GLOSARIO
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(descargar PDF, texto y otros formatos)
(castellanas, catalanas, gallegas, mallorquínas,
portuguesas,
valencianas y bascongadas).
DE ORÍGEN
ORIENTAL
(árabe, hebreo, malayo, persa y turco).
POR
D. LEOPOLDO DE EGUILAZ Y YANGUAS.
CATEDRÁTICO DE
LITERATURA GENERAL Y ESPAÑOLA
EN LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
Y CORRESPONDIENTE DE LAS REALES ACADEMIAS DE LA LENGUA
Y
DE LA HISTORIA.
GRANADA.
Imprenta de La Lealtad,
Santa Ana, 12.
1886.
/ A partir
de aquí se actualiza la ortografía en gran medida para facilitar la
lectura. Los símbolos, letras árabes y griegas NO se encuentran en
esta versión. Consultar el pdf facsímil en archive org. /
A MI AMADÍSIMA ESPOSA
DOÑA
MARÍA DEL CARMEN MORENO (CÁRMEN EN EL ORIGINAL).
GONZÁLEZ
DEL PINO. (GONZALEZ DEL PINO en el original).
INTRODUCCIÓN.
I.
Aunque los romances hablados en la península
ibérica vengan derechamente de la lengua latino-rústica no es menos
cierto que se hallan plagados de voces exóticas de todo origen y
procedencia.
Árdua y dificilísima empresa es la de
clasificar la parte que de estos vocablos peregrinos corresponde a
cada cual de los idiomas, que en el curso de los tiempos se hablaron
en ella; pero bien puede asegurarse que la más granada y copiosa
toca de derecho al árabe. Y no ha de explicarse este fenómeno, como
quiere Mr. Engelmann (1), por la superioridad de la civilización
muslímica sobre la hispano-latina; porque, si de tan debatida
cuestión se hubiere de juzgar por este solo dato, habría en
definitiva que dictarse el fallo en pro de la segunda (2). Es más;
la incorporación a nuestras hablas vulgares del mayor número de
voces arábigas tiene lugar en una época en que los mismos autores
musulmanes reconocen explícitamente la hegemonía y principado de la
cultura hispano-cristiana sobre la suya propia (3).
(1) V.
Glossaire des mots espagnols et portugais derivés de l'arabe por el
Dr. W. H. Engelmann, Introduction, p. I y II de la 1.a ed.
y 1 y 2 de la 2.a
(2) V. Simonet, Glosario de voces
ibéricas y latínas usadas por los mozárabes y los árabes.
(3)
"Todo pueblo que vive frontero de otro, cuya superioridad
reconoce, adquiere estos hábitos de imitación. Esto sucede en
nuestros días (siglo XIV) con los árabes andaluces, los cuales, a
consecuencia de sus relaciones con los gallegos (los cristianos de
Castilla y de León), además de sus trajes, de sus usos y
costumbres, han adoptado la moda de decorar con imágenes o retratos
los muros de sus casas y palacios." Aben Jaldún, Prolegómenos,
I, 267 del texto árabe y I, 307 de la trad. de Slane. V. etiam Aben
Aljatib, ap. Casiri, Bibl. Arábico-Hispana Escur., II, 257-8, Dozy,
Dict. detaillé des noms des vétem. ches les arabes p. 2 y 3.
Por
otra parte, nunca, ni en ningún período de la historia nacional, se
puede en justicia adjudicar a la raza árabe el honor que le dispensa
Engelmann. La cultura hispano-muslímica, como lo advirtió Masdeu
(1), y lo ha evidenciado con argumentos irrefutables el ilustre
orientalista D. Francisco Javier Simonet (2), no fue obra de los
árabes invasores, sino de los renegados cristianos, de los muladíes,
de los judíos y de los mozárabes, los cuales, midiendo por su
alteza intelectual la rusticidad y encortezamiento de sus nuevos
señores (3), comenzaron por ser los manipuladores del erario público
(4), los consejeros de sus emires y califas (5),
(1) Historia
crítica de España, XIII, 161, 162 y 173. Del propio parecer es el
doctísimo D. Aureliano Fernández Guerra, el cual, en la pág. 58 de
la Contestación al Discurso de ingreso en la Real Academia Española
de su hermano D. Luis, nos dice: Es hoy cosa del todo averiguada y
resuelta no deberse atribuir en manera alguna a los árabes de
Oriente la gran civilización que allí hubo, pues toda entera
pertenece a los antiguos pueblos cristianos, avasallados y oprimidos
por los sectarios del Corán en tan alongadas regiones. Lo mismo hay
que decir de España.
(2) V. Simonet, De la influencia del
elemento indígena en la civilización arábigo-hispana artículos
publicados en el tomo IV de la revista católica la Ciudad de Dios,
su Historia (inédita) de los mozárabes de España y la Introducción
al Glos. de voc. ibér. y lat.
(3) Era tal la ignorancia del
pueblo musulmán en la época de la fundación de su imperio, cuando
se enseñoreó de las demás naciones, y la influencia del Profeta y
del Alcoran hizo desaparecer la ciencia de los antiguos, que se
revelaba en todas sus inclinaciones y en todos sus hábitos. Aben
Jaldún, Proleg., III, 276 del texto y III, 304 de la trad. Como
ejemplos de su tosquedad y rudeza léese en la misma obra (I, 310 del
texto, y I, 351 de la trad.):
"Cuéntase que (cuando los
árabes vencieron a los persas) tomaron por piezas de paño las
almarregas o almohadas que les presentaban, y que habiendo encontrado
alcanfor en las alhacenas o almacenes de Cosroes, las emplearon, en
lugar de sal, en la masa de que hacían el pan."
(4) V. Aben
Jaldún, Proleg., II, 5 y 6 del texto, y II, 6 de la trad.
(5) V.
Alberto de Circourt, Hist. des maures mudexares et des morisques, I.
Según Aben Hayan, citado por Aben Aljatíb en su Introd. a la Iháta
el conde Ardebasto, jefe de los agemies y receptor de los impuestos
para los emires de Córdoba, lo fue en cierta ocasión de Abul Jatár.
los cultivadores de sus artes y de sus ciencias (1), la flor
y nata de sus poetas y retóricos, el espejo de sus historiadores, y,
finalmente, el núcleo, migajón y alma de aquella civilización
refinadamente sensual y materialmente espléndida que produjo las
maravillas arquitectónicas de la gran Aljama de Córdoba y de la
Alhambra de Granada (2). Si los árabes, cuya incapacidad para el
ejercicio de las artes y de las ciencias reconoce el mismo Aben
Jaldún, hubieran sido los fautores de aquella civilización ¿cómo
se compadece que el África, presa también de su dominio, vegetase
en la barbarie (3) hasta que los españoles le comunicaron su
(1)
Es un hecho digno de consignarse, léese en Aben Jaldún (Proleg.,
III, 270 del texto, y III, 296-297 de la trad.), que la mayor parte
de los sabios que se han distinguido entre los musulmanes por su
habilidad en las ciencias, ya religiosas, ya intelectuales, eran
extranjeros. Los ejemplos en contrario son por extremo raros; pues
hasta los que de entre ellos referían su origen a los árabes, se
diferenciaban de esto pueblo por la lengua que hablaban, por el país
en que fueron educados y por los maestros con quienes estudiaron. Y
más adelante nos dice (III, 278 del texto, y III, 306 de la trad.):
La mayoría de los sabios entre los musulmanes eran agemies, con cuya
palabra he querido designar a los que eran de origen extranjero.
(2) Interrogados los embajadores de D. Jaime II de Aragón
por su Santidad Clemente V, a la sazón del concilio general de
Viena, sobre el número de habitantes que contaba Granada,
contestaron que montaban a doscientos mil, no hallándose quinientos
que fuesen moros de naturaleza, pues sobre cincuenta mil renegados y
treinta mil cautivos todos los demás eran hijos o nietos de
cristianos. Este dato importantísimo se halla corroborado por
Hernando de Baeza, asistente a la corte de Boabdil, citado por
Hernando del Pulgar en su Tratado de los reyes de Granada y su
origen, el cual nos asegura que de doscientas mil almas que había en
la ciudad de Granada, aún no eran las quinientas de la nación
africana, sino naturales españoles y godos que se habían aplicado a
la ley de los vencedores. No es, pues, de maravillar que Boabdil, que
conocía también la lengua castellana, invitara a Gonzalo Fernández
de Córdoba a que arengase a los habitantes del populoso arrabal del
Albaicín, pues allí había aljamiados y assaz declaradores. V.
Hernán Pérez del Pulgar, Breve parte de las azañas del Gran
Capitán, p. 158-159, Madrid, 1834.
(3) Cuando los árabes
conquistaron el Ifriquia y el Magreb se hallaban en uno de los
períodos de la civilización nómada, y los que se establecieron en
este país no encontraron nada en él de una cultura sedentaria que
hubieran podido imitar. Los habitantes eran berberiscos habituados al
estado grosero de la vida nómada Aben Jaldún, Proleg. II. 253 del
texto, y II, 297 de la trad.
cultura? (1). Hay, pues, que
convenir, en contra de las afirmaciones del docto orientalista
holandés, en que ni los árabes invasores impusieron a los
hispano-latinos su civilización ni tampoco su lengua, la cual
coexistió con las vulgares endémicas, de que hacen repetida mención
sus propios escritores (2). Y no podía ser de otro modo; porque la
lengua de un pais, a no ser estrechamente afín a la del
conquistador, no desaparece, mientras no se extinga el pueblo que la
habla, como acaeció a la de los infelices mozárabes andaluces,
cuando, con el inicuo pretexto de la expedición de D. Alfonso el Batallador a esta parte de la España sarracena, fueron arrancados de
cuajo por los Almoravides y trasportados al África. Es más;
no parece que los árabes en las naciones que redujeron a su dominio
vedaran a los naturales el uso de su propio idioma (3).
(1) La
España, bajo la dinastía de los Almohades, comunicó al Magreb su
civilización, lo que fue parte para que los hábitos de la vida
sedentaria se arraigasen en este país. Tuvo esto lugar; porque la
dinastía que reinaba en el Magreb había conquistado las provincias
de España, y
porque de grado o por fuerza muchos habían
abandonado su pátria para trasladarse a aquella región. Aben
Jaldún, Proleg., II, 254 del texto, y II, 298-299 de la trad. Lo
propio acaeció en Túnez en tiempo de los Hafsidas, en la época de
la gran emigración de los árabes españoles a aquel reino, como se
lee en el escritor citado, a consecuencia de las conquistas en
Andalucía de D. Fernando III el Santo y de D. Alonso el Sábio.
(2) Entre los dialectos de la aljamía (letras árabes
* no las puedo reproducir en este libro, consultar el scan en pdf en
archive.org ), o romance hablado por los mozárabes y por los
cristianos independientes, mencionan los escritores arábigos la
aljamia de Aragón, la aljamía de Zaragoza, la aljamia de Valencia,
y la aljamía del oriente de España.
(3) Según el Dr.
Simonet, en ninguno de los textos arábigos que ha consultado se
halla la menor noticia del pretendido decreto de Hixem I prohibiendo
en sus estados el uso de la lengua hablada por los mozárabes y
obligando a sus hijos a que asistiesen a las escuelas públicas, que
había fundado, para aprender el árabe. V. Glos. de voc. ibér. y
lat., Introducción, p. 12.
Lo que hicieron, como se cuenta
del califa Omar (1), fue prohibir a la gente arábiga la adopción
del de los pueblos sojuzgados en reemplazo del suyo, el único noble
y excelente por ser el del Corán y el que nuestros primeros padres
al decir de sus doctores, hablaron en el paraiso. De otra suerte, y
reconociendo que su lengua, expresión, aunque limada y culta, de la
vida nómada de las tribus del Ilechaz (o Hechaz, no se ve bien),
no podía servir como adecuado instrumento de las relaciones varias,
múltiples y complejas de un imperio civilizado, hubieran adoptado
la de los vencidos, limitando el uso de la suya a sus relaciones
domésticas y a la práctica de su culto, como lo hicieron los godos
en España. Con ser el árabe el idioma oficial y cancilleresco en la
Persia, en la Armenia y en el Asia Menor, fue sustituido por los
endémicos de aquellos países, luego que se verifica en ellos la
reacción del espíritu indo-europeo sobre el semítico. No de otro
modo hubieran pasado las cosas en Andalucía, de haber prevalecido la
insurrección de Omar ben Hafsun y de sus hijos contra el califato de
Córdoba. En resolución; de la larga permanencia de los árabes en
España solo nos han quedado unos cuantos centenares de vocablos, hoy
en no poca parte arcáicos, muchos de ellos provinciales,
incorporados en su mayoría a nuestras hablas vulgares en los tiempos
posteriores a las conquistas en Andalucía de D. Fernando III el
Santo y D. Alfonso el Sabio, y a las de los reinos de Valencia y de
Murcia por D. Jaime I de Aragón, fecha en que, reducidos sus
habitantes a la condición de mudejares, entraron en trato y
comunicación cuotidiana con los pobladores cristianos de
aquellas regiones (2).
(1) El califa Omar
prohibió servirse de (lo que él llamaba) las jergas extranjeras. Es
jib. decía, es decir, artificio y engaño. Esto dió
por resultado que uno de los signos del islamismo y de la dominación
árabe fue el empleo de su lengua. Aben Jaldún, Prol., II, 270 del
texto, y II, 316 de la trad.
(2) Aunque desde las conquistas
de Toledo, Zaragoza y Lisboa, que tienen lugar respectivamente por
los años de 1085, 1118 y 1145, se hace notar la influencia de la
lengua arábiga, escasa hasta aquella fecha, sobre la castellana y
portuguesa, no se acentuó ni llegó a alcanzar la importancia que
tuvo, después que los reinos de Jaen, Valencia, Córdoba.
Sevilla y Murcia cayeron en poder de las armas cristianas.
II.
Trabajo nada llano y apacible es el estudio de las
etimologías, y aunque habida consideración a la índole y
estructura de sus radicales, no es difícil reconocer los vocablos
españoles de alcurnia marcadamente semítica, con especialidad los
precedidos del artículo árabe al, con todo, esta misma
circunstancia ha sido a veces causa y motivo de error (1).
Pero
no nace de aquí la mayor de las dificultades. Las dilatadas
conquistas de los árabes en el antiguo mundo oriental, en África y
en España, enriquecieron de tal suerte el primitivo idioma de Modar,
que es por todo extremo embarazoso determinar el génesis de los
términos peregrinos que a cada paso se encuentran en los
diccionarios. Cierto que no pocos, con especialidad los técnicos y
científicos, que tomaron de los griegos, se echan holgadamente de
ver; pero no acaece lo propio con otros muchos, que, con ser de
naturaleza y condición refractarias a los semíticos, se hallan tan
adobados al gusto de la gente arábiga, que no es fácil
reconocerlos.
(1) Cervantes incurrió en el de afirmar, como
lo hizo notar Clemencin (D. Quijote, 2.a Part., Tomo VI, Cap. LXVII,
p. 360, nota) "que son moriscos todos los vocablos que en
nuestra lengua castellana comienzan en al," pues, aparte de los
de extirpe puramente latina que empiezan por aquellas letras,
bay muchos de esta procedencia que desfiguraron los árabes
prefijándoles su artículo al, según advierte Juan de Valdés en su
Diálogo de la lengua (ap. Mayans y Siscar, Orígenes de la lengua
española, I, p. 36 y 38), donde se lee: Y si quereys ir avisados,
hallareys que un al que los Moros tienen por artículo, el qual ellos
ponen por principio de los mas nombres que tienen, nosotros lo
tenemos mezclado en algunos vocablos latinos, el qual es causa que no
los conozcamos por nuestros. Quanto a lo demás sabed, que quasi
siempre son Arabigos los vocablos que empieçan en al, como
almohada, alhombra, almohaça, alhareme. La misma observación hizo
el clarísimo Scaligero, respecto de las voces de origen griego, que
ofrecen aquella forma, en las anotaciones al Culex de Virgilio:
Arabes, addito suo al, pleraque graeca ad morem suum
interpolarunt. Ut Líber Ptolomaei est Almageste: est enim
(carácteres griegos * no puedo transcribirlos, algunas veces
escribo *g). Sic Alchymia, Sic Almanak, kalendarium,
a luna et
mensibus; unde circulus lunaris apud Vitruvium. Sic Alambic a graeco
*g apud Dioscoridem.
Con decir que algunos, transcripciones
escuetas de palabras griegas o latínas, se han dado como valederas
etimologías arábigas de palabras españolas, se comprenderá sin
esfuerzo a qué graves tropiezos se expone el que se ocupa en tan
áridos trabajos. Teniendo esto en cuenta, merecen ciertamente
disculpa aquellos que, tomando por vocablos genuinamente arábigos
los latinos arabizados, que se registran en el Vocabulista de
Fr. Pedro de Alcalá o en los dialectos vulgares de África y de
Oriente, los consideraron como matrices de los correspondientes
castellanos, y aún los que tropezando en nuestros diccionarios con
términos que en su antojo tenían aquel talle, les dieron por
progenitores otros de pura extirpe arábiga, que nada tenían que
hacer con ellos; error de que ninguno, por muy leído que sea, ha de
pretender librarse como no lo lograron nuestros etimologistas, desde
el Dr. Francisco del Rosal (1) hasta D. Enrique Alix (2), grandemente
versado en las lenguas semíticas en las clásicas griega y latina y
en la sanscrita.
Con todo esto, es de tan gran
utilidad el conocimiento de las etimologías, que, como se lee en la
Carta del Licenciado D. Baltasar Navarro de Arroyta a D. Sebastián
de Covarrubias, que va al frente de su Tesoro, aún hasta las
falsas se han de estimar, porque ocasionan a la inquisición e
investigación de las verdaderas. Y aunque, como queda apuntado, no
escasean aquellas en nuestros etimologistas bien son de aplaudir por
estas, y dignos además de agradecimiento y aprecio; porque, como
dice el insigne Bernardo Aldrete (1): labor más que de plata y oro
es el trabajo que se pusiere en la lengua castellana.
(1) La
obra inédita del Dr. Francisco del Rosal, médico, natural de
Córdoba, peritísimo en las lenguas clásicas, en la arábiga y
hebráica y en la italiana, portuguesa, francesa, inglesa y
alemana, es el Ms. T. 127 de la Bibl. Nacional, que lleva por título:
Origen y Etymologia de todos los vocablos originales de la Lengua
Castellana.
(2) Cuando D. Rafael M.a Baralt
proyectó escribir el Diccionario matriz de la lengua castellana, de
que no se dio a la estampa más que la primera entrega, encargó a
Alix las etimologías arábigas. El ms. autógrafo del malogrado
orientalista, modestamente intitulado: Índice de las palabras
castellanas de origen oriental, forma un tomo en folio, que contiene
solamente las letras A, B y parte de la C.
Demás de esto;
estudiados nuestros etimólogos, resulta que a ellos corresponde en
toda ley la mayor parte de las expuestas por orden sistemático y
declaradas con gran copia de erudición y doctrina en el Glosario de
Engelmann y Dozy, los cuales, con excepciones rarísimas, pasaron por
alto los nombres de sus autores; omisión ciertamente sensible por lo
que toca a aquellos, cuyas obras impresas consultaron y utilizaron en
la redacción de la suya. Y hago mérito de esto, porque, en
ocasiones, el mismo Dozy se muestra mortificado al advertir que otro
se apropia alguna de sus etimologías. Ganoso yo de llenar este
vacío, dando a cada uno lo que es suyo, como lo pide la justicia
distributiva, concebí la idea de publicar este Glosario, al pié de
cuyos artículos, o en el discurso de ellos, salva alguna que
otra omisión involuntaria, que suplirá el versado en sus obras, va
puesto el nombre de aquel o aquellos a quienes
corresponde el
hallazgo. Las etimologías en que se echa de menos esta
circunstancia, buenas o malas, son mías. A muchas acompaña el texto
en que se encuentra la palabra, y a casi todas, y con el propósito
de que se pueda evacuar la cita, la designación del lexicógrafo que
trae la correspondencia oriental, de donde la derivo.
Comprende
mi Glosario bajo el nombre de españolas las voces procedentes del
árabe, hebreo, persa, turco y malayo, que se hallan en las lenguas
habladas en nuestra península (2) con inclusión de la nobilísima
bascongada, representante augusta en línea recta de la primitiva
habla ibérica;
(1) Del origen y principio de la lengua
castellana o romance que hoy se usa en España, Lib. I, Cap. I, p. 5.
(2) Excepción hecha del bable, no por falta de diligencia
por mi parte para procurarme el único diccionario de aquella lengua,
que había llegado a mi noticia, sino por la prevención y suspicacia
de su poseedor, que no tuvo a bien comunicármelo, a pesar de las
reiteradas instancias de respetabilísimas personas.
monumento
venerable por su antigüedad y preciadísimo archivo de subido valor
filológico e histórico, bajo cuyo doble aspecto merecía ser
profundamente estudiada.
Doy cabida en este trabajo a las
palabras de origen hebreo, no obstante de ser contadas las que se
derivan inmediatamente de aquella lengua (1), siguiendo el ejemplo
del docto orientalista Mr. Marcel Devic, de cuyo Dictionnaire
d'Etimologie he copiado el corto número de voces malayas que en él
se registran, aunque hayan venido directamente a nuestra lengua de la
francesa.
En la disposición de las letras de este Glosario he
seguido el orden del alfabeto latino, comprendiendo la ch y ll en sus
respectivas iniciales, la ñ en la n y en la c la usada con cedilla
en nuestros antiguos documentos.
Réstame decir dos palabras
sobre el Diccionario General Etimológico de D. Roque Bárcia y el
novísimo de la Academia Española. Cuando estas obras se publicaron,
tenía yo bastante adelantada la impresión de la mía. De escasa
utilidad me ha sido la primera, digna por otra parte de aprecio,
pues, por lo que respeta a las etimologías en que yo me
ocupo, se limita su autor a copiar las de los autores que ha
consultado, señaladamente las de Engelmann, Dozy y Marcel Devic,
cuya ortografía francesa reproduce fielmente, dando a entender con
ello que es peregrino en el conocimiento de las lenguas orientales.
En cuanto al Diccionario de la Academia nada tengo yo que decir, que
no parezca interesado, siendo Correspondiente, aunque indigno, de
aquello docta corporación y figurando además, aunque
inmerecidamente, mi nombre en la lista de los que la han auxiliado.
Sin embargo; en ley de justicia no debo pasar en silencio que lo he
consultado con fruto, como lo declaran sendos artículos de mi
Glosario.
(1) Léese en el P. Sigüenza (Vida de S.
Jerónimo): tenemos por clarísimo que desde los tiempos de Esdras,
por lo menos, la lengua santa no ha sido vulgar a los judíos. Del
cap. VII del 2.° lib. de este gran escriba consta que se leía la
escritura en hebreo y no en siro ni en caldeo, y que no la
entendían si no se la declaraban: y dice allí que el pueblo se
alegraba mucho cuando Esdras y los levitas declaraban la ley. Desde
entonces corrió así hasta hoy, que en todas las sinagogas se lee en
hebreo, que no lo entienden sino los maestros que lo estudian con
gran cuidado.
Doy las más espresivas gracias a mis
excelentes amigos el R. P. Fr. José Lerchundi, el ilustre literato
portugués don Domingo Peres, D. Manuel Cueto y Rivero, D. José
Taronjí y D. Blas Leoncio de Piñar, por los libros, datos y
noticias, que con la mayor generosidad se han servido franquearme, y
muy señaladamente al eminente orientalista D. Francisco Javier
Simonet, cuyos profundos conocimientos en la materia he consultado
siempre con utilidad y provecho.
Pongo fin a estas
desaliñadas líneas pidiendo al lector benévolo con toda humildad y
reconocimiento de mi poco saber, como lo hizo en circunstancias
semejantes el clarísimo D. Sebastián de Covarrubias, que todo
aquello en que yo errare, se me enmiende con caridad; que más
persuade y avasalla el ánimo y más cautiva y rinde la voluntad la
crítica gentil y galana, que la áspera y desabrida, digna solo de
ser tenida en lástima.
III.
De
la transcripción y cambios eufónicos de las letras de los vocablos
de origen oriental, al pasar a nuestras hablas vulgares.
I.
CONSONANTES.
En su exposición sigo el orden adoptado por Mr.
Engelmann, considerándolas en principio, medio y fin de dicción.
(parece una I o L mayúscula). Esta letra, signo de dulce
aspiración, solo figura en la escritura española con el valor de f
y h en la palabra farre o harre.
(Parece una E). Por
lo general carece de representación en nuestro alfabeto; pero su
peregrino sonido gutural se halla a veces expresado en principio de
dicción por la g: gaché, garda; en medio por la c, f, g y h: jácara
alfagara, algarabia, alhidada; en fin por la c, ch: místico.
mistich.
(Parece una z con un punto encima). Inicial
se encuentra traducido por c, ch, f, g y h: cafetan, cherva, falleba,
galanga, haloch; medial por la c, f, g, y h: moca, alfange,
algarroba, çahena; final por la c, ch, f y q: roc, rocho, tabefe,
jeque.
(Parece una z sin el punto). En comienzo de
dicción cuando no se suprime, está representado por la f, g, h y j:
façame, amelgar, haron, jayan; en medio por la f, g, h, j, q y x;
almocafe, alferga bagarino y almalaque, almalaxa; en fin por la c,
ch, f, h y q: zarca, almadrach (con valor de k o q), almadraque,
cadafe, cadah.
(Como un 8 o un & al revés). Se
sincopa con más frecuencia que la articulación anterior; pero en
principio de dicción se registra a veces vertido por la c, h y j:
catum, hégira, jaque; en medio por la f, g, h, j y q: alfolí,
algorim, alhori, arijo, jaque; en fin, aunque por lo general se
sincopa, remeda su sonido gutural la q en la palabra jaque.
(Como
una E con puntito arriba). Como inicial se halla transcrito por
la g (ga, go, gu,
ge, gi), ch, h y r: galima, chulamo, herpil,
racia; y como medial por la g, h, l, r y v: algorfa, alhazara,
baldres, borceguí, alvarral.
(Signo raro). En
principio de dicción se encuentra representado por la c, ch, g, k y
q: cafetan, cheramella, gabela, kadi, quilate; en medio por la c, ch,
g, k y q: alcali, alkali, alchatin, algodon, alquerque; en fin
por la c, g (ga, gu), ch con valor de k y q: calambuco, alhóndiga,
azogue, arrafacha, almajanech, almajaneque. Según Dozy se convierte
en t en adutaque; pero, en mi sentir, aquella letra no es más que el
primer dal de *árabe ad-ducác, duplicado por el texdid,
signo que llevan todas las letras solares, precedidas del artículo
árabe *árabe al.
(Como una J con otra j dentro).
Inicial se reprodujo su sonido por la c, ch, g (gu), k y z: cáfila,
charabé, guitarra, kivil y zaferia; medial por la c, ch, g, k y q:
alcándara, alchimelech, algozaria, alkeir, alquiler; final por la c
y la z: almizcle, candiz:. Dice Dozy que esta articulación se halla
transcrita por la t en taba; pero, a mi parecer dicha voz no viene de
*árabe, sino de *árabe.
(Como una Z con un punto a la
derecha y hacia arriba).
Se encuentra traducido en comienzo
de dicción por la c, ch, g, j y z; cerro, chalan, gañibete, jabalí,
zatalí; en medio por la c, ch, g, j, II, ts, y, x y z: arcelio,
manchil, aligara, narguile, alforja, atarralla, sitja, guaya, enxera,
azubo; en fin por la c, ch, g, h, j y q: buraco, almandarache, auge,
almandarahe, rejalgar, almandaraque.
(Signo raro). Se
halla transcrito en principio de dicción por la c, ch, g, j, s, x y
z: ceteraque, chafarote, gini, jábega, serife, xábega, zatara; en
medio por la c, ch, g, h, j, s, t, x, y, z:
acicate, achaque,
axaque, algagias, alharaca, alcuja, asesino, cimitarra, ayabeba,
almezia; en fin por la c, g, j, s, ss, x y z: albuce, mancage,
almofrej, almofrex, bisa, brissa, chauz.
(Signo raro).
Fue figurado como inicial por la c, ch, s, x y z: cufarro, chagren,
safina, xafarrron, zaquizami; medial por la c, j, s, ts, tz, x y z:
arce, harija, alfasaque, atsarena, atzarena, elixir, alzuna; final
por la c y la z: caceta, arraez.
(Signo raro). Resulta
traducido en principio por la c, ç, ch, j, x y z: cifra, çarafi,
chafariz, jenabe, xenabe, zahalmedina; en medio por la c, ç, l, s y
z: arrecife, façame, alfalfa, hisan, alcorza; en fin por la c, x y
z: arrefece, arraax, alficoz.
(Como una j). Se
encuentra representado en principio de dicción por la c, g, s y z:
cianí, garrafa, safaros, zarzahan; en medio por la c, g, j, ss, x y
z: acémila, algeroz, aljarfa, syssa, mexuar, mezuar; en fin por la
ç, s y z: arroç, arrós, arroz.
(Signo raro). Como
inicial se traduce por la d: daifa; medial por la d y la t: aldea,
atona; final por la d, I, s, t y z: abiados, arrabal, alefris,
arriate, hamez.
(Como una b). En principio de dicción se
halla transcrito por la ch, d, s, t, z: chanza, duliman, pasamaque,
tarima, zarca; en medio por la d, s, t, z; adama, masmorra, ataifor,
mazmorra; en fin por la d, r y z: alcarrada, amelgar, gorguz.
(Como
b con puntito). Se tradujo, como inicial por la t: toldo; medial
por la d, t, z: anadel, albatara, añazme; final por la s y z: hais,
hafiz.
(Parecida a una j). Esta letra se convirtió en c, d,
ss, t, z: muecin, almuedano, assaria, atequiperas; gazapo, mezereon.
(Como U con dos puntos dentro). Fue interpretado como
inicial por d, y más generalmente por t: darro, tarifa; medial por
la d, ch y t: alcandora, alfetchna, alfetena; final por la d, s y t:
alfos, ataud, ataut. El *símbolo no se permuta por la c, como cree
Dozy, pues la voz carcax, que cita en su abono, no viene de *árabe
tarcax, sino de la lat. carchesium, gr. *griego.
(Símbolo).
En comienzo de dicción fue traducida por d, t y z: danique, tupé,
zara; en medio por la c, d, I, r, t y z: cacifo, adarme, alejija,
berengena, alcotoma, alzeb; en fin por la c, ch, d, r, s, t, z:
baldac, turbich, alcaide, amelgar, baldres, alcahuete, almueza.
Alguna vez el (símbolo) final con texdid se interpreta
por dl: midl.
(Como U con tres puntitos dentro). Se le
figura en principio y fin por t y z: tagara, zegrí, alhadet, frez;
en medio por ç, d, n, s, t, z: açorda, aludel, alnafe, tasquiva,
atabe, azumbre.
(Como U con puntito abajo). Son sus
representantes en comienzo de dicción la b, m, p, v: bacari,
marmita, pataca, valadí; en medio la b, f, m, p, v; albanega,
alforfiâo, amarillo, rúpia, cavir: y en fin la I, n, p, v, z:
chaval, alacran, jarope, retova, algeroz.
(Símbolo).
Inicial fue vertido por la b, f, h, j, p: bagasa, fanega, hanega,
josa, parasanga; medial por la b, f, h, p, v: algebna, cafiz (cahiz),
ataharre, alpicoz, chavana; y en fin por la b, f y v: axarab,
ajarafe, alavuo.
(Como una , coma grande). Resulta
interpretado en principio de dicción por la b, g (gu), v: barga,
gualá, visir; en medio por la b, g (ga, gu), h (hu), v: albacea,
bagatela, alcaguete, alcahuete, caravana; en fin por la u: alfaxú.
Las sílabas gua, gu se encuentran representadas por o y u en
aloquin y aluquete.
(Como una p con el círculo relleno).
Representa a esta articulación en principio de palabra la b, m, n:
baraça, mezquino, nuca; y en medio y fin la m y la n: almohada,
cáncano, aljageme, haren.
(Como una U con puntito
dentro, casi como O)
Se la tradujo como inicial por la n:
naguela; medial por I, m, n, ñ (port. nh): galima, almohatre,
alganame, calañes: final por la I, n, r: toronjil, firman, mudejar.
Como observan Engelmann y Dozy, la l representa en port. al
(signo) inicial: laranja por naranja. En medio de dicción se
sincopa: moeda por almoneda; y en fin se transforma en un sonido
nasal expresado por la m; refem por rehen; o por el signo
(como una virgulilla) puesto sobre la penúltima vocal en que
termina el nombre: asafrâo por azafran.
(J con
puntito encima). En principio de palabra aparece traducido por la d,
l, ll, n, r: danta, lima, llaca, namexia, rajol; en medio porla d, I,
n, ñ, r, s: cadozo, zalame, abonon, albañal, alferga,
escazari;
en fin por la d, I, r, j, x, m, n, s, t; ald, alfil, alfiler, carcaj,
carcax, alfim, carmin, seis, alfinete.
En port. la l entre dos
vocales se sincopa: adail (ad-da-lil), maquia (maquila).
(Como
una ,.). Como comienzo de voz se conserva: ribete, rabel. En medio
fue interpretado por la I, n, r: quilate, alfangia, alfargia; en fin
por la l, n, z: nocla, acion, candiz.
(Como una s o una
serpiente). En principio de dicción se tradujo por la g, j, y, las
dos primeras con el valor de la última: genizaro, jucefia, yatagan;
en medio por la i, y: roia, azacaya; en fin por la g, j, II:
bernegal, bodojen, serrallo. El (s) con texdid fue interpretado por
la II: galls (1).
(1) Las transcripciones y cambios eufónicos
que acabo de examinar, solo son aplicables a las palabras de origen
oriental, escritas en caractéres arábigos. En cuanto al
corto número de estirpe hebraica que figuran en este Glosario, me
dispensa del trabajo de apuntar las transcripciones y mudanzas de las
letras de su alfabeto, la consideración de haber venido
inmediatamente a nuestras hablas vulgares del latín eclesiástico
y de que las contadas que no reconocen esta procedencia son términos
de la fórmula del juramento que las leyes patrias exigían en la
Edad Media a los judíos, o fruto de la extravagancia de alguno que
otro poeta de la Corte del rey D. Juan II.
OBSERVACIONES
GENERALES SOBRE LAS CONSONANTES.
Las letras solares, que
después del art. ár. se duplican por el texdid, son generalmente
representadas por la consonante simple. Lo propio sucede con la letra
duplicada en
medio de dicción: aba de haffa, adufe de ad-duffe.
A veces se conserva: annora, annafil, alloza alcolla.
Las
letras d, l, n, r y s se intercalan a veces en medio de dicción:
galdifa, almirante, arancel, alferce, odalisca. Las consonantes l, m,
n, r, z se añaden al fin: adazal calaim, azacan, alamar , charquez.
Unas veces se suprime por la aféresis la letra inicial:
Miramamolin por Amir amomenin (fenómeno que se observa también en
los dialectos arábigos vulgares, cf. bu por abu; mir por amir);
otras se sincopa la medial: aba por alba, almófar por almigfar,
abiar por albihar; y otras,
finalmente, se apocopa: alamí por
alamin, aladrea por alidrar, adel por ad-dellál.
Las
combinaciones ml y mr intercalan una b eufónica: asembla, rambla,
zambra; y la st se resuelve en c, ç y z: almáciga de almastaca,
moçárabe y mozárabe de mostarab.
Delante del dhad se
intercala en ocasiones una l eufónica: alcalde de alcadi, y alguna
vez después una r: aldrava de aldaba. Esta regla no es aplicable,
como creen Engelmann y Dozy, a aldea y aldaba, cuya l es, en mi
humilde sentir, la del art. ár. que precede al nombre, o el primer o
dal duplicado por el texdid, transformado en la líquida referida. Lo
mismo ha de decirse del lam que antecede al dal de aldargama por
ad-dargama, aldebaran de ad-debaran, aldiza de ad-diza, y al thá
enfático de altabaque de at-tabaque. A balde no sería nunca
aplicable la regla de
Dozy, porque es simple metátesis de bátil.
Téngase al efecto en cuenta que las voces arábigas pasaron al
español tal cual las pronunciaba la gente menuda y popular, ajena a
los primores y atildamiento en la dicción de la erudita y letrada.
La l no se intercala cuando el (*ar) está precedido de ai o
de r: alfaide de alfaid alarde de alard. Dozy señala como excepción
el nombre propio Albelda de Al-baida.
Delante de la x en
medio de dicción se intercala una i o n: eixaqueca, enxaqueca de
ax-xaquica, eixalop, enxarop de ax-xarab. Cf. ensayo, enxiemplo,
enxambre de los latinos
exagium, exemplum, examen, y v. Díez,
Gramm., I, 268.
La consonante final del nombre mal percibida se
encuentra a veces reemplazada arbitrariamente por otra distinta:
alfenim, alfeñique de alfenid, anexim de anexir, fatexa de
jattéf.
En cuanto a adalid, anexir, alacral y alacrán
las creo transformaciones regulares eufónicas del dal el ba.
De
la metátesis o transposición de las letras, fenómeno que se
observa en los mismos vocablos arábigos (v. a Fr. P. de Alcalá,
Vocabulista, y a Dombay, Grammática linguae
Mauro-arabicae, p. 7
a), no deja de haber ejemplos: cica por quisa, albahaca por alhabaca,
adelfa por adefla, aunque esta última voz es forma vulgar
arábigo-hispana, que se encuentra en el Diván de Aben Cuzmán.
II. VOCALES.
El fatha fue transformado en a, e, i, o: alhandal, aceviche,
adijije, algeroz.
El ma prefijo, que sirve para formar los
nombres de lugar, se convierte en mo, mu: almohalla, almuzara. Esta
regla no es, sin embargo, constante, pues el ma se conserva muchas
veces: almahalla, almadraba, almancebe.
La a larga se halla
representada por la a, e, i (pronunciación corriente, aunque sin
obedecer a una regla segura y cierta por razón de la iméla, entre
los moros granadinos, como puede verse en Frai Pedro de Alcalá) y o:
açaya, aceche, acige, almofrexe.
Al kesra se le figura por
las cinco vocales: adarme, mezuar, miçuar, ojalá, tuna.
El
mi prefijo de los nombres de instrumento o de vaso es ordinariamente
en Fr. Pedro de Alcalá y en los vocablos españoles de origen árabe
ma y mo: almalafa, almarada, almofrex, almohaza.
La i larga
se conserva aunque con frecuencia se convierta en e: adalid, romia,
abasí, aceituní, cianí, adefera, ajaquefa, alárabe, aloque.
El
damma se traduce por la o, u, o se muda en a, e, i: bodoque, ulufa,
rabazuz, adeza, místico.
La o larga se halla representada
por i, o, ou, u: acicate, acion, azougue, abenuz.
Por
eufonía se inserta una vocal entre dos articulaciones consecutivas,
como lo hacían los moros granadinos (cf. en Fr. Pedro de Alcalá
hajar por hachr, céjen por sichn, etc.): alcohol, aljafana.
Por
el contrario se sincopan algunas veces las vocales breves: adarga.
III. DIPTONGOS.
Au se conserva o se contrae en i, o,
ou, u: atauxia, almizate, ador, arousa, ru.
Ai se mantiene o
se transforma en ei, e, i: daifa, aceite, adema, alahite de *ar
aljaite.
IV. OBSERVACIONES SOBRE LAS FORMAS DE LAS
PALABRAS.
A los sustantivos, que terminan en una consonante,
se les añade generalmente una e, ue, a: jarabe, almatraque,
alhóndiga.
La terminación del pl. femenino *ât se traduce
a veces por a, i: alpargate, asequí.
Las palabras pierden su
última sílaba cuando son largas: almáciga, tegual.
Muchas
han pasado al español bajo la forma del plural: alhaquin, foluz,
zaragüelles, calañes, etc.
Título de los principales Diccionarios
citados.
Alcalá (Fr. Pedro de), Vocabulista arauigo en letra
castellana. Granada, 1505.
Boethor, Dictionnaire
Français-Arabe. París, 1864.
Covarrubias, Tesoro de la
lengua Castellana. Madrid, 1611.
Cuveiro Piñol, Diccionario
gallego. Barcelona, 1876.
Diccionari Mallorquí-Castellá
(incompleto). Palma de Mallorca, 1878.
Diccionario de la
lengua Castellana por la Real Academia Española. Madrid, ediciones
de 1726 y 1884.
Dictionnaire Français-Berbère. París,
1844.
Ducange, Glossarium mediae et infimae latinitatis.
París, 1840.
Escrig, Diccionario valenciano-castellano.
Valencia, 1871.
Freytag, Lexicon Arabico-latínum. Hall,
1830-1835.
Gesenius, Lexicon Hebraicum et Chaldaicum.
Leipsig, 1833. (Leipzig)
Kazimirski, Dictionnaire
Arabe-Français. París, 1846.
Labernia,
Diccionari de la llengua catalana. Barcelona, 1865.
Lane,
Arabic-English Lexicon (hasta el -símbolo-). London, 1863.
Larramendi, Diccionario Trilingüe, castellano, bascuence y
latín. San Sebastián, 1853.
Marcel, Dictionnaire
Français-Arabe. París, 1869.
Moraes,
Diccionario da lingua portugueza, 5.a ed. Lisboa, 1844.
Redhouse,
Turquish Dictionary. London, 1880.
Santa Rosa de Viterbo (Fr.
Joaquim de) Elucidario. Lisboa, 1798.
Schiaparelli,
Vocabulista in Arabico (su autor Fr. Raimundo Martín). Firenze,
1871.
Vullers, Lexicon Persico - latínum Etymologicum. Bonn,
1855-1864.
A.
Aaça
val., azaya cast. en Antonio de Nebrija (Dic.del romance al
latín). Lanza. La palabra valenciana, según Engelmann, se deriva de
açá, lanza, vara, cayado, pértiga, palo
de cierta forma en Fr. Pedro de Alcalá, y asta, baculus en Raimundo
Martín, o de açá, asta, baculus
pastoralis, que trae el lexicógrafo catalán en su Voc. lat. ár.
Ejemplos del vocablo *ár en el sentido de lanza se hallan en la
Dajíra de Aben-Basám, en Aben-Aljatíb (cód. del Sr. Gayangos,
folio 182 r.) y en Abdelwáhed (History of the Almohades, p. p. 182).
V. Dozy, Recherches, II, Appendice, p. XII, nota 2.a de la 2.'a ed. y
a Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, Apéndice, p. 122, que
reproduce el pasage de Aben-Basám. La forma *ar que, con ser
antigua, es rechazada por los puristas, era de uso común entre la
gente letrada y popular, según lo declaran el proverbio *ar "en
su primera razia se rompió su lanza", y los Libros alfonsíes
del saber de astronomía (edición de 1863, t. I, p. 25), donde se
lee: "e dizen a la asta en aráuigo açat,
açaya." V. Dozy, Supplément
aux dictionnaires arabes.
En cuanto a la azaya morisca, tetum
punicum de Nebrija viene de la forma *ar açáya.
Como el vocablo valenciano aaça
solo se encuentra en significación de lanza en el Voc. de P. de
Alcalá y en los historiadores españoles Aben Basám y Aben-Aljatíb,
pues el empleado en dual por Abdelwáhed en el pasage apuntado
pudiera traducirse por vara o palo, sin violentar el sentido, debo
consignar, como remate de este artículo, a pesar de ser para mí
indudable su origen arábigo, que Cristóbal de las Casas en su Voc.
de las dos lenguas toscana y castellana trae azza por alabarda, cuya
palabra azza, derivada a no dudar de hasta, se halla también en
Ducange y en el Voc. de la Crusca.
Aarif val. Lo mismo
que alarife.
Aba. Medida pequeña de tierra que corresponde a
dos alnas. Es término usado en Aragón (v. Ordenanzas de Huertas y
Montes de Zaragoza, cap. 205), en Valencia, Cataluña e Islas
Baleares. La Academia dio por probable etimología de Aba la arábiga
Auvala (v. Dic. de la lengua cast., 1.a ed., in v. Aba). Pero ni este
vocablo se encuentra en los diccionarios árabes con tal
significación, ni, aún de hallarse, podría, por razón de su
forma, haber dado origen
a Aba. Casiri propone dos etimologías,
a saber: albáa y abá, decidiéndose por la última (v. su Dic, ms.
de la Acad. de la Historia). Pero esta voz no significa alna, sino
"cañas, cañaveral." La verdadera etimología es álba'a
(aba, sincopado el lam del art. ár., cf. ana del lat. ulna, *gr),
"passus" en R. Martín, "paso del que pasea, passada
tendida" en P. de Alcalá, "orgya vulgo brassa; extensionis
manus utriusque distantia" en Freytag, "braza, medida de
longitud equivalente a dos brazos extendidos" en Kazimirski,
Marcel, Bocthor y Catafago,
"braza, medida de longitud de
seis pies" en el P. Lerchundi y Simonet (v. Voc. de la Crest.
Aráb.- Española), que corresponde casi exactamente a la que da el
Dic. de la Academia a las dos alnas del marco belga, de que se
compone la Aba.
Demás de esta, la palabra Aba tiene en portugués
y gallego la significación de falda, halda o cola de todo vestido
talar, falda o extremidad de un monte. En este sentido derívase, a
mi parecer, de háfa o haffa, extremidad de una cosa, borde, aba por
la aféresis del h y la conversión de la f en b. Cf. algebna de
alchefna.
Finalmente, el vocablo Aba, que se encuentra en el dic.
Mall. como nombre de un tejido de lana que se fabrica en Oriente y
como una especie de xamberga sin mangas, viene del árabe *ar o *ar
aba, denominación de una estofa y de un vestido de lana o de pelo de
camello, de listas anchas, blancas, pardas o negras, abierto por
delante, sin cuello y con un rudimento de mangas para pasar los
brazos. V. Dozy Dict. des vêtements,
292 y sig.
Alix, que comienza su Glos. por esta voz, dice que es
especie de gabán corto, sin mangas, abierto por delante. Pero el P.
Terreros, de quien debió tomar el vocablo el malogrado cuanto
modesto e ilustre orientalista, lo define diciendo que es especie de
vestido que usan los turcos en lugar de capa, debiendo haber añadido
que el mismo nombre se da a la tela de que se hace, como puede verse
en Redhouse (Turkish Dict. in v. *ar. La Academia no ha admitido en
su Dic. esta voz exótica que se encuentra en el Viaje de Tierra
Santa de Fr. Antonio del Castillo, capítulo 4, citado por Terreros.
Tráela Pihan en su Glos.; más su omisión por Díez y los
etimologistas de la lengua francesa prueba no hallarse incorporada en
ella; y si yo le doy cabida en este trabajo, no lo hago por
castellana, sino por mallorquina y además porque esta voz, en la
Edad-Media, era de uso popular y común entre los moros andaluces,
aunque solo con la significación de lodex, cubierta o manta de cama,
según se lee en R. Martín; pero que debió de hacer los usos de
capa, lo demuestra su sinonimia con quisa, alquicel, vocablo que el
ilustre lexicógrafo catalán interpreta también por lodex, a la
manera que la almalafa servía a las moriscas de sábana de cama
(malafa serir), linteamen en el escritor citado, y de manto, como se
declara en el siguiente pasage del razonamiento de Francisco Nuñez
Muley al Presidente de la Real Chancillería de Granada: "Veamos
la pobre mujer que no tiene con qué comprar saya, manto, sombrero y
chapines y se pasa con unos zaragüelles y una alcandora de angeo
teñido y una sábana ¿qué hará?" (V. Mármol, Reb. de los
moriscos lib. II, cap. IX).
Ababa cast. Lo mismo que
Ababol
cast. y val. abeból val., hababol en R. Martín, papola, papoula
port., emalopa basc. y amapola, hamapola cast. Aunque estos vocablos
proceden del latino papaver (V. Díez, Etymologisches Wörterbuch y a
Donkin, Etymological Dictionary) sus actuales formas se derivan
respectiva e inmediatamente de hababaura, que se registra en R.
Martín por hababol, y de happapaura que se lee en P. de Alcalá. La
etimología corresponde al clarísimo Covarrubias, el cual en el art.
amapola dice que esta voz parece traer origen de papaver, añadiendo
que Francisco Sánchez Brocense asegura ser nombre arábigo de
happapaira. Finalmente, Cabrera (Dic. de etim. de la lengua cast.)
deriva las voces ababa, ababol y amapola de papaver.
No se
comprende como Dozy, versadísimo en Covarrubias y que debía conocer
el Diccionario de D. Ramón Cabrera, pudo incurrir en el error de dar
a la palabra amapola un origen arábigo, como lo hace en el art.
hamapola de su Glos. Por fortuna, sacóle de su error el siguiente
pasage del Zád almosáfir de Aben-Alchazzár (cód. de la Bib.
Esc. que cita Simonet a la p.151 de su Glos.): El anémone es la
amapola, y rectificándose, añade: creo, en vista de esto, que los
árabes españoles han formado esta palabra de la latina papaver
haciéndola preceder de ha, acaso por la influencia del árabe *ar.
Las tres p de Alcalá arguyen un origen latino, pero no es menos
cierto que las formas españolas lo traen de la arábiga. (V. Suppl.
2.me liv., p. 242, 2.a col.)
ABACERÍA. El puesto o tienda
pública donde se vende aceite, vinagre, bacalao, legumbres secas,
etc. (Acad.). Alix deriva esta voz del persa abzar, pl. abazir que
significa las legumbres aromáticas con que se condimenta la olla;
pero su origen, a mi ver, es el vocablo lat. macella,
pl. de
macellum, que se encuentra en Varrón, *gr, plaza, puesto, lugar en
que se vendían los comestibles en varios parages con separación, y
por sinécdoque las provisiones, vituallas o mantenimientos que se
expenden en el mercado para el consumo cuotidiano. Per synecdochen
est ipsa macelli annona, seu cibi qui in macello venduntur: (V.
Forcelini, Lexicon in v. macellum). De macella, por la adición de
una i a la II se hizo macellia, como de castella se hizo castillia
(V. Yepes, Chron. Ord. S. Bened. I ap. Du Cange Glos. in v. mannería,
y cf. castillia por castella en Aben Hayan ap. Aben Aljatib, intr. a
la Ihata, cód. del Sr. Gayangos), y mediante la sustitución de la m
por la b y de la l por la r bacería y con la prótesis abacería.
Abad, abbát, abbe cast. abát cat. val. mall., abadea basc.
abbade port. Derívase esta voz del ablativo de Abbas-atis, y esta a
su vez de la syr. abba, padre, anciano, vocablo que, como observa
Gesenius (Lex. hebr. et chald.) se encuentra en todas las lenguas
semíticas / Aita vasco: padre; ama: madre). A esto se debe
que, entre otros, el Cardenal Saraiva (Glos. de vocab. port.
derivados das linguas orientaes) y después Alix dieran el hebreo ab
por etimología de las palabras españolas. Fue introducida del
arameo en el lenguaje eclesiástico por S. Agustín y S. Gerónimo en
el siglo IV (V. Brachet, Dict. Etym. de la langue française), siendo
de notar que en un principio se dio este título de respeto a todos
los monges (V. Scheler, Dict. d'etym. de la lang. fr.) / Después,
a los monjes se les llama frater : hermano , pero también padre al
cura /
Abada cast. y port. Según Buffón, en la India
oriental, en Java, en Bengala y en Patane dáse este nombre al
rinoceronte. Entendió la Academia en la primera edición de su Dic.
que Abada era la hembra del rinoceronte, fundada acaso en la
interpretación de uno de los versos de un soneto de Góngora, error
en que incurrieron el P. Terreros y Domínguez (V. Castro, Dic. de la
leng. cast.) "No se había visto este animal en Castilla - nos
dice Huerta - hasta nuestros tiempos, en los cuales trajeron uno
presentado al rey Felipe II: trajéronle de la Fabana o Habana, islas
de los reinos de Portugal y así comunmente le llamaron Habada (V.
Huerta, Trad. de Plinio, I, p. 387).
La voz abada, cuyo origen da
Huerta por antojo, es corrupción de uahidi por transposición del
alef síncopa del hi medial y conversión de la i final en a, auada o
abada, palabra que trae Jacksón en significación de
rinoceronte (V. Dozy, Suppl.)
Abalgar cast. y cat. Especie
medicinal purgante. Es término antiguo que trae el servidor de
Abulcasís, trat. 2, folio 26 (Dic. de la Acad., 1.a ed.). Esta voz
se compone de las arábigas habb-algár, baya de laurel que con la
significación de bacca se encuentra en R. Martín.
Abalorio
cast. y val. abalori val. avelorio port. Pedazos de cuentas pequeñas
de vidrio, de varias formas, colores y tamaños. Úsanse las grandes
para adornar las popas de los barcos llamados sacalevas y chaitías,
y las pequeñas para rosarios, collares, guarniciones de vestidos,
pulseras, etc., etc.
Sin parar mientes en que el vocablo abalorio
es el griego *gr como lo hizo notar Marina, tomándolo de Golio, el
latino beryllus que menciona Plinio en su Hist. Nat. y el castellano
beril que se halla en Nebrija, voz que P. de Alcalá traduce por
bolara en su Vocabulista, y que
estas mismas procedencias asigna
Freytag a la dicción arábiga traduciéndola por beryllus, citando
el lugar de Plinio (XXXVII, 5) en que se encuentra, el etimólogo
español y después de él Engelmann y Dozy atribuyeron a la
castellana un origen arábigo, haciéndola venir de
alballor,
billaur y bollara en R. Martín, cristallus, beril, cristal, piedra
preciosa en P. de Alcalá.
Sentado el origen griego de abalorio,
que reconoce al fin Dozy en su Suplemento, por más que su
introducción en las lenguas y dialectos de nuestra península bajo
su actual forma se deba a los árabes, pienso que la etimología de
Marina, reproducida por los doctos orientalistas holandeses, puede
ser sustituida por el adjetivo billaurí, cristalino, de cristal, que
cuadra mejor con la significación y forma de las dicciones
españolas, que la oriental propuesta por los etimologistas citados,
con la cual no es dable explicar sin violencia sus terminaciones en
i, io. Prefijado el art. ár. al con supresión del lam y contraído
el diptongo au en o resulta el Abelori val., y, añadida la
terminación o, las formas cast. y port.
Abanico port. Esta
voz, que identifica Dozy con albanega y que tenemos en nuestra habla
castellana bajo las formas abanillo, adorno de lienzo afollado de que
se formaban los cuellos alechugados que se usaron en otro tiempo, y
abanico, porción de gasa u otra tela blanca, de
una tercia de
largo, con que las mujeres guarnecían en ondas el escote del jubón,
según las definiciones de la Academia, no trae su origen del árabe
sino de la palabra abanico, dim. de abano, fr. van, lat. vannus, cuya
radical se encuentra en el sánscrito vá, flare, spirare, de vento
(v. Wilson, Sanscr. Dict. y Bopp, Gloss. -Sanscr., Alois Vanicek
Etym. Vörterbuch der Lateinischen Sprache, p. 149, y a Zehetmayr,
Lex. etym. lat.-sanscr. comparativum, p. 281), nombre aplicado a
aquella especie de cuello o gorguera por la semejanza de su figura.
"Compunhase, léese en Sta. Rosa de Viterbo (Elucidario), de
huma tira de garça, ou volante, da largura de huma mâo travessa,
tomada em prega."
Abarráz, abarrazo, albarraz,
avarráz, fabarráz, favarráz, habarras, havarraz cast., paparáz,
paparráz port. De habb-ar-rás, lit. grano de la cabeza, denominada
vulgarmente hierba piojera. Es la staphysagria, que nuestro Nebrija
interpreta por uva silvestre y albarraz, staphys en Plinio, llamada
también por los árabes zebíb-alchábal, uva de monte. V. Aben
Albeitár, Traité
des simples, trad. Leclerc, t. I, p. 399 y II,
p. 196. La etimología es de Rosal (Dic. ms. de la Bib.-Nac). Aunque,
por pedirlo así el orden alfabético, antepongo abarráz, que se
encuentra en Suárez (De la excelencia de los caballos, fol. 118), a
las otras formas, debo hacer constar que, desde el siglo XV, la más
en uso entre la gente popular es albarráz.
Abasis cast.,
mall, y port., abasí, ahassí mall. De ab-basí, nombre de una
moneda corriente en el reinado de Chah Abbás, que valía cuatro
chajis. V. Bergé, Dict. Pers,-Franç. Sousa, de quien es la
etimología, dice que es moneda de plata que corre en el Asia, cuyo
valor es de 80 reis, la cual tomó su nombre del califa Abbás, que
la mandó acuñar. V. Vestigios da lingoa ar. em Portugal.
Abbarrada port. Vaso de barro para beber o de loza de la
India en que se ponen flores. Sta. Rosa, Elucid. De albarráda "vaso
para beber, jarro con dos asas" en P. de Alcalá.
Abdelari
cast. y mall., abdelavi cast. Melón de Egipto. De abdelaví, nombre
del melón en Siria. V. Bocthor.
Abdest mall. Ablución usada
por los turcos. De ab-dest y "ablución." V. Redhouse,
Turk. Dict.
Abducar cat. y mall. De ad-ducár o adz-adzucár,
"cierta especie de seda de inferior calidad." Cf. aducar.
Abech, ant. mall. Manto real. Acaso proceda esta voz de
abáya, forma sinónima de *ar o *ar "manto o capa" en
Catafago, "manto con mangas cortas de tela rayada adornada de
dibujos" en Bocthor (sobre este género de vestidura v. Dozy,
Dict. des noms. des vétem., p. 297), o
mejor, como lo pide de
suyo la ch final del voc. mall., de habíc, "bene texta vestis"
en Freytag Tal vez el término mall. no sea más que el hebr.
abbéged, por apócope abég, vestis en el Génesis y en el Libro 1.°
de los Reyes, sinónimo de los griegos *gr, vocablo este último que
vale habit, vêtement, manteau. V. Alex. Dict. Grec-Franç.
Abela,
abelu. Llaman así en España al llanto que hacen los moros y los
judíos cuando se les muere algún pariente. Guadix, Dic. ms. de la
Bibl. Colombina, B. 4.a 450 11.
Una y otra voz vienen de la
hebrea ébel, luctus (luto), plangor (plañir), llanto,
gritos de dolor, con golpes en el pecho y rostro, especialmente por
los muertos, nombre derivado del verbo ábal, moeruit (morir).
V. Gesenius, Lexicon.
Abellota val. Lo mismo que bellota.
Abelmeluch poit. y mall. Especie de uvas. De habb-el-melúc,
lit. grano o baya de los reyes, que traen Humbert, Marcel y Hélot en
significación de cereza, y R. Martín bajo la forma habb-almolúc en
el art. ceresa. Los habitantes del Magreb y de Andalucía dan este
nombre a la cereza de Balbec, *ar. V. Aben Albeitár, Traité des
simples, trad. de Leclerc, t. 1, p. 400.
Aben Loyón, en su Poema
de agricultura, dice, hablando del origen de esta voz, que se llamó
Abelmelúc (grano de príncipes), porque por su ternura se deshace
dulcemente en la boca. En mall. la voz Abelmeluch no tiene la
significación portuguesa de uva ni la arábiga de cereza, sino la de
una especie de ricino con propiedades purgantes muy activas que se
encuentra en los alrededores de la Meca. Con efecto, según el autor
de La Descripción del Egipto, XII, 136, el Abelmeluch es el nombre
de una pepita o semilla purgante. V. Dozy, Supl. in v.
*ar.
Abelmosco cast., abelmósc port. Semilla de una planta
que crece en Egipto y en las Antillas. Sus hojas son de color verde
oscuro y afelpadas. Aseméjanse mucho a las del malvavisco, por lo
cual los modernos botánicos le dan el nombre de malvavisco afelpado
de las Indias (Hibiscus abelmoschus de L.). La semilla es del tamaño
de la cabeza de un alfiler grueso. Su olor participa del almizcle y
del ámbar, de donde se ha derivado su nombre. Castro, Dic.
Procede
esta palabra de abb-elmósc, lit. grano de almizcle. La etimología
se encuentra en Alix y Dozy, el cual observa que la voz abelmosco,
que aún no figura en el Diccionario de la Academia, ha venido
recientemente a nuestro idioma del francés abelmosch o mejor
abelmosc.
Abelmutxe mall. Esta palabra, que el Diccionario
Mallorquín trae como sinónima de abelmeluch, me parece trasposición
de almexút (especie de planta llamada por los botánicos polypodium
crenatum y acrostichum dichos), precedida de *ar habb, baya o grano.
Abencerrage. De Aben as-serrách, "el hijo del sillero
(que hace o vende sillas de caballo), como se lee en H. de Baeza. V.
Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de
Granada, p. 9.
Abenúz cast., abenos mall. De abenús o
abenúz, voz tomada por los árabes del griego *gr madera negra, y
árbol del ébano lat. ebenus, ebenum y hebenum. En opinión de
Gesenius las formas griega y latinas tienen un origen semítico, y
cita en comprobación un pasage de Ezequiel en que se encuentra
aquella voz, ligna ebena, si bien añade que de la lengua griega con
terminación helénica pasó al árabe y al persa. Esta etimología
la traen Rosal, Casiri, Marina y Alix, que hace también mérito del
plural hebreo.
Abercoch cat. Lo mismo que albarcoque.
Abesana cast. y port. abezana, besana, vesana cast., vessana
cat. Según Marina, de albésana, la reja del arado. Pero como la
abesana es el surco o surcos que hacen las yuntas en la tierra con el
arado y el lugar y tiempo de esta labor, y no el instrumento con que
se ejecuta carece de fundamento la etimología. La voz abesana en
estos sentidos viene del vocablo de la baja latinidad VERSANA, terra
proscissa, ager de novo ad cultum redactus, ager proscissus et nondum
satus, tempus, quo agri proscinduntur, derivado del verbo latino
verso, volver, revolver, menear, mover de una parte a otra. Simonet.
V. Ducange Glos. y cf. el port. vessar.
Abhal, abhel cast. De
abhel, sabina, yerba conocida en P. de Alcalá. Es el *gr de los
griegos. V. Aben Albeitár (Traité des simples, trad, de Leclerc, t.
I, p. 13) que lo identifica también con la sabina. Según Aben
Alchazzár el abhel es en aljamia el enebro; pero que incurrió en
error lo demuestran los escritores citados y con ellos Dioscórides.
(V. Diosc. ilustrado por Laguna, lib. I, p. 62).
ABIADOS. En
tierra de Acevedo es abiad, blanco y denota blancos en plural. Guadix
(Dic. ms. de la Bibl. Colomb.) La voz abiad, de donde se deriva la
castellana, es un sing. masc. cuyo pl. es abid, como puede verse en
R. Martín y en P. de Alcalá. La terminación del nombre abiados
denota un pl. cast. formado de un sing. árabe.
Abiar,
abihar, albihar. Según Tamariz (Compend. de algunos vocabl. aráb.
introducidos en la leng. cast.) son flores blancas y amarillas aliás
narcisos. La Academia en la última edición de su Diccionario define
el albihar: flor blanca, semejante a la del narciso o manzanilla
loca. En sentir, pues, de la ilustre Corporación, el abiar, abihar o
albihar ni es el narciso ni la manzanilla loca, sino una planta
distinta con flores semejantes. En la primera edición de su
Diccionario entendió la Academia que el albihar era la yerba
conocida en Castilla por ojo de buey o
manzanilla loca, añadiendo
que acaso las flores del narciso se llamaron albihares por ser
semejantes a las de aquella planta. Prescindiendo Dozy de Tamariz y
de Covarrubias, que reproduce en su Tesoro la definición del
lexicógrafo granadino, saneada por la grave autoridad de Alonso del
Castillo, se limita en el artículo albihar de su Glosario a
reproducir, con exclusiva aplicación a la planta ojo de buey o
manzanilla loca, la etimología que apuntó la Academia en la primera
edición de su Diccionario, tomada, a lo que pienso, del Dr. Laguna
que trae behar como correspondencia arábiga de buphthalmos.
Pero
que la denominación arábiga del buphthalmos se aplicó por los
moros andaluces al narciso, lo declara Almacari en varios pasages de
sus Analectas. En la p. 198 del tom. II, se lee: "El narciso es
el albihar entre los andaluces y es llamado alabahar". Con
idéntica significación se encuentra la voz albihar en las poesías
que trae aquel historiador a las páginas 199 y 368. Finalmente; en
la 465 nos dice: el albihar es el narciso. Según Abu Hanifa y otros
autores, los árabes orientales ciaban al narciso el nombre de
bahar que menciona Almacari al final del primer pasage transcrito. V.
Aben Albeitár, Traité des simpl. Vol. II, p. 435, trad. Leclerc. En
Marruecos el vocablo albihar tiene, como entre nosotros, la doble
acepción de ojo de buey y de narciso, el narcissus tagetta de L.
Véase Lerchundi y Simonet, Voc. de su Crestomatia in v.
ABISMALES.
Clavos de hierro de lanza.- Tamariz (Compendio de algunos vocablos
arábigos introducidos en la lengua castellana). A mi parecer el
vocablo abismales, plural del nombre abismal, cuya forma sing. no se
halla en nuestros Diccionarios, no es otra cosa que el arábigo
almusmár, clavus en R. Martín, clavo de hierro en P. de Alcalá,
almismár en Marcel, Kazimirski y Bocthor, mediante la supresión del
lam del art. y conversión del min en b y del ra de la terminación
en l.
Abit, habit mall. Carbonat de plom o blanquét. Término
antiguo de química derivado del adj. ár. abit, albus, sin otra
alteración que la conversión ordinaria de la d enfática final de
dicción en t, como de alcaid (alcaide) se hizo en este dialecto
alcait.
Abitaque, término de carpintería, metátesis de las
dos primeras articulaciones de tábac, cábrio, pieza de madera que
sirve para la cubierta de una casa, la viga donde cargan los pares
del tejado de una casa (V. Dozy, Supplement, in v. precedido del
artículo al con supresión del lam. Del nombre árabe alterado y
mudado el fatha, en kesra, se produjo abitaque. "Si las paredes
son hechas de compañía entre dos omes, o por testigos, o por alguna
manera, o por otro pleyto qualquier que sea, o si touiere vigas, o
abitaques, y touiere las vigas de ambas las partes, o los abitaques;
todo esto es señal que la pared es de ambas las partes; en otra
manera, la tal pared, es del que sobre ella tiene cargo, y el alarife
assí lo debe juzgar." Ord. de Sevilla, Tit. de los Alarifes,
Cap. XXX, página 145.
Abiva. Lo mismo que adiva.
Abnue.
Chacal o lobo cerval. De ebn ague, "hilax, animal ex cane et
vulpe genitum" en Freylag. Gayangos. "Luego recudieron el
lobo e el abnue et dijeron." Calila e Dymna, Prosistas
anteriores al siglo XV, ed. de Rivadeneira, p. 30, col. I.
Abonon.
Lo mismo que albañal.
Legusar ferie en sos pechos con ambos sus
tucones
Salie del sangre cuemo de abonones.
Lib. de Alex., c.
994, Colec. De Poes. Cast. ant. al sigl. XV.
Abumelih. Un
abumelih de oro. Testamento mozárabe de Toledo. Simonet. No dicen
los dic. que he consultado, ni aún el de trages de Dozy, qué suerte
de dije o arracada era el abumelih. Pero en el Supplément de este
sabio orientalista registro la palabra abumelíh en significación de
alondra, y es coincidencia peregrina que en las escrituras otorgadas
después de la conquista de Granada y en los Embargos de bienes de
moriscos de este reino en que se hace relación de sus alhajas y
ajuares, se encuentre repetidamente un adorno de mujer llamado
Omalhacen, nombre árabe del ruiseñor. En la carta de dote y arras
que otorgó Luis Abenzaide, herrador, en favor de Isabel Mercaleza,
su mujer, hija de Luis Mercalez, que tiene la fecha de 27 de Enero de
1553 (Arch. de la Alhambra) se lee: un collar de aljófar con cinco
lisonjas de oro y un frontal de aljófar que dicen Omalhacen. Esto
demuestra, en mi sentir, que entonces, como ahora, usaban las mujeres
pequeños dijes de oro y plata con esmaltes, y con aljófar o
pedrería por adorno de sus tocados, que afectaban la forma de
pájaros.
Acacalis cast., port. y mall. Arbusto medicinal de
Egipto.
"El acacalis es fruto de una mata de Egipto en algo
semejante al que nace del tamarisco. De aquesta planta tenemos
solamente el nombre en la Europa: y su fruto nunca jamás viene por
estas partes: dado que algunos muestran por él la simiente de la
Thuya Pliniana." Diosc. ilust. por Lag. Lib. I, p. 73.
El
acacalis es el athel, que se encuentra en ár. bajo la forma
acâcalís, del gr*. V. Aben Albeitár, Traité des simpl., trad.
Leclerc, I, p. 25.
ACADUZ. Minsheu, Oudin, Diccionarios. Lo
mismo que alcadus y arcaduz.
Acafelar port. Tapar huma porta,
fresta, janella ou outra quolquer abertura do muro, ou parede com
pedra e cal. Sta. Rosa, Elucidario.
Léese en la Crónica de
Damián de Goes, Part. II, Capítulo XVIII, al hablar de la toma de
Cafim: "mandou tapar as Bombardeiras antes que os Mouros viessem
com pedra e barro, e acafelar de maneira que parecía tudo parede
igual." Sin parar mientes Frai Joaquín de Sta. Rosa que en el
pasage trascrito se habla de diferentes operaciones, como lo declara
la partícula conjuntiva e, interpretó el verbo acafelar por tapar
huma porta, fresta, janella ou outra qualquer abertura do muro ou
parede com pedra e cal, en cuyo error, y por la misma inadvertencia,
incurrieron Moraes y Sousa. Lo que el Cronista dijo fue, que
después de tapar las cañoneras con piedra y barro, se acafelaron,
o, lo que es lo mismo, se empegaron o revistieron con pez o betún en
términos que quedó toda la pared igual. Este verbo viene del nombre
cáfar que se
registra en Freytag, aunque no lo haya encontrado
Dozy, y significa: pix qua picantur naves, o sea la pez con que se
empegan o embadurnan las naves, o más bien de cáfar, perixma,
betún, espalde (el *gr). betún judaico en P. de Alcalá, bitumen
iudaicum, cafar alyehúd en Freytag. La raíz de este nombre se
encuentra en el verbo hebreo cúfer, que entre sus varios
significados tiene el de oblevit aliqua re, ut pice, picavit, como,
hablando del arca de Noé, se lee en el Gen. Vi, 14: y la embetunarás
por dentro y por defuera con betún. (calafate).
ACAIAZ,
acayad, alcaiaz, alcayad, alcayat. Lo mismo que Alcaide.
Un Moro
latinado bien gelo entendió:
Non tienen poridad dixolo
Abengalvon.
Acaiaz, curiate destos, ca eres mio Señor:
Tu
muerte oí conseiar los Infantes de Carrión.
Poema del Cid, v.
2675. Sánchez, Colec. de Poes. Cast. ant. al siglo XV.
ACARNAR
cast. Estrella de primera magnitud en el extremo central de la
constelación de Eridano, de ajar-an-nahr. Alix.
ACEA gall.
Lo mismo que aceña.
ACEAR cast. Según los Dic. de Stevens,
Giral del Pino, Terreros y Castro, ceremonia religiosa de los moros,
de salá y con el art. ár asalá o azalá, la oración. Terreros
trae accear.
ACEBACHE cast., gall, y port. Lo mismo que
azabache.
ACÉBAR. Lo mismo que acíbar.
Le darás tres pildoras del acébar cecotrí fechas por esta guisa. Lib. de Montería
del Príncipe D. Juan Manuel. Bibl. Ven. lII, p. 223.
ACEBIBE,
acebiu cast., passa, uva passada, uvas passas en P. de Alcalá,
ciruela llamada aragonesa de la cual se hacía pasa. La primera de
estas palabras viene del nombre
de unidad acebibe y la segunda
del colectivo acebib. No es de extrañar que en Aragón se dé este
nombre a la ciruela pasa, porque, según Aben Albeithar (Traité des
simpl. vol. II, p. 195, trad. Leclerc), con excepción del dátil, la
voz acebib se aplicaba a todos los frutos secos. El mismo origen
tienen, aunque su significado sea el de golosina, las voces port.
acepipe y acipipe.
ACEBUCHE, azebuche cast., acebúig val.,
azambujo, zambugeiro, zambujo, port. Las voces castellanas y
portuguesas, a ser de origen arábigo, vendrían del nombre de unidad
az-zembucha que se encuentra en P. de Alcalá y en R. Martín,
así como la valenciana del colectivo az-zenbuch que se halla en Aben
Loyon, en Aben Buclarix y en Aben Alchazzár. Considerando acaso Dozy
que el vocablo acebuche no se encuentra en el árabe oriental sino
una sola vez, según nos dice Freytag (Léx. II, p. 257), lo deriva
del berberisco tsazambucht sin reparar en que esta dicción nunca
pudo producir las formas arábigas ni las españolas. Con mejor
acuerdo, mi docto amigo el Dr. Simonet le hace venir del adj. lat.
acerbus, por el sabor amargo del fruto y la aspereza de su madera.
Abona su opinión el hecho de encontrarse en el Idrisi
(Geografía, p. 206 del texto ár. y 254 de la trad, francesa) el
vocablo az-zembuchár, acebuchár o acebuchál, como nombre de un
lugar entre Sevilla y Córdoba. Acaso el Acebuchar, aldea situada en
los confines de la diócesis de Jaen. En los autores españoles
de la Edad-Media es también frecuente este vocablo en sentido de
bosque o terreno poblado de acebuches. Léese en el Libro de Montería
del Rey D. Alonso, cap. XXXI (Bibl. Venatoria, t. II, p. 296): "El
acebuchar, que es entre Alcántara et Estorninos, es buen monte de
puerco en invierno et en verano." Y no desvirtúa ciertamente el
origen asignado por aquél distinguido orientalista a nuestro vocablo
acebuche la circunstancia de hallarse en el diccionario arábigo
oriental del Camus la voz az-zabach en el sentido de olivo, *ar,
porque el autor de dicha obra floreció a fines del siglo XIV y
comienzos del XV y, a no dudar, debió tomarla de autores nacidos en
nuestra península. En efecto, dos escritores españoles. Aben
Albeitar y Aben Loyon traen aquel vocablo, no en la acepción de
olivo, sino en la de acebuchina o fruto del olivo silvestre (nota:
arbequina) o acebuche, como se lee en una nota marginal del
Poema sobre agricultura de este último, fol. 14 v.: *ar. A mi
parecer este nombre azabach dado al fruto del acebuche, formado acaso
del árabe persa azabache, mediante la interposición de un *ar entre
la primera y la segunda radical, para significar el color negro de la
aceituna silvestre, no tiene relación alguna con la voz *ar o
*ar.
La transcripción del adj. sustantivado acerbus por las
formas arábigas *ar, en las que la r fue sustituida por el *ar
duplicado por el texdid o por el *ar, y la s por el *ar denota el
sonido de aquel vocablo en los labios de los hispano-latinos a la
sazón de la conquista musulmana.
La palabra acebuche se usó en
lo antiguo por los árabes como nombre de cierta especie de dardo,
sin duda por construirse de su madera. Por P. de Alcalá sabemos que
este mismo nombre daban los moros granadinos a las sacaliñas o
garrochas *ar.
En el tratado militar de Hozail (ms. de la Bibl.
Esc., n.° 1347, part. II, cap. 18), citado por Freytag y Alix, se
habla de la bondad de la madera del acebuche para hacer arcos.
ACECALAR cast. ant. Lo mismo que acicalar.
"El traía
muy buena loriga e brafoneras e pespunte cubierto de muy rico paño
de seda e las coberteras otrosí; e capellina de fierro traía muy
buena e muy bien acecalada." Gran conquista de Ultramar, lib.
II, cap. XLII.
Aceche, azige en Nebrija y P. de Alcalá,
acije, azache cast., mall. acel., port. azeche, de az-zách
atramentum en R. Martín, tinta, caparrosa, vitriolo, ácido
sulfúrico, cuyo vocablo arábigo se convirtió por la iméla en
az-zich o azig, como lo trascribe P. de Alcalá. V. Aben Albeitar,
trad. Leclerc, t. II, p. 193. La etimología es de Rosal y Alix.
ACECHIA, a. Lo mismo que acequia. Minsheu, Dic.
ACEDARAC,
acedaraque cast., asedarac port. (Melia azedarach), de acedarajt.
Casiri y Alix. Según Aben Albeitar, esta palabra debe escribirse
regularmente azád-dirajt conforme a la etimología persa. En efecto,
la palabra azád en persa quiere decir libre y la voz dirajt árbol.
Es uno de los vegetales en el que se ha querido ver el persea de los
antiguos. (V. Aben Albeitar, trad. Leclerc y Aben Alawan, Lib. de
Agricultura, I, 512).
Según la leyenda, se le dio el nombre de
árbol libre, porque Mechnún, el célebre amante de Léila, salvó
uno de esta especie del hacha de un jardinero por la semejanza que
encontró entre él y el talle de su enamorada.
ACEFA cast.,
aceifa cast., gall, y port., ceifa port. y gall. Estas palabras, que
no se encuentran en el Glosario de Ducange, se hallan bajo sus
primitivas formas acepha, aceipha, azeipha y zepha en nuestros
antiguos cronicones con la significación de ejército. Hablando de
D. Ramiro II, dice Sampiro: "Deinde post duos menses AZEIPHAM,
id est EXERCITUS, ad ripam Turmi ire disposuit et Civitates desertas
ibidem populavit." (Cronicón, ap. Flores, España Sagrada, t.
XIV, p. 453). Y en el Silense, refiriendo las victorias alcanzadas
contra la morisma por Alfonso III, se lee: "illa quidem alia
ACEIPHA Cordubensis Valdeniora venit fugiendo. Rege vero persequente
omnes ibidem gladio interempti sunt." Y más adelante, al narrar
las campañas de Ordoño II, escribe: Deinde alia AZEIPHA venit ad
locum quem vocitant Mitonia et inter se conflitantes ac proelium
moventes corruerunt ese ambabus partibus. Ex hinc in anno tertio,
tertia venit AZEIPHA al locum quem dicunt Alois. (Chronicón, ap.
Berganza, Ant. de Esp. Part. 2a.
Apéndice, p. 534 y 535).
En
cuanto a zepha y azepha aparecen respectivamente en la inscripción
empotrada en el muro del claustro del monasterio de Cardeña, en
conmemoración de los doscientos monges martirizados por el titulado
rey Zepha, y en las Memorias antiguas que están después del
Chronicón de Cardeña en que se refiere el mismo suceso: "Era
DCCC.LXXIX vino el rey Azepha en Castilla." (Ap. Berganza, op.
cit., part. I, p. 134 y 135). Trascripción de estas formas arcaicas
son acefa, que se encuentra en el Diccionario de Castro, y aceifa que
registran el de la Academia y el del dialecto gallego en acepción de
hueste, ejército.
Acaso pudieran traerse las formas acepha,
acefa y zepha de az-zeff, acies, ordo en R. Martín; pero yo creo que
el vocablo acies, sinónimo, a no dudar, de ordo, en el art. del
lexicógrafo catalán, no debe tomarse por ejército, sino por la
acies instructa de Cesar, es decir: por el
ejército dispuesto en
orden de batalla por el haz de batalla que da por significación P.
de Alcalá a la dicción arábiga. (fascis, falange, feix en chapurriau)
El origen de todas las voces que encabezan este
art. no se ha de buscar, pues, en az-zeff, sino en az-zeifa, az-zaifa
y por reducción del diptongo ai en e az-zefa (hebreo *hbr
exercitus), que en nuestro romance castellano suena, no solo la
escursión primaveral o veraniega de los árabes a país enemigo,
sino también, según Lane, el ejército que la ejecuta, sea de mar o
de tierra, como lo declara el siguiente pasage de Cansino (Grandezas
de Constantinopla): "Después llegaron la gente de guerra del
mar que van en la armada real que llaman azafes. V. Castro, Dic. in
v. azafe. Las palabras el rey Zepha de la inscripción del monasterio
de Cardeña y el rey Azepha de las Memorias, no son, en mi sentir,
más que la traducción de las palabras arábigas amir,
sultan, melic o guali az-zepha, o sea, el
general, el jefe superior del ejército, el príncipe o rey que lo
mandaba. (zepha : cefa : el cabeza, como en cefalea, encéfalo).
El
mismo origen tienen las palabras portuguesas aceifa y ceifa
carnicería, proscripción, porque la arábiga az-zeifa no denota
simplemente la escursión militar, sino la racia que tiene por
objeto extragar, asolar, saquear al país enemigo, aventar a sus
habitantes o pasarlos al filo de la espada, como se deduce de la
definición a warring and plundering expedition in the *ar que nos da
Lane de aquella dicción.
Además de esta, las voces aceifa y
ceifa port. y gall, denotan cosecha, mies, tiempo de la recolección,
y en este sentido vienen, como se lee en Engelmann, de az-zeifa,
estas por aestas en R. Martín, cosecha, mies en P. de Alcalá, o de
az-zeifa que se encuentra en el Cartás
en significación de
verano, recolección o cosecha. V. Dozy, Supl.
Aceite cast.,
port. azeite, de az-zeit. Guadix. Ap. Covarrubias, Tesoro.
Aceituna
cast., basc., azeitona port., de az-zeituna, oliva pro fructu et
arbore en R. Martín, oliua o azeytuna, zeytuna en P. de Alcalá, de
donde Engelmann copió la forma: "Ogaño no hay aceitunas ni se
halla una gota de vinagre en todo este pueblo." Quijote, 2.a
part., cap. LII.
Continúa en otro blog aparte.