonces cesaría para siempre ese fatal principio de que lo que no cabe en España pueda tener lugar allí, o que los que no son aptos por su capacidad, o están tildados en su reputación, puedan servir allá por virtud de servicios interesados o de bastardas exigencias. ¡Como si el ojo que pudiera en nuestra Península confundirlos entre muchos, no los siguiera con más despejo fuera, siendo más peligrosa la prueba de su verdadera evidencia! Este espectáculo que es uno de los mayores móviles que contribuyen a nuestro entender al peor espíritu de aquellos habitantes, nos ha condolido más de una vez en Cuba; y por consideraciones a la gravedad que nos debemos y al temor que tendríamos en alimentar amargas quejas, nos abstenemos de presentar este cuadro tal cual podríamos hacerlo ante la meditación y la reserva de los hombres de gobierno que debieran evitarlo. 

El gobierno inglés ofrece una grande garantía respecto a este punto en los empleados que a sus colonias envía. Los empleados de la India tienen que entrar antes de cumplir veinte años en colegios destinados a este objeto y pagar 105 libras anuales para indemnizar la costosa y elevada educación que reciben bajo la superintendencia de un consejo de colegio y de los profesores más sabios. Los exámenes para pasar a aspirantes de empleados civiles son muy severos, habiendo recaído los nombramientos de estos en los últimos cinco años, en tres hijos nobles; ocho, de barones; catorce, de clérigos; ocho, de médicos de la compañía de la India; treinta, de empleados civiles; veintidós, de militares; cuarenta y dos, de marinos; veintisiete de militares y marinos del gobierno inglés; y ciento diez, de comerciantes, 

banqueros y otros particulares (1). 

(1) El excedente del gasto total del colegio de Haileybory desde 1805 hasta 1830, fue 363.427 libras, de las cuales 96.359 se dedicaron a la construcción y mejoras del edificio; 33.353, para comprar libros o instrumentos; y 220.730 a sueldos de los profesores. El número de estudiantes instruidos fue de 1978. Las reglas que se observan en el examen de candidatos para su admisión en este colegio se prefijaron por la junta de comisionados en 16 de agosto de 1837. Cada uno de ellos debe presentar un testimonio de buena conducta moral, ser examinado en el testamento griego sin ser admitido si no denota gran suficiencia en este ramo, y poder traducir 

al inglés alguna parte de los autores también griegos y latinos como Homero, Herodoto, Xenophonte, Tuchidides, Sophocles (Sófocles), Eurípides; 

y Livio, Terencio, Cicerón, Tácito, Virgilio y Horacio, con otras cuestiones sobre la historia antigua, geografía, filosofía, historia moderna, elementos de matemáticas incluyendo la aritmética, las fracciones decimales y los cuatro primeros libros de Evelides, También se les examina por último en la filosofía moral y en las pruebas de la religión cristiana según las obras de Paley, 

(Montgomery y Martin.) 


Sus ascensos se verifican además de la manera siguiente: luego que un aspirante a empleado civil ha dado a conocer su talento y capacidad en la India, se le permite que elija el ramo a que quiere dedicarse, ya de rentas, judicial o político, y sus ascensos se arreglan en parte por antigüedad y en parte al mérito que contraiga, ligándose estos dos principios en las promociones de tal manera que sirva a destruir el favoritismo, hallándose, sin embargo, los ascensos bastante abiertos para animar al talento y a la aplicación. Una acta del Parlamento dispone que todo destino cuyos emolumentos en su totalidad importen más de 500 libras anuales debe ser desempeñado por un empleado civil que haya residido tres años en la India: mas si los emolumentos exceden de 1500 libras, por uno que haya residido seis años; si exceden de 3000 libras, por uno de nueve años; y si de 4000 o más, por uno de doce años. De esta manera, para las vacantes de cada clasificación hay un número de candidatos con la experiencia local necesaria, y por consiguiente la elección depende del gobierno, empleándose todo cuidado para que el mérito sea el único fundamento de los adelantos en la carrera, No tuvimos nosotros nunca esta enseñanza, estos estudios preparatorios ni este método tan sabio para los que fueron un tiempo empleados en nuestros dominios ultramarinos. Pero nuestros padres, al menos, partían siempre de las propuestas que para los empleos secundarios se hacían por la cámara de Indias y fueron tiempos más propicios para conseguir en los superiores, la cualidad de hombres de Estado. 

En efecto, ellos alcanzaron para tantos varones eminentes como ocuparon un día los virreinatos, las presidencias y gobiernos del continente perdido, circunstancias más análogas que nosotros para el fecundo plantel de donde los sacaban. Entonces el espíritu febril de nuestras reacciones no se infiltraba en todo como al presente, y cuando a la América pasaban, habían ya hecho un pacifico aprendizaje como hombres de Estado en los cuerpos o principales puestos de nuestra antigua y ceremoniosa monarquía; y el merecimiento de sus antiguos servicios, y el aplomo de sus respetables canas eran más bien que los improvisados de la época actual, la garantía y el escalón sobre que se alzaban. Más decimos: aun las propias creaciones de un favor cortesano, tan común por entonces, llevaban muchas ventajas en el personal de los favorecidos, a los que hoy, siguiendo sus huellas, llegan a trepar por iguales medios a semejantes alturas. Entonces para tener entrada en los salones 

regios o en las moradas de los consejeros, se necesitaba ostentar tradiciones aristocráticas, los empleos de sus antepasados, o el brillo y la preponderancia de crecidas riquezas. Todas estas cosas ofrecían cierto incentivo a la elevación de los sentimientos, fortalecían la independencia de 

la (pone integratiud; ingratitud supongo) y eran dulces y afables quienes no necesitaban hacer alarde de su improvisación para ser obedecidos y respetados. Mas al presente la revolución y la última guerra que acabamos de atravesar han sacado de quicio a todas las clases, y los que han escalado con más audacia que inteligencia todos los altos destinos, si los han podido explotar, lo han hecho con la codicia de quien no pudo pensar nunca en poseerlos, y los quiere vincular para lo venidero. Esto es en cuanto a su interesada conducta. Respecto a la poca templanza de sus disposiciones y a la trascendental ligereza que se viene advirtiendo en sus actos, todo guarda asonancia con lo asentado. Porque sobre lo común que es en la debilidad del hombre el deseo de ostentar superioridad y la vanidad de un personal aparato, se particulariza todavía más en aquel que no ha pasado por los grados de una gradual elevación o no posee los particulares méritos por donde los demás lo acaten y lo distingan. De estos decía el rey Felipe II: 

No todos los estómagos son capaces de digerir las grandes fortunas y no se 

corrompe tan presto ni se resuelve en ruin aliento una mala vianda como las honras excesivas en una alma sin merecimientos (1). (1) Dichos y hechos del rey Felipe II llamado con justa razón el prudente. Cap. 8 pág. 162.

Para correctivo, pues, de todos estos males, pedimos ol cuerpo consultivo y exclusivo del ministerio de Ultramar, pues como dice el señor Vázquez Queipo hablando de estos públicos funcionarios, "de la acertada elección de 

empleados pende el bienestar de las colonias, la pureza en el manejo y aumento de sus rentas, el amor de aquellas hacia la Metrópoli y la firmeza de los lazos que recíprocamente deben unirlas y estrecharlas. Justo, conveniente y aun necesario es de consiguiente que se ilustre la conciencia del ministro con la opinión de un consejo respetable; librándose así de los compromisos y exigencias en que frecuentemente se les pone con grave detrimento de los intereses metropolitanos y coloniales."

Probada ya la necesidad de formar un cuerpo o supremo consejo a cuya consulta vaya todo lo que tenga relación con el gobierno, la administración y la defensa de nuestras posesiones de Ultramar, nos resta hablar algo de su organización personal y de su particular nombre. Nosotros creemos que esta institución no podría llenar sus fines altísimos si su personal no era compuesto de personas de allí, de otras notables en esta corte por su posición o servicios, y por otras que hubieran estado oficialmente en semejantes dominios. De este modo, unas y otras traerían al acervo común de su ilustración los dotes de la independencia y el caudal inapreciable de su práctica y conocimientos. De lo contrario, son innumerables las faltas que 

cometen por desconocer estas prendas, hombres que no han estado allí o que no tienen noticia de la administración tradicional que a estos pueblos rige, y así es que se expiden órdenes que están ya unas veces en contra de sus intereses particulares hijos de su organización y su especial riqueza, ya otras en contra de sus hábitos y de sus inclinaciones propias. De ambos casos pudiéramos poner ejemplos pero lo haremos sólo del primero. Por el señor ministro de Hacienda Mon se aumentó en los aranceles el derecho del 

café procedente de nuestras colonias y por lo tanto de la isla de Cuba. Pues bien: si se hubiera tenido un conocimiento práctico y reciente del estado que alcanza allí este fruto, y semejante providencia se hubiera consultado a los 

hombres prácticos de este consejo en cuyo seno hubiera habido algunos naturales de allí o que hubieran visitado su suelo, es seguro que en vez de cargar este fruto habrían consultado mejor al ministro el aliviarlo, como un medio de protección para que no desapareciese por completó según lo abatido que hoy allí se encuentra (1). A este hecho pudiéramos reunir otros muchos. 

Concluiremos ya por último con la denominación que debiera tener este cuerpo, al que nombraríamos consejo de ultramar y de ningún modo de colonias, como en otros países, por las razones que hemos ya indicado desde el comienzo de estos artículos (2), y porque semejante nombre no envolvería innovación alguna al que hoy lleva la sección del Consejo real, que de estos asuntos se ocupa. 


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 


(1) Véase el documento o impreso que copiamos a continuación. 

(2) Véase la nota primera de nuestro segundo número. 


DOCUMENTO 

A QUE SE REFIERE EL ANTERIOR ARTÍCULO. 


He aquí la comunicación que dirigimos y que publicaron los periódicos de esta corte cuando en 22 de junio del año pasado llegamos a ella procedentes de la isla de Cuba: - Señores redactores etc. Muy señores míos: Al llegar de 

Cádiz a Sevilla procedente de la Habana, en los primeros periódicos que en este punto encontré, vi se ocupaban de los nuevos aranceles y de los derechos que por estos se han de aumentar sobre los frutos coloniales. Al ver este extremo no pude menos de exclamar: ¡cuándo una línea de vapores, y lo que es más, la popularidad de nuestras cuestiones coloniales nos pondrán en el caso de conocer y proteger tan ricos intereses! - En efecto, concretándome a la gran isla de Cuba, sólo el azúcar, el café y el tabaco son los tres ramos que han producido su fama y su movimiento 

comercial. Pues bien: el azúcar acaba de sufrir vicisitudes en los mercados extraños y se aguarda una grande y futura crisis como resultado de una ley dada y que no puede menos de obrar sobre su primitiva, viciosa y actual organización social. El café está ya desapareciendo como riqueza y el tabaco no ofrece apenas consumo en nuestra misma patria por sus derechos prohibitivos. ¡Y sin embargo, a estos frutos coloniales, en vez de aliviarlos en su abatimiento, se les persigue y recarga! - Sin detenernos hemos llegado a eta corte; pero más de prisa se ha presentado en el Congreso el proyecto de cuya discusión se ocupa. En este caso y no habiéndonos llegado aún nuestros particulares papeles, nos encontramos faltos de los datos numéricos a que debiéramos referirnos, y sentimos ser breves y someros: 

pero tampoco nos es posible callar absolutamente viniendo de estudiar aquel país y oyendo el eco de nuestra conciencia.........

Con esta imposición no sólo no favorecemos su producción agrícola, único elemento de su preconizada riqueza, sino que tendemos a debilitar sus productos, esos frutos coloniales que disminuirán en nuestros mercados para abundar en los extraños. Con ellos nos privamos del cambio, y con la pérdida, del cambio, del valor de nuestra bandera y del desarrollo de nuestra marina mercante. Con esta imposición aquellos fieles habitantes van a tener una sensible prueba; bien podemos asegurarlo. Que la Metrópoli no sigue las vicisitudes del verdadero estado económico de aquella isla. No: no es este tan placentero como lo han presentado hasta el día los resultados de sus balanzas. Esta crisis era de esperarse con el tiempo, dada la ley de la trata. Nosotros no entraremos aquí a tratar sobre el bien o el mal absoluto de aquella disposición. Sólo sí consignaremos que, ya dada, no puede menos de sobrevivir más o menos tarde, si el gobierno no se adelanta con ciertas medidas a prevenirla y desviarla. Si no se ha notado ya en la producción del azúcar, ha sido por estarse levantando las negradas de los cafetales para pasarlas a los ingenios casi desde que dicha ley se dio, lo cual no podrá menos de tener un límite cumpliéndose religiosamente con los tratados; si bien esto nos parece algo difícil como hemos visto allí, ante las circunstancias particulares de un país donde todo es o se hace excepcíonal. Porque allí hay ciertos gobernantes, ciertos súbditos, cierto orden moral, cierto orden gubernativo y cierto orden económico: todo es excepcional o se quiere hacer excepcional. - Sépase, pues, que la riqueza del café está ya desapareciendo en toda la isla de Cuba. En su parte occidental más particularmente, ha concluido por completo, cuyo golpe de gracia recibió con la represalia de las harinas. ¡Y a pesar de todo, a este fruto que no pagaba antes diezmo se le ha impuesto modernamente el 6 por 100, y a este fruto que en su abatimiento o por mejor decir en su ruina reclamaba ayuda y protección para sobrevivir siquiera, es el que se grava de nuevo por el arancel que se discute! - Desearíamos que el superior gobierno pidiese informes sobre la materia a la superintendencia de la Habana y al abatido comercio gaditano. Porque, lo decimos con una convicción profunda, golpes de esta clase no sólo desarrollarán cual debiera apetecerse la riqueza de aquel suelo, sino lo que es peor y más triste; ellos harán más crítico el espíritu de aquel país algo delicado en el día para el hombre pensador que no mira sólo lo actual, sino que tiene presente el porvenir, ínterin en su día presentamos las pruebas y los documentos de que parten nuestros débiles juicios, Vds., señores redactores, nos dispensarán la enunciación de nuestras 

ideas, cualquiera que sea el modo más ilustrado con que puedan ver las suyas, y su tolerancia respetará sin duda la lealtad con que salimos a la defensa de un país hermano de la España y cada vez más retirado de ella de un modo moral más que física y materialmente. Sobre aquel suelo hemos tenido motivos para deplorar como buenos españoles estas distancias, y hoy al menos cumplimos con nuestros sentimientos. - De Vds. etc. 



SECCIÓN LITERARIA.


POETAS PENINSULARES. 


Las relaciones que median entre el autor de la composición siguiente D. Eustaquio Fernández Navarrete y el director de esta Revista, no le permiten decir todo lo que pudiera sobre los dotes literarios del primero. Severos en 

nuestros principios, el propio concepto que del mismo tenemos como hombre de letras, quedaría desvirtuado ante el interés de nuestra afección. Sólo por lo tanto indicaremos aquí, que lejos de la corte y dedicado hace años a trabajos concienzudos sobre historia y crítica literaria, no es el que 

menos lo ocupa al presente, el grandioso de dar a luz toda la historia de nuestra literatura, trabajo que tiene ya muy adelantado y del que hemos visto agradables muestras. A pesar de todo, más de una vez ha explayado su imaginación en varias composiciones poéticas de las que algunas han visto la luz pública, permaneciendo las demás inéditas. De estas últimas son las siguientes, habiéndose escrito la primera para uno de los pasados concursos, si bien no se llegó a presentar por causas que son ajenas a este lugar. 


A COLÓN.

ODA. 


¿Cuál punto imperceptible, audaz camina 

átomo leve en el espacio inmenso, 

entra las ondas que rugiente empina 

el atlántico mar en cerco denso? 


Son las frágiles naves

del inmortal Colón. Su genio osado

a volar las anima

do no se atreven a cruzar las aves

que admiraron el sol en nuestro clima; 

¡que él, de sublime espíritu agitado, 

medita con incógnito hemisferio

duplicar de la tierra el ancho imperio! 


Cien siglos encerrara la natura 

en su seno profundo 

tan esplendente zona al viejo mundo. 

Ceñido de laurel triste gemía 

el macedón guerrero, (Alejandro Magno, macedonio, de Macedonia) 

al mirar que no había 

tierra bastante a su insaciable acero. 

Mas ora ved ya abiertos 

los senderos del mar. Lo que el ardiente 

valor no pudo del monarca claro, 

de un hombre sabio la inspirada mente 

lógralo en la pobreza y desamparo. 


El mar en vano le presenta horrible 

peñas, bajíos, huracanes y olas; 

todo sucumbe a su ánimo invencible 

ayudado de proras españolas. 


“Allá, do el carro vespertino mueve 

Héspero luminoso, (el sabio dijo 

inspirado cual místico profeta), 

en nuevas tierras dilatarse debe 

zonas caras al sol, nuestro planeta. 

De extraños usos, ceremonias, leyes, 

veo naciones que el poder sujeta 

de prepotentes ignorados reyes; 

allí un suelo feraz brinda un tesoro, 

al que buscarlo intrépido se ofrezca 

de rica especería y piedras y oro. 

¿Será que siempre oculto permanezca

a la humana ambición? ¿Cobarde el hombre 

nunca hollará más suelo,

que el que osado cercara 

de las romanas águilas el vuelo?

¿Para qué su razón relumbra clara?

Para qué le dio el ser que le criara

esa lumbre divina 

con que del sol los círculos describe,

y en cuanto ve su luz sagaz domina?" 


Dijo, y su noble corazón se engríe: 

con su alta idea batallando inquieto 

en pos de auxilio por el orbe vuela, 

que mofador de sus intentos ríe: 

sólo en el grande pecho de Isabela 

su aliento sobrehumano 

encuentra un eco que a su voz responde; 

y consiguiendo estrecha carabela 

marcha, y en manto tenebroso en vano 

la antártica región el cielo esconde. 


En torno del timón montes de espuma 

alza de atlante el mar, y se exagera 

al ver la audacia que por vez primera 

sus espaldas indómitas abruma. 

Huye la tierra de la vista ansiosa 

de la gente, que el héroe osado guía: 

y pasa tardo un día, 

y viene en pos la noche tenebrosa, 

y sólo suena en su asombrado oído 

del leño volador sordo crujido. 


Remueve el eje ardiente 

setenta veces la rosada aurora, 

y su luz solamente 

aguas y cielos con su lumbre dora. 


Las turbas consternadas 

con horror miran la feliz derrota 

que de su patria amada los aleja, 

y al labio ardiente el descontento brota 

en tumultuaria queja. 

"¿Ciegos por siempre víctimas seremos 

de ilusa fantasía? 

Si el viento siempre impele nuestra popa 

hacia occidente próspero, ¿podremos 

volver un día a nuestra amada Europa? 

El soplo mismo que al huir nos guía 

nuestro retorno impedirá constante! 

No más, no más sigamos 

la voz de aventurero delirante; 

arrojémosle al piélago y volvamos 

hacia la margen patria el vuelo errante. 

Arrojémosle al mar," claman. La grita 

va por las naves cóncavas cundiendo, 

y contra el héroe el vulgo precipita 

sus ciegos pasos con feroz estruendo. 


Con firme rostro y corazón sereno 

hacia la airada turba se adelanta 

el caudillo inmortal y en voz de trueno 

de su furor los ímpetus quebranta. 

"Insensatos, qué hacéis? sólo a mí es dado 

poder volveros a los patrios lares; 

herid mi pecho, herid; vuestro atentado

con muerte cierta vengarán los mares.

El ánimo esforzad”, en pos les dice

con más templado acento,

"y si el tercero día

tierra no alumbra con albor felice,

inmóleme cruel vuestro ardimiento." 


Dice y torna al timón: al cielo mira, 

pidiendo amparo a sus cuidados graves, 

y su azorado corazón respira 

al contemplar que por el aire gira 

ansiado nuncio de vecina tierra 

tropa ligera de pintadas aves, 

que abate el vuelo a saludar las naves. 

La vista vuelve a la cerúlea espalda 

del mar inmenso que a su gente aterra, 

y cual nítida faja de esmeralda 

ve de yerba flotante luenga cinta 

que en su verde color las hondas pinta. 


Ya es suyo el triunfo! la tiniebla aleve 

en vano trae en sus siniestras alas 

a su inquieto afanar retardo breve. 

¡Tierra! exclama el marino 

del nuevo día al resplandor incierto 

sirviéndoles los mástiles de escalas 

para gozar su aspecto peregrino, 

y en playa nunca vista encuentra puerto. 

Cae de hinojos; en plegarias puras 

la chusma alborozada 

con ánimo devoto 

rinde gracias al Dios de las alturas: 

y por primera vez del mundo ignoto 

los ecos tronadores 

repiten por su playa dilatada 

del verdadero Dios santos loores. 


¿Qué guirnalda, Colón, premio bastante 

a tu empresa será? Mas ay! no esperes 

de tu siglo justicia. Negra envidia 

que con lengua insultante 

por oprimirte lidia 

en tu contra sus víboras desata; 

y en pago a un mundo que a sus plantas pones, 

la nueva patria, que adoptaste ingrata, 

ofrecerá a tus pies viles prisiones. 

Esfuerza el pecho y su furor desdeña; 

anima tus valientes; 

y una vez y otra vez torna animoso 

a tremolar la castellana enseña 

más allá de los trópicos ardientes. 


En pos de ti con inmortal anhelo 

a imitar sus afanes 

los héroes volarán de nuestro suelo, 

Córdova, Hojeda, Ponce, Magallanes. 

Allá cabe el gran seno mejicano, 

el alto solio, de entre blanda pluma 

y aromas gratos con orgullo insano 

se recostara el muelle Motezuma, 

caerá al esfuerzo de Cortés bizarro. 

Allá do el rico Potosí se eleva 

doblará su cerviz el inca débil 

al férreo brazo del audaz Pizarro, 

que muerte y destrucción en torno lleva. 


Tú entre todos empero, 

brillarás, oh Colón, cual sol radiante 

entre los claros astros el primero. 

Cuando el indio salvaje, 

por tu gran obra a la razón tornado, 

no haciendo ya con sus inmundos ritos 

a la sagrada humanidad ultraje, 

los frutos goce de feliz cultura; 

cuando al Dios tantos siglos ignorado, 

en sacros templos rinda 

con puro corazón ofrenda pura; 

y el europeo culto 

enriquecido por tu heroica mano 

con los dones que América le brinda, 

de unirse en lazo fraternal se asombre 

al antes vil y torpe americano, 

ambos a dos bendecirán tu nombre; 

y te dirán su bienhechor sublime 

con respeto profundo 

el mundo antiguo y el moderno mundo. 




SONETOS. 

I. 

La vida humana. 


Rauda nave es la vida que despliega 

la hinchada lona al mar, desde la cuna, 

y a las revueltas olas de fortuna 

inexperta y confiada el casco entrega. 


Ya en honda sima el piélago la anega, 

que el viento al agua silbador se aúna; 

ya sobre el cerco de la blanca luna 

en la ancha espalda de las ondas llega. 


Así corre veloz agua infinita; 

y ora tropieza en sirtes, ora amenas 

playas en torno dilatarse advierte, 


sin que puerto tomar se le permita 

hasta que ya sin mástil, sin antenas, 

arriba al triste puerto de la muerte. 



II.


A la muerte de un niño. 


De unas montañas en la humilde falda, 

ya en la arena jugando, ya riendo, 

ve límpido arroyuelo discurriendo 

sobre luciente alfombra de esmeralda. 


Forma a su margen bella una guirnalda, 

flores de vario esmalte entretejiendo, 

que tiñe el fresco humor, que va esparciendo, 

de oro, de azul, de colorado y gualda. 


Mas ay! que cuando corre más dichoso 

trágase su raudal caverna oculta, 

triste dejando y árido el terreno. 


Tu vida es ese arroyo, niño hermoso; 

la muerte es la honda sima, que sepulta 

para siempre tus gracias en su seno. 


Continúa en la parte 2