Grammatice, tenuis a fonte, pleno jam
satis alveo
fluit, cum praeter rationem recte loquendi, non parum
alioqui copiosam, prope omnium maximarum artium
scientiam
amplexa sit.
(Quintilianus Institutiones oratoriae: 2, 1.)
ADVERTENCIA.
La
conveniencia de fomentar los estudios filológicos ha sido claramente
manifestada por la Real Academia Española al promover un certamen en
el cual se expusiese el desenvolvimiento de estos estudios en nuestra
patria. Del acierto de la Academia en proponer este tema no puede
caber la menor duda. La ciencia, aunque basada en principios, no
puede prescindir de la tradición. El lenguaje es un fenómeno
social, que procede, como de sus causas y principios, de otros
fenómenos análogos anteriores, y las formas y accidentes del hablar
presente suponen otras formas y accidentes usados en tiempos que ya
pasaron. Por consiguiente, el estudio y el conocimiento del lenguaje
actual debe presuponer más o menos clara y directamente el estudio y
el conocimiento que hicieron sobre su propio lenguaje las
generaciones que nos precedieron. Para lograr este intento, ha
convocado la Real Academia Española a los aficionados a semejantes
investigaciones, estimulándolos a hacer el recuento del caudal
literario que nos legaron nuestros antepasados y fomentando de esta
manera, a la vez que el progreso de la ciencia en general, el
adelantamiento de los estudios de filología castellana.
Ansiosos
de realizar el pensamiento propuesto por la primera de nuestras
Corporaciones literarias, aunque persuadidos de las dificultades que
habíamos de encontrar en el camino, nos decidimos a acometer una
empresa a la cual nos incitaba la afición que hace años tenemos a
los estudios filológicos. Para llevarla a cabo, confesamos no haber
sido pequeñas la fatiga y la diligencia que nos hemos impuesto, ya
que los libros sobre que había de fundarse nuestro trabajo son en su
mayor número de tan excesiva rareza que, a pesar de haber logrado
reunir en nuestra biblioteca f porción considerable de ellos, nos ha
sido necesario, para dar con otros, revolver las librerías públicas
y privadas, así de España como del extranjero, solicitar las luces
o noticias de personas entendidas, y acudir a medios o auxilios que,
estando lejos de nuestro alcance, no han podido utilizarse sino a
costa de grandes molestias y dificultades. Así lo tenía reconocido
sin duda la Academia, a juzgar por lo que decían acerca de esta
empresa algunos individuos de la dicha Corporación. Entre otros, ya
en 1871 escribía el Sr. D. Manuel Cañete: Si ha de escribirse algún
día, como cumple al buen nombre y al interés del país, la historia
de la lengua castellana, se hace necesario no desperdiciar ocasión
ninguna de ir allegando materiales que, utilizados y clasificados en
sazón oportuna, faciliten labor tan lenta y penosa, porque sólo así
podrá realizarse alguna vez obra de tanta importancia, que requiere
larga copia de trabajos preliminares arduos y dificultosos de suyo
(I).
Ha sido muy escaso, por otra parte, el tiempo de que
hemos podido disponer para llevar a feliz término tan difícil
tarea: por esto fiamos en la benevolencia de los lectores, que
apreciando los inconvenientes que ofrecía un trabajo hasta ahora no
acometido, suplirán las deficiencias del nuestro, mirándolo más
como ensayo que como obra perfecta y consumada.
Interpretando
lo prescrito por la Academia en el programa del certamen, hemos
tenido a la vista dos fines en el desempeño del asunto que hemos
tomado entre manos, es a saber: indicar los estudios que,
refiriéndose a la lengua castellana, pueden conducir al
perfeccionamiento y mayor riqueza de su Gramática y de su
Diccionario, y desenvolver la historia de la filología castellana,
mostrando y explicando sus progresos desde el siglo XV hasta hoy.
Estos dos estudios se ayudan y dan la mano el uno al otro, ya que las
investigaciones gramaticales y lexicográficas de los pasados siglos
no pueden llevarse a cumplido efecto sin derramar vivísima claridad
sobre las cuestiones que se refieren así al Diccionario como a la
Gramática de nuestra lengua, y sin consignar al propio tiempo, ya en
las reglas positivas que proclaman aquellos libros, ya en las
opiniones más o menos fundadas de sus autores, ya en los mismos
accidentes extrínsecos de sus obras, las etapas del desenvolvimiento
de los estudios a que ha estado sometido el idioma castellano en los
diversos períodos de su historia.
Para alcanzar estos dos fines, hemos dividido nuestro
trabajo en tres libros. Coleccionamos en el primero lo que se ha
escrito sobre el origen y formación de nuestra lengua. Enumeramos y
describimos en el segundo las gramáticas y cartillas de alguna
importancia o que por algún concepto ofrezcan interés, entre las
innumerables que existen publicadas sobre el castellano, dividiéndolo
en tres partes, que respectivamente tratan de la Analogía y
Sintaxis, de la Ortología, Prosodia y Métrica y de la Ortografía,
a pesar de que, por la estrecha relación que guardan entre sí
algunas materias, como la pronunciación y la escritura, se trata a
la vez de ambas juntas en muchos artículos que indistintamente están
en la segunda o en la tercera parte. Por igual razón hállanse en la
primera parte muchos libros citados en la segunda y en la tercera,
por contener en su texto el estudio de los cuatro tratados de que
consta la Gramática. En la tercera parte de este segundo libro se
contienen asimismo muchas noticias de interés para la historia del
magisterio español de primera enseñanza, y se sacan del olvido no
pocos nombres de maestros de escuela de los pasados siglos, cuya
carrera, aunque modesta e injustamente olvidada, se enlaza tan
directamente con el estudio de la Gramática castellana.
(I) Págs. 418 y 419 del tomo de La Ilustración
Española y Americana, correspondiente al año de 1871, en donde el
Sr. Cañete publicó por primera vez una interesante carta del poeta
Francisco de Figueroa con notas del Maestro Ambrosio de Morales:
ambos escritos se refieren a la pronunciación de algunas letras
castellanas.
Reunimos en el tercer libro las noticias
referentes al Diccionario, coleccionando los diccionarios generales
primero (I), después los estudios especiales acerca de las
etimologías (2), los sinónimos, los arcaísmos, los neologismos,
los provincialismos, los tecnicismos, los refranes (3), y, por
último, los demás trabajos lexicográficos de carácter vario y
general publicados acerca de nuestra habla. A estos tres libros
precederá una noticia o disertación en que se consignen las ideas
que han tenido acerca de la excelencia de la lengua castellana muchos
de los ilustres españoles que de ella han escrito, y de las cuales
ha procedido así la composición de las obras gramaticales que se
estudian en esta obra como la de las otras más admirables, en las
cuales campea esta lengua en toda su nobleza y hermosura.
(I)
En esta parte de diccionarios generales incluimos también aquéllos
que se han escrito para enseñar nuestra lengua a los extranjeros,
como los hispano-franceses, hispano-ingleses, hispano-alemanes, etc.
etc. y otros que contienen las palabras castellanas primero y luego
su traducción o explicación en otras lenguas clásicas o modernas
de Europa. Pero debemos advertir que no damos cabida a los
diccionarios en español y en lenguas indígenas de América, Asia y
Oceanía. Sin embargo, no dejarán de ser muy útiles al lexicógrafo
muchos de estos diccionarios, como, por ejemplo, el
castellano-chileno del P. Febres y el castellano-quichua del P.
González Holguín, que contiene muchas palabras que no se hallan en
el Tesoro de Covarrubias, a pesar de haberse compuesto y publicado
este último Diccionario en fecha posterior. Véanse nuestros libros:
Bibliografía española de lenguas indígenas de América. Obra
premiada en público certamen por la Biblioteca Nacional: Madrid,
imprenta de los Sucesores de Rivadeneyra, 1892. (Fol. -XXVIII-435
págs.), y Escritos de los portugueses y castellanos referentes a las
lenguas de China y el Japón. Memoria presentada en el Congreso
internacional de orientalistas de Lisboa, 1892: Lisboa, M. Gomes, rúa
do Garret, 70 (Chiado) (4.° -140 págs.) También hay bastantes
vocabularios en castellano y en lenguas indígenas de Filipinas, cuyo
examen ofrece especial interés para el filólogo.
(2) Esta
parte y la que contiene los trabajos relativos a arcaísmos, son
complementarias
del Libro primero de esta Biblioteca.
(3)
Nosotros no citamos más que las colecciones o estudios que se
refieren a refranes populares. Pero acerca de esta materia véase la
excelente Monografía sobre los refranes, adagios y proverbios
castellanos y las obras o fragmentos que expresamente tratan de ellos
en nuestra lengua. Obra escrita por D. José María Sbarbi,
presbítero. Premiada por la Biblioteca Nacional en el concurso
público de 1871;, e impresa a expensas del Estado. Madrid, imprenta
y litografía de los Huérfanos, calle de Juan Bravo, núm. 5:
MDCCCXCI. -Fol. -414 págs.
El Sr. Sbarbi, a quien tanto
deben la filología y las letras castellanas, debe ser considerado en
España como la primera autoridad en materia paremiológica.
Habiendo sido nuestro principal empeño
contribuir, en lo que cabe a nuestras fuerzas, a la formación de una
gramática histórica del castellano, era natural que fijáramos
preferentemente nuestra atención en las obras que han contribuido
más al desarrollo y perfección de estos estudios. Por esto hemos
sido más minuciosos o prolijos en unas obras que en otras,
deteniéndonos especialmente en la obra capital de Federico Díez, la
Gramática de las lenguas romances, de
la cual, atendida su primordial importancia, hemos hecho un largo
extracto, en cuanto se refiere a nuestro idioma.
Como nuestro
deseo es que este libro sea de inmediato aprovechamiento para la
generalidad de los lectores, y como para esto ningún método podía
convenir más que el bibliográfico, hemos inventariado por riguroso
orden cronológico, en cada, una de las partes respectivas, los
trabajos filológicos que se han escrito acerca del idioma
castellano.
Quizá podremos ser tachados de prolijos en
detalles bibliográficos; pero creemos será perdonada nuestra falta,
si tal es, en razón de la ya indicada rareza de los más de los
libros que se registran en este estudio. En cambio sólo apuntaremos
los títulos de los trabajos impresos en el presente siglo, o de los
que por ser epítomes, compendios o resúmenes más o menos felices
de otras obras importantes, o por razón de su escaso valor histórico
o científico, no exigen ser extractados ni analizados.
Como,
a pesar de nuestra diligencia, no siempre hemos podido haber a las
manos las obras que buscábamos, estos libros, de nosotros no
conocidos directamente, están registrados conforme los citan algunos
repertorios bibliográficos (I).
Fáltanos advertir que, como
conclusión y remate de nuestra obra, ponemos un índice general de
materias y otro alfabético de los autores y nombres propios de
personas citados en el texto, que esperamos serán de utilidad para
los que quieran aprovecharse de las noticias en ella contenidas.
(I) El único libro que puede considerarse como ensayo de
bibliografía gramatical, por
ser las obras de esta naturaleza
las que en él más abundan, es el Specimen bibliothecae
hispano-majansianae sive idea novi catalogi critici opervm scripiorvm
hispanorvm, qvae habet
in sva bibliotheca Gregorivs Majansivs
generosvs valentinvs. Ex mvseo Davidis Clementis. Hannoverae,
Impensis Jo. Gvil. Schmidii. MDCCLIII. -4.°-3 hs. de pról. + 171
págs. + 16 no numeradas de Indice.
En la Bibliotheca
nova de Nicolás Antonio y en las
Bibliografías
de Gallardo, Hidalgo y
Salvá, hállanse también registrados y
descritos muchos libros de filología castellana.
Pocos años
hace, en 1879, el bogotano D. Antonio María de Arrazola publicó una
breve bibliografía de gramática española en la cual incluyó
principalmente los libros de esta clase publicados en América.
Por último, D. Marcelino Menéndez y Pelayo,
en su tercera edición de la Ciencia
Española, año de 1889, tomo III de la
obra y 64 de la Colección de Escritores
castellanos, ha inventariado los
trabajos más importantes escritos acerca de nuestra lengua (págs.
273-279).
INTRODUCCIÓN.
DE LA OPINIÓN QUE TUVIERON
ACERCA DE LA EXCELENCIA DE LA LENGUA CASTELLANA
ALGUNOS
ESCRITORES ESPAÑOLES.
El estudio de la lengua castellana y
el arte de escribirla con perfección datan propiamente de aquel
glorioso período de nuestra historia que solemos apellidar con el
nombre de siglo de oro. Antes del reinado de los Reyes Católicos se
escribió mucho en nuestra lengua. Sin remontarnos a tiempos muy
antiguos, el Rey D. Alfonso el Sabio, el Infante D. Juan Manuel, los
autores de las crónicas nacionales y muchos de los poetas que
florecieron antes de aquella edad venturosa, dejaron en sus escritos
no pocas muestras de buen lenguaje y estilo; pero en la mayor parte,
si no en todos, se ve más la naturaleza que el arte, más el
instinto que la reflexión, y más la ruda espontaneidad en el uso
del habla dada al hombre para la declaración de sus pensamientos,
que no el estudio y esmerado
cultivo de esta facultad
maravillosa, don sublime de la Providencia Divina. Mas en el reinado
glorioso de los Reyes Católicos resalta claro y decidido el empeño
de los escritores españoles en, usar correcta y artísticamente de
su hablar hermosísimo, como fruto del aprecio en que lo tenían y
del deseo de hacer gallarda muestra de sus riquezas. Es notorio que
el primero en promover el estudio de nuestra lengua y en abrir a los
ingenios españoles la gloriosa senda que después de él habían
tantos de recorrer, fué aquel ingenio insigne que en los albores del
renacimiento de los estudios clásicos en España resplandeció con
tan viva luz y con tan maravillosa y extraordinaria grandeza, que aun
hoy, después de cuatro siglos, no se puede poner en él la vista sin
una especie de asombro. El Maestro Antonio de Nebrija, como se le
llamó en su tiempo y ha continuado en llamársele, fué, no sólo el
más decidido promovedor de los estudios de la antigüedad clásica
en España, sino el primero y más celoso cultivador que tuvo en su
tiempo la lengua castellana. A él
se debe el primer arte de
Gramática que se escribió de esta lengua, y a él debe ésta el
afán con que fué desde entonces estudiada, como también la estima
y aprecio en que en adelante la tuvieron los españoles. Así bien
pudo decir aquel Maestro insigne en la dedicatoria de su Gramática:
Yo
quise echar la primera piedra, e hacer en nuestra lengua lo
que Zenodoto en la griega e Crates en la latina, los cuales, aunque
fueron vencidos de los que después dellos escribieron, a lo menos
fué aquélla su gloria, e será nuestra que fuimos los primeros
inventores de obra tan necesaria.
Con estas palabras, no
menos arrogantes que aquellas otras que dirigió a D. Juan de Stúñiga
en el principio de su Diccionario (I), abría Nebrija anchos
horizontes a los profesores españoles para que, siguiendo los
derroteros que se iban a la sazón marcando en la cultura europea,
aplicaran a la enseñanza de las lenguas clásicas procedimientos más
sencillos y racionales, y dedicaran especial esmero al estudio del
patrio idioma. Y tal hubo de acontecer, en efecto, ya que, a ejemplo
de lo que sucedía en Francia y en Italia, muchos de nuestros
humanistas estudiaron con empeño la lengua castellana, y escribieron
libros para su enseñanza, y proclamaron sus grandezas y excelencias.
Así vemos antes de mediar el siglo XVI, a Juan de Valdés escribir
su Diálogo de la lengua, a fin de con-tribuir con él al mayor
lustre y perfección del castellano, que es lengua (según él mismo
dice) tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla
perder por negligencia debería avergonzar a los que con tan
inmerecido desdén la tratan. Y de aquí es también que no se limita
Valdés en su citado preciosísimo libro a consignar preceptos
gramaticales lexicográficos ni a amontonar noticias históricas,
sino que, inflamado su pecho por la dignidad y gentileza del romance,
sube su elegancia al punto mismo en que halla la lengua toscana, ya
cultivada por Pedro Bembo y su escuela ilustre de humanistas, y que
había sido ya enaltecida en las doradas plumas de Bocaccio y de
Petrarca. Y pues en éstos muéstrase la pureza y propiedad de su
lengua por haberla estudiado y escrito con cuidado, fía nuestro
escritor insigne en que la castellana se verá excedida en alabanza a
las demás lenguas vivas el día en que se llegue a tratarla con
miramiento, arrancándola de las manos que pueden deslustrarla con el
uso de corrompidas palabras y de giros vulgares o empleándola para
vestir vilísimas materias. Amante de su propio idioma, no menos que
conocedor de todas sus bellezas, entonces descubiertas a muy pocos,
afirma Valdés que todos los hombres somos obligados a ilustrar y
enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en los pechos
de nuestras madres, y dando ejemplo de su consejo do quiera que se
ofrece ocasión en su Diálogo, lo esmalta de expresiones felices,
donde asi se ensalzan las propiedades intrínsecas del castellano y
sus ventajas para decir altos conceptos, como se pide o anhela que la
cuiden y se esmeren todos en escribir bien en ella, ya que todo el
mundo ansiaba hablar castellano y teníase a gala y honor el
ejercitarlo.
(I) Véase el núm. 721 de esta Biblioteca.
Siguió a Valdés, pasados muy pocos años, Ambrosio de
Morales, que en el prólogo a las obras de su tío el Maestro Hernán
Pérez de Oliva, intitulado Discurso sobre la lengua castellana,
expuso las conveniencias del hablar con propiedad y elegancia, y de
estimar y ennoblecer la lengua nativa escribiendo las cosas
excelentes que con peregrina alteza puedan en ella declararse (t).
Duélese de que siendo esta lengua en abundancia, propiedad. variedad
y lindeza igual a las primeras, la olviden y tengan en poco los más
obligados a honrarla y enriquecerla; defiéndela de la postración a
que quieren condenarla los que nada hallan digno del entendimiento,
si está declarado en romance; ensalza el primor de que puede verse
revestida con la ayuda del arte, y advierte, por último, que
las
cualidades y dignidad propias de la lengua se verán tanto más
levantadas cuanto más se atienda a escoger los vocablos, a
apropiarlos y repartirlos, a mezclarlos suavemente y con diversidad.
de lo cual, dice Morales, provendrá toda la composición extremada,
natural, llena, copiosa, bien dispuesta y situada.
(I)
Discurso sobre la lengua castellana, por Ambrosio de Morales. Se
publicó por primera
vez en el libro intitulado: Obras que
Francisco Ceruantes de Salazar ha hecho, glosado, y
traduzido...
En Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar, año de 1546. 4.°,
230
hojas, letra gótica.
Entre los preliminares léese
uno intitulado: Ambrosio de Morales, sobrino del Maestro
Oliva,
al lector, que lleva por cabeza de página este letrero: Ambrosio de
Morales, Discurso sobre la lengua castellana.
Lo imprimió su
autor por segunda vez en las Obras del Maestro Fernán Pérez de
Oliva, natural de Cordoua... con otras cosas que van añadidas...
Cordoua. Gabriel Ramos Bejarano, 1556.
En una advertencia al
lector, dice Morales que en esta segunda impresión de su Discurso
había mudado y añadido muchas cosas que le parecieron
necesarias.
El benemérito D. Francisco Cerda y Rico hizo tercera
impresión de este Discurso al publicar las Obras de Francisco
Cervantes de Salazar... En Madrid por D. Antonio de Sancha,
MDCCLXXII. Lo reprodujo según el primer texto publicado en la
edición antigua de las obras de Cervantes de Salazar, pero
intercalando, entre comillas, los párrafos que añadió el autor a
su Discurso al publicarlo segunda vez con las obras de Oliva, En
cuanto a las variantes, fueron consignadas al pie de página por el
Sr. Cerda, el cual puso también muchas eruditas notas de su propia
cuenta.
Las palabras del famoso cronista en el principio de
su escrito, tal vez pecan de exageradas, supuesto que ya se habían
publicado las obras de Boscán y Garcilaso; Hernando del Pulgar había
escrito donairosas epístolas; Pedro Mejía y Florián de Ocampo
habían compuesto sus libros sobre historia y antigüedades en limpio
y ataviado lenguaje, y Fr. Luis de Granada había hablado de las
cosas celestiales con tanta lindeza, gravedad y fuerza en el decir
que parece no quedó nada en esto para
mayor acertamiento; y por
esto quizá reconoció más adelante que la lengua castellana
comenzaba a levantarse y a lucir todas sus bellezas en las plumas de
esos escritores. Pero lo más estimable del discurso de Morales es,
sin duda, su empeño en destruir la preocupación de muchos de
nuestros humanistas en creer que todo lo que era elocuencia y estudio
y cuidado de bien decir, había de ser para la lengua latina o
griega, sin que tuviera que ver con la nuestra, donde era superfino
todo su esmero, toda su doctrina y trabajo. Alzando pendón en pro de
los fueros de nuestro idioma, pudo envanecerse este ingenio de haber
franqueado el camino que conduce a la verdadera elocuencia,
estudiando y empleando bien los tesoros de nuestra lengua, sin
desdeñar por esto las clásicas de la antigüedad, antes
aprendiéndolas, para con ellas tener las llaves con que poder abrir
sus tesoros y enriquecer la vulgar de Castilla con sus despojos
admirables.
La queja de Morales, expresada con tanta
elocuencia, contribuyó sin duda a fomentar en nuestros ingenios el
cultivo simultáneo de las clásicas y de la patria lengua, según
que lo justifica el gran número de varones ilustres que formulaban
los preceptos del latín o del griego al par que los del castellano,
que declaraban en este idioma los conceptos más altos de la ciencia
de Dios y de la filosofía, hasta entonces no proclamados más que en
la lengua de Marco Talio y Quintiliano, y que celosos de enriquecer a
nuestra patria con los tesoros del saber antiguo derramaban en la
propia lengua cuantas riquezas de pensamiento hallaban en la griega y
latina, infundiendo de este modo vida generosa al castellano y
poniendo de relieve toda su magnificencia y esplendor. En virtud del
entusiasmo que despertaba el amor a la lengua castellana veíanse
aparecer en España para enriquecimiento de su lengua las obras de
Aristóteles y de Cicerón, de Tito Livio, de Planto y de Terencio,
de Luciano Samosateno, de Plutarco y de Jenofonte, de César y
Salustio, de Horacio y de
Ovidio, de Lucano y de Virgilio,
vertidas a nuestro idioma con tanta excelencia algunas de ellas, que
no faltaron críticos que afirmaran que se hablaba mejor en
castellano que en latín. Así también el Marqués de Villena,
Nebrija, Simón Abril y otros, al par que popularizaban el cultivo de
las humanidades y publicaban el código de sus preceptos, hacían
alarde de solicitud con su propia lengua, estudiando su contextura
gramatical y sus palabras, escribiendo las reglas de su enseñanza y
ensalzando sus admirables perfecciones. Así, en fin, varones
sapientísimos como el Maestro Ávila, y todos nuestros místicos, y
principalmente aquel Fr. Luis de Granada con razón tenido, al decir
de Garcés (I), por juez supremo de la lengua castellana, daban a
entender que era tan grande el amor que sentían por el romance, que
pudiendo haber escrito aventajadamente en latín, cuyos secretos de
dicción conocían a maravilla, prefirieron hacerlo en castellano,
empleándolo, como dice Morales, en cosas muy graves con propósito
de enriquecerlo con lo más excelente que en todo género de doctrina
se halla. ¡Tan alta era la idea que tenían de la excelencia de
nuestro idioma y de su abundancia incomparable!
Lo dicho por
Morales estaba latente en el cerebro de los varones doctos que, en la
patria del Brocense y de Vives, personificaban la tendencia del
Renacimiento, sin sensualidades ni exclusivismos, antes con espíritu
de tolerancia y de harmonía que vino a redundar en beneficio de
nuestra nativa lengua, cuyas innumerables bellezas, acrecentadas
con las que Cicerón y Demóstenes le rindieron, fueron más tarde
abundantemente aplicadas a todo género de asuntos científicos,
literarios y poéticos. Por esto, el cronista D. Tomás Tamayo de
Vargas, en el prólogo de la carta que dirigió a los aficionados de
la lengua española al principio del tomo segundo de la Historia
natural de Cayo Plínio Segundo, traducida por el Licenciado Jerónimo
de Huerta, médico de S. M, el
Rey D. Felipe II (Madrid. 1629),
aunque yerra grandemente al tratar de la antigüedad de la lengua
castellana, justifica con verdad y elocuencia los encarecimientos que
hace de ella, al citar copia abundantísima de traductores que
supieron trasladar y ennoblecer en el patrio idioma los libros de los
poetas, filósofos, oradores e historiadores de la antigüedad y de
las Sagradas Escrituras y Santos Padres.
Así, a pesar del tenaz empeño con que sostuvieron
algunos doctos varones el ya citado principio de que sólo en latín
podrían escribirse las cosas importantes, los primeros ingenios
españoles siguieron empedernidos adoradores de la belleza de nuestra
lengua. Defendió su uso y excelencias, mejor que otro alguno, el
preclarísimo Fray Luis de León, a quien persiguió la envidia para
descubrirle sus quilates y hacerle salir con el mayor triunfo y honra
que jamás se ha visto en la revuelta confusión de las pasiones
humanas (2), no sirviendo la censura que sus émulos pusieron a los
dos primeros libros de los Nombres de Cristo, por haber sido escritos
en romance, sino para que en la cabeza del tercero de dichos libros
escribiese Fr. Luis de León la más bella apología de nuestra
lengua y del cuidado y artificio con que es fuerza se aprovechen sus
excelencias para declarar nuestros pensamientos.
(1) Pág.
XVI del tomo 11 del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua
castellana.
(2) Libro de descripción de verdaderos Retratos
de Ilustres y Memorables varones,
Allí dejó escrito el
famoso agustiniano su pensamiento acerca del arte literario,
juntamente con la
defensa y alabanza que hizo del romance; allí
contestó a los que le achacaron a defecto el haber escrito de
materia teológica en el habla vulgar, diciéndoles que no pensasen,
porque veían romance, que era de poca estima lo que se decía; mas
al revés, viendo lo que se decía, juzgasen que podía ser de mucha
estima lo que se escribía en romance y no despreciasen por la lengua
las cosas, sino por ellas estimasen la lengua; que una cosa era la
forma del decir, y otra la lengua en que lo que se escribía se
decía; que las palabras no eran graves por ser latinas, sino por ser
dichas como a la gravedad le convenía, o sean españolas o sean
francesas; que si porque a nuestra lengua la llamamos vulgar se
imaginaban que no podíamos escribir en ella, sino vulgar y bajamente
era
grandísimo error. Allí advirtió que el bien hablar no es
común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice,
como en la manera como se dice, y negocio que de las palabras que
todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido dellas y aun
cuenta a veces las letras y
las pesa y las mide y las compone,
para que no solamente elijan con claridad lo que se pretende decir,
sino también con harmonía y dulzura.
Allí, finalmente, dijo el
autor: Yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que
escriben en esta lengua, poner en ella número, levantándola del
decaimiento ordinario; el cual camino quise yo abrir, no por la
presunción que tengo de mí, que sé bien la pequeñez de mis
fuerzas, sino para que los que las tienen se animen a tratar de aquí
en adelante su lengua, como los sabios y elocuentes pasados, cuyas
obras por tantos siglos viven, trataron las suyas, y para que la
igualen en la parte
que le falta con las lenguas mejores, a las
cuales, según mi juicio, vence ella en otras muchas virtudes.
De
este modo entendía el divino León que debíamos de amar la lengua
castellana y el respeto que habíamos de rendirla; así juzgaba que
habían de realizarse las naturales disposiciones de nuestro
lenguaje; de tal manera concebía las excelencias del idioma de
Castilla y del arte literario en que aquél servía de vestidura a
los conceptos del ingenio.
por Francisco Pacheco. En Sevilla,
1599. -Reproducción del original que posee D. José
María
Asensio, ilustre erudito de Sevilla, publicada e ilustrada en un tomo
adjunto por
este mismo señor, año de 1886.
Admirablemente secundaron a Fr. Luis otros varones
insignes, y más especialmente algunos pertenecientes al agustiniano
instituto del cual era gloria el Maestro León.
Entre ellos
merece citarse el P. Fr. Malon de Chaide, quien respondía a los que
le censuraban por escribir en lenguaje vulgar y en estilo llano y
sencillo, de esta manera: Habiendo yo comenzado esta niñería
(refiérese a la Conversión de la Magdalena: Alcalá, 1596) en
nuestro lenguaje
vulgar, he tenido tanta contradicción y
resistencia para que no pasase adelante, como si el hacerlo fuera
sacrilegio o por ello se destruyeran todas las buenas letras, y de
ahí resultara algún grave daño y perdición de la república de
España: unos me dicen que es bajeza escribir en nuestra lengua cosas
graves; otros, que es leyenda para hilanderuelas y mujercitas; otros,
que las doctrinas graves y de importancia no han de andar en manos
del vulgo liviano, despreciador de los misterios sagrados... No se
puede sufrir que digan (continúa) que en nuestro castellano no se
deben escribir cosas graves. Pues cómo (exclama), ¿tan vil y
grosera es nuestra habla que no puede servir sino de materia de
burla? Este agravio es de toda la nación y gente de España, pues no
hay lenguaje ni le ha habido que al nuestro haya hecho ventaja en
abundancia de términos, en dulzura de estilo y en ser blando, suave,
regalado y tierno, y muy acomodado para decir lo que queremos, ni en
frases ni rodeos galanos, ni que esté más sembrado de luces y
ornatos floridos y colores retóricos, si los que le tratan quieren
mostrar un poco de curiosidad en ello. Esta no puede alcanzarse si
todos la dejamos caer por nuestra parte, entregándola al vulgo
grosero y poco curioso. Y por salirme yo de esto, digo que espero en
la diligencia y buen cuidado de los celosos de la honra de España y
en su buena industria, que con el favor de Dios habemos de ver muy
presto todas las obras curiosas y graves escritas en nuestro vulgar,
y la lengua española subida en su perfección, sin que tenga envidia
a alguna de las del mundo y tan extendida cuanto lo están las
banderas de España que llegan del uno al otro polo; de donde se
seguirá que la gloria que nos han ganado las otras naciones en esto,
se la quitemos como lo habemos hecho en lo de las armas. Y hasta que
llegue ese venturoso tiempo, que ya
se va acercando, habremos de
tener paciencia con los murmuradores, los que somos de los primeros
en el dar la mano a nuestro lenguaje postrado.
De igual
manera razonaba el elocuente Fr. Pedro de la Vega, en el prólogo a
su Declaración de los siete Psalmos penitenciales (I): Bien me
imagino yo (decía) que no faltarán algunos que nos acusen el
escribirse este libro en romance, pareciéndoles que en latín
granjeara más autoridad a su autor, y las cosas que trata no se
hicieran comunes a todos, sino solamente a gente de letras y
predicadores. Esta queja puede tener color en la boca solamente de
aquéllos que encontraran en este libro estudios y cosas suyas, y de
los tales yo soy contento de ser reprehendido; porque en alguna
manera recibirán agravio, haciéndose común y vulgar lo que ellos
tienen por fruto particular de sus trabajos, y firmándose otro por
dueño del tesoro que ellos carecen. Pero los demás acuérdense que
antemano en su Evangelio el Padre de familias soberano condenó por
injusta la murmuración de los que se quejan porque se da a otros lo
que a ellos no se debe; luego los que no hallaren hacienda suya en
mis manos, no deben querer atármelas para que yo no pueda comunicar
a todos lo que no quito de su casa. A nadie obligó jamás ninguna
república que de sus bienes gananciales fundase mayorazgo o hiciese
vínculo que usar en unos y no otros. Y cuanto a lo que toca a mi
crédito, bien se sabe que sin agravio de nadie puede cada uno
renunciar a su derecho...
(I) Edición de Zaragoza, por
Carlos Lavayén, año 1606.
Con no menor brío y elocuencia
salía por los fueros de nuestra lengua el Maestro Cristóbal de
Fonseca, gloria también del orden agustiniano.
Últimamente
(decía en el prólogo de la Vida de Cristo), quiero responder a los
que murmuran de la elegancia y del arte del bien decir; no porque yo
me escriba en la matrícula de los que alcanzaron eso, que antes,
huyendo la hinchazón y soberbia en las palabras, he procurado seguir
una llaneza no bárbara, sino porque hay hombres que con un celo
aparente, aunque no santo, como el que quiere cazar fieras se viste
de sus pellejos, asi el que quiere cazar necios groseros se viste de
su grosería y necedad y condena la elegancia. Pero yerra, porque los
santos, que son los espejos en que nos hemos de mirar y las reglas
con que hemos de nivelar nuestras acciones, escribieron con tanta
gala, que los Tulios y los Demóstenes no les hicieron ventaja; y en
San Cipriano y en San Jerónimo
y en otros santos se hallarán
cláusulas que, juzgadas por las leyes de la Retórica, por la
demasía de la elocuencia, casi parecen viciosas. Y yendo
directamente a la raíz del error que quiere combatir, concluye con
gracia y donaire: Pinta un mal pintor un caballo, y como no lo
parece, pone un rétulo que dice caballo; pinta una columna y como
parece leño, pone columna. Este no pinta para los avisados, sino
para los necios. Mas un famoso pintor pinta una yegua que hace
relinchar al caballo natural cuando la mira; pinta unas uvas que se
abaten los pájaros a picarlas: ¿a cuál de los dos daréis el voto?
A la fe, lo que importa es pintar bien: que tema el cordero del león
pintado de nuestra mano y que huya la liebre del galgo como si
estuviera vivo, que si está mal pintado yo os aseguro
que no
huya por más rétulos que tenga (I).
A tan elocuentes y
patrióticas palabras deben unirse las que puso en el prólogo de sus
Evangelios de Cuaresma el Maestro Fr. Hernando de Santiago, honra de
la elocuencia española en el siglo XVI, cuyos discursos, al decir de
sus contemporáneos, deleitaban, movían y enseñaban con arte
concedido a muy pocos por la Divina Providencia. El cual Maestro no
tanto escribió el castellano (según él mismo manifiesta) por el
imperio de que gozaba entonces en el mundo, no habiendo en él quien
no lo entendiese, cuanto porque halló que nuestro idioma era
particularmente apto para manifest¿ir con lisura, facilidad.
propiedad y elegancia la tuerza secreta que late en las Sagradas
Escrituras, cuyas sentencias aparecen en la lengua de la Iglesia
ininteligibles y destrabadas a la
mayor parte de sus indoctos
lectores. No podía, ciertamente, el Maestro Santiago hacer mayor
alabanza del castellano, al consignar estos principios, los cuales
coronó con las palabras de un antiguo: hase de vivir con las
costumbres pasadas y hablar con las palabras presentes.
Pero
más que nadie realzó la gloria de la lengua española aquel
ornamento insigne de la escuela sevillana, el Maestro Francisco de
Medina, de cuyos labios brotaban las palabras elocuentes con igual
abundancia, belleza y lozanía que en el almendro las flores de
primavera. Igualó a los príncipes de la elocuencia Cicerón y
Demóstenes, dice uno de sus contemporáneos, no sólo en la pureza y
propiedad de la lengua y espíritu y fuerza oratoria, sino en la
grandeza de su ingenio y en su erudición y doctrina; tuvo destreza
admirable en razonar y explicarse, usando de las mejores y más
propias voces que conoció nuestra lengua, aventajándose a los más
cultos de su tiempo, así cuando hablaba de pensado, como en lo que
la ocasión ofrecía, dando siempre en lo mejor con términos tan del
arte que trataba, que parece precedía a cada palabra meditación
atenta; y poniendo al servicio de su propia lengua sus insignes
facultades, supo, por modo peregrino, tratar del idioma castellano y
pregonar en arrogantes cláusulas las grandezas que le estaban
reservadas en las plumas valentísimas de nuestros clásicos.
(I) El P. M, Fr.
Cristóbal de Fonseca, en el prólogo a la Vida de Christo Nuestro
Señor: Madrid. 1605.
(2) Prólogo a los lectores (págs.
1-12), escrito por el Maestro Medina, a las obras de Garcilaso de la
Vega, anotadas por Fernando de Herrera. Véase el núm. 411 de esta
Biblioteca.
El Discurso sobre la lengua castellana que
sirve de prólogo a las poesías de Garcilaso, comentadas por Herrera
(2), por lo generoso de las ideas y la pompa y harmonía de la
dicción, es, a no dudarlo, el trabajo crítico más bello y de
importancia más transcendental que se escribió en España en su
tiempo, y cuya elocuencia es tan eficaz, que su lectura deja en
nuestros ánimos admiración y deseo insaciable de entregarnos
nuevamente a la contemplación de aquel conjunto de generosas ideas,
escogidas y juntadas con acendrado amor por la lengua patria y
declaradas en cláusulas inimitables.
Tal vez el Maestro
Medina, deslumbrado por el fuego de su entusiasmo, concede a muy
pocos escritos españoles la honra de la perfecta elocuencia;
considera con exageración el estado de abatimiento en que supone a
nuestra lengua, y, al recordar ciertas glorias de la literatura
castellana, supone sin razón que son muchos los descuidos y vicios
que deslustran la propiedad y gran abundancia que los hacen
merecedores de aplauso. Pero nada son estas sombras al lado de la luz
vivísima que destella la dignidad de aquellas ideas, dirigidas a la
defensa y alabanza del idioma castellano. El cual espera el Maestro
sevillano que se ensalzará y acendrará con la lumbre del arte, que
es guía más cierto que la naturaleza; esto es, mediante el estudio
de la lengua en la gramática y en el vocabulario, en el de la
pronunciación y en el de las letras con que las voces se figuran. De
la ignorancia de estas disciplinas (dice) nacieron tantos vicios así
en lo uno como en lo otro; y se han endurecido tanto con los años,
que apenas se pueden arrancar del uso, y si alguno lo intenta es
aborrecido y vituperado como hombre arrogante, que dexando el camino
real que hallaron nuestros pasados, sigue nuevas sendas llenas de
aspereza y peligros, como si la conformidad de la muchedumbre guiada
por su antojo, sin ley ni razón, deviese
ser regla inviolable de nuestros consejos.
No menos que a esta
causa atribuye Medina a la preferencia dada a la lengua latina sobre
la común, por suponer los autores que sus escritos perdían
estimación en allanarse a la inteligencia del pueblo, la falta de
ilustración en que se tenía el habla castellana. Pero, con todo, su
pluma no se entrega a las tristezas del pesimismo. El recuerdo de
Garcilaso de la Vega, de Hernando de Herrera y de los libros de los
más loados escritores, levanta su espíritu de tal manera, que
rendido el insigne Maestro a la beldad del habla castellana, espera
que llegará día en que se comenzará a descubrir más clara su gran
belleza y esplendor, y todos encendidos en sus amores (dice) la
sacaremos del poder de los bárbaros; encogeráse (prosigue) de hoy
más la arrogancia y presunción de los vulgares que, engañados con
falsa persuasión de su aviso, osaban recuestar atrevidamente esta
matrona honestísima; incitaránse
luego los buenos ingenios a esta competencia de gloria, y veremos
extendida la majestad del lenguaje español, adornada de nueva y
admirable pompa, hasta las provincias donde victoriosamente
penetraron las banderas de nuestro ejército.
Rara vez ha
habido escritor que igualara la elocuencia de estos períodos
admirables, este entusiasmo por la grandeza del idioma castellano.
En el mismo año y en el mismo libro en que aparecía el
gallardísimo discurso de Medina, otro esclarecido sevillano, gloria
y honra la más alta de la escuela poética hispalense, pindárico
por su fuerza e inspiración, bíblico por su majestad y arrogancia,
platónico por el sublime idealismo que le mueve y acompaña siempre,
el divino Herrera, en fin, poeta, retórico, filólogo y crítico
insigne, desata los raudales de su entusiasmo para ensalzar en sus
Comentarios a Garcilaso de la Vega la dignidad de nuestra lengua, a
propósito de los versos de este ilustre soldado, y escribir a la vez
un curso completo de teoría literaria. Las inmensas riquezas del
lenguaje español, de las que él llegó a ofrecer a las gentes parte
muy preciosa, ya en prosa, ya poéticamente, avívanle su entusiasmo;
y al par que encarece por la movilidad y crecimiento del hablar común
la necesidad de pulir y aquilatar las frases y modos de decir, y de
atender en materia de lenguaje hasta aquello que más nimio se antoja
a los indoctos, para así verlo más lleno y abundante de todos los
ornamentos que puedan hacerlo más ilustre y estimado, prorrumpe en
magníficos loores de la lengua española; la cual hallo (escribe)
tan grande, y llena y capaz de todo ornamento, que compelido de su
majestad y espíritu, vengo a afirmar que ninguna de las vulgares la
ecede y
muy pocas pueden pedille igualdad; es la nuestra (continúa) grave,
religiosa, honesta, alta, manífica,
suave, tierna, afectuosísima y llena de sentimientos, y tan copiosa
y abundante, que ninguna otra puede gloriarse desta riqueza y
fertilidad más justamente; no sufre ni permite vocablos extraños i
baxos, ni regalos lascivos; es más recatada y osservante
que ninguna; tiene autoridad para osar innovar alguna cosa con
libertad; porque ni corta ni añade sílabas a las alciones, ni
trueca, ni altera forma; antes toda entera i perpetua muestra su
castidad i cultura i admirable grandeza i espíritu con que ecede sin
proporción a todas las vulgares i en la facilidad y dulzura de su
pronunciación (I).
La bizarría de estas palabras, y el
espíritu que alienta todo el valentísimo comentario de Herrera,
debieron de contribuir, no poco, a levantar el cultivo de la lengua
castellana, y a encender en sus amores a toda aquella corte literaria
que se congregaba en la casa de Francisco Pacheco y en las de los
Alecenas de Sevilla. Nunca, en verdad. se ha visto mejor proclamada
la grandeza del castellano; nunca con más eficacia defendida su
dignidad y excelencia. La escuela poética sevillana cooperó
admirablemente al movimiento iniciado por Herrera; y Cetina, y
Medrano, y Alcázar, y Arguijo, y Quirós, y Salinas, fueron una viva
protesta contra los que intentaban desdeñar la lengua que varones
tan insignes enaltecieron e ilustraron.
(I) Páginas 74 y
75:
Voces parecidas a las que habían salido de la
esclarecida escuela sevillana resonaron años adelante a orillas del
Ebro en la boca del ilustre autor del Genio de la Historia, Fr.
Jerónimo de San José (I), el cual, después de encomiar en varias
ocasiones el lustre de nuestra lengua, afirma resueltamente que el
brío español no sólo quiso mostrar su imperio en conquistar y
avasallar reinos extraños, sino también ostentar su dominio en
servirse de los lenguajes de todo el mundo; tomando libremente de
cada provincia, como en tributo de su vasallaje, lo que más le
agradaba y de que tenía necesidad para engalanar y enriquecer su
lengua, con tal destreza que al vocablo que de nuevo introducía,
dábale cierta gracia, aliño y gala que no tenía en su propia
patria y nación, mejorando así lo que tomaba para hacerlo con
excelencia propia.
Estas ideas, expuestas por aquellos
ingenios esclarecidos, recibieron al comenzar el siglo XVII
particular confirmación en las obras de Aldrete, quien, después de
haber iluminado con luz vivísima la historia de nuestra habla, cerró
como con llave de oro su libro del Origen de la lengua castellana con
el capítulo que trata de las grandes cualidades dignas de mucha
estima que tiene el idioma de Castilla. En dicho capítulo, breve,
según que de propósito lo quiso escribir el autor, no se dejan de
notar y aplaudir las particularidades que avaloran el romance, ni de
emitirse ideas muy notables, como la de la fijación de las
diferencias que hay entre el hablar común del vulgo y el hablar
discreto y reportado; entre aquél en que las palabras corren
libremente y aquél otro en que todo está pensado, limado y
prevenido. No pasaron tampoco por alto a Aldrete las particulares
bellezas que puede encerrar la dicción castellana; ni la suavidad y
dulzura varoniles que la enjoyan; ni la gravedad y arrogancia; ni la
candidez y pureza; ni las agudas sales; ni el donaire y la gracia; ni
la grande abundancia; ni, en fin, los modos de decir, en los que
ninguna lengua hace ventaja a la nuestra, por ser éstos tan
proporcionados y ajustados, que sin afectación declaran lo que
quieren y contienen gran énfasis y significación. Así es
instrumento felicísimo de todas las ciencias que se valen de ella
para declarar sus conceptos de manera no inferior a la que ofrece la
lengua latina, a despecho de los que vieron mal que Fr. Luis de León
escribiera en castellano sus Nombres de Cristo, y, años adelante,
Bartolomé Leonardo de Argensola su Historia de la conquista de las
islas Malucas.
(I) Págs. 115 y 116, cap. III, 2a parte del
Genio de la Historia, por el P. Fr. Gerónimo de San Iosef, Carmelita
descalço. Pvblicalo el Marqves de Torres... En çaragoça: En la
Imprenta de Diego Dormer, 1651. -4.°
A estas excelencias añade el desconocido Dr. Viana,
en el siglo XVII, las ventajas que la lengua castellana tiene para
expresar los más sutiles y profundos conceptos con suma y clarísima
brevedad (I). Cuanto más deja que inquirir y entender a los oyentes
el que habla, hace su oficio más galanamente, dice este autor:
preciosa máxima, ya declarada por el Brocense (2), seguidor de la
doctrina de Horacio (3), pero que el Doctor Viana afirma ser
comprobada, mejor que en ninguna de las lenguas, en la castellana, no
tanto por la facilidad con que sirve de ajustado marco a las ideas de
la mente, como por la exactitud con que en pocas palabras sabe
comprehender tantas diferencias de donaires, tan sabrosos motes,
tantas delicias, tantas flores, tan agradables demandas y respuestas,
tan sabias locuras, tan locas veras, que son para dar alegría al más
triste hombre del mundo, según muy bien dijo D. Alonso de Fonseca
(4).
El Dr. Viana hace asimismo resaltar la facilidad con que
nuestra lengua, mejor que otra alguna, sirve para apropiarse y vestir
los conceptos expresados en las extranjeras, con tal perfección y
vida, que las traducciones hechas por muchos de nuestros ingenios
poseen las cualidades de obras originales. Ventaja, por cierto, tan
preciosa como verdadera; porque en tanto que a otras lenguas les es
negada, viéndose reducidas a un arte de imitación más o menos
perfecto, la castellana sabe traspasar a sus propios lares las ideas
extrañas, dándoles en ellos la misma forma que originariamente
tenían y guardándoles toda su primitiva fuerza y valor. Nuestros
buenos traductores, así de las literaturas clásicas como de las
modernas, han demostrado, en efecto, que su nativa lengua ha sido
dócil instrumento con cuya riqueza y variedad han trasladado
felizmente a ella cuanto de las extranjeras se habían propuesto
(I).
(I) Equívocos morales: Ms. original en 4.°, de 240
págs. dobs. existente en la Biblioteca
de la Real Academia de la
Historia. -Contiene 206 coplas, y el prólogo con que comienza
es
un verdadero Discurso sobre la excelencia del castellano. La prosa
del Dr. Viana es tersa,
nutrida y elegante, y muy superior a sus
versos. -En un pasaje de esta obra, el autor se
dice serlo
también de un Poema de la excelencia del hombre, de cuyo prólogo
copia algunos
versos.
(2) Lib. IV de la Minerva, fol. 164
al fin.
(3) Est brevitate opus, ut currat sententia, ne se
impediat verbis lassos onerantibus autores.
(4) Carta del
Arzobispo de Santiago al Dr. Villalobos.
Persuade el Dr. Viana con su pluma de la verdad
de estas excelencias, no olvidando que esas mismas cualidades que tan
idóneo hacen a nuestro romance para el ejercicio del traducir, le
hacen al par imposible para ser traducido; pues no pueden de ninguna
manera (dice el autor) guardarse en otra lengua las gracias,
sabrosísimas por mil maneras, de la nuestra, en las cuales, por ser
todas breves y agudísimas, cifradas en la mudanza de una letra, o
del acento, o en una alusión o equivocación, casi excede a la
griega y latina.
¡Lástima fué que este elocuente autor,
que con tanto acierto trató de la superioridad y ventaja de nuestra
lengua y de nuestra literatura sobre la toscana, así en prosa como
en verso, afeara su precioso discurso con desatinadas especies sobre
los orígenes del romance castellano!
Más acertado que el
Dr. Viana en sus opiniones sobre la historia de nuestra lengua,
estuvo el Licenciado Juan de Robles, y no menos elocuente en las
alabanzas que le tributó en su libro de El culto sevillano. El
florecimiento de nuestras letras en aquellos tiempos le anima y
entusiasma; la
lección de los libros escritos por las plumas de
nuestros clásicos, subyuga su entendimiento; el cuidado que al
escribir pusieron éstos en el escogimiento de las palabras, según
sus formaciones y terminaciones, y la tersura de sus frases y la
clarísima elocuencia con que se expresaron, muévele a grande
admiración; y ante el numeroso conjunto de escritores castellanos
que acreditaron y pusieron su lengua en el más alto punto de
perfección y de cultura a que jamás había subido, no vacila en
proclamarla tan perfecta y magnífica como la latina en tiempo de
Cicerón. No perdonó el Licenciado Juan de Robles ocasión para
ensalzarla, ahora con la autoridad del Maestro Medina y de Aldrete,
ahora con frases de su propio ingenio.
Sería muy largo
recordar aquí todas las autoridades que por accidente trataron en
los siglos XVI y XVII de la dignidad de la lengua castellana.
Conocedores y amantes de ella, pocos hubo que no se mostraran
agradecidos al modo con que les servía para vestir sus pensamientos.
No hay autor de gramática, por humilde que sea, que espontáneamente
no haya dejado escrita alguna frase alabadora de la lengua de
Cervantes y de Granada.
(I) Yo me incliné (a traducir)
sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo lo que se le
encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de
cera y abundante para los que la saben tratar. Carta de Fr. Luis de
León a D. Pedro Portocarrero, publicada por D. Gregorio Mayans en la
Vida del insigne agustiniano, con sus Poesías (Valencia, año de
1761).
Antes que resonaran los acentos dogmáticos de
Nebrija, ya desde que Alfonso X el Sabio mandó que se escribieran
las leyes en romance para el mejor gobierno y administración de su
reino, dedicáronse a cultivarla con esmero y entusiasmo, desde el
rey abajo, los más valientes ingenios, justos estimadores y
ensalzadores de su propia lengua. No obstante esto, porción de
libros aparecieron años después escritos en latín, en los cuales
sus autores prefirieron este idioma al de Castilla; pero la corriente
a que se oponían hubo bien pronto de arrastrarlos; ¿y qué mucho
que el castellano sobrepujara al fin a un idioma muerto, si entre los
usados entonces tenía singular preferencia, no solamente por las
cualidades que le adornaban, sino por la necesidad que había de
aprenderlo? (I), ¿y qué extraño que las cualidades de nuestra
habla fueran reconocidas por todos, si el mejor libro escrito sobre
sus excelencias está en la misma historia que nos dice que entonces
era el idioma universal? In omnem terram
exivit sonus corum et in fines orbis terrae verba corum
puede decirse, con el Rey Profeta (Psalmo 18), de los españoles y de
su idioma durante los siglos XVI y XVII.
Españoles fueron, en efecto, los que cruzaron
por primera vez el tenebroso mar y clavaron el glorioso pendón de
Castilla en el virgen continente americano; españoles los que
predicaron la fe de Cristo en las Indias occidentales y orientales y
en cuantas tierras circunscriben los mares Océano y Pacífico;
españoles los que gobernaban los inmensos Estados de la monarquía;
españoles los que enseñaban en las más famosas Universidades
extranjeras; españoles, en fin, los que en la política, en la
ciencia y en las letras eran los indisputables dominadores. Todas
estas grandezas habían además de redundar en beneficio de nuestro
lenguaje, que se adornó en aquella edad con cuantas galas creyó
conveniente tomar de los idiomas extranjeros. ¡Admirable estado el
suyo y el de nuestras letras en aquellos dos siglos! En Italia, dice
Juan de Valdés, así entre damas como entre caballeros, se tenía
por gentileza y galanura saber hablar castellano; la nobleza romana
procuraba, según el testimonio de ximénez Patón, dar a sus hijos
ayos españoles que los educasen, y en la nación francesa, nos dice
el mismo, entre otros libros para las escuelas, se autorizaron los de
la enseñanza para la lengua española (2); el Rey Enrique IV de
Francia era apasionadísimo del castellano y tuvo por maestro de él
al célebre Antonio Pérez, según refiere éste en una de sus cartas
a aquel Monarca;
(I) a causa da lingoa Castelhana se
estender per alguas
prouincias, & hauer nellas
muitos que as saibao
entender. & faliar, nāo he
por a bondade da lingoa (que nos nāo
lhe
negamos) mas por a necessidade
que della tem aquellas gentes, que della usao.
Origem
da lingoa portuguesa, per Dvarte Nvnez de Liao: Lisboa,
1606, cap. XXIII, pág. 135.
(2) Prólogo al lector de su
Elocuencia española en arte.
las damas francesas se
complacían en la lectura de los libros de Cervantes, al decir de
César Oudin en el prólogo de su traducción de Galatea,
y el propio autor de El Ingenioso
Hidalgo, escribe Capmany. fué
convidado con muy ventajosos partidos para ir a París a enseñar la
lengua española, proponiendo sus propios escritos por modelos de
lenguaje; príncipes y señores la aprendían en Francia e
Inglaterra, Flandes e Italia; y cuando el Emperador Carlos V, que se
preciaba de español, venció en el río Albis al Duque de Sajonia,
dice el Licenciado Villalón, que al presentársele, para obedecerle
y demandarle perdón, todas las Señorías y Principados de Alemania,
habláronle por aplacerle en castellano (I).
Muchas obras dramáticas eran representadas por
cómicos españoles en Francia, Italia, Cerdeña y Flandes; y tanto
gustaba el público de ellas, que el famoso comediante Sebastián de
Prado representó en París cuando la Infanta María Teresa, hija de
Felipe II, pasó a casarse con Luis XIV (2); María Laredo hizo damas
en las compañías que andaban por Italia y nunca vino a España (3);
permitióse en tiempos de Gregorio XV por este Pontífice la pública
representación de nuestras comedias a presencia de insignes
purpurados, según refiere un testigo de vista, el P. Tomás Hurtado,
clérigo menor (4), y a fines del siglo XVII todavía se
representaban con extraordinario aplauso, por judíos portugueses y
españoles, en Amsterdam y en otras ciudades de los Países Bajos
(5).
En fin, tan grande era la estima en que era tenida en
general la lengua castellana, y tal el amor con que la trataban sus
cultivadores, que el Monarca Felipe IV, al dar el parabién al Papa
Alejandro VII por su exaltación al Sumo Pontificado, quiso
escribírselo en castellano, terminando su carta con estas gloriosas
expresiones: La hubiera escrito en lengua latina, si en medio de ser
la española su hija, no excediese aun a la misma madre en la
gravedad de su carácter, posesión de sus lacónicas frases,
majestad de sus palabras, y en lo peregrino de sus exquisitos y
vivaces conceptos.
(I) Y añade el
Ldo. Villalón en el Proemio
de su Gramática, impresa en 1558, que compuso su obra por ver el
común de todas las gentes inclinadas a la dichosa lengua castellana,
que les aplace mucho y se precian de hablar en ella: el flamenco, el
italiano, el inglés, el francés y aún el alemán se huelgan de la
hablar, y que la lengua castellana lo merece todo por su elegancia,
eloquencia y copiosidad: que cierto es muy acomodada a buen decir.
(2) Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, por
D. Juan Antonio Pellicer y Saforcada: Madrid. por D. Antonio de
Sancha, 1778.
(3) Tratado histórico sobre el origen y
progresos del histrionismo en España, por D. Casimiro Pellicer:
Madrid. 1804, parte segunda, págs. 197 y 198.
(4) Tractatus
varii Ressolutionum Moralium. pars posterior. pág. 127.
(5)
Conferencia dada el año de 1891 por el Sr. D. Juan Fastenrath, sobre
las letras españolas en Holanda, en el Ateneo de El Haya.
Fue
tan grande la influencia que el castellano ejerció en todas partes
durante el siglo XVII, que Francia, adoradora de Italia durante el
siglo XVI, tomó por modelo en el siguiente nuestras costumbres y
nuestra habla, que habían extendido las guerras de la Liga y la
permanencia de nuestros ejércitos en la nación vecina.. Esta
influencia de nuestra lengua en la francesa llegó a tal punto, que
los eruditos de allende el Pirineo, inclinados casi siempre a negar,
en lo tocante a España, hasta aquello mismo que es de suyo evidente,
según lo testifica el ejemplo de que Salomón Reinach se atreva a
anteponer el Glossaire comparatif des
langues de l´univers (en número de
280), publicado en 1787 por orden de Catalina de Rusia, al Catálogo
de las lenguas (en número de 300)
publicado en 1784 por Hervás, indiscutible fundador de la filología
comparada (I), los eruditos franceses, repetimos, no han podido negar
que la corte de Enrique IV estaba españolizada, que los cortesanos
se admiraban y exclamaban, por moda, en frases castellanas, y que la
lengua francesa tomó entonces de la nuestra innumerables vocablos
como algarade, caramel, capitán,
camarade, cassolette, creole, castagnette, embargo, duegne, galón,
guitare, hagnanée, habler, mantille, negre, sarabande, sieste
y otras muchas (2).
Y aunque alguno de ellos haya negado el valor de
ciertas palabras de Balzac (3) y la indudable imitación del teatro
de Calderón de la Barca en la pluma del gran Corneille, les ha sido
imposible desconocer a todos la gran influencia de nuestra literatura
y de nuestra lengua en la lengua y en la literatura francesas durante
el reinado de Luis XIII (4), en que se estudiaron y tradujeron las
obras de Cervantes, Antonio Pérez, Mateo Alemán, Juan Ruarte y
otras de nuestros más famosos escritores, por las cuales la nobleza
y el énfasis de la frase castellana influyeron considerablemente en
la lengua francesa.
Imprimiéronse entonces libros españoles
en las más famosas oficinas de Milán y Roma, Ñapóles y Venecia,
Lyon y París, y las muy célebres de Amberes y de Bruselas apenas
publicaban libro que no fuese escrito por plumas castellanas;
(I)
Manuel de Philologie classique, tomo I, lib. II, § III. Histoire de
la grammaire comparée.
(2) Grammaire historique de la langue
française, par Auguste Brachet. Introduction.
(3) Les
courtisans, sils eussent eté nés à Madrid ou à Toledo, ne
pouvaient étre meilleurs Espagnols: tout le monde couroit en foule
et les yeux fermés a la servitude.
(4) Précis de Grammaire
historique de la langue française, avec una introduction sur les
origines et le développement de cette langue, par Ferdinand Brunot,
lib. I.
traducíanse no sólo al francés, como se ha
dicho, nuestras obras clásicas, sino al italiano, al alemán, al
inglés, al holandés y a otras lenguas europeas, agotándose en poco
tiempo muchas ediciones; preciábanse las naciones extranjeras de
saberla y estudiarla por arte y a costa de trabajo y cuidado, como
dice un antiguo (I); y a estos fines dedicábanse a componer el
diccionario y la gramática del castellano el Sr. de Trigny, el
capitán Flégétante, César Oudin, Enrique Doergangk, Carlos
Mulerio, Mad. Pasier, Juan de la Naie, el Sr. Loubayssin de la Marque
y otros extranjeros que se hubieran podido gloriar con justicia de
haber compuesto el diccionario castellano antes de que apareciese
ninguno de nuestra propia lengua en España. De esta manera
pregonaban los hechos, mejor que la voz más autorizada y elocuente,
la peregrina grandeza de nuestra lengua, que así había subyugado y
enseñoreado todos los espíritus en aquella edad memorable y
gloriosa (2).
Con la decadencia de la casa de Austria fué
pareja la del idioma castellano, al fin como cosa mudable y sujeta al
tiempo; y sin que sea propio recordar aquí las causas de la infeliz
y deshecha fortuna que corrió entonces nuestra lengua, no debe
olvidarse, sin embargo, que ni un solo momento se dejaron de
reconocer las cualidades y particulares perfecciones que podía
revestir, según que en años pasados lo había pregonado nuestra
literatura. De ahí provino el que, bajo la protección de la Corona
se fundase una Corporación dedicada a limpiar y purificar, fijar y
esclarecer la noble lengua española, y a procurar la dichosa
restauración de las letras; y cuando los doctísimos varones que
formaron esta Academia bajo la presidencia del Marqués de Villena,
pusieron mano en la
obra que les estaba encomendada, empezando
por la composición del gran Diccionario de autoridades, lo primero
que consignaron en sus preliminares fueron las siguientes palabras:
La lengua castellana en nada cede a las más cultivadas con los
afanes del arte y del estudio: es rica de voces, fecunda de
expresiones, limpia y tersa en los vocablos, fácil para el uso
común, dulce para los afectos, grave para las cosas serias, y para
las festivas abundantísima de gracias, donaires, equívocos, sales.
Es muy copiosa de sentencias, proverbios o refranes, en que está
cifrada
toda la Philosophia moral y la enseñanza civil, como
confiesan Erasmo y Escalígero; y tiene muchos dialectos o términos
peculiares, cuya viveza no es posible substituirse en otra lengua.
(I) El Maestro Bartolomé ximénez Patón, en sus
Instituciones de la Gramática española, segunda edición, en el
Mercurius trimegistus. Prólogo al Dr. D. Francisco de Alarcón,
Canónigo y Maestrescuela de la Santa Iglesia de Cuenca.
(2)
El italiano y el español formaban en otro tiempo parte de la
educación francesa, y hasta en tiempo de Corneille toda nuestra
literatura era todavía española. Año literario de París, 31 de
Enero de 1786. (Núm. 11: juicio acerca del discurso sobre la
universalidad de la lengua francesa, compuesto por M. Rivaroles, y
laureado por la Academia de Berlín, año de 1784.)
La
Rhetórica, para resplandecer brillante en sus artificiosas
oraciones, nada echa menos en ella de
lo grande que se halla en
las lenguas griega e latina, pudiéndose decir de ella, con igual
valentía y elegancia, cuanto se ha dicho en éstas de grande y
admirable, cediéndolas sólo la ventaja de haber sido primeras en el
tiempo. La Poesía en la variedad de metros, números, consonancias y
asonancias, es gratísima y muy dulce a los oídos: lo majestuoso de
las voces le da gravedad y peso, y en lo festivo la copia de
equívocos y gustosas alusiones la hacen, sin la menor competencia,
singular entre todas (I).
A estas frases que la ilustre
Corporación estampaba, habían de seguir, cual era lógico, las
manifestaciones del particular entusiasmo de algunos académicos. Así
entre otros el competente lexicógrafo Don Ramón Cabrera, al entrar
en la Academia Española, año de 1791, no
hallaba palabras
suficientes a encarecer la harmonía, gravedad y abundancia del
idioma castellano (2), probando su tesis, ahora con el recuerdo de
las nobles y magníficas terminaciones de sinnúmero de palabras, con
la dulzura y variedad que las distingue, merced al número de sonidos
claros y llenos y al uso de vocales diversas en la acentuación y
número de las sílabas, ahora con la riqueza de giros y de voces que
hacen al romance idóneo, como ninguna otra de las lenguas
neo-latinas, para cualquier materia científica o literaria, de que
da nuestra historia testimonio abundante y elocuentísimo.
Un
año después, el erudito historiador de Colón y de Cervantes, D.
Martín Fernández de Navarrete, al tomar posesión de su plaza de
individuo honorario el 29 de marzo de 1792, empezaba su discurso
sobre la formación y progresos de nuestro idioma hablando de las
cualidades que enaltecen esta lengua en que nos expresamos, la más
harmoniosa (decía) de las vivas, la más parecida a la rica y
abundante de Grecia, la más dócil para recibir todos los adornos de
la elocución; que por su riqueza y fecundidad satisface a maravilla
la expresión de todas las ideas y sentimientos, y que por su
precisión y pureza se adapta a las maneras de hablar más breves,
claras y elegantes. Por último, no se pronunció discurso alguno en
el seno de la Corporación sin que se tributasen entusiastas loores
al castellano, si el tema les ofrecía ocasión propicia a estos
fines.
(I) Discurso proemial sobre el origen de la lengua
castellana, 1727.
(2) D. Ramón Cabrera fué admitido en la
Academia el 22 de noviembre del citado año;
falleció el 3 de
septiembre de 1833. -Su discurso se ha incluido en las Memorias de la
Academia, tomo I: Madrid. 1870. -4.°, págs. 547-555.
Meléndez Valdés, ante la Real Academia Española (I),
se lamentaba de la postración y decadencia de las letras españolas
en los tristes primeros años de este siglo; dolíase de que hubiera
quienes, desconociendo el alto precio de la lengua de Castilla, la
desfiguraran y afeasen con cantidad de frases y voces bárbaras e
ilegítimas, y clamaba por la depuración y restauración de nuestra
habla, acaso la primera (exclama) de las vivas, o la que reúne al
menos más número de dotes para competir con las clásicas, por lo
copiosa, clara, dulce, sonora, llena de energía y majestad; y a
ejemplo de Meléndez Valdés, D. Manuel Josef Quintana mostrábase en
1814 (2) amador vehementísimo de nuestra lengua, temiendo que
alteraciones viciosas viniesen a desnaturalizarla, y al esperar que
un nuevo espíritu de vida social le prestara mayor dignidad y
calidades, no excusaba palabra en alabanza suya.
Alentados
con el preclaro ejemplo de esta Sociedad literaria, e impelidos al
par por su nativo buen gusto y entusiasmo, por su ingenio y
erudición, cooperaron no poco a la empresa acometida por la Academia
otros varones ilustres a quienes debe mucho la literatura española
del pasado siglo. El insigne valentino d. Gregorio Mayans, en su
Oración fúnebre en que exhorta a seguir la verdadera idea de la
Elocuencia española (3), duélese de que no se cultivaran en sus
días las letras con el esmero a que se hace acreedora la más
majestuosa de las lenguas neo-latinas, e incita a los estudiosos a
seguir las venerables pisadas de nuestros clásicos y a realizar de
este modo los magníficos acentos que presta nuestra habla (4);
Vargas Ponce, en su Declamación contra los abusos introducidos en el
castellano (5), hace una apología de las admirables perfecciones y
cualidades de nuestro idioma menospreciadas en su época; Capmany, el
español que, al decir de Puigblanch (6), mejor ha poseído el
diccionario de nuestro idioma, en sus Observaciones críticas sobre
la excelencia de la lengua castellana (I), la compara con otras
lenguas europeas y señala, con el testimonio de muchos ejemplos, las
ventajas que la nuestra les lleva y todas las cualidades que la
embellecen;
(I) Memorias de
la Academia, tomo II, págs, 629 y 632. Fue elegido académico
numerario en 1798, y leyó su discurso de recepción el 10 de
septiembre de 1810.
(2) Ocupó su plaza de académico el 1:
de marzo de dicho año. Memorias de la Academia, tomo II: Madrid.
1870, págs. 633 y 038.
(3) Impresa en Valencia por Bordazar,
año de 1724, en 4.° Reimpresa en León de Francia, por los hermanos
De Ville y Luis Chaimette, año de 1733. Incluida en sus Orígenes de
la lengua española y en sus Ensayos oratorios: Madrid. por Juan de
Zúñiga, 1737 y 1739.
(4) Así termina Mayans su Discurso de
los Orígenes de la lengua española: Sepa, pues, todo buen español
i todo el mundo que tenemos una lengua abundantísima i suave, i que
podemos usar de ella con la mayor propiedad y energía, con brevedad.
sublimidad, elegancia, harmonía, i por decirlo en una palabra, con
eloquencia.
(5) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca,
columnas 614, 615 y 616.
(6) Pág. 432 del tomo II de sus
Opúsculos gramático-satíricos.
d. Gregorio Garcés,
en los prólogos de los dos volúmenes de su Fundamento del vigor y
elegancia de la lengua castellana (2), ensalza nuestra habla en el
uso de sus partículas principalmente; el benedictino Feijóo,
lamentándose de la moda de salpicar con voces francesas las
conversaciones y los libros, dice que si los excesos de una lengua
respecto de otra pueden reducirse a tres capítulos, propiedad.
harmonía y copia, es menester no olvidar que en ninguna de estas
tres calidades cede la lengua castellana a la francesa (3);
(I)
Págs. 123 y 171 del tomo I de su Teatro histórico-crítico de la
Elocuencia española.
Estudiando Capmany la antigüedad y
progresos del castellano desde su más remoto principio, escribe que
ninguna de las lenguas de Europa habladas en el siglo XIII había
alcanzado una forma tan pulida, bella y suave como la castellana;
compárala con las len-guas francesa, inglesa e italiana, y sin
desconocer las partes dignas de aplauso que éstas tienen, acuerda la
indudable ventaja de la nuestra sobre aquéllas. Y más adelante dice
del idioma español cuando llegó a la cumbre de su perfección:
Adquirió los modos de decir en grandísimo número, breves,
sentenciosos y llenos de viveza y donaire, y nada opuestos a la
dignidad de su carácter. Pero la calidad más esencial a la
perfección de la lengua, aun quando careciese de la feliz
combinación de sílabas suaves y sonoras, de la melodía de su
acentuación y de su fina variedad para modificar maravillosamente
todas las ideas abstractas y sentimientos, es aquella peculiar
libertad de la construcción con que huye de las
repeticiones y
monotonía sin violentar su índole, y aquella rapidez y concisión
de la frase desembarazada de artículos, pronombres, partículas y
otros accidentes gramaticales que
volverían muy pesada la
oración castellana sin darla más claridad. De este modo la lengua
española, sin quebrantar sus leyes, junta a la harmonía mecánica
de sus dicciones la del estilo, que no es lo mismo: admirable calidad
y singular excelencia que la hace la menos tímida y uniforme de
todas las vulgares y la más apta para traducir la precisión y
gravedad de la latina. Así, pues, si fuere posible que Salustio,
Tácito y Séneca hablasen alguna vez en buen romance, sería en
español.
En otra parte de sus Observaciones forma el autor
varias listas de voces castellanas sonoras y de hermosa composición
silábica y de grata terminación, de voces numerosas y llenas de
magnificencia, enérgicas y expresivas. Ninguna lengua moderna lleva
ventaja a la española en el cúmulo de locuciones que la hacen apta
para exprimir todas las ideas primitivas con precisión, distinguir
todas las ideas accesorias con exactitud y tratar todos los asuntos
con claridad.
(2) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca.
(3) Paralelo de las lenguas castellana y francesa,
discurso XV, págs. 309-325. Teatro crítico universal, o Discursos
varios en todo género de materias, para desengaño de errores
comunes, escrito por el muy ilustre Sr. D. Fr. Benito Jerónimo
Feijóo y Montenegro, Maestro General del Orden de San Benito, del
Consejo de S. M. &c. Tomo primero. Nueva impresión, en la qual
van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares. Madrid.
MDCCLXXVIII. Por D. Joachin Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. Esta
impresión consta de seis tomos. Los que hablan castellano puro, dice
Feijóo, casi son mirados como hombres del tiempo de los Godos.
(1)
De la excelencia de la lengua española y necesidad de su estudio.
Págs. 213 y 228 de
tomo II del Arte del romance castellano, cap.
IX del lib. I. -De las grandes perfecciones de
la Lengua Española
i modo de corregirlas, págs. 96 y 10 1 del tomo I.
y D. Tomás de Iriarte, haciendo hablar a la
Poesía en su Poema de la música (Madrid. 1779, págs. 1247 125),
pregona las ventajas de nuestra lengua, para declarar el pensamiento
poético del modo siguiente:
Pues si fuera de Italia me
desvelo
En buscar un lenguaje
Que a todos para el canto se
aventaje,
En el Hispano suelo
Le encuentro noble, rico,
majestuoso,
Flexible, varonil, harmonioso;
Un lenguaje en que son desconocidas
Letras mudas obscuras ó
nasales,
Y en que las consonantes y vocales
Se hallan con
orden tal distribuidas,
Que casi en igual número se cuentan:
No
como en las naciones
Del Septentrión, que ofuscan y violentan
De las vocales los cantables sones.
Multiplicando tardas
consonantes;
Lenguaje, en fin, que ofrece
En sus
terminaciones
Los agudos y breves abundantes,
Y de esdrúxulos
varios no carece.
También en el año de 1767 había asimismo
defendido los fueros del idioma castellano, en la ciudad de Valencia,
el P. Benito de San Pedro, escolapio ilustre, a quien, sin embargo,
no dejó libre la sátira y la maledicencia de su tiempo. En aquella
Atenas española, el discípulo de San José de Calasanz,
inspirándose en el discurso de Medina (que sin duda se propuso
imitar), señalaba a una juventud estudiosa la importancia y
soberanía de la lengua castellana en gravedad. dulzura y elegancia,
y encarecíales que tratar de la dignidad del romance era tratar de
la grandeza y de la gloria de la patria (I).
Pero quien con
mayor calor escribió, a fines del siglo pasado, con objeto de
restablecer el buen gusto y depurar el idioma español de los vicios
que entonces lo afeaban, fué D. Juan Pablo Forner, quien en los
últimos años de su vida, en 1795, compuso con el pseudónimo del
Licenciado Pablo Ignocausto (I) una sátira menipea intitulada
Exequias de la lengua castellana, en la cual exclama en la Oración
fúnebre con que comienza: Levantemos un monumento a la inmortalidad
de esta lengua, ya que la ignorancia no ha permitido que ella sea
inmortal; y perpetuemos, cuanto nos sea dable, las excelencias que
tuvo en sí, para que la posteridad española cuente entre las
grandes hazañas que se atribuyen a este siglo filosófico la de
haberla defraudado de la magnificencia de su
idioma, del mayor y
mejor instrumento que conocía la Europa, para expresar los
pensamientos con majestad. con propiedad. con sencillez, con gala,
con donaire y con energía.
Esta obra de Forner, en donde con
singular donosura, aunque con duras palabras a veces, se critica el
lenguaje grosero y tosco de los que, como él dice, ni peinaban sus
discursos, ni sus cabellos, y en donde se investigan con acierto las
causas de la perversión del idioma y del mal gusto en nuestra
literatura de la segunda mitad del pasado siglo, es a la vez un
epítome crítico y doctrinal de la historia de la lengua y de las
letras españolas en sus épocas de esplendor y de decadencia, en el
cual se hace alarde y reseña de los escritores más famosos que han
levantado o pervertido nuestro idioma.
Como se ve, no
faltaron escritores distinguidos que, a pesar de la decadencia de las
letras, procuraran, en el siglo pasado, mantener el entusiasmo
literario, haciendo ver cuanto de bueno y hermoso es susceptible de
encerrar el lenguaje castellano. No faltaron tampoco, además de los
citados, otros celebrados varones que, escribiendo en buen
castellano, mantuvieron los fueros de) buen gusto. Vióse entonces a
Feijóo defender los de la general cultura; a Luzán, los de la
poesía; a isla, los de la oratoria sagrada; a los Moratines, los de
la dramática, y a Jovellanos, con los citados Mayans y Capmany, los
dei arte del buen decir, consignados así en preceptos particulares
como en el estilo de sus mismas obras. En verdad. la lengua
castellana es tan rica y exuberante; rebosan todas sus partes tanta
vida y expresión; brinda al pensamiento con tales giros y voces, que
no es maravilla verla lucir y vestirse con las galas y adornos más
preciosos aun en las épocas de decadencia o en los labios de
aquéllos que no pidieron al bien dirigido estudio su mejor consejo.
Muéstrasenos entonces como un campo fertilísimo que, sin la
intervención de la mano del hombre, se viste, y esmalta, y engalana
de lo más lucido y vistoso que tienen los jardines, donde, sin duda,
habrá más orden y disposición, pero no serán sus flores más
lindas, ni sus aromas más suaves, que en donde brotaron sin que
mediara el artificio ni la diligencia humana.
(I) Este
trabajo de Forner ha permanecido inédito hasta el año de 1871, en
que fué publicado, con interesantes notas, por D. Leopoldo Augusto
de Cueto, en el volumen segundo de la Colección de poetas líricos
del siglo XVIII (págs. 378-425 del tomo LxiII de la Biblioteca de
autores españoles de Rivadeneyra).
Así se explica también
que cuando el arte la ha amparado, y ha puesto su mayor empeño en
aliñarla, el pensamiento ha latido en ella con peregrina grandeza no
superada por ninguno de los demás idiomas antiguos ni modernos (I).
Quede, pues, firme y asentado que jamás ha sido desconocida
la dignidad de nuestra lengua. Aun en los días tristísimos de
Fernando VII, en que las letras y las artes habían llegado a
vergonzoso decaimiento, la Corporación que inició gloriosamente el
movimiento intelectual en el pasado
siglo, oyó en su seno
alzarse la voz de Musso y Valiente (2), quien, aunando su esfuerzo al
de Quintana, trató del estrecho enlace que existe entre la
formación, progresos y decadencia de los idiomas y los
acontecimientos políticos de las naciones, recordó que nuestros
anales patentizan que
la grandeza de la lengua castellana corrió
parejas con el sin par poderío de la monarquía española, y
proclamó las cualidades que hacen de ella una de las más preciosas
entre las vivas (3).
De este concepto, tenido en todos
tiempos acerca de la lengua castellana, aun en las épocas más
tristes de nuestra historia y de esta conciencia de su dignidad y
excelencia ha nacido el amor con que se la ha siempre cultivado,
procurando mostrar lo mejor posible todas sus riquezas y
perfecciones. Así se explica el número considerable de artes de
gramática y de ortografía y de vocabularios que desde fines del
siglo XV hasta hoy se han publicado, de los cuales, conforme a los
propósitos expuestos en la advertencia precedente, damos en esta
obra cantidad considerable de testimonios: así se explica también
cómo los que no escribieron sobre filología se dedicaron a pulir y
perfeccionar nuestra habla, publicando libros admirables que son hoy
pasmo y delectación de todos cuantos adoran en la belleza literaria;
así, por último, se comprenden esas explosiones de entusiasmo de
que hemos procurado dar cuenta en las páginas que preceden.
(I)
M. D´Alambert (Alembert) escribió, analizando la harmonía de las lenguas: Una
lengua abundante en vocales, y sobre todo en vocales dulces como la
italiana, sería la más suave de todas, pero no la más harmoniosa;
porque la harmonía, para ser agradable, no debe ser suave, sino
variada. Una lengua que tuviese, como la española, la feliz mezcla
de vocales y consonantes dulces y sonoras, sería quizá la más
harmoniosa de todas las modernas. (Vol. V de sus Mélanges sur l´Harmonie des Langues.)
La lengua española, dice el abate Pluche, es de las lenguas vivas la más harmoniosa y la que más se
parece a la rica y abundante lengua griega, así en la diversidad de
sus modos y frases, como en la varia multitud de sus terminaciones,
que siempre son llenas, y en el giro ajustado de sus cláusulas,
siempre sonoras. (Tomo X del Espectáculo de la naturaleza, en una
carta sobre la educación.)
(2) Al tomar posesión de su
plaza de Académico honorario a 2 de agosto de 1827. Fué elegido a
19 de julio de este año. Pasó a plaza de número a 19 de noviembre
de 1831. Falleció año de 1838.
(3) También D. Juan María Maury escribía en el Avant- Propos del tomo I de su Espagne Poétique
(París, 1826), que entre las lenguas modernas la castellana debe
ocupar el primer puesto; es la más apta (añadía) para expresar el
pensamiento poético, y su superioridad es notoria.
Cierto
es que hoy no se muestra nuestro idioma, en muchos escritores, aseado
con aquella pulidez y esmero que pusieron en él los prosadores y
poetas de los siglos XVI y XVII; pero no es menos cierto que hay
otros que deben ser considerados como verdaderos acrecentadores de
las glorias de la literatura española y en cuyos libros la lengua
castellana, recordando la nativa nobleza de su madre latina, ha
revestido, con el auxilio de la nueva civilización, suma dignidad y
elocuencia en la declaración de las ideas, conquistando, en la
expresión del pensamiento moderno, un puesto superior a aquél que el
latín ocupaba en la expresión del pensamiento antiguo. En las
páginas de estos escritores es en donde únicamente debe buscarse el
estado de nuestro idioma. En ellos la moderna lengua española vence
aun a la antigua por el calor de la expresión, por el aliento de
mayor personalidad. por la precisión con que emite el pensamiento.
En, estos libros se ve que bien manejada nuestra lengua, nada debe
mendigar de las modernas, porque reúne las calidades de todas y
ninguno de sus defectos; pues tiene la dulzura de la italiana, la
flexibilidad de la francesa, la precisión de la inglesa y la
gravedad de la alemana, sin ser inharmónica, ni áspera, ni
afeminada. De este modo es propia y acomodada para todas las ciencias
y letras; y así en la expresión del pensamiento filosófico como en
la de la inspiración poética, lo mismo en las abstractas
especulaciones como en los más triviales o amenos pasatiempos, se la
ve lucir todo con género de perfecciones y elegancias.
Ahí
están en nuestros días, para testimonio de esta verdad, eminentes
filósofos, críticos, historiadores, novelistas y poetas, cuyos
nombres es ocioso mencionar aquí porque están presentes, sin duda,
en la memoria de todos. Pero no podemos dejar de recordar al autor de
la Harmonía entre la ciencia y la fe
y de la Historia de la Pasión de
Jesucristo, el cual, no contento con
haber hecho revivir en estos libros admirables, y en cuantos escritos
ha publicado, la lengua y el estilo de nuestros clásicos, con las
virtudes que la vida moderna infunde en el cuerpo de nuestro idioma, ha escrito la apología del romance castellano con tal arte y
entusiasmo, que sea cualquiera la suerte que Dios tenga aparejada a
esta riquísima habla, siempre se leerán con admiración las páginas
que le ha consagrado este escritor esclarecido. Libre y copiosa corre
la frase castellana en el discurso que D. Miguel Mir leyó ante la
Real Academia Española (I), patentizando de tal manera con los
preceptos y con el ejemplo lo que se proponía ensalzar y demostrar
en su peroración, que bien puede afirmarse que desde que el Maestro Medina compuso su famoso discurso, ya citado, no se había escapado
de pluma española nada más digno y elocuente en honra de la lengua
castellana. Así, investigando el secreto de la majestad y hermosura
del romance y los caminos por donde llegó al punto más alto de sus
perfecciones, y tratando de descubrir el arcano en que se cifra la
extremada belleza del estilo de los libros de nuestra edad de oro, D.
Miguel Mir ha escrito el más digno estudio que sobre la excelencia
del castellano ha nacido de las plumas modernas españolas.
Con
la mención de este discurso es natural se cierre la exposición que
hemos intentado hacer del camino que han seguido las ideas acerca de
la dignidad. nobleza y engrandecimiento de la lengua castellana en
España y aun en el extranjero. En las páginas siguientes se verán
los esfuerzos hechos para dar a conocer los secretos de esta misma
lengua a fin de hacerla instrumento de expresión para las
concepciones más elevadas del pensamiento humano.
(I) El
día de su recepción, 9 de mayo de 1886: Madrid. Tipografía de los
Huérfanos, 1886. -51 págs.; las siguientes contienen el discurso de
contestación del Sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo.
ABREVIATURAS
IMPORTANTES.
Ad. Adic
… Adición, es. Adv. Advs ... Advertencia, s. Anteport
... Anteportada. Aprob. Ap ... Aprobación. B … blanco.
Cap … Capítulo. Cast … Castellano, a. Cens …
Censura. Ch. … Chapurriau
Col. cols … Columna, s. Comp … Compañía. Correc
… Corrección, es. Ded. Deds … Dedicatoria, s. Dobs …
Dobles. Doct. Dr … Doctor. E. de a. Esc. de arm ...
Escudo de armas. Ed … Edición. Epig … Epigrama .
Errat
… Erratas. Est … estante. Ferz … Fernández. Fol.
fols … Folio, s, foliación. Fran … Francisco. *g …
palabra escrita en griego, no se transcribe Grab. en cob …
Grabado en cobie. Grab. en mad … Grabado en madera. Grabs
… Grabados, as. H. hs … Hoja, s. Imp ... Impreso, a,
|
Ind
… Indice. Introd … Introducción. Lám, láms …
Lámina, s. Lat … latín, o. Ldo. … Licenciado. Let.
Gót … Letra gótica. Lib ... Libro. Lic ... Licencia.
Mtro … Maestro. May … mayor. Men … menor, Núm.
núm … Número. Pág. pág. Págs. págs ... Página,
páginas, P. P.e … Padre. Plut ... plúteo. Priv …
Privilegio. Port … Portada . Prels … Preliminares. S,
a … Sin año. Sig. sign … Signatura, s. Sig. sigs …
Siguiente, s. T. t … Tomo. Tít … título, Trad …
Traducción, cido, Ult … última. V, V.° v … Vuelto,
vuelta. Vol. vols … Volumen, volúmenes. Vto. vta …
Vuelto, vuelta,
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