Poemas de Luis de Góngora y Argote

hermana Marica

A Córdoba, soneto

a-cierta-dama-que-se-dejaba-vencer

Góngora, retrato, Velázquez

Góngora, firma, signature, Unterschrift



Aquí entre la verde juncia
Quiero (como el blanco cisne
Que envuelto en dulce armonía,
La dulce vida despide)

Despedir mi vida amarga
Envuelta en endechas tristes,
Y querellarme de aquélla
Tan hermosa como libre.

Descanse entre tanto el arco
De la cuerda que le aflige,
Y pendiente de sus ramos
Orne esta planta de Alcides,

Mientras yo a la tortolilla
Que sobre aquel olmo gime,
Le hurto todo el silencio
Que para sus quejas pide.

Bellísima cazadora,
Más fiera que las que sigues
Por los bosques cruel verdugo
De mis años infelices:

Tan grandes son tus extremos
De hermosa y de terrible,
Que están los montes en duda
Si eres diosa o si eres tigre.

Préciaste de tan soberbia
Contra quien es tan humilde
Que, considerados bien,
Todos los monteros dicen

Que los dos nos parecemos
Al roble que más resiste
Los soplos del viento airado:
Tú en ser dura, yo en ser firme.

En esto sólo eres roble,
Y en lo demás flaca mimbre,
No sólo a los recios vientos,
Mas a los aires sutiles.

Ya no persigues, cruel,
Después que a mí me persigues,
A los ciervos voladores
Ni a los fieros jabalíes.

Ni de tu dichoso albergue
Las nobles paredes visten
Los despojos de las fieras
Que, como a mí, muerte diste.

No porque no gustes de ello,
Sino porque no te obligue
El encontrarme en la caza
A que siquiera me mires.

Los monteros te suspiran
Por todos estos confines,
Y el mismo monte se agravia
De que tus pies no le pisen,

Por el rastro que dejaban
De rosas y de jazmines,
Tanto que eran a sus campos
Tus dos plantas dos abriles.

Haz tu gusto, que yo quiero
Dejar (pues de ello te sirves)
El espíritu cansado
Que mis flacos miembros rige.

Conseguiremos en esto
Ambos a dos nuestros fines:
Tú el de cruel en dejarme,
Yo el de leal en morirme.

Tú, rey de los otros ríos,
Que de las sierras sublimes
De Segura al Oceano
El fértil terreno mides,

Pues en tu dichoso seno
Tantas lágrimas recibes
De mis ojos, que en el mar
Entran dos Guadalquivires,

Ruégote que su crueldad
Y mi firmeza publiques
Por todo el húmedo reino
De la gran madre de Aquiles,

Porque no sólo en las selvas,
Mas los que en las aguas viven
Conozcan quién es Daliso
Y quién es la ingrata Nise.

A Don Fray Pedro González de Mendoza y Silva,

Consagróse el seráfico Mendoza,
Gran dueño mío, y con invidia deja
Al bordón flaco, a la capilla vieja,
Báculo tan galán, mitra tan moza.
Pastor que una Granada es vuestra choza,
Y cada grano suyo vuestra oveja,
Pues cada lengua acusa, cada oreja,
La sal que busca, el silbo que no goza,
Sílbelas desde allá vuestro apellido,
Y al Genil, que esperándoos peina nieve,
No frustéis más sus dulces esperanzas;
Que sobre el margen, para vos florido,
Al son alternan del cristal que mueve
Sus ninfas coros, y sus faunos, danzas.

A DON LUIS DE ULLOA,

Generoso esplendor, sino luciente,
No sólo es ya de cuanto el Duero baña
Toro, mas del Zodíaco de España,
Y gloria vos de su murada frente.
¿Quién, pues, región os hizo diferente
Pisar amante? Mal la fuga engaña
Mortal saeta, dura en la montaña,
Y en las ondas más dura de la fuente:
De venenosas plumas os lo diga
Corcillo atravesado. Restituya
Sus trofeos el pie a vuestra enemiga.
Tímida fiera, bella ninfa huya:
Espíritu gentil, no sólo siga,
Mas bese en el arpón la mano suya.

A DON PEDRO DE CÁRDENAS

Salí, señor don Pedro, esta mañana
A ver un toro que en un Nacimiento
Con mi mula estuviera más contento
Que alborotando a Córdoba la llana.
Romper la tierra he visto en su abesana
Mis prójimos con paso menos lento,
Que él se entró en la ciudad tan sin aliento,
Y aún más, que me dejó en la barbacana.
No desherréis vuestro Zagal, que un clavo
No ha de valer la causa, si no miente
Quien de la cuerda apela para el rabo.
Perdonadme el hablar tan cortésmente
De quien, ya que no alcalde por lo Bravo,
Podrá ser, por lo Manso, presidente.

A DON SANCHO DÁVILA,

Sacro pastor de pueblos, que en florida
Edad, pastor, gobiernas tu ganado,
Más con el silbo que con el cayado
Y más que con el silbo con la vida;
Canten otros tu casa esclarecida,
Mas tu Palacio, con razón sagrado,
Cante Apolo de rayos coronado,
No humilde Musa de laurel ceñida.
Tienda es gloriosa, donde en lechos de oro
Victorïosos duermen los soldados
Que ya despertarán a triunfo y palmas;
Milagroso sepulcro, mudo coro
De muertos vivos, de ángeles callados,
Cielo de cuerpos, vestuario de almas.

A DOÑA BRIANDA DE LA CERDA

Al sol peinaba Clori sus cabellos
Con peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se obscurecía el sol en ellos.
Cogió sus lazos de oro, y al cogellos,
Segunda mayor luz descubrió aquella
Delante quien el Sol es una estrella
Y esfera España de sus rayos bellos.
Divinos ojos, que en su dulce Oriente
Dan luz al mundo, quitan luz al cielo,
Y espera idolatrallos Occidente.
Esto Amor solicita con su vuelo,
Que en tanto mar será un arpón luciente
De la Cerda inmortal mortal anzuelo.

A DOÑA CATALINA DE LA CERDA

Tres veces de Aquilón el soplo airado
Del verde honor privó las verdes plantas,
Y al animal de Colcos otras tantas
Ilustró Febo su vellón dorado,
Después que sigo (el pecho traspasado
De aguda flecha) con humildes plantas,
(¡Oh bella Clori!) tus pisadas sanctas
Por las floridas señas que da el prado.
A vista voy (tiñendo los alcores
En roja sangre) de tu dulce vuelo,
Que el cielo pinta de cient mil colores,
Tanto, que ya nos siguen los pastores
Por los extraños rastros que en el suelo
Dejamos, yo de sangre, tú de flores.

A FRANCISCO DE QUEVEDO,

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.


Los gregüescos o greguescos son un tipo de calzas o calzón masculino, corto y abombachado.

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Gregüescos
De supuesto origen militar, se puso de moda en España en el transcurso del siglo XVI al XVII, adoptando luego diversas formas y medidas en la Europa occidental y las cortes españolas de Ultramar, como evolución de las botargas y otros tipos de calzas, dando lugar luego a los follados o afuellados.

Don Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos I de España, con pantalón a la griega, hacia 1580. En un retrato atribuido a Juan Pantoja de la Cruz y depositado en el Monasterio del Escorial.
Don Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos I de España, con pantalón a la griega, hacia 1580. En un retrato atribuido a Juan Pantoja de la Cruz y depositado en el Monasterio del Escorial.


Aparecen descritos –en su variada tipología– o ridiculizados por algunos de los mejores autores del Siglo de Oro Español, como Cervantes, Lope, Tirso o Quevedo;​ y fueron pintados por Diego Velázquez, Bartolomé González o Alonso Sánchez Coello y otros artistas de las principales cortes europeas, como Tiziano.
http://resikom.adw-goettingen.gwdg.de/abfragebegriffe.php?optionID=23
  • Albizua Huarte, Enriqueta (1988). «apéndice». El traje en España: un rápido recorrido a lo largo de su historia. En: Laver, James. Breve historia del traje y la moda (2006 edición). Madrid: Cátedra. pp. 283-357. ISBN 8437607329.
  • Bandrés Oto, Maribel (2002). La moda en la pintura: Velázquez. EUNSA. ISBN 8431320389.
A FRAY ESTEBAN IZQUIERDO

La Aurora de azahares coronada,
Sus lágrimas partió con vuestra bota,
Ni de las peregrinaciones rota,
Ni de sus conductores esquilmada.
De sus risueños ojos desatada,
Fragrante perla cada breve gota,
Por seráfica abeja fue devota,
A bota peregrina trasladada.
Uvas os debe Clío, mas ceciales;
Mínimas en el hábito, mas pasas,
A pesar del perífrasis absurdo.
Las manos de Alejandro hacéis escasas,
Segunda la capilla del de Ales
Izquierdo Esteban, si no Esteban zurdo.

A JUAN DE VILLEGAS

En villa humilde sí, no en vida ociosa,
Vasallos riges con poder no injusto,
Vasallos de tu dueño, si no augusto,
De estirpe en nuestra España generosa.
Del bárbaro ruido a curïosa
Dulce lección te hurta tu buen gusto;
Tal del muro abrasado hombro robusto
De Anquises redimió la edad dichosa.
No invidies, oh Villegas, del privado
El palacio gentil, digo el convento,
Adonde hasta el portero es Presentado.
De la tranquilidad pisas contento
La arena enjuta, cuando en mar turbado
Ambicioso bajel da lino al viento.

A JUAN RUFO

Cantastes, Rufo, tan heroicamente
De aquel César novel la augusta historia,
Que está dudosa entre los dos la gloria
Y a cuál se deba dar ninguno siente.
Y así la Fama, que hoy de gente en gente
Quiere que de los dos la igual memoria
Del tiempo y del olvido haya victoria,
Ciñe de lauro a cada cual la frente.
Debéis con gran razón ser igualados,
Pues fuistes cada cual único en su arte:
Él solo en armas, vos en letras solo,
Y al fin ambos igualmente ayudados:
Él de la espada del sangriento Marte,
Vos de la lira del sagrado Apolo.

A JUAN RUFO, JURADO DE CÓRDOBA

Culto Jurado, si mi bella dama
En cuyo generoso mortal manto
Arde, como en cristal de templo santo,
De un limpio amor la más ilustre llama
Tu musa inspira, vivirá tu fama
Sin invidiar tu noble patria a Manto,
Y ornarte ha en premio de tu dulce canto
No de verde laurel caduca rama,
Sino de estrellas inmortal corona.
Haga, pues, tu dulcísimo instrumento
Bellos efectos, pues la causa es bella;
Que no habrá piedra, planta, ni persona,
Que suspensa no siga el tierno acento,
Siendo tuya la voz, y el canto de ella.

A JÚPITER,

Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
Fulminas jovenetos? Yo no sé
Cuánta pluma ensillaste para el que
Sirviéndote la copa aún hoy está.
El garzón frigio, a quien de bello da
Tanto la antigüedad, besara el pie
Al que mucho de España esplendor fue,
Y poca, mas fatal, ceniza es ya.
Ministro, no grifaño, duro sí,
Que en Líparis Estérope forjó
(Piedra digo bezahar de otro Pirú)
Las hojas infamó de un alhelí,
Y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!

A LA ARCADIA

Por tu vida, Lopillo, que me borres
Las diez y nueve torres del escudo,
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres.
¡Válgame los de Arcadia! ¿No te corres
Armar de un pavés noble a un pastor rudo?
¡Oh tronco de Micol, Nabal barbudo!
¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!
No le dejéis en el blasón almena.
Vuelva a su oficio, y al rocín alado
En el teatro sáquenle los reznos.
No fabrique más torres sobre arena,
Si no es que ya, segunda vez casado,
Nos quiere hacer torres los torreznos.

A LA BAJADA DE MUCHOS CABALLEROS DE MADRID

¡A la Mamora, militares cruces!
¡Galanes de la Corte, a la Mamora!
Sed capitanes en latín ahora
Los que en romance ha tanto que sois duces.
¡Arma, arma, ensilla, carga! ¿Qué? ¿Arcabuces?
No, gofo, sino aquesa cantimplora.
Las plumas riza, las espuelas dora.
¿Ármase España ya contra avestruces?
Pica, Bufón. ¡Oh tú, mi dulce dueño!
Partiendo me quedé, y quedando paso
A acumularte en África despojos.
¡Oh tú, cualquier que la agua pisas leño!
¡Escuche la vitoria yo, o el fracaso
A la lengua del agua de mis ojos!

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Ándeme yo caliente Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente

Amarrado al duro banco

Amarrado al duro banco
De una galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra,
Un forzado de Dragut
En la playa de Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,
»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,
»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;
»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en lucientes perlas.
»Dame ya, sagrado mar,
A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Que las aguas tienen lengua,
»Pero, pues no me respondes,
Sin duda alguna que es muerta,
Aunque no lo debe ser,
Pues que vivo yo en su ausencia.
»¡Pues he vivido diez años
Sin libertad y sin ella,
Siempre al remo condenado
A nadie matarán penas!»
En esto se descubrieron
De la Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.

Allá darás, rayo

Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
De hospedar a gente extraña,
O Flamenca o Ginovés,
Si el huésped overo es
Y la huéspeda castaña,
Según la raza de España,
Sale luego el potro bayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
De muy grave la viudita
Llama padre al Capellán
Con quien sus hijos están,
Y Amor que la solicita
Hace que por padre admita
Al que recibió por ayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Alguno hay en esta vida,
Que sé yo que es menester
Que a su querida mujer
(¡Nunca fuera tan querida!)
Tomen antes la medida
Que a él le corten el sayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Con su lacayo en Castilla
Se acomodó una casada;
No se le dio al señor nada,
Porque no es gran maravilla
Que el amo deje la silla,
Y que la ocupe el lacayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Opilóse vuestra hermana
Y diola el Doctor su acero;
Tráela de otero en otero
Menos honesta y más sana;
Diola por septiembre el mana,
Y vino a purgar por mayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.


Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645), conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española y es especialmente conocido por su obra poética, aunque también escribió narrativa y teatro, y diversos opúsculos filosóficos, políticos, morales, ascéticos, humanísticos e históricos.

Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago (su ingreso se hizo oficial el 29 de diciembre de 1617).

Obras perdidas:

La segunda parte de la Vida de Marco Bruto, mencionada por Quevedo en sus últimas cartas, en 1644.
Historia de don Sebastián, rey de Portugal.
La polilla de las repúblicas.
Historia del año 1631.
Dichos y hechos del Duque de Osuna en Flandes, España, Nápoles y Sicilia.

Traducciones

Quevedo frecuentó a humanistas como el distante Justo Lipsio y el más cercano José Antonio González de Salas; ambos le transmitieron su fervor por Propercio. Como helenista, las traducciones de Quevedo del griego dejan bastante que desear; se atrevió, sin embargo, a traducir pésimamente a Anacreonte (traducción que circuló manuscrita y no se imprimió en vida de Quevedo, sino en 1656), al pseudo Focílides y la Vida de Marco Bruto de Plutarco para su Marco Bruto. Mayor mérito tienen sus Lamentaciones de Jeremías desde el hebreo, o sus versiones de excelente latinista de los satíricos Marcial, Persio y Juvenal; sus obras están esmaltadas también de reminiscencias de Virgilio, Propercio, Tibulo, Ovidio, Estacio y, especialmente, Séneca, autores que, como los citados satíricos, frecuentó no poco. También son excelentes sus versiones del italiano y el francés; en esta última lengua, conocía la obra de líricos como Joachim du Bellay y leía y admiraba la de Montaigne e incluso es posible que tradujese el primer libro de sus Essais. En su haber se cuentan:
Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales.
De los remedios de cualquier fortuna (1638), versión libre de Séneca.
El Rómulo, 1632, del marqués Virgilio Malvezzi.

Epistolario

Fue editado por Luis Astrana Marín en 1946, apareciendo en dicho epistolario 43 cartas inéditas de los últimos diez años de la vida del autor, que le escribió a su amigo Sancho de Sandoval de Beas (Jaén).

Crítica literaria

La aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631), satírica embestida contra los poetas que usan el lenguaje gongorino o culterano.
La culta latiniparla (1624), burlesco manual para hablar en lenguaje gongorino.
La Perinola (1633, ed. en 1788), ataque contra el Para todos de Juan Pérez de Montalbán.
Cuento de cuentos (1626), reducción al absurdo de los coloquialismos más vacíos de significado.

Obras filosóficas

Doctrina moral del conocimiento propio, y del desengaño de las cosas ajenas (Zaragoza, 1630).
La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas (Madrid, 1634), que es una reescritura de la obra anterior, publicada sin su autorización, en la que amplificó y mejoró estilísticamente el texto precedente.
Epicteto, y Phocílides en español con consonantes, con el Origen de los estoicos, y su defensa contra Plutarco, y la Defensa de Epicuro, contra la común opinión (Madrid, 1635).
Las cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida (1651).

Obras ascéticas

Vida de Santo Tomás de Villanueva, 1620.
Providencia de Dios, 1641, tratado contra los ateos que intenta unificar estoicismo y cristianismo.
Vida de San Pablo, 1644.
La constancia y paciencia del santo Job, publicada póstumamente en 1713.

Obras políticas

España defendida, y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos, más conocida como España defendida..., que quedó incompleta e inédita, escrita circa 1609 y abandonada definitivamente en 1612,​ fue editada por primera vez en 1916 en el Boletín de la Real Academia de la Historia.
Política de Dios, gobierno de Cristo. Su primera parte fue escrita hacia 1617 (en la dedicatoria a Olivares, de 1626, le dice que «es el libro que yo escribí diez años ha») e impresa en 1626 con el título de Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás. La segunda parte, escrita en torno a 1635, se publicó en 1655. Las dos partes juntas se publicaron bajo el epígrafe Política de Dios, gobierno de Cristo, sacada de la Sagrada Escritura para acierto del Rey y del reino en sus acciones.
Mundo caduco y desvaríos de la edad (1621, ed. 1852).
Grandes anales de quince días (1621, ed. 1788), análisis de la transición entre los reinados de Felipe III y Felipe IV.
Memorial por el patronato de Santiago (1627, ed. 1628).
Lince de Italia y zahorí español (1628, ed. 1852).
El chitón de Tarabillas (1630), impreso muchas veces con el título de Tira la piedra y esconde la mano. Defiende las disposiciones económicas del Conde-Duque de Olivares, de quien luego se distanciaría.
Execración contra los judíos (1633), alegato antisemita que contiene una velada acusación contra don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares y valido de Felipe IV.
Carta al serenísimo, muy alto y muy poderoso Luis XIII, rey cristianísimo de Francia (1635).
Breve compendio de los servicios de Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma (1636).
La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero. 1641, panfleto contra la revuelta catalana de 1640.
Vida de Marco Bruto, 1644, glosa de la vida correspondiente al famoso asesino de César escrita por Plutarco, escrita con algebraico rigor y una elevación de estilo conceptista poco menos que inimitable.

Teatro

No existe un catálogo definitivo de la obra teatral atribuible a Quevedo, y no solo por la dificultad de reconocer su autoría sino por las dificultades de considerar a algunos textos como teatrales. En cualquier caso, se consideran como seguras y plenamente teatrales las siguientes obras:
La comedia Cómo ha de ser el privado
Los entremeses Bárbara, Diego Moreno, La vieja Muñatones, Los enfadosos, La venta, La destreza, La polilla de Madrid, El marido pantasma, El marión, El caballero de la Tenaza, El niño y Peralvillo de Madrid, La ropavejera y Los refranes del viejo celoso.
Además, se toman también en consideración diversos fragmentos de comedias perdidas, alguna loa y diez bailes.

Obras festivas,

Premática y aranceles, hechas por el fiel de las putas, Consejos para guardar la mosca y gastar la prosa, Premática del tiempo, Capitulaciones matrimoniales y Capitulaciones de la vida de la Corte son sátiras de los géneros burocráticos habituales en las cancillerías y que se aplican a temas grotescos.
Cartas del caballero de la Tenaza (1625), humorística descripción de las epístolas intercambiadas entre un caballero sumamente tacaño y su amante, que quiere sacarle dinero por cualquier medio.
Libro de todas las cosas y otras muchas más. Compuesto por el docto y experimentado en todas materias. El único maestro malsabidillo. Dirigido a la curiosidad de los entremetidos, a la turbamulta de los habladores, y a la sonsaca de las viejecitas.
Gracias y desgracias del ojo del culo. Opúsculo jocoso sobre los placeres y las dolencias relativos a semejante órgano.

La novela picaresca 

Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, apareció impresa en Zaragoza en 1626, pero existen tres versiones más de la obra con grandes divergencias textuales. El problema es complejo, pues todo parece indicar que Quevedo retocó su obra varias veces. La versión más antigua es el manuscrito 303 bis (olim Artigas 101) de la Biblioteca de Menéndez Pelayo a causa del cotejo de las variantes y la manera en que unos testimonios se agrupan frente a otros. La impresión de 1626 fue asumida, si no controlada, por Quevedo, según el propio autor declara en su memorial Su espada por Santiago (1628) y la sinceridad de sus palabras es confirmada por otros datos, así que en realidad no puede sostenerse que se hiciera sin permiso del autor. Pero esta versión no fue la última, pues don Francisco volvió sobre ella para retocar algunos pormenores narrativos, amplificar el retrato satírico de varios personajes secundarios y paliar las expresiones que juzgaron irreverentes o blasfemas los redactores de dos libelos antiquevedianos, el Memorial enviado a la Inquisición contra los escritos de Quevedo (1629) y El Tribunal de la Justa Venganza (1635). De estos retoques dan fe los otros manuscritos. El Buscón es un divertimento en que el autor se complace en ridiculizar los vanos esfuerzos de ascensión social de un pobre diablo perteneciente al bajo pueblo; para ello exhibe cortesanamente su ingenio por medio de un brillante estilo conceptista que degrada todo lo que toca cosificándolo o animalizándolo, utilizando una estética preexpresionista que se aproxima a Goya, Solana y Valle-Inclán y no retrocediendo ante las gracias más repugnantes. La caracterización apenas existe: se trata solo de un vehículo para el lucimiento aristocrático del autor.

Obras satírico-morales

Edición príncipe de los Sueños y discursos, Barcelona, Esteban Liberós, a costa de Juan Sapera, 1627.

Sueños y discursos, compuestos entre 1606 y 1623, circularon abundantemente manuscritos pero no se imprimieron hasta 1627. Se trata de cinco narraciones cortas de inspiración lucianesca donde se pasa revista a diversas costumbres, oficios y personajes populares de su época. Son, por este orden, El Sueño del Juicio Final (llamado a partir de la publicación de Juguetes de la niñez, la versión expurgada de 1631 El sueño de las calaveras), El alguacil endemoniado (redenominado El alguacil alguacilado), El Sueño del Infierno (esto es, Las zahúrdas de Plutón en su versión expurgada), El mundo por de dentro (que mantuvo su nombre siempre) y El Sueño de la Muerte (conocido como La visita de los chistes).
De la estirpe de los Sueños son dos llamadas «fantasías morales», el Discurso de todos los diablos y de La hora de todos. Ambas son también sátiras lucianescas de característico tono jocoserio, aunque en su factura y creatividad superan a los Sueños:
Discurso de todos los diablos o infierno emendado (1628), publicado en algunas versiones como El peor escondrijo de la muerte y, a partir de 1631, en la versión expurgada en la que aparecen también los cinco Sueños con los títulos cambiados que se enumeran más arriba, con el título de El entremetido y la dueña y el soplón.
La hora de todos y la Fortuna con seso, variación sobre el tema del mundo al revés en que la diosa Fortuna recobra el juicio y da a cada persona lo que realmente merece, provocando tan gran trastorno y confusión que el padre de los dioses debe volverlo todo a su primitivo desorden.

Poesía

La obra poética de Quevedo, que está constituida por unos 875 poemas, presenta ejemplos de casi todos los subgéneros de su época: poesía satírico-burlesca, amorosa, moral, heroica, circunstancial, descriptiva, religiosa y fúnebre. Aproximadamente, un 40 % de sus textos son satíricos; si a ello se le añade el hecho de que muchos de ellos circularon públicamente en vida del autor a través de copias manuscritas, se explica la fama de crítico severo y mordaz de su época con que se conoce, en parte, a Quevedo.
La primera impresión de sus poemas tuvo lugar en 1605, en la antología conocida con el nombre de Primera parte de las flores de poetas ilustres de España. De forma póstuma, la mayor parte de sus poemas aparecieron publicados en dos obras: El Parnaso español (1648) y Las Tres Musas Últimas Castellanas (1670).
Lo más original de la obra literaria de Quevedo radica en el estilo, vinculado al Conceptismo barroco y por lo tanto muy amigo de la concisión, de la elipsis y del cortesano juego de ingenio con las palabras mediante el abuso de la anfibología. Amante de la retórica, ensayó a veces un estilo oratorio lleno de simetrías, antítesis e isocola que lució más que nunca en su Vida de Marco Bruto. De léxico muy abundante, creó además muchos neologismos por derivación, composición y estereotipia y, como apercibió Rafael Lapesa en su Historia de la lengua española (1942), flexibilizó notablemente el mecanismo de la aposición especificativa en castellano («clérigo cerbatana, zapatos galeones...»), mecanismo que los escritores barrocos posteriores imitaron de él. En su sátira se acerca a veces a la estética del expresionismo al degradar a las personas mediante la reificación o cosificación, y la animalización. Se ha señalado, además, como un rasgo característico de su verso, la esticomitía, esto es, la tendencia a transformar cada verso en una sentencia de sentido completo, lo cual hace a sus poemas muy densos de significado, como era prioritario en su poética, radicada en los principios de lo que más tarde fue denominado conceptismo barroco.
La mayor parte de la producción poética de Quevedo es satírica, pero como ya apercibió el abate José Marchena sus sátiras están mal dirigidas y, aunque consciente de las causas verdaderas de la decadencia general, es para él más un mero ejercicio de estilo que otra cosa y se vierte contra el bajo pueblo más que contra la nobleza, en lo cual no tuvo el atrevimiento de, por ejemplo, el otro gran satírico de su época, Juan de Tassis y Peralta, segundo Conde de Villamediana. Cultivó también una fina lírica cortesana realizando un cancionero petrarquista en temas, estilo y tópicos, prácticamente perfecto en técnica y fondo, en torno a la figura de Lisi, que no hay que identificar como se ha querido con ninguna dama concreta, sino con un arquetipo quintaesenciado de mujer. Destacan sobre todo sus sonetos metafísicos y sus salmos, donde se expone su más íntimo desconsuelo existencial. La visión que da su filosofía es profundamente pesimista y de rasgos preexistencialistas. El cauce preferido para la abundante vena satírica de que hizo gala es sobre todo el romance, pero también la letrilla («Poderoso caballero es Don Dinero»), vehículo de una crítica social a la que no se le esconden los motivos más profundos de la decadencia de España, y el soneto. Abominó de la estética del Culteranismo cuyo principal exponente, Luis de Góngora, fue violentamente atacado por Quevedo en sátiras personales. Contra la pedantería y obscuridad que le imputaba se propuso también editar las obras de los poetas renacentistas Francisco de la Torre y Fray Luis de León.
La poesía amorosa de Quevedo, considerada la más importante del siglo XVII, es la producción más paradójica del autor: misántropo y misógino,[13]​ fue, sin embargo, el gran cantor del amor y de la mujer. Escribió numerosos poemas amorosos (se conservan más de doscientos), dedicados a varios nombres de mujer: Flora, Lisi, Jacinta, Filis, Aminta, Dora. Consideró el amor como un ideal inalcanzable, una lucha de contrarios, una paradoja dolorida y dolorosa, en donde el placer queda descartado. Su obra cumbre en este género es, sin duda, su «Amor constante más allá de la muerte».
Como han señalado los estudiosos del antisemitismo en España, Quevedo fue un feroz antijudío y su judeofobia quedó reflejada "en todo tipo de escritos, incluyendo sus poemas satíricos" pero fue "en los años de su lucha contra Olivares cuando escribe sus dos textos antisemitas más importantes": Execración contra los judíos y La Isla de los Monopantos (aunque este último relato satírico no fue impreso hasta 1650, dentro del libro La Fortuna con seso y la hora de todos).
En su obra se demuestra su obsesión por defender la hegemonía de la monarquía hispánica en el mundo, integrándose en la tradición del laus Hispaniae, instaurada por San Isidoro y utilizada por el propio Quevedo para tratar de recuperar los valores que él pensaba, hicieron poderosa a la nación... en su España defendida, alabó la grandeza de sus más prestigiosos compatriotas, destacando la superioridad española en el campo de las letras, visible en autores como fray Luis de León, Jorge Manrique o Garcilaso de la Vega, pero también en el arte de la guerra (Javier Martínez-Pinna y Diego Peña).

Poemas de Francisco de Quevedo

A Aminta, que se cubrió los ojos con la mano,
Lo que me quita en fuego, me da en nieve
La mano que tus ojos me recata;
Y no es menos rigor con el que mata,
Ni menos llamas su blancura mueve.
La vista frescos los incendios bebe,
Y volcán por las venas los dilata;
Con miedo atento a la blancura trata
El pecho amante, que la siente aleve.
Si de tus ojos el ardor tirano
Le pasas por tu mano por templarle,
Es gran piedad del corazón humano;
Mas no de ti, que puede al ocultarle,
Pues es de nieve, derretir tu mano,
Si ya tu mano no pretende helarle.

A Apolo, siguiendo a Dafne,

Bermejazo Platero de las cumbres 
A cuya luz se espulga la canalla: 
La ninfa Dafne, que se afufa y calla, 
Si la quieres gozar, paga y no alumbres. 

Si quieres ahorrar de pesadumbres, 
Ojo del Cielo, trata de compralla: 
En confites gastó Marte la malla, 
Y la espada en pasteles y en azumbres. 

Volvióse en bolsa Júpiter severo, 
Levantóse las faldas la doncella 
Por recogerle en lluvia de dinero. 

Astucia fue de alguna Dueña Estrella, 
Que de Estrella sin Dueña no lo infiero: 
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.

A Celestina,

Yace en esta tierra fría, 
Digna de toda crianza, 
La vieja cuya alabanza 
Tantas plumas merecía. 

No quiso en el cielo entrar 
A gozar de las estrellas, 
Por no estar entre doncellas 
Que no pudiese manchar.

A Dafne, huyendo de Apolo,

«Tras vos un Alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
Pues vais del Sol y de la luz huyendo.
ȃl os quiere gozar a lo que entiendo
Si os coge en esta selva tosca y ruda,
Su aljaba suena, está su bolsa muda,
El perro, pues no ladra, está muriendo.
»Buhonero de signos y Planetas,
Viene haciendo ademanes y figuras
Cargado de bochornos y Cometas.»
Esto la dije, y en cortezas duras
De Laurel se ingirió contra sus tretas,
Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras.

A la mar,

La voluntad de Dios por grillos tienes, 
Y escrita en la arena, ley te humilla; 
Y por besarla llegas a la orilla, 
Mar obediente, a fuerza de vaivenes. 

En tu soberbia misma te detienes, 
Que humilde eres bastante a resistilla; 
A ti misma tu cárcel maravilla, 
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes. 

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento 
De ocupar a los peces su morada, 
Y al Lino de estorbar el paso al viento? 

Sin duda el verte presa, encarcelada, 
La codicia del oro macilento, 
Ira de Dios al hombre encaminada.

A la violenta e injusta prosperidad,

Ya llena de sí solo la litera 
Matón, que apenas anteyer hacía 
(flaco y magro malsín) sombra, y cabía, 
sobrando sitio, en una ratonera. 

Hoy, mal introducida con la esfera 
su casa, al sol los pasos le desvía, 
y es tropezón de estrellas; y algún día, 
si fuera más capaz, pocilga fuera. 

Cuando a todos pidió, le conocimos; 
no nos conoce cuando a todos toma; 
y hoy dejamos de ser lo que ayer dimos. 

Sóbrale tanto cuanto falta a Roma; 
y no nos puede ver, porque le vimos: 
lo que fue esconde; lo que usurpa asoma.

A Lope de Vega,

Las fuerzas, Peregrino celebrado,
afrentará del tiempo y del olvido
el libro que, por tuyo, ha merecido
ser del uno y del otro respetado.
Con lazos de oro y yedra acompañado,
el laurel con tu frente está corrido
de ver que tus escritos han podido
hacer cortos los premios que te ha dado.
La invidia su verdugo y su tormento
hace del nombre que cantando cobras,
y con tu gloria su martirio crece.
Mas yo disculpo tal atrevimiento,
si con lo que ella muerde de tus obras
la boca, lengua y dientes enriquece.

A Roma sepultada en sus ruinas,

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino! 
y en Roma misma a Roma no la hallas: 
cadáver son las que ostentó murallas 
y tumba de sí proprio el Aventino. 

Yace donde reinaba el Palatino 
y limadas del tiempo, las medallas 
más se muestran destrozo a las batallas 
de las edades que Blasón Latino. 

Sólo el Tíber quedó, cuya corriente, 
si ciudad la regó, ya sepultura 
la llora con funesto son doliente. 

¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura, 
huyó lo que era firme y solamente 
lo fugitivo permanece y dura!

A un amigo que retirado de la Corte pasó su edad,

Dichoso tú, que alegre en tu cabaña, 
Mozo y viejo espiraste la aura pura, 
Y te sirven de cuna y sepultura, 
De paja el techo, el suelo de espadaña. 

En esa soledad que libre baña 
Callado Sol con lumbre más segura, 
La vida al día más espacio dura, 
Y la hora sin voz te desengaña. 

No cuentas por los Cónsules los años; 
Hacen tu calendario tus cosechas; 
Pisas todo tu mundo sin engaños. 

De todo lo que ignoras te aprovechas; 
Ni anhelas premios ni padeces daños, 
Y te dilatas cuanto más te estrechas.

A un avariento,

En aqueste enterramiento 
Humilde, pobre y mezquino, 
Yace envuelto en oro fino 
Un hombre rico avariento. 

Murió con cien mil dolores 
Sin poderlo remediar, 
Tan sólo por no gastar 
Ni aun gasta malos humores.


A un hombre de gran nariz,

Érase un hombre a una nariz pegado, 
Érase una nariz superlativa, 
Érase una alquitara medio viva, 
Érase un peje espada mal barbado; 

Era un reloj de sol mal encarado. 
Érase un elefante boca arriba, 
Érase una nariz sayón y escriba, 
Un Ovidio Nasón mal narigado. 

Érase el espolón de una galera, 
Érase una pirámide de Egito, 
Los doce tribus de narices era; 

Érase un naricísimo infinito, 
Frisón archinariz, caratulera, 
Sabañón garrafal morado y frito.

A un juez mercadería,

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!, 
menos bien las estudias que las vendes; 
lo que te compran solamente entiendes; 
más que Jasón te agrada el Vellocino. 

El humano derecho y el divino, 
cuando los interpretas, los ofendes, 
y al compás que la encoges o la extiendes, 
tu mano para el fallo se previno. 

No sabes escuchar ruegos baratos, 
y sólo quien te da te quita dudas; 
no te gobiernan textos, sino tratos. 

Pues que de intento y de interés no mudas, 
o lávate las manos con Pilatos, 
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

A un médico,

Yacen de un home en esta piedra dura 
El cuerpo yermo y las cenizas frías: 
Médico fue, cuchillo de natura, 
Causa de todas las riquezas mías. 

Y ahora cierro en honda sepultura 
Los miembros que rigió por largos días; 
Y aun con ser Muerte yo, no se la diera, 
Si dél para matarle no aprendiera.

A una adúltera,

Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido 
El adulterio la vergüenza al cielo, 
Pues que tan claramente y tan sin velo 
Has los hidalgos huesos ofendido. 

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido, 
Que no sepa tu infamia todo el suelo: 
Cierra la puerta, vive con recelo, 
Que el pecado nació para escondido. 

No digo yo que dejes tus amigos, 
Mas digo que no es bien que sean notados 
De los pocos que son tus enemigos. 

Mira que tus vecinos, afrentados, 
Dicen que te deleitan los testigos 
De tus pecados más que tus pecados.


A una dama bizca y hermosa,
Si a una parte miraran solamente
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran?
Y si a diversas partes no miraran,
se helaran el ocaso o el Oriente.

El mirar zambo y zurdo es delincuente;
vuestras luces izquierdas lo declaran,
pues con mira engañosa nos disparan
facinorosa luz, dulce y ardiente.

Lo que no miran ven, y son despojos
suyos cuantos los ven, y su conquista
da a l'alma tantos premios como enojos.

¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista
a que, siendo monarcas los dos ojos,
los llamase vizcondes de la vista?

Al Rey Felipe III,

Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.
Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.
Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;
Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.

Amor constante más allá de la muerte,

Cerrar podrá mis ojos la postrera 
Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera; 

Mas no de esotra parte en la ribera 
Dejará la memoria, en donde ardía: 
Nadar sabe mi llama el agua fría, 
Y perder el respeto a ley severa. 

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, 
Venas, que humor a tanto fuego han dado, 
Médulas, que han gloriosamente ardido, 

Su cuerpo dejará, no su cuidado; 
Serán ceniza, mas tendrá sentido; 
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Casamiento ridículo,

Trataron de casar a Dorotea 
Los vecinos con Jorge el extranjero, 
De mosca en masa gran sepulturero 
Y el que mejor pasteles aporrea. 

Ella es verdad que es vieja, pero fea, 
Docta en endurecer pelo y sombrero; 
Faltó el ajuar y no sobró dinero, 
Mas trájole tres dientes de librea. 

Porque Jorge después no se alborote 
Y tabique ventanas y desvanes, 
Hecho tiesto de cuernos el cogote, 

Con un guante, dos moños, tres refranes 
Y seis libras de zarza, llevó en dote 
Tres hijas, una suegra y dos galanes.

Definición del amor,

Es hielo abrasador, es fuego helado
es herida que duele y no se siente, 
es un soñado bien, un mal presente, 
es un breve descanso muy cansado. 
Es un descuido que nos da cuidado, 
un cobarde con nombre de valiente, 
un andar solitario entre la gente, 
un amar solamente ser amado. 
Es una libertad encarcelada, 
que dura hasta el postrero paroxismo; 
enfermedad que crece si es curada. 
Éste es el niño Amor, éste es su abismo. 
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada 
el que en todo es contrario de sí mismo

Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte,

Miré los muros de la Patria mía, 
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados, 
De la carrera de la edad cansados, 
Por quien caduca ya su valentía. 

Salíme al Campo, vi que el Sol bebía 
Los arroyos del hielo desatados, 
Y del Monte quejosos los ganados, 
Que con sombras hurtó su luz al día. 

Entré en mi Casa; vi que, amancillada, 
De anciana habitación era despojos; 
Mi báculo más corvo y menos fuerte. 

Vencida de la edad sentí mi espada, 
Y no hallé cosa en que poner los ojos 
Que no fuese recuerdo de la muerte.

Halla en la causa de su amor todos los bienes,

Después que te conocí, 
Todas las cosas me sobran: 
El Sol para tener día, 
Abril para tener rosas. 

Por mi bien pueden tomar 
Otro oficio las Auroras, 
Que yo conozco una luz 
Que sabe amanecer sombras. 

Bien puede buscar la noche 
Quien sus Estrellas conozca, 
Que para mi Astrología 
Ya son oscuras y pocas. 

Gaste el Oriente sus minas 
Con quien avaro las rompa, 
Que yo enriquezco la vista 
Con más oro a menos costa. 

Bien puede la Margarita 
Guardar sus perlas en conchas, 
Que Búzano de una Risa 
Las pesco yo en una boca. 

Contra el Tiempo y la Fortuna 
Ya tengo una inhibitoria: 
Ni ella me puede hacer triste, 
Ni él puede mudarme un hora. 

El oficio le ha vacado 
A la Muerte tu persona: 
A sí misma se padece, 
Sola en ti viven sus obras. 

Ya no importunan mis ruegos 
A los cielos por la gloria, 
Que mi bienaventuranza 
Tiene jornada más corta. 

La sacrosanta Mentira 
Que tantas Almas adoran, 
Busque en Portugal vasallos, 
En Chipre busque Coronas. 

Predicaré de manera 
Tu belleza por Europa, 
Que no haya Herejes de Gracias, 
Y que adoren en ti sola.

Himno a las estrellas,

A vosotras, estrellas, 
alza el vuelo mi pluma temerosa, 
del piélago de luz ricas centellas; 
lumbres que enciende triste y dolorosa 
a las exequias del difunto día, 
güérfana de su luz, la noche fría; 

ejército de oro, 
que por campañas de zafir marchando, 
guardáis el trono del eterno coro 
con diversas escuadras militando; 
Argos divino de cristal y fuego, 
por cuyos ojos vela el mundo ciego; 

señas esclarecidas 
que, con llama parlera y elocuente, 
por el mudo silencio repartidas, 
a la sombra servís de voz ardiente; 
pompa que da la noche a sus vestidos, 
letras de luz, misterios encendidos; 

de la tiniebla triste 
preciosas joyas, y del sueño helado 
galas, que en competencia del sol viste; 
espías del amante recatado, 
fuentes de luz para animar el suelo, 
flores lucientes del jardín del cielo, 

vosotras, de la luna 
familia relumbrante, ninfas claras, 
cuyos pasos arrastran la Fortuna, 
con cuyos movimientos muda caras, 
árbitros de la paz y de la guerra, 
que, en ausencia del sol, regís la tierra; 

vosotras, de la suerte 
dispensadoras, luces tutelares 
que dais la vida, que acercáis la muerte, 
mudando de semblante, de lugares; 
llamas, que habláis con doctos movimientos, 
cuyos trémulos rayos son acentos; 

vosotras, que, enojadas, 
a la sed de los surcos y sembrados 
la bebida negáis, o ya abrasadas 
dais en ceniza el pasto a los ganados, 
y si miráis benignas y clementes, 
el cielo es labrador para las gentes; 

vosotras, cuyas leyes 
guarda observante el tiempo en toda parte, 
amenazas de príncipes y reyes, 
si os aborta Saturno, Jove o Marte; 
ya fijas vais, o ya llevéis delante 
por lúbricos caminos greña errante, 

si amasteis en la vida 
y ya en el firmamento estáis clavadas, 
pues la pena de amor nunca se olvida, 
y aun suspiráis en signos transformadas, 
con Amarilis, ninfa la más bella, 
estrellas, ordenad que tenga estrella. 

Si entre vosotras una 
miró sobre su parto y nacimiento 
y della se encargó desde la cuna, 
dispensando su acción, su movimiento, 
pedidla, estrellas, a cualquier que sea, 
que la incline siquiera a que me vea. 

Yo, en tanto, desatado 
en humo, rico aliento de Pancaya, 
haré que, peregrino y abrasado, 
en busca vuestra por los aires vaya; 
recataré del sol la lira mía 
y empezaré a cantar muriendo el día. 

Las tenebrosas aves, 
que el silencio embarazan con gemido, 
volando torpes y cantando graves, 
más agüeros que tonos al oído, 
para adular mis ansias y mis penas, 
ya mis musas serán, ya mis sirenas.

Lamentación amorosa y...,

No me aflige morir; no he rehusado 
acabar de vivir, ni he pretendido 
alargar esta muerte que ha nacido 
a un tiempo con la vida y el cuidado. 

Siento haber de dejar deshabitado 
cuerpo que amante espíritu ha ceñido; 
desierto un corazón siempre encendido, 
donde todo el Amor reinó hospedado. 

Señas me da mi ardor de fuego eterno, 
y de tan larga y congojosa historia 
sólo será escritor mi llanto tierno. 

Lisi, estáme diciendo la memoria 
que, pues tu gloria la padezco infierno, 
que llame al padecer tormentos, gloria.

Las causas de la ruina del imperio romano,

En el precio, el favor; y la ventura, 
venal; el oro, pálido tirano; 
el erario, sacrílego y profano; 
con togas, la codicia y la locura; 

en delitos, patíbulo la altura; 
más suficiente el más soberbio y vano; 
en opresión, el sufrimiento humano; 
en desprecio, la sciencia y la cordura, 

promesas son, ¡oh Roma!, dolorosas 
del precipicio y ruina que previenes 
a tu imperio y sus fuerzas poderosas. 

El laurel que te abraza las dos sienes 
llama al rayo que evita, y peligrosas 
y coronadas por igual las tienes.

Letrilla lírica,

Rosal, menos presunción 
donde están las clavellinas, 
pues serán mañana espinas 
las que agora rosas son. 

¿De qué sirve presumir, 
rosal, de buen parecer, 
si aun no acabas de nacer 
cuando empiezas a morir? 
Hace llorar y reír 
vivo y muerto tu arrebol 
en un dia o en un sol: 
desde el Oriente al ocaso 
va tu hermosura en un paso, 
y en menos tu perfección. 
Rosal, menos presunción 
donde están las clavellinas, 
pues serán mañana espinas 
las que agora rosas son. 

No es muy grande la ventaja 
que tu calidad mejora: 
si es tus mantillas la aurora, 
es la noche tu mortaja. 
No hay florecilla tan baja 
que no te alcance de días, 
y de tus caballerías, 
por descendiente de la alba, 
se está rïendo la malva, 
cabellera de un terrón. 
Rosal, menos presunción 
donde están las clavellinas, 
pues serán mañana espinas 
las que agora rosas son.
Letrilla satírica,

La Morena que yo adoro 
Y más que a mi vida quiero, 
En Verano toma el acero 
Y en todos tiempos el oro. 

Opilóse, en conclusión, 
Y levantóse a tomar 
Acero para gastar 
Mi hacienda y su opilación. 
La cuesta de mi bolsón 
Sube, y nunca menos cuesta; 
Mala enfermedad es ésta, 
Si la ingrata que yo adoro 
Y más que mi vida quiero, 
En verano toma el acero 
Y en todos tiempos el oro. 

Anda por sanarse a sí, 
Y anda por dejarme en cueros; 
Toma acero, y muestra aceros 
De no dejar blanca en mí. 
Mi bolsa peligra aquí, 
Ya en la postrer boqueada; 
La suya nunca cerrada 
Para chupar el tesoro 
De mi florido dinero, 
Tomando en verano acero 
Y en todos tiempos el oro. 

Es niña que por tomar 
Madruga antes que amanezca, 
Porque en mi bolsa anochezca; 
Que andar tras esto es su andar. 
De beber se fue a opilar; 
Chupando se desopila, 
Mi dinero despabila. 
El que la dora es Medoro; 
El que no, pellejo y cuero: 
En verano toma el acero 
Y en todos tiempos el oro.

Poderoso caballero es don dinero,

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


Prevención para la vida y para la muerte,

Si no temo perder lo que poseo, 
ni deseo tener lo que no gozo, 
poco de la Fortuna en mí el destrozo 
valdrá, cuando me elija actor o reo. 

Ya su familia reformó el deseo; 
no palidez al susto, o risa al gozo 
le debe de mi edad el postrer trozo, 
ni anhelar a la Parca su rodeo. 

Sólo ya el no querer es lo que quiero; 
prendas de la alma son las prendas mías; 
cobre el puesto la muerte, y el dinero. 

A las promesas miro como a espías; 
morir al paso de la edad espero: 
pues me trujeron, llévenme los días.

Que desengaños son la verdadera riquezas,

¿Cuándo seré infeliz sin mi gemido? 
¿Cuándo sin el ajeno fortunado? 
El desprecio me sigue desdeñado; 
la invidia, en dignidad constituido. 

U del bien u del mal vivo ofendido; 
y es ya tan insolente mi pecado, 
que, por no confesarme castigado, 
acusa a Dios con llanto inadvertido. 

Temo la muerte, que mi miedo afea; 
amo la vida, con saber es muerte: 
tan ciega noche el seso me rodea. 

Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte, 
caudal que en desengaños no se emplea, 
cuanto se aumenta, Caridón, se vierte.

Reloj de campanilla ,

El metal animado, 
a quien mano atrevida, industrïosa,
secretamente ha dado
vida aparente en máquina preciosa, 
organizando atento 
sonora voz a docto movimiento; 

en quien, desconocido 
espíritu secreto, brevemente 
en un orbe ceñido, 
muestra el camino de la luz ardiente, 
y con rueda importuna 
los trabajos del sol y de la luna, 
y entre ocasos y auroras 
las peregrinaciones de las horas; 
máquina en que el artífice, que pudo 
contar pasos al sol, horas al día, 
mostró más providencia que osadía, 
fabricando en metal disimuladas 
advertencias sonoras repetidas, 
pocas veces creídas, 
muchas veces contadas; 
tú, que estás muy preciado 
de tener el más cierto, el más limado, 
con diferente oído, 
atiende a su intención y a su sonido. 

La hora irrevocable que dio, llora; 
prevén la que ha de dar; y la que cuentas, 
lógrala bien, que en una misma hora 
te creces y te ausentas. 
Si le llevas curioso, 
atiéndele prudente, 
que los blasones de la edad desmiente; 
y en traje de reloj llevas contigo, 
del mayor enemigo, 
espía desvelada y elegante, 
a ti tan semejante, 
que, presumiendo de abreviar ligera 
la vida al sol, al cielo la carrera, 
fundas toda esta máquina admirada 
en una cuerda enferma y delicada, 
que, como la salud en el más sano, 
se gasta con sus ruedas y su mano. 

Estima sus recuerdos, 
teme sus desengaños, 
pues ejecuta plazos de los años, 
y en él te da secreto, 
a cada sol que pasa, a cada rayo, 
la muerte un contador, el tiempo un ayo.

Romance,

«A los moros por dinero; 
a los cristianos de balde.» 
¿Quién es ésta que lo cumple? 
Dígasmelo tú, el romance. 

Yo, con mi fe de bautismo, 
tras ella bebo los aires; 
por moro me tienen todas: 
dinero quieren que gaste. 

En lenguaje de mujeres, 
que es diferente lenguaje, 
de balde es dos veces dé, 
cosa que no entendió nadie. 

Todas me llaman Antón, 
todas me cobran Azarque, 
y son, al daca y al pido, 
mis billetes Alcoranes. 

El sombrero que les quito 
se les antoja turbante, 
y mi prosa, algarabía, 
por más español que hable. 

Sin duda, romance aleve, 
que, por sólo el consonante, 
a los pordioseros fieles 
les diste alegrón tan grande. 

Y aquella maldita hembra, 
para burlar el linaje 
de los Baldeses de paga, 
tocó a barato una tarde. 

Iuego que el romance oí, 
me llamaba por las calles 
cristianísimo, sin miedo 
del rey de Francia y sus Pares. 

¿Adónde están los cristianos 
que gozan de aqueste lance?: 
que en el reino de Toledo 
los Pedros pagan por Tarfes. 

Si la que lo prometiste 
en esa cazuela yaces, 
más gente harás, si te nombras, 
que las banderas de Flandes. 

Doña Urraca diz que fue 
la del pregón detestable: 
que cosa tan mal cumplida 
no pudo ser de otras aves.

Romance satírico,


Pues me hacéis casamentero, 
Ángela de Mondragón, 
escuchad de vuestro esposo 
las grandezas y el valor. 

Él es un Médico honrado, 
por la gracia del Señor, 
que tiene muy buenas letras 
en el cambio y el bolsón. 

Quien os lo pintó cobarde 
no lo conoce, y mintió, 
que ha muerto más hombres vivos 
que mató el Cid Campeador. 

En entrando en una casa 
tiene tal reputación, 
que luego dicen los niños: 
«Dios perdone al que murió». 

Y con ser todos mortales 
los Médicos, pienso yo 
que son todos venïales, 
comparados al Dotor. 

Al caminante, en los pueblos 
se le pide información, 
temiéndole más que a la peste 
de si le conoce, o no. 

De Médicos semejantes 
hace el Rey nuestro Señor 
bombardas a sus castillos, 
mosquetes a su escuadrón. 

Si a alguno cura, y no muere, 
piensa que resucitó, 
y por milagro le ofrece 
la mortaja y el cordón. 

Si acaso estando en su casa 
oye dar algún clamor, 
tomando papel y tinta 
escribe: «Ante mí pasó». 

No se le ha muerto ninguno 
de los que cura hasta hoy, 
porque antes que se mueran 
los mata sin confesión. 

De envidia de los verdugos 
maldice al Corregidor, 
que sobre los ahorcados 
no le quiere dar pensión. 

Piensan que es la muerte algunos; 
otros, viendo su rigor, 
le llaman el día del juicio, 
pues es total perdición. 

No come por engordar, 
ni por el dulce sabor, 
sino por matar la hambre, 
que es matar su inclinación. 

Por matar mata las luces, 
y si no le alumbra el sol, 
como murciégalo vive 
a la sombra de un rincón. 

Su mula, aunque no está muerta, 
no penséis que se escapó, 
que está matada de suerte 
que le viene a ser peor. 

Él, que se ve tan famoso 
y en tan buena estimación, 
atento a vuestra belleza, 
se ha enamorado de vos. 

No pide le deis más dote 
de ver que matáis de amor, 
que en matando de algún modo 
para en uno sois los dos. 

Casaos con él, y jamás 
vïuda tendréis pasión, 
que nunca la misma muerte 
se oyó decir que murió. 

Si lo hacéis, a Dios le ruego 
que os gocéis con bendición; 
pero si no, que nos libre 
de conocer al Dotor.
Sermón estoico de censura moral,

¡Oh corvas almas, oh facinorosos
espíritus furiosos!
¡Oh varios pensamientos insolentes,
deseos delincuentes,
cargados sí, mas nunca satisfechos;
alguna vez cansados,
ninguna arrepentidos,
en la copia crecidos,
y en la necesidad desesperados!
De vuestra vanidad, de vuestro vuelo,
¿qué abismo está ignorado?
Todos los senos que la tierra calla,
las llanuras que borra el Oceano
y los retiramientos de la noche,
de que no ha dado el sol noticia al día,
los sabe la codicia del tirano.
Ni horror, ni religión, ni piedad, juntos,
defienden de los vivos los difuntos.
A las cenizas y a los huesos llega,
palpando miedos, la avaricia ciega.
Ni la pluma a las aves,
ni la garra a las fieras,
ni en los golfos del mar, ni en las riberas
el callado nadar del pez de plata,
les puede defender del apetito;
y el orbe, que infinito
a la navegación nos parecía,
es ya corto distrito
para las diligencias de la gula,
pues de esotros sentidos acumula
el vasallaje, y ella se levanta
con cuanto patrimonio
tienen, y los confunde en la garganta.
Y antes que las desórdenes del vientre
satisfagan sus ímpetus violentos,
yermos han de quedar los elementos,
para que el orbe en sus angustias entre.
Tú, Clito, entretenida, mas no llena,
honesta vida gastarás contigo;
que no teme la invidia por testigo,
con pobreza decente, fácil cena.
Más flaco estará, ¡oh Clito!,
pero estará más sano,
el cuerpo desmayado que el ahíto;
y en la escuela divina,
el ayuno se llama medicina,
y esotro, enfermedad, culpa y delito.
El hombre, de las piedras descendiente
(¡dura generación, duro linaje!),
osó vestir las plumas;
osó tratar, ardiente,
las líquidas veredas; hizo ultraje
al gobierno de Eolo;
desvaneció su presunción Apolo,
y en teatro de espumas,
su vuelo desatado,
yace el nombre y el cuerpo justiciado,
y navegan sus plumas.
Tal has de padecer, Clito, si subes
a competir lugares con las nubes.
De metal fue el primero
que al mar hizo guadaña de la muerte:
con tres cercos de acero
el corazón humano desmentía.
Éste, con velas cóncavas, con remos,
(¡oh muerte!, ¡oh mercancía!),
unió climas extremos;
y rotos de la tierra
los sagrados confines,
nos enseñó, con máquinas tan fieras,
a juntar las riberas;
y de un leño, que el céfiro se sorbe,
fabricó pasadizo a todo el orbe,
adiestrando el error de su camino
en las señas que hace, enamorada,
la piedra imán al Norte,
de quien, amante, quiere ser consorte,
sin advertir que, cuando ve la estrella,
desvarían los éxtasis en ella.
Clito, desde la orilla
navega con la vista el Oceano:
óyele ronco, atiéndele tirano,
y no dejes la choza por la quilla;
pues son las almas que respira Tracia
y las iras del Noto,
muerte en el Ponto, música en el soto.
Profanó la razón, y disfamóla,
mecánica codicia diligente,
pues al robo de Oriente destinada,
y al despojo precioso de Occidente,
la vela desatada,
el remo sacudido,
de más riesgos que ondas impelido,
de Aquilón enojado,
siempre de invierno y noche acompañado,
del mar impetüoso
(que tal vez justifica el codicioso)
padeció la violencia,
lamentó la inclemencia,
y por fuerza piadoso,
a cuantos votos dedicaba a gritos,
previno en la bonanza
otros tantos delitos,
con la esperanza contra la esperanza.
Éste, al sol y a la luna,
que imperio dan, y templo, a la Fortuna,
examinando rumbos y concetos,
por saber los secretos
de la primera madre
que nos sustenta y cría,
de ella hizo miserable anatomía.
Despedazóla el pecho,
rompióle las entrañas,
desangróle las venas
que de estimado horror estaban llenas;
los claustros de la muerte,
duro, solicitó con hierro fuerte.
¿Y espantará que tiemble algunas veces,
siendo madre y robada
del parto, a cuanto vive, preferido?
No des la culpa al viento detenido,
ni al mar por proceloso:
de ti tiembla tu madre, codicioso.
Juntas grande tesoro,
y en Potosí y en Lima
ganas jornal al cerro y a la sima.
Sacas al sueño, a la quietud, desvelo;
a la maldad, consuelo;
disculpa, a la traición; premio, a la culpa;
facilidad, al odio y la venganza,
y, en pálido color, verde esperanza,
y, debajo de llave,
pretendes, acuñados,
cerrar los dioses y guardar los hados,
siendo el oro tirano de buen nombre,
que siempre llega con la muerte al hombre;
mas nunca, si se advierte,
se llega con el hombre hasta la muerte.
Sembraste, ¡oh tú, opulento!, por los vasos,
con desvelos de la arte,
desprecios del metal rico, no escasos;
y en discordes balanzas,
la materia vencida,
vanamente podrás después preciarte
que induciste en la sed dos destemplanzas,
donde tercera, aún hoy, delicia alcanzas.
Y a la Naturaleza, pervertida
con las del tiempo intrépidas mudanzas,
transfiriendo al licor en el estío
prisión de invierno frío,
al brindis luego el apetito necio
del murrino y cristal creció ansí el precio:
que fue pompa y grandeza
disipar los tesoros
por cosa, ¡oh vicio ciego!,
que pudiese perderse toda, y luego.
Tú, Clito, en bien compuesta
pobreza, en paz honesta,
cuanto menos tuvieres,
desarmarás la mano a los placeres,
la malicia a la invidia,
a la vida el cuidado,
a la hermosura lazos,
a la muerte embarazos,
y en los trances postreros,
solicitud de amigos y herederos.
Deja en vida los bienes,
que te tienen, y juzgas que los tienes.
Y las últimas horas
serán en ti forzosas, no molestas,
y al dar la cuenta excusarás respuestas.
Fabrica el ambicioso
ya edificio, olvidado
del poder de los días;
y el palacio, crecido,
no quiere darse, no, por entendido
del paso de la edad sorda y ligera,
que, fugitiva, calla,
y en silencio mordaz, mal advertido,
digiere la muralla,
los alcázares lima,
y la vida del mundo, poco a poco,
o la enferma o lastima.
Los montes invencibles,
que la Naturaleza
eminentes crió para sí sola
(paréntesis de reinos y de imperios),
al hombre inaccesibles,
embarazando el suelo
con el horror de puntas desiguales,
que se oponen, erizo bronco, al cielo,
después que les sacó de sus entrañas
la avaricia, mostrándola a la tierra,
mentida en el color de los metales,
cruda y preciosa guerra,
osó la vanidad cortar sus cimas
y, desde las cervices,
hender a los peñascos las raíces;
y erudito ya el hierro,
porque el hombre acompañe
con magnífico adorno sus insultos,
los duros cerros adelgaza en bultos;
y viven los collados
en atrios y en alcázares cerrados,
que apenas los cubría
el campo eterno que camina el día.
Desarmaron la orilla,
desabrigaron valles y llanuras
y borraron del mar las señas duras;
y los que en pie estuvieron,
y eminentes rompieron
la fuerza de los golfos insolentes,
y fueron objeción, yertos y fríos,
de los atrevimientos de los ríos,
agora navegados,
escollos y collados,
los vemos en los pórticos sombríos,
mintiendo fuerzas y doblando pechos,
aun promontorios sustentar los techos.
Y el rústico linaje,
que fue de piedra dura,
vuelve otra vez viviente en escultura.
Tú, Clito, pues le debes
a la tierra ese vaso de tu vida,
en tan poca ceniza detenida,
y en cárceles tan frágiles y breves
hospedas alma eterna,
no presumas, ¡oh Clito!, oh, no presumas
que la del alma casa, tan moderna
y de tierra caduca,
viva mayor posada que ella vive,
pues que en horror la hospeda y la recibe.
No sirve lo que sobra,
y es grande acusación la grande obra;
sepultura imagina el aposento,
y el alto alcázar vano monumento.
Hoy al mundo fatiga,
hambrienta y con ojos desvelados,
la enfermedad antiga
que a todos los pecados
adelantó en el cielo su malicia,
en la parte mejor de su milicia.
Invidia, sin color y sin consuelo,
mancha primera que borró la vida
a la inocencia humana,
de la quietud y la verdad tirana;
furor envejecido,
del bien ajeno, por su mal, nacido;
veneno de los siglos, si se advierte,
y miserable causa de la muerte.
Este furor eterno,
con afrenta del sol, pobló el infierno,
y debe a sus intentos ciegos, vanos,
la desesperación sus ciudadanos.
Ésta previno, avara,
al hombre las espinas en la tierra,
y el pan, que le mantiene en esta guerra,
con sudor de sus manos y su cara.
Fue motín porfiado
en la progenie de Abraham eterna,
contra el padre del pueblo endurecido,
que dio por ellos el postrer gemido.
La invidia no combate
los muros de la tierra y mortal vida,
si bien la salud propria combatida
deja también; sólo pretende palma
de batir los alcázares de l'alma;
y antes que las entrañas
sientan su artillería,
aprisiona el discurso, si porfía.
Las distantes llanuras de la tierra
a dos hermanos fueron
angosto espacio para mucha guerra.
Y al que Naturaleza
hizo primero, pretendió por dolo
que la invidia mortal le hiciese solo.
Tú, Clito, doctrinado
del escarmiento amigo,
obediente a los doctos desengaños,
contarás tantas vidas como años;
y acertará mejor tu fantasía
si conoces que naces cada día.
Invidia los trabajos, no la gloria;
que ellos corrigen, y ella desvanece,
y no serás horror para la Historia,
que con sucesos de los reyes crece.
De los ajenos bienes
ten piedad, y temor de los que tienes;
goza la buena dicha con sospecha,
trata desconfiado la ventura,
y póstrate en la altura.
Y a las calamidades
invidia la humildad y las verdades,
y advierte que tal vez se justifica
la invidia en los mortales,
y sabe hacer un bien en tantos males:
culpa y castigo que tras sí se viene,
pues que consume al proprio que la tiene.
La grandeza invidiada,
la riqueza molesta y espiada,
el polvo cortesano,
el poder soberano,
asistido de penas y de enojos,
siempre tienen quejosos a los ojos,
amedrentado el sueño,
la consciencia con ceño,
la verdad acusada,
la mentira asistente,
miedo en la soledad, miedo en la gente,
la vida peligrosa,
la muerte apresurada y belicosa.
¡Cuán raros han bajado los tiranos,
delgadas sombras, a los reinos vanos
del silencio severo,
con muerte seca y con el cuerpo entero!
Y vio el yerno de Ceres
pocas veces llegar, hartos de vida,
los reyes sin veneno o sin herida.
Sábenlo bien aquellos
que de joyas y oro
ciñen medroso cerco a los cabellos.
Su dolencia mortal es su tesoro;
su pompa y su cuidado, sus legiones.
Y el que en la variedad de las naciones
se agrada más, y crece
los ambiciosos títulos profanos,
es, cuanto más se precia de monarca,
más ilustre desprecio de la Parca.
El africano duro
que en los Alpes vencer pudo el invierno,
y a la Naturaleza
de su alcázar mayor la fortaleza;
de quien, por darle paso al señorío,
la mitad de la vista cobró el frío,
en Canas, el furor de sus soldados,
con la sangre de venas consulares,
calentó los sembrados,
fue susto del imperio,
hízole ver la cara al captiverio,
dio noticia del miedo su osadía
a tanta presunción de monarquía.
Y peregrino, desterrado y preso
poco después por desdeñoso hado,
militó contra sí desesperado.
Y vengador de muertes y vitorias,
y no invidioso menos de sus glorias,
un anillo piadoso,
sin golpe ni herida,
más temor quitó en Roma que en él vida.
Y ya, en urna ignorada,
tan grande capitán y tanto miedo
peso serán apenas para un dedo.
Mario nos enseñó que los trofeos
llevan a las prisiones,
y que el triunfo que ordena la Fortuna,
tiene en Minturnas cerca la laguna.
Y si te acercas más a nuestros días,
¡oh Clito!, en las historias
verás, donde con sangre las memorias
no estuvieren borradas,
que de horrores manchadas
vidas tantas están esclarecidas,
que leerás más escándalos que vidas.
Id, pues, grandes señores,
a ser rumor del mundo;
y comprando la guerra,
fatigad la paciencia de la tierra,
provocad la impaciencia de los mares
con desatinos nuevos,
sólo por emular locos mancebos;
y a costa de prolija desventura,
será la aclamación de su locura.
Clito, quien no pretende levantarse
puede arrastrar, mas no precipitarse.
El bajel que navega
orilla, ni peligra ni se anega.
Cuando Jove se enoja soberano,
más cerca tiene el monte que no el llano,
y la encina en la cumbre
teme lo que desprecia la legumbre.
Lección te son las hojas,
y maestros las peñas.
Avergüénzate, ¡oh Clito!,
con alma racional y entendimiento,
que te pueda en España
llamar rudo discípulo una caña;
pues si no te moderas,
será de tus costumbres, a su modo,
verde reprehensión el campo todo.

Soneto,

Yo te untaré mis obras con tocino 
porque no me las muerdas, Gongorilla
perro de los ingenios de Castilla, 
docto en pullas, cual mozo de camino; 

Apenas hombre, sacerdote indino, 
que aprendiste sin cristus la cartilla; 
chocarrero de Córdoba y Sevilla, 
y en la Corte bufón a lo divino. 

¿Por qué censuras tú la lengua griega 
siendo sólo rabí de la judía, 
cosa que tu nariz aun no lo niega? 

No escribas versos más, por vida mía; 
aunque aquesto de escribas se te pega, 
por tener de sayón la rebeldía.


Soneto amoroso,

A fugitivas sombras doy abrazos; 
en los sueños se cansa el alma mía; 
paso luchando a solas noche y día 
con un trasgo que traigo entre mis brazos. 

Cuando le quiero más ceñir con lazos, 
y viendo mi sudor, se me desvía, 
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía, 
y temas con amor me hacen pedazos. 

Voyme a vengar en una imagen vana 
que no se aparta de los ojos míos; 
búrlame, y de burlarme corre ufana. 

Empiézola a seguir, fáltanme bríos; 
y como de alcanzarla tengo gana, 
hago correr tras ella el llanto en ríos.
Túmulo de la mariposa,

Yace pintado Amante,
De amores de la Luz muerta de amores,
Mariposa elegante
Que vistió rosas y voló con flores;
Y codicioso el fuego de sus galas
Ardió dos primaveras en sus alas.
El aliño del prado
Y la curiosidad de Primavera
Aquí se han acabado,
Y el Galán breve de la Cuarta Esfera
Que con dudoso y divertido vuelo
Las lumbres quiso amartelar del Cielo.
Clementes hospedaron
A duras Salamandras llamas vivas;
Su vida perdonaron,
Y fueron rigurosas, como esquivas,
Con el galán idólatra que quiso
Morir como Faetón, siendo Narciso.
No renacer hermosa,
Parto de la ceniza y de la muerte,
Como Fénix gloriosa
Que su linaje entre las llamas vierte,
Quien no sabe de amor y de terneza
Lo llamará desdicha, y es fineza.
Su tumba fue su Amada,
Hermosa sí, pero temprana y breve;
Ciega y enamorada,
Mucho al Amor y poco al Tiempo debe;
Y pues en sus amores se deshace,
Escríbase: Aquí goza, donde yace.